Perros, gatos y osos
16.08.2022
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16.08.2022
«…uno llega a querer de forma tan crucial a estos seres, que a veces, nos resultan una suerte de hermanos menores, de amigos entrañables que maúllan o ladran y que nos regalan un silencio cargado de emotividad.»
Tengo la suerte de haber convivido gran parte de mi existencia con mascotas, principalmente gatos y perros. Digo suerte porque me da la sensación que los animales prolongan y enriquecen una dimensión distinta de los afectos, otorgándonos un acercamiento con la vida, que pese a entablarse con alguien no humano, habitualmente nos humaniza más. Aunque suene cursi decirlo (y yo me confieso cursi), muchas veces cuando hemos necesitado una mano, nos hemos encontrado con una pata.
Lo pienso de verdad, esta fría tarde magallánica, acompañado de mis gatos Laura Palmer y Oliverio Twist, mientras duermen plácidamente en los peldaños de la escalera y evoco aquella cita de Borges: «Dios creó al gato para darle al hombre la oportunidad de acariciar un tigre». Sé que a no todo el mundo le hacen sentido estas reflexiones. En una ocasión pretérita cierto escritor comentó que era exagerado culpar al rey de España por cazar un elefante, ya que era un rey y los monarcas se dedican a eso. ¿Derecho real a cazar por diversión una especie en extinción? Me cuesta pensar de esa manera.
En marzo murió mi gato Apolo tras acompañarme diecinueve años y ser alguien cercano en varios momentos decisivos de mi vida, y hasta protagonista de uno de mis cuentos. Lo enterré con una congoja gigantesca, como si se tratara de un familiar, y a riesgo de resultar extraño, confieso que a uno llega a querer de forma tan crucial a estos seres, que a veces, nos resultan una suerte de hermanos menores, de amigos entrañables que maúllan o ladran y que nos regalan un silencio cargado de emotividad.
Si hay perros vagos, jaurías o gatos que revuelven la basura, es porque la propia gente no los cuida, los deja de alimentar, no los esteriliza, los abandona a su suerte. Igual me alegra que nuestro país haya avanzado sustancialmente en sancionar el maltrato animal y entregar mayores herramientas para su protección y que la Propuesta de nueva Constitución haya abordado la problemática con asertividad.
Siempre me llamó la atención el rol que escritores como Jack London le otorgaban en sus escritos a lo animal. Novelas excepcionales como Colmillo blanco o Jerry de las islas daban cuenta de una relación fecunda de los animales con la redención de los seres humanos al comprender el origen de lo salvaje.
Se dice que la rivalidad literaria entre Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, además de todas las implicancias estéticas, históricas y filosóficas, también se acentuaba en que el primero era amante de los gatos y el segundo, de los perros. Y es fascinante, leer en sus poemas las alegorías que plantean en torno a estos hermosos animales, las imágenes cargadas de intensidad.
De igual manera, me pareció fascinante la verídica historia de Wojtek [foto superior], un oso pardo adoptado por los soldados de la 22° Compañía de Suministros de Artillería durante la Segunda Guerra Mundial, y que alcanzó el grado de sargento. El soldado polaco Piotr Maćkowiak se lo compró a un niño que lo encontró en una cueva, ya que al parecer unos cazadores habían matado a la madre. Según se cuenta en las crónicas, Wojtek durante la guerra no solo fue la mascota del batallón sino además colaboró con labores de carga y suministrando pesados proyectiles a los combatientes, al punto en que aquella imagen se convirtió en el emblema de la compañía. Estuvo incluso en la famosa batalla de Monte Cassino. Con el fin de la guerra, los soldados polacos fueron trasladados a Gran Bretaña, donde ingresaron triunfales a Glasgow con el oso soldado desfilando garboso. Acabó sus días con veintidós años en el Zoológico de Winfield Park, donde más de una vez lo visitaron sus antiguos camaradas de armas y Wojtek siempre los reconoció. Hoy, este curioso plantígrado posee un monumento en Cracovia.
En tiempos como los que hemos vivido, en que la política ha sido muchas veces una fórmula para deslegitimar liderazgos, llama la atención que la cultura popular haya tomado las mascotas, en marchas y manifestaciones, como representación de una resistencia o, en su efecto, como una proyección de nuestra fragilidad frente a las burocracias y la desigualdad. Nuestro cariño por esos seres nos recuerda la responsabilidad de los afectos, la existencia de una pureza que, sin embargo, persiste en aquellos animales que también comparten con la ciudadanía cierta sensación de desamparo, y tienen el derecho a existir bajo el mismo cielo que nos resguarda. Allí vive también la comprensión de una humanidad más generosa.