#7M: ¿Un electorado que se contradice?
16.05.2023
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16.05.2023
Si se observan los resultados de la pasada elección del 7 de mayo fuera del eje tradicional de derecha-izquierda y a partir de las diferencias entre comunas surgen pistas elocuentes sobre la efectividad de la convocatoria del Partido Republicano, observan en esta columna para CIPER dos cientistas políticos: «Creemos que el grueso del electorado anhela un Estado muy visible que le provea de derechos y servicios sociales, seguridad y organicidad nacional. En otras palabras, el “Chi, chi, chi – le, le, le” se instala a expensas de la diversidad, de la innovación sociocultural y también de la iniciativa empresarial.» [más de CIPER-Opinión, en #NuevaConstitución]
¿Qué pasó para que, en dos años, un movimiento de cambio aparentemente imparable —de parte de un «pueblo despertado», de inclinación transformista (refundacional, dice la derecha) y más bien «roja»— y que parecía mayoritario políticamente diera lugar al apoyo masivo a un Partido Republicano pinochetista, retrógrado y conservador? ¿Qué habrá pasado para que todas las esperanzas colectivas que se depositaron —acaso excesivamente— en un nuevo texto constitucional escrito ex nihilo deje ahora la redacción a cargo precisamente del sector que ni siquiera veía necesario este proceso?
¿Es que acaso tenemos un electorado esquizofrénico? ¿Qué tipo de mandato contradictorio estamos dando a nivel constitucional? ¿El de ir con el viento?
Queremos ofrecer dos explicaciones, ambas relacionadas: una es histórica, breve y más conocida; la otra, novedosa, es más bien estructural. En columna previa en este mismo medio [ver “Ni «pueblo» ni «élites»: otro diagnóstico del estallido social al Rechazo”, en CIPER Opinión 30.09.2022], me referí a cómo el triunfo del Rechazo al Proyecto de nueva Constitución presentado por la Convención daba a luz un nuevo clivaje sociopolítico, más valórico que socioeconómico. Sin embargo, el cambio político que hoy observamos es aún más radical de lo que estimé en ese diagnóstico: de la «revolución» de masas a la «contrarrevolución» de masas, en menos de dos años. No puede ser simplemente un mero cambio de opinión.
En los análisis posteriores a las elecciones del domingo 7 de mayo se escuchan dos grandes tesis, que a nuestro juicio son solo parcialmente correctas: una, es que experimentamos un clima destituyente, en el que se vota básicamente «en contra» (de lo que sea); la otra, es que la política nacional muestra un giro, difícilmente comprensible, desde una izquierda transformadora hacia un conservadurismo rancio.
A nivel histórico, tiene algo de razón Evelyn Matthei cuando atribuye los resultados a una reacción que, en sus palabras, «todavía tiene mucho que ver con el espanto, con el rechazo que causó en los chilenos tanto el comportamiento de los constituyentes como también el texto que propusieron. Yo creo que ese daño le está penando aún a la izquierda».
Pero, ¿por qué habrían de «espantarse» tanto los chilenos, si aquel texto y esos constituyentes estaban bastante en línea con lo que se reclamaba tras la revuelta de 2019?
Nuestra tesis sociohistórica, simple, requiere de un armado conceptual algo más complejo que la dicotomía institucionalidad/destitución o de lo que permite el simple espectro político unilineal izquierda/derecha. De hecho, en casi todos los países hay dos ejes izquierda-derecha: el clásico, sobre economía (distribución, tamaño del Estado, debate entre Estado de bienestar o subsidiario); el otro, menos tematizado en Chile, valórico (algunos lo llaman «identitario»; básicamente sobre la cantidad de fuerza que la autoridad debe ejercer para imponerse, con un debate entre diversidad y unicidad nacional). Como producto de lo que se llama análisis de correspondencia múltiple (MCA), esos dos ejes se suelen presentar en forma de X [ver FIGURA 1].
Sin embargo, lo que ocurre hoy en Chile no es una simple copia de las llamadas guerras culturales que dividen a EE. UU. desde hace medio siglo, ni del llamado «GAL-TAN» europeo (Green-Alternative-Libertarian versus Traditional-Authoritarian-Nationalist). Si se observa la figura a continuación, tiene que haber por definición un eje perpendicular a la división izquierda/derecha: aquel que se asocia (abajo) a un deseo, una preferencia «comunitarista nacional» (por un Estado «pesado», «fuerte y que sabe imponerse»), y (arriba) a unas actitudes diferencialistas y fundamentalmente liberales. Tal preferencia comunitarista nacional existe tanto para la izquierda, con la aspiración a un Estado que «cumple» para todos (en salud, educación, jubilaciones, etc.); como para la derecha, con sus prioridades en cuanto a orden público (policías, fronteras militarizadas, respeto impuesto a la bandera y los símbolos patrios, etc.).
Del otro lado, tenemos preferencias diferencialistas, tanto a la izquierda (e.g., derecho indigena, identidades de género) como a la derecha (libre elección de escuela o de sistema de salud).
Tanto la sociología electoral chilena como la historia política reciente nos hacen pensar que el grueso del pueblo chileno «común y corriente» está más bien ubicado en la parte de abajo del gráfico recién ilustrado. Las élites económicas chilenas (y las comunas en que ellas residen) han estado en cambio siempre en el polo de arriba a la derecha. En tanto, mucha de la juventud militante chilena nueva se ha ubicado en el polo superior izquierdo.
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El esquema anterior nos permite proveer la clave sociohistórica del misterio del «cambio de opinión» masivo descrito al inicio de esta columna. Sucede que a partir del estallido social se imponen públicamente las demandas socioeconómicas propias del polo inferior-izquierdo de la figura (en simple, la dignidad otorgada por un Estado de bienestar y por un sistema divorciado del orden «neoliberal»). En línea con esto, la Convención Constitucional elegida en mayo de 2021 era claramente de izquierda, y combinó demandas tanto en lo económico como también en el diferencialismo valórico. Estas últimas fueron ganando el recelo de muchos, que en diferentes encuestas se mostraron distantes de conceptos tales como el de la plurinacionalidad y derechos diferenciados para minorías identitarias (si bien el grueso de la propuesta no iba centralmente sobre aquello). La discusión suscitada por la praxis de la Lista del Pueblo fue la expresión máxima de este divorcio entre autopercepción (de izquierda y «del pueblo») y exopercepción (comportamiento impropio e intereses desconectados del país). Por eso, el uso que hizo la campaña del Rechazo de un símbolo como el de la bandera chilena.
La siguiente figura ilustra el planteamiento previo, de modo dinámico [ver FIGURA 2]. Lo sucedido en los dos últimos años en Chile es que, desde un punto de convergencia en el polo antineoliberal (1), la percepción de las «innovaciones» de la Convención Constitucional típicas de la izquierda valórica (2) y su comportamiento asociado durante el proceso amenazaron (3) un sentido de unicidad nacional comunitario (gemeinschaft sobre gesellschaft). Esto empujó ese deseo de comunitarismo nacional desde preocupaciones de bienestar «socialista» (por un Estado fuerte) hacia aspiraciones de unicidad y seguridad valórica y física, con el fin de así defender «nuestro Chile» (de la migración, el crimen, la indecencia de Las Indetectables, etc.) (4).
En línea con este análisis, si se observan los resultados de voto del pasado domingo desde su distribución sociogeográfica, se descubre que el Partido Republicano no arrasó en las comunas adineradas (Zapallar, 28%; Pucón, 36%; Vitacura, 38%; Las Condes, 38%), sino en otras tales como Tirúa (65%), Contulmo (61%), Alto Biobío (57%) o Empedrado (55%) —que el lector agarre un mapa para encontrarlas—; sin hablar, por supuesto, de las comunas problemáticas de Colchane (74%) o Ercilla (70%). Dentro de las grandes urbes, el voto tradicional de clase sigue presente: ganaron Chile Vamos (como siempre) en Vitacura, Las Condes y La Reina; y Unidad para Chile ganó en básicamente todas las comunas populares urbanas del Gran Santiago. Lo nuevo no está ahí sino en que el Partido Republicano ganó en todas las comunas rurales o pueblerinas del resto de la RM. El siguiente mapa del Servel sobre la RM es de hecho muy elocuente.
En línea con este resultado, creemos que el Partido Republicano se equivoca si piensa que las grandes mayorías de Chile están de acuerdo con una agenda tipo «Chicago Boys»; pero acierta con su exaltación de la bandera y las loas a Carabineros. No deja uno de recordar aquella reciente Encuesta Criteria que reveló que un 68% de los encuestados prefería tener, en caso de verse a elegir, seguridad por encima de libertad.
A diferencia de un panorama noreuropeo («posmaterialista», a la Inglehart), creemos que el grueso del «pueblo común y corriente» de Chile, más allá del innegable rasgo destituyente que hoy se evidencia (por ejemplo, a través del 21% de votos nulos o blancos), anhela un Estado muy visible que le provea de derechos y servicios sociales, seguridad y organicidad nacional. En otras palabras, el «Chi, chi, chi – le, le, le» se instala a expensas de la diversidad, de la innovación sociocultural y también de la iniciativa empresarial. En tal sentido, no sólo debe llamarnos la atención el reciente triunfo electoral del Partido Republicano, sino también la relativa fuerza electoral presente del PC, la muerte del PPD y la debilidad de Evópoli.