El Frente Amplio en su encrucijada: institucionalización y amplitud
20.10.2022
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20.10.2022
Del momento de crisis para agrupaciones políticas en general, no se salva una coalición relativamente joven, como la del Frente Amplio. Pese a su evidente avance electoral, la colectividad todavía tiene como tarea pendiente construir partidos fuertes y con inserción territorial, entre otras deudas descritas en esta columna de opinión para CIPER. Ante el resultado del Rechazo, se advierte: «Los desafíos que enfrenta la coalición no pueden, por lo mismo, reducirse solo a su despliegue en el Estado, sino también a la forma en que el FA se ha constituido como espacio político, su relación con la institucionalidad y su vinculación con la sociedad civil.»
A diferencia de la mayoría de los países en Latinoamérica, tempranamente en Chile se consolidaron durante el siglo XX partidos con la capacidad de representar intereses sociales e integrar a las masas populares dentro de la política nacional. No obstante, es un consenso transversal que los partidos actuales tienen pocas herramientas para representar y canalizar institucionalmente los intereses de una sociedad cada vez más desafecta de la política.
Fue precisamente en este contexto de desafección que el Frente Amplio (FA) logró convocar a las agrupaciones más relevantes que emergieron de las movilizaciones inauguradas por el 2011, y en pocos años conquistar un espacio indiscutible dentro de la política nacional. Sin embargo, su vertiginoso ascenso no ha frenado la progresiva crisis que enfrentan los partidos y, por el contrario, resulta paradójico que el éxito electoral de la coalición se haya logrado a contrapelo del fortalecimiento de los partidos que la componen.
La contundente derrota en el plebiscito constitucional sumada al avance de Socialismo Democrático (SD) han levantado las alarmas sobre el actual estado de las organizaciones que componen al FA (principalmente Comunes, Convergencia Social y Revolución Democrática). Muchas de ellas han tenido dificultades para movilizar a sus propios militantes, han experimentado múltiples quiebres en los últimos años o presentan dificultades para erigir direcciones capaces de determinar el debate público. Los desafíos que enfrenta la coalición no pueden, por lo mismo, reducirse solo a su despliegue en el Estado, sino también a la forma en que el FA se ha constituido como espacio político, su relación con la institucionalidad y su vinculación con la sociedad civil.
I.
La contundente derrota en el plebiscito del pasado 4 de septiembre supuso un duro golpe para los partidos que impulsaron al Apruebo. No obstante, distintos sectores de centroizquierda y de centro han aprovechado hasta ahora la oportunidad para retomar la iniciativa e intentar revalidar la memoria de los últimos «30 años». Dicho esfuerzo no solo es un ejercicio de autovalidación, sino un intento por disciplinar a una fuerza cuyo origen se encuentra precisamente en una crítica profunda a las administraciones concertacionistas y de la derecha.
En paralelo, el avance de las fuerzas que hoy componen SD y las múltiples incógnitas relacionadas con el futuro del proceso constituyente, han restado iniciativa a un FA que, por la posición que ocupa en el gobierno, ha concentrado los costos asociados a las recientes derrotas y errores de la actual administración. La respuesta de parte del FA se ha centrado, así, más en no perder espacios dentro del gobierno que en un ejercicio legítimo por reflexionar en torno a sus propias falencias y construir una nueva hoja de ruta que genere sentido en la ciudadanía.
Buena parte de dichas falencias políticas y organizacionales derivan de su temprano acceso hacia el Estado desde la sociedad civil. No solo en Chile, son múltiples los casos de partidos emergentes de izquierda cuyo ingreso temprano en la institucionalidad ha generado tensiones internas derivadas de la incapacidad de construir síntesis entre las dinámicas propias del Estado y aquellas de la militancia de base o inserta en organizaciones sociales [DUNPHY y BALE 2011]. En concreto, los partidos de izquierda enfrentan tensiones importantes cuando deben pasar de la representación del malestar a la materialización de soluciones en un sistema institucional que por esencia se basa en la negociación. El problema es mayor en aquellas organizaciones que, debido a su incipiente institucionalización, no han desarrollado espacios internos en los que procesar sus diferencias políticas. No es llamativo, por lo anterior, que el FA haya enfrentado múltiples quiebres en su corta historia. La coalición tuvo pocos años para consolidar partidos institucionalizados antes de asumir la tarea de dirigir un gobierno.
Ciertamente dichos quiebres no han impedido a la coalición obtener avances electorales sustantivos. Sin embargo, y sumado al punto anterior, en los últimos años el FA ha tenido notorias falencias en lo que respecta a su amplitud social y política, y sus principales apoyos todavía se circunscriben a la Región Metropolitana, Valparaíso y algunas capitales regionales. Por otro lado, el FA se caracteriza por una baja institucionalidad.
