La carta de Lagos, el golpe portaliano y la disputa de «la Constitución material»
07.07.2022
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07.07.2022
«La continuidad del Golpe de 1973 en los vencedores de 1988 puede fraguarse nuevamente si acaso la nueva Constitución no logra implementarse.» Sobre el vínculo atávico entre la actual discusión constituyente, el recelo de ciertos sectores hacia ésta y el recurrente autoritarismo de raíz portaliana avanza esta columna de opinión para CIPER.
Todas las luchas por los derechos de los pueblos de Chile podrán encontrar una profundización en el nuevo texto constitucional que la Convención recientemente ha propuesto al país. Esto significa consumar la promesa abierta en los años 80, cuando las movilizaciones populares empujaron a la dictadura de Pinochet a una salida democrática y, si se quiere, a restituir el anhelo que trajo la Unidad Popular truncado por el Golpe de Estado de 1973.
Pero el Golpe no es un «hecho» histórico, sino una «racionalidad política» que no ha dejado de acontecer en los últimos cincuenta años, otorgándole a una minoría (la derecha) el poder de una mayoría. Si se quiere, se trata de una racionalidad fáctica que reproduce y hace reverberar al Golpe para impedir toda rearticulación de la imaginación popular aplastada en 1973. Designa, en rigor, un continuum que anuda a la dictadura con la democracia en una misma espectralidad.
El Golpe ha sido siempre permanente frente a esa imaginación a punto de brotar, ensamble de un verdadero katechón (fuerza frenante) que tiene una genealogía precisa en el erario de la modernización de la República desde principios del siglo XIX: Diego Portales Palazuelos. El «portalianismo» será la racionalidad política que opera fácticamente a partir de la declaración de la excepción y, eventualmente, de la puesta a punto de la dictadura [ver más en «El fantasma portaliano: desprecio y violación a la República», CIPER 15.04.2022]. Para el portalianismo, el pueblo se presenta siempre «vicioso» (como en el común de las repúblicas latinoamericanas, decía el ministro), carente de virtudes cívicas. Por tanto, el pueblo nunca puede gobernar ni menos gobernarse a sí mismo, siempre necesita de la élite que le imprima mínimas virtudes y le gobierne «fuerte y centralizadamente», siempre desde arriba hacia abajo.
La continuidad del Golpe de 1973 en los vencedores de 1988 puede fraguarse nuevamente si acaso la nueva Constitución no logra implementarse.
En efecto, de aprobarse la nueva Constitución, ello no garantizará la realización de las transformaciones que propone sino se la asume como un campo de disputa histórica y política por las prácticas y discursos que la vuelvan efectiva. Es lo que denominamos «Constitución material», que hace que la formalidad del texto jurídico devenga un mundo.
No bastará con el acto performativo de «aprobar», sino que se requerirá de la composición de fuerzas capaces de ponerla en práctica, desactivando al portalianismo. La continuidad del Golpe actualiza al fantasma portaliano una y otra vez, en la medida que el Golpe no ha sido más que el golpe portaliano. Me parece que estamos ad portas de otro golpe portaliano. Esta vez sin militares a la calle, sin siquiera descontrolados policías, menos aún con Hawker Hunters bombardeando La Moneda. Pero sí con medios masivos bombardeando de clichés a los pueblos, y rodeados de astutos políticos que aguardan en el Congreso Nacional la llegada de la nueva Constitución.
Hace unos días, el ex presidente Ricardo Lagos publicó una carta en la que se deja entrever la vía del dicho golpe. En ella se plantean dos asuntos de los cuales se desprende un tercero y fundamental. En primer lugar, la carta establece una equivalencia ficticia entre las dos constituciones, la de 1980 y la de 2022, aduciendo que ninguno de los dos textos «unen a Chile», y consumando así la primera operación orientada a neutralizar o, si se quiere, despotenciar la vida del nuevo texto constitucional. Con ello deslegitima la Propuesta de Constitución Política, y destruye su vocación profundamente democrática.
En este sentido, el gesto portaliano de Lagos es crucial: frente a la potencia democrática de la nueva Constitución, el ex presidente la desprecia porque, según él, no la considera expresión de las mayorías (sería tan «partisana» como la de 1980, para usar la jerga de la derecha que Lagos, el socialista, usa sin problemas).
Segundo, esto lleva a Lagos a exigir una Constitución que efectivamente represente consensos entre las fuerzas que hoy aparecen divididas entre las opciones plebiscitarias del Apruebo y el Rechazo. Lagos aparece como Aylwin: en un afán reconciliatorio en el que caben «civiles y militares».
