Qué es la democracia iliberal y por qué nos obliga a estar alerta
10.11.2022
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
10.11.2022
Legitimados por votaciones populares, varios gobiernos hoy en ejercicio en el mundo instalan prácticas autoritarias que suponen un retroceso en conquistas democráticas. Esta columna para CIPER, detalla sus estrategias y advierte sobre sus riesgos: «La democracia no conduce necesariamente a la libertad. También puede conducir al autoritarismo si se confunden las nociones en torno al concepto mismo de democracia.»
Fue el politólogo estadounidense Fareed Zakaria quien utilizó por primera vez, en 1997, el concepto de «democracia iliberal». El término designa un régimen que se basa en el respeto a las elecciones democráticas pero que desconfía de los otros aspectos de la democracia. Es, en otras palabras, el mal uso de las herramientas democráticas con fines «antiliberales», tales como las revisiones de la Constitución hacia un sentido de más autoritarismo y/o el control de los nombramientos desde el Ejecutivo.
Yascha Mounk, politólogo y profesor de la Universidad de Harvard, defiende la tesis de que la democracia liberal está hoy amenazada desde dos frentes: el «tecnicismo antidemocrático» y el «populismo iliberal» [MOUNK 2018]. Este último, legitimado en el voto de la mayoría, pretende hacer caso omiso de las limitaciones que per se impone el Estado de Derecho. En efecto, tanto las democraduras (Putin, Erdogan; ambos juntos en la imagen superior) como las «democracias iliberales» (Hungría, Polonia) se someten al sufragio universal; pero cuando pueden vilipendian, condenan y rechazan la separación de poderes, los contrapoderes y las salvaguardas institucionales puestas al ejercicio del Ejecutivo. La plasmación más acabada de «democracia iliberal» sería la Hungría del actual Primer Ministro Viktor Orban, la cual constituye «el único modelo exitoso al cual todas las formaciones ultraderechistas pueden mirar» [FORTI 2021] y a cuyo líder el mismísimo ex estratega en jefe de la Casa Blanca, Steve Bannon, considera como el «Trump antes de Trump».
El pasado 3 de abril, los votantes húngaros otorgaron a Viktor Orbán su cuarto mandato consecutivo. Su partido, Fidesz, aliado con el Partido Popular Demócrata Cristiano (KDNP), obtuvo 135 escaños de 199 y alcanzó un resultado sin precedentes del 53,13% de los votos. Se trata de una verdadera «success story» política en curso, cuya huella muestra la persistencia por limitar lo más posible los principios de la democracia liberal: reforma del Tribunal Constitucional, ataques a la independencia de la Justicia y a las acciones de las ONG, a la libertad de prensa, a los derechos de las personas LGBTQ+, etc. Desde 2014, Orbán se declara contraria a los «dogmas e ideologías» de las democracias liberales occidentales: «No es porque un Estado no es liberal que no pueda ser una democracia», argumenta.
Lo observado en Hungría se suma a otras muchas pistas de una fase de autoritarismo que en varios países parece estar dejando atrás los códigos más reconocibles de la antigua ideología fascista, horadando de todos modos los derechos democráticos conquistados en el siglo XX. «La democracia iliberal no censura directamente los medios, ni instaura un partido único, pero reseca lo más posible el ecosistema del pluralismo», indican Sylvain Kahn y Jacques Lévy [2019]. Los líderes son elegidos democráticamente pero de todos modos pueden privar paulatinamente a sus ciudadanos de sus derechos fundamentales. Cuestionan la independencia del Poder Judicial, buscan escapar de los cuestionamientos legítimos e indispensables en la aplicación de su poder —y, además, debilitan todos los contrapoderes—, reduciendo libertades académicas y de prensa.