De igual forma, el FA todavía presenta una baja robustez orgánica y una vida militante poco «vibrante» [ROSENBLATT 2018]. Al no existir dichos espacios para procesar la política de la coalición, en la práctica se han instalado conducciones fácticas por parte de figuras o sectores que operan en paralelo a los espacios formales de los partidos. En buena parte, la instalación de esta cultura al interior del FA ha contribuido a debilitar los espacios formales de elaboración política y a las mismas directivas partidarias.
La debilidad —y en algunos casos, inexistencia— de espacios de elaboración desde los cuales pensar una política para intervenir a nivel social e institucional despojan al FA de herramientas para enfrentar las tensiones derivadas de su acceso temprano a las instituciones. Al no existir un espacio donde construir síntesis entre tipos de militancias y prioridades que operan en dimensiones distintas, solo se refuerzan las tendencias hacia el conflicto interno y la dispersión; o, peor, a la negación de dichas falencias. Es por esto que, como fuerza política, el FA corre el riesgo de perpetuar la tendencia que han seguido partidos de todo el mundo en una expansión y normalización del «atrápalo-todo» [KIRCHHEIMER 1969]; la conversión en partidos «profesionales-electorales» [PANEBIANCO 1990] o «cartel» [KATZ y MAIR 1995]; o la organización en torno a emprendedores políticos. Se trata de reflejos de un fenómeno mundial relacionado con el avance de asociaciones que, siendo efectivas electoralmente, ofrecen cada vez menos herramientas para integrar intereses sociales, generar sentido en la ciudadanía y, por consiguiente, cumplir su rol como puente entre la sociedad civil y el Estado.
El FA está lejos de ser un ejemplo de este tipo de organizaciones. No obstante, es innegable que en los últimos años la coalición ha tendido a priorizar su inserción institucional por sobre otras dimensiones de la política y el fortalecimiento de sus propios partidos. Paradójicamente, la inserción en masa del FA hacia el Estado no ha permitido consolidar una conducción clara en la dirección del gobierno y las reformas; en buena medida, por las falencias orgánicas y políticas arrastradas.
II.
Lamentablemente no existen caminos cortos hacia la consolidación de partidos políticos fuertes y capaces de construir sentido en la ciudadanía. Los partidos del Frente Amplio tienen la tarea de buscar un equilibrio que le permita intervenir en las distintas dimensiones de la política, tarea particularmente compleja en un contexto en el cual buena parte de los cuadros frenteamplistas están ingresando al Estado. El riesgo consiste no solo en que la política orientada hacia la conducción estatal termine por copar todo el debate partidario, sino que además termine vaciando de militancia a organizaciones que todavía se encuentran a medio camino de su consolidación.
Por otro lado, el FA debe asumir la amplitud social como una tarea inmediata, que le permita superar la identidad que se ha construido, y han construido, en torno suyo; y en particular superar el marcado carácter profesional y propio de clases medias consolidadas que proyecta hacia la ciudadanía. Dicha tarea es aún más importante en el marco de una política que progresivamente se está alejando de las coordenadas izquierda/derecha, y avanza hacia al elusivo eje «élite-pueblo» (sea dicha élite política o económica) [ver «Ni “pueblo” ni “élites”: otro diagnóstico del estallido social al Rechazo», en CIPER-Opinión 30.09.2022].
Finalmente, quizás el primer (y más importante) paso sea volver a invertir en el fortalecimiento de los partidos de la coalición. Ninguno de los desafíos del FA puede ser abordado sin la existencia de direcciones con capacidad de conducir y de intervenir en el debate público. Tampoco parece plausible reconquistar posiciones a nivel de la sociedad civil sin el apoyo de partidos con presencia territorial y una política clara de reclutamiento y formación. De igual forma, es imposible contar con un FA que avance unido sin antes validar aquellos espacios electos democráticamente por la militancia, como los canales para procesar diferencias internas, elaborar política y, por sobre todo, tomar aquellas decisiones que guiarán al conjunto de la militancia y autoridades electas.
No existen salidas burocráticas a problemas políticos. El FA ha introducido una renovación importante al sistema de partidos chileno. Sin embargo, sigue siendo una de sus deudas pendientes más importantes el dotar de partidos fuertes y enraizados en la sociedad civil al ciclo de transformaciones que atraviesa el país. El sistemático asedio de la oposición hacia el gobierno, así como el oportunismo con el que varios sectores han operado (incluso siendo parte del oficialismo) supone priorizar el fortalecimiento de los partidos como posibilidad de sostener el ciclo de cambios y dotar de una base sólida al actual gobierno.