La borrachera de la mayoría: deliberación y democracia
18.05.2023
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18.05.2023
«Daniel Stingo y Luis Silva son opuestos e iguales a la vez […]. Ambos están profundamente equivocados sobre el papel que les cabe a las mayorías y las minorías en una democracia. Un error que ya nos costó un proceso constituyente y bien podría costarnos otro.» [más de CIPER-Opinión, en #NuevaConstitución]
«Los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros, que quede claro. Los demás tendrán que sumarse», decía Daniel Stingo en mayo de 2021. Justo dos años más tarde, Luis Silva hizo eco de esa declaración en una comentada entrevista: «¿Por qué cresta siendo mayoría tenemos que llegar a acuerdo con la minoría» fue la frase del candidato a consejero constitucional más votado en el país el pasado 7 de mayo. Es cierto que después quiso retractar la frase, pero su eco sigue presente. ¿Cambió Silva de opinión o no quiere quedar mal?
Daniel Stingo y Luis Silva son opuestos e iguales a la vez. Opuestos en su visión política, su concepción de lo bueno y su idea del futuro. Pero muy parecidos, también: ambos abogados, mediáticos y carismáticos, ejerciendo un liderazgo político desde fuera de los centros habituales de poder, primeras mayorías nacionales en sus respectivas elecciones y emborrachados quizás con la dulce miel de la aclamación popular. Pero, lo más importante, es que ambos están profundamente equivocados sobre el papel que les cabe a las mayorías y las minorías en una democracia. Un error que ya nos costó un proceso constituyente y bien podría costarnos otro. El error fundamental de ambos es pensar la democracia como un sistema agregativo y no deliberativo.
Para un modelo agregativo, la democracia no consiste en otra cosa que en contar cabezas. Los ciudadanos tienen visiones e intereses. Periódicamente deben votar para elegir a quienes mejor representan esas visiones e intereses. Luego, la democracia es básicamente un sistema de conteo, como cuando levantamos la mano para saber quién comerá hot dogs y quién prefiere lomitos. Contadas las preferencias, a los políticos no les queda más que ejecutar su mandato, llevando adelante lo prometido. La regla de la mayoría definirá entonces lo que debe hacerse: si una mayoría de los ciudadanos ha votado por políticos que están por aumentar los impuestos o proscribir el aborto, lo democrático es respetar esa decisión y acatarla. La minoría, por lo tanto, no juega un papel relevante en la toma de decisiones: solo le queda apuntar con el dedo las incoherencias de la mayoría y esperar tener más suerte en la próxima elección.
Este sistema parece, a simple vista, correcto, y es lo que pueden haber tenido presente Stingo y Silva en sus declaraciones. Podríamos imaginar su argumento: «Yo represento a la mayoría, con sus anhelos, sus necesidades, sus creencias; y no me queda más que ejecutar lo que esa mayoría quiere, pues a ellos me debo. Por tanto, no hay mucho que discutir con quienes representan opciones que han resultado derrotadas: de eso se trata la democracia».
Pero ese argumento tiene serios errores, que el carnaval de emociones de la democracia chilena ha ido comprobando de manera empírica.
•En primer lugar, asume que nuestras visiones del mundo, intereses o creencias están claramente determinados. Pero para muchos esto no es así. La política tiene que ver con el futuro, y el futuro siempre es incierto. Definir de manera precisa que creo y por qué lo creo no es algo a lo que todos podamos acceder; las variables son demasiadas.
•En segundo lugar, aun cuando podamos definir lo anterior, no se sigue de ello que nuestra opinión sea estable. La Convención pasada pagó caro este error. El Chile que votó en el plebiscito de entrada era diferente al Chile del plebiscito de salida, pero los convencionales no supieron verlo. Tampoco sabremos cómo será Chile en dos años más.
•En tercer lugar, tampoco el político tiene muy claro lo que hay que hacer. Es por eso que los programas de gobierno suelen ser lindos documentos de lo que no pasará. Como lo ha tenido que aprender Gabriel Boric, la realidad suele ser más fuerte que los anhelos, y la medida de lo posible es la única que existe.
•Por último, contar cabezas fomenta saltarse la discusión y consideración de las diversas medidas, y pasar directamente a su resolución, como si no fuera necesario su análisis. Esa falta de análisis lleva a cometer errores.
El modelo deliberativo de la democracia intenta resolver estos problemas. Sostiene que la democracia no consiste tanto en contar cabezas, sino en resolver de manera conjunta los problemas que nos aquejan como sociedad. Por tanto, en los procesos e instituciones democráticas se requiere diálogo, pues las mejores decisiones no se toman contando votos, si no considerando los pro y contra de las decisiones, a fin de que lo que triunfe sea, en palabras de Habermas, «la fuerza del mejor argumento». En ese esquema, las minorías juegan un papel fundamental: están ahí para forzar la reflexión, para cuestionar lo que se da por sentado, para exigir más y mejores justificaciones. Y, si lo hacen muy bien, incluso para lograr que los representantes de las mayorías cambien de opinión. En otras palabras, si no se considera la opinión del otro para mejorar la propia, ésta termina empobreciéndose. Como escribió Stuart Mill: «Aquel que conoce sólo su lado del asunto, lo conoce muy mal».
En última instancia, y gracias a ese proceso llamado deliberación, lo que hay que hacer no viene definido con claridad de antemano, sino que se construye en el proceso de discusión de los miembros de las instituciones democráticas. En definitiva, las decisiones tomadas son más legítimas, más estables y se adaptan mejor a la evidencia.
El 28 de enero de 1986, el transbordador espacial Challenger explotaba frente a una audiencia atónita, provocando la muerte de sus siete pasajeros. Investigaciones posteriores demostraron que la baja temperatura había afectado algunos sellos de goma de los cohetes. Pese a que la falla era previsible, muy pocos ingenieros de la Nasa se atrevieron a advertirla, y quienes lo hicieron fueron acallados por la voz de la mayoría. El 4 de septiembre de 2022 tuvimos nuestra propia explosión del Challenger. Lamentablemente, la tripulación de la nueva misión parece querer repetir los errores.