«El iliberalismo debe entenderse solo como una ideología que mira con escepticismo al liberalismo tal como existe hoy en la práctica. Esto significa que solo los países que han experimentado alguna forma de liberalismo y democracia pueden considerarse países iliberales», enfatiza Marlène Laruelle, para quien «Europa Central es probablemente el principal campo de juego del iliberalismo», aunque hay otros ejemplos en el mundo, como Estados Unidos («por tener importantes electorados conservadores y de extrema derecha»), Israel o incluso India, Filipinas y Brasil
En efecto, no solo en los ex países «comunistas» que se situaban del otro lado del Muro de Berlín, se pueden encontrar partidarios del modelo iliberal, sino también en varios otros del mundo occidental, inclusive en un país donde el liberalismo político fue definido como el proyecto filosófico fundador. Aunque no aparecerá hasta el próximo año, el próximo libro sobre este asunto del profesor de ciencias políticas de la U. de Notre-Dame (South Bend, Indiana) Patrick Deneen se encuentra en el tope de pedidos anticipados por Amazon (Regime Change. Toward a post-liberal future). Hoy en Estados Unidos existe una nebulosa de pensadores católicos muy activa que aboga por una inversión del liberalismo político para acabar con el aborto legal, los estudios de género, el llamado wokismo… Todos esos derechos y dinámicas que existen, según ellos, gracias a la democracia liberal. Se trata de una visión populista que inspira a muchos políticos republicanos, y que da esperanza a quienes quieren ver de nuevo a Donald Trump en la Casa Blanca.
Más cerca nuestro, la victoria de Lula en las recientes elecciones presidenciales no borra «la influencia fundamental del bolsonarismo sobre todo el sistema político brasileño», según Juliette Dumont. La académica recuerda que el ex presidente Bolsonaro ha designado a muchos militares en la alta administración federal con los que Lula necesariamente tendrá que negociar para formar un nuevo gobierno. Además de pasar a la segunda vuelta, y de perder con una cifra altísima en esta, el presidente saliente ha logrado que un gran número de sus allegados sean electos al Parlamento. Al ganar 99 escaños de 513 en la Cámara Baja del Congreso de Brasil —tres veces más que en 2017—, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro le dio al sector ultraconservador su mejor resultado en más de cuarenta años. En el Senado, el PL de Bolsonaro obtuvo 14 escaños contra solo 8 del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y se convirtió así en la primera fuerza de la Cámara Alta. La ultraderecha también avanzó entre los gobernadores electos del país. Esa omnipresencia institucional es posible gracias a fuerzas conservadoras muy importantes que apoyan al presidente saliente y casi lo fanatizan para algunos, ya que recordemos que ese líder es apodado «el mito» por sus simpatizantes. La mejor prueba de aquello es la cantidad de protestas y bloqueos, al igual que llamados a Golpe de Estado, que hemos visto después del anuncio de los resultados finales.
La democracia no conduce necesariamente a la libertad. También puede conducir al autoritarismo si se confunden las nociones en torno al concepto de democracia [ZAKAIA 2003]: están quienes la definen como «una simple celebración de elecciones, la participación en las votaciones, el derecho de los ciudadanos a participar en el debate político. Pero existe una segunda definición de la democracia liberal, que va más allá porque, además del voto, establece el Estado de derecho, la separación de poderes, la separación de la Iglesia y del Estado, la protección de los derechos individuales y la protección de las minorías.»
Los anteriores son elementos que varios gobiernos y grupos políticos en el mundo hoy ponen en tela de juicio. Observamos claramente, en numerosas democracias modernas y liberales, la voluntad de algunos de desdibujar la separación consagrada y estricta entre la esfera espiritual —es decir, el poder religioso— y el poder secular / profano. Del mismo modo, vemos que detrás de un conservadurismo elocuentemente reivindicado, siempre se trata in fine de implementar la reducción de los derechos de quienes no son considerados como perteneciente a una determinada comunidad nacional.
Puede ser positivo que vivamos tiempos que no reproduzcan como un calco lo que sucedió en la primera mitad del siglo XX. Pero eso no quita que podamos percibir algunos aires de déjà vu. Ya escribió Albert Camus en su ensayo El exilio de Helena (1948): «El sentido de la Historia, no es el que uno cree. Este se encuentra en la lucha entre la creación y la inquisición». Pareciera que el siglo XXI no escapará a esta regla indicada por el escritor. Chile incluido.