Tercero (no explicitado): al no aceptar las dos constituciones —convirtiéndolas en equivalentes, e insistir en la estrategia de «unir» a Chile—, Lagos puede situarse en un «afuera» excepcional por el que ejerce su juicio soberano y actualiza, así, el fino arte de gobierno portaliano que siempre espera tras las sombras para asestar su golpe. Lagos intenta restituir su figura pastoral, abalanzarse como el gran padre de Chile para salvarlo de su debacle. Sin embargo, se trata de un golpe civil, una forma precisa y exenta de la monumentalidad de 1973, silenciosa y que solo puede mantenerse en las sombras apareciendo a la luz pública como quien sabe gobernar y, supuestamente, puede elegir qué es «lo mejor para Chile».
¿Golpe? Sí, pero destinado a situar en el Congreso Nacional la mesa negociadora entre las fuerzas
para «consensuar» una nueva Constitución; poder constituido compuesto con miembros elegidos bajo el manto del Ancien Règime que tendrá cuatro años de vigencia (¡inédito!; esto ya es parte del golpe).
¿Golpe? Sí, pero institucional y ejercido contra la nueva Constitución ofrecida por los pueblos de Chile; en suma, un golpe contra el propio proceso constituyente que se intentará aplastar en su propio nombre. De hecho, podrán consumar el golpe arguyendo que «lucharon contra la dictadura», como si ese eslogan fuera una pieza de su currículo, y como si la lucha contra la dictadura hubiera sido obra de individuos iluminados y no de las potencias de los pueblos de Chile (que también fueron desconocidas por el relato de los treinga años forjado por la ex Concertación).
A esta luz, resulta altamente significativo que, de consumarse esta operación, el país quedaría efectivamente liberado de los cuerpos de Pinochet, tanto de su cuerpo físico como de su cuerpo institucional (su Constitución), pero capturados enteramente al cuerpo que yacía en las sombras y en silencio: el cuerpo de Portales. El golpe portaliano nos podrá despojar del pinochetismo, pero nos recordará que nunca salimos del portalianismo. Así, para sobrevivir al levantamiento general de los pueblos de Chile, el fantasma portaliano podrá ejercer su golpe y restituir con una nueva Constitución «consensuada» los privilegios oligárquicos.
Por supuesto, el triunfo del Rechazo o del Apruebo condicionan diferentes composiciones de fuerzas. De ganar el primero, el golpe portaliano será mucho más fácil. El segundo hará el asunto un poco más difícil, pues ello permitirá defender la legitimidad del proceso constituyente previo urdido por la Convención. Pero todo estará perdido, si los pueblos de Chile no entran en la segunda etapa de la estrategia: la disputa por la «Constitución material». Solo esa disputa puede impedir la consumación del «plan Lagos» que, como se deja entrever, consistirá en sentar a las dos fuerzas recién salidas del plebiscito y sentarlas a negociar el texto constitucional en el Congreso: esta corporación del Ancien Règime será el escenario en el que se podría terminar de faenar a la nueva Constitución, incluso a través de una comisión de «expertos» —es decir, una Comisión Ortúzar renovada—, tal como ha propuesto la derecha.
La vía de Lagos es la de la consumación del golpe portaliano. El momento en que el progresismo que abogó ingenuamente a despojarse de «la Constitución de Pinochet» y nunca comprendió que tras el cuerpo del vetusto militar yacía, plácido, el de Portales, ni que de lo que trató la revuelta popular de octubre de 2019 con la destitución de los signos del capital no se reducía a Pinochet, sino a lo que Pinochet condensaba como historia del despojo y configuración de la República (y esta última como fantasma del imperio hispano muerto con sus quinientos años de devastación).
Se trataba, en suma, de ese fantasma portaliano que, en su carácter axiomático, ha podido ordenar, una y otra vez, la relación Estado-Capital de la República de Chile. El pinochetismo era un portalianismo adecuado a los tiempos neoliberales. Y Lagos podría asestar el golpe portaliano necesario para readecuar dicho arte de gobierno a los nuevos tiempos postransicionales.
Y, entonces, todo será una réplica de 1988: podrá ganar el Apruebo formalmente, pero triunfará, fácticamente, el Rechazo.
En eso consistirá el «consenso» que dará origen al Nuevo Pacto Oligárquico, cuyo único triunfador habrá sido el fantasma portaliano. Gatopardismo, se puede llamar también a la operación en curso. Se trata, por tanto, de un golpe civil. En rigor, parlamentario; o, como se dice en la jerga contemporánea, de un lawfare contra el propio proceso constituyente que solo encontrará continuidad al precio de no proponer transformaciones fundamentales.
Nos pondrán a discutir infinitamente en una mesa para no llegar a nada, y así transformar las potencias populares en la inercia necesaria; o, en jerga portaliana, en «el peso de la noche» que silenciosamente y sin anuncios, pero con prácticas excepcionalistas y actos muy singulares, podría capturar el proceso. Por eso el desafío estratégico consiste en defender la nueva Constitución no solo votando Apruebo el próximo 4 de septiembre, sino disputando la «Constitución material» para impedir la consumación del golpe portaliano y la estructuración del Nuevo Pacto Oligárquico para el siglo XXI. ¿Quién defiende la Constitución? Los pueblos de Chile como su tarea más inmediata y urgente.