#8M Sindicalizadas
06.03.2023
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06.03.2023
«El aumento en la tasa de sindicalización de las mujeres en Chile durante las últimas dos décadas es una excelente noticia […], aunque algo pasa en nuestro país que esto no se está traduciendo fuertemente en una mejor distribución del excedente, y, presumiblemente, tampoco de las decisiones productivas y sociales.» Columna de opinión para CIPER en un nuevo aniversario del Día Internacional de la Mujer.
De cada cien personas que en 2002 participaban en sindicatos en Chile, 80 eran hombres y 20, mujeres. Hoy (revisado a fines de febrero), la relación cambia a 57 (H) / 43 (M); es decir, en veinte años las mujeres han más que duplicado su presencia relativa al interior de la población sindical de nuestro país.
Podría pensarse que este desarrollo y recomposición de la población sindical está relacionado con la feminización de la fuerza de trabajo total en las últimas décadas, pero aquello explica sólo una parte de la progresión. En el año 2002, de cada 100 empleos, 33 eran ocupados por mujeres. A fines de 2022, eran 43. Es decir, mientras en veinte años las trabajadoras chilenas aumentaron su participación en la torta de empleo en un 30%, su participación en la torta sindical subió hasta un 115%. Esto demuestra que la feminización de la fuerza de trabajo no fue tan rápida como la feminización de la sindicalización. Por lo tanto, esta última no respondió sólo a una tendencia «espontánea».
Observemos las tasas de sindicalización entre 2002 y 2022. Mientras los hombres pasaron de un 15,3% a un 15,7%, las mujeres lo hicieron de un 8,2% a un 16,7% [más en ANDRADE 2021]. Sin embargo, este aumento en la tasa de sindicalización de trabajadoras en las últimas dos décadas en Chile no se ha dado en igual proporción en los cargos dirigenciales de dichos sindicatos. Si en 2002, el 18% de los puestos de dirigencias eran ocupados por mujeres, en 2021 (información disponible), era de un 33%. Este desfase también ha sido expuesto en estudios previos [RIQUELME Y ABARCA 2015].
La baja participación en las dirigencias sindicales de las trabajadoras chilenas responde a condiciones estructurales que se cruzan con el mandato histórico de las mujeres como encargadas principales de la reproducción del hogar; por lo que la actividad sindical, especialmente en un puesto de dirigencia, se convierte para ellas en una jornada adicional. Las mujeres dirigentas deben cumplir con su rol de asalariadas, cuidadoras en el hogar y sindicalistas, y en esta triada se centra el conflicto en torno a la participación activa de las mujeres en organizaciones sindicales [ARTEAGA et al. 2021].
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El aumento en la tasa de sindicalización de las mujeres en Chile durante las últimas dos décadas es una excelente noticia. Una vasta literatura internacional demuestra que a mayor sindicalización, no sólo mejoran las condiciones laborales y salariales, sino también el poder político, entendido éste como influencia en las decisiones que afectan la sociedad [BOSCH 2021; HAYTER y WEINBERG 2011; KEUNE 2021; OECD 2019; VISSER 2019]. Así, en entornos sindicalizados, y en especial en aquellos en los que existe negociación colectiva de alta intensidad y alta cobertura, la desigualdad de ingresos disminuye y los países se democratizan.
En Chile, sin embargo, aun cuando las trabajadoras mujeres han impulsado un aumento en la tasa de sindicalización general, también lo ha hecho la desigualdad entre ganancias y salarios. En 2002, por cada 8 horas de trabajo, 4,5 se destinaban a pagar salarios y 3,5 se volvían ganancia íntegra del capital. En 2018 la proporción fue de 3 y 5 [DURAN y STANTON 2021]. Algo pasa con la participación sindical en Chile que no se está traduciendo fuertemente en una mejor distribución del excedente, y, presumiblemente, tampoco de las decisiones productivas y sociales.
Se necesita un impulso sindical de mayor alcance, y que la mayor parte de la población ocupada esté organizada. En ese sentido, el activismo sindical femenino puede ser una inspiración para los varones. Si los hombres hubiesen tenido el mismo aumento en la tasa de sindicalización que las mujeres, hoy el porcentaje nacional de afiliación sindical sería de un 34,7% en lugar de un 16,1%.
Pero no es suficiente. Junto con lo anterior, urge avanzar hacia un sistema que permita resultados más rápidos en la reducción de la desigualdad. La negociación por rama, rubro, actividad o sector es inclusiva y va en esa dirección [DURÁN 2022]. La negociación colectiva por rama de actividad económica puede ayudar a recuperar una mayor parte del excedente que hoy se queda en el grupo propietario y dirigente de las empresas. Además, la negociación colectiva ramal es una estrategia que podría ayudar a construir equidad interna en los sindicatos y en los espacios laborales, mejorar la efectividad sindical, y ampliar horizontes políticos a partir de solidaridades más amplias.
Por otro lado, es importante que se abra la discusión al interior de las organizaciones sindicales para hacer de la participación sindical femenina una oportunidad de cambio en la configuración de sus dirigencias, y para pensar y diseñar un mapa de acción acorde al presente del mundo del trabajo que traspase las paredes de las empresas y llegue a los hogares, donde también las trabajadoras cumplen un horario laboral, aunque sin descanso ni feriados.
Garantizar las actividades que producen y reproducen la vida es tarea fundamental de la clase trabajadora en su conjunto [FEDERICI 2018]. El capital, que necesita fuerza de trabajo cuidada y en condiciones para que realice su jornada laboral, se ahorra ingentes costos con las tareas de cuidado que han sido históricamente realizadas por las mujeres gratuitamente. Es el capital el que debe pagar por las tareas que reproducen la vida y el tiempo necesario para aquello, sin endosar ese costo a la clase trabajadora, especialmente a las mujeres. Y la precariedad impacta directamente en la intensidad de la carga horaria global de trabajo, especialmente para las mujeres que deben buscar mayores ingresos mientras se hacen cargo de las labores domésticas.
Exigencias sindicales como reducción de jornada horaria, aumentos salariales para personas cuidadoras, pre y post natal parental, sala cuna para madres y padres son algunos ejemplos para avanzar en la conquista del bienestar de la clase trabajadora. La construcción de un horizonte emancipador obliga a pensar el amplio proceso de trabajo en el cual se socialicen todas las tareas vitales y el capital de una vez por todas pague el trabajo gratuito de las mujeres.