Formación doctoral y becas ANID: no basta con la paridad
16.05.2023
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16.05.2023
No sólo los montos de manutención asignados por el Estado a estudiantes de doctorado son menores al costo de la vida, sino que estos resultan particularmente exigüos cuando se tiene a cargo a un hijo menor de edad y/o surgen retrasos en el pago, denuncia esta columna para CIPER de una investigadora con beca ANID vigente.
Se lee en el chat grupal: «¿Alguien sabe cuándo pagarán la beca?». Es la primera semana de mayo, y parte de la nueva generación de futuras doctoras y doctores aún no recibe la transferencia de su manutención desde el mes de marzo. Yo soy una de ellas.
En nuestro país, es la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) la que anualmente abre a concurso una serie de becas para apoyo financiero a la formación de capital humano avanzado en todas las áreas del conocimiento, para estudios tanto en Chile como en el extranjero. En el caso de quienes cursamos programas de doctorado en Chile, estas becas representan el principal sustento económico una rutina de dedicación exclusiva al estudio y la investigación durante los primeros años (condición que es parte de los criterios que se evalúan para la acreditación de dichos programas por la Comisión Nacional de Acreditación-CNA). La asignación de manutención anual actualizada para el 2023 según IPC es de $9.562.200 por cada becado/a (lo que representa un ingreso mensual de $796.850, monto definido por decreto y reajustado anualmente según IPC). Esta debe depositarse de forma mensual por transferencia directa a la cuenta que cada becaria/o informó al momento de aceptar la adjudicación de la beca, y representa un ingreso fijo por los años de duración del programa doctoral. Se trata de un monto levemente menor a los mil dólares por mes, lo cual está casi $100.000 por debajo del costo de vida para dos personas en Santiago de Chile proyectado para el año 2023.
Para aquello/as becarios que tengan a su cuidado hijo/as menores de 18 años, la manutención se incrementa en un 5% mensual (es decir, $39.843).
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Este año se incorporó por primera vez el criterio de paridad en la adjudicación de becas doctorales, con la intención de aumentar la representación de mujeres en la carrera académica o investigativa (la cual, hasta 2021, mostraba una diferencia cercana al 56% para hombres y un 44% para mujeres). Pero, ¿Cómo viven esas mujeres? ¿Son cuidadoras y/o jefas de hogar? ¿Cómo se correlaciona la experiencia de mujeres doctorantes con la femenización de la deuda educativa en Chile [CAVALLERO y GAGO 2020]?
Si comprendemos que las políticas educativas (y las políticas de inclusión en Educación) producen a los sujetos que las encarnan [INFANTE, MATUS y VIZCARRA 2011] podríamos afirmar que los concursos de becas doctorales en Chile suponen un tipo de estudiante ideal: una persona que no tiene a su cargo el cuidado principal de un hijo o hija (a quien podría mantener con $39.843 mensuales), que durante lo que la tradición heteronormativa denomina «edad fértil» (desde los 26 a los 35 años) debe dedicarse exclusivamente al estudio; y que, por sobre todo, debe saber costear sus gastos durante dos o tres meses sin recibir manutención, debido a la asentada «demora en la entrega de los beneficios» por parte de ANID que es ya de conocimiento general, y que obliga a una insalvable incertidumbre temporal a costa de ahorros (si los hay) o créditos.
Durante la primera quincena de mayo, momento en el que se publica esta columna, quienes hemos decidido optar por los estudios doctorales con beca nos encontramos en plena incertidumbre económica, y más aún quienes tenemos a nuestro cuidado a hijos e hijas. Parece irónico que hace unos días la CNA organizara un conversatorio titulado «Diversidad en la formación doctoral», buscando fomentar la reflexión e intercambio entre programas doctorales en torno a aspectos de diversidad en la formación. La diversidad, entendida como política de representación, es para ANID la paridad en la adjudicación de becas doctorales y la búsqueda por generar mayores posibilidades de ingreso a estudios doctorales a personas históricamente excluidas a través de puntajes adicionales por residir en regiones distintas a la Región Metropolitana, discapacidad y/u origen étnico. Sin embargo, en un sistema económico donde la deuda se encuentra profundamente feminizada, urge también una reflexión mayor sobre cómo propulsar políticas inclusivas que se hagan cargo de las condiciones materiales de subsistencia de quienes se adjudican estas becas.
Si bien el incremento de mujeres en la formación de Capital Humano Avanzado es una buena noticia para la disminución de la brecha de género en la investigación, la manutención asignada no permite a mujeres cuidadoras y pobres —y lo enfatizo, pues es el lugar propio, desde el que escribo estas líneas— dedicarse exclusivamente a sus estudios. Ello pues la beca no alcanza para mantener un hogar como único ingreso y, fundamentalmente, porque no existen mecanismos que permitan sobrellevar la incertidumbre de no saber cuándo se comenzará a depositar el pago de manutención.
Apremia, entonces, un debate profundo y crítico sobre qué entendemos por inclusión y diversidad en la formación doctoral, y cómo avanzar desde políticas que fomentan la mayor representación de grupos históricamente excluidos (mujeres, por ejemplo), hacia políticas y programas que pongan acento en los cuidados y afectos que circulan entre las y los becarios: la pregunta por el cómo hacer del espacio/tiempo de formación doctoral una experiencia amigable y amorosa también con las trayectorias y necesidades de sus estudiantes. No basta con que entremos más mujeres-madres-pobres a la academia: debemos y queremos entrar con, al menos, seguridad económica.