Cuánto es mucho (o sobre la interpretación de porcentajes)
21.06.2022
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21.06.2022
El desfile de encuestas y cálculos en el debate público obliga al rigor básico sobre qué se asume son los totales de referencia en cada medición. No es tan sencillo como partir del 100 por 100, argumenta en esta columna para CIPER un académico de Sociología, con varios ejemplos al respecto.
A diario asistimos a un baile de cifras en los medios de comunicación; la mayor parte de ellas, entregadas como porcentajes. Existe el supuesto de que los ciudadanos entienden dicha medida, y que la misma facilita la lectura general de fenómenos de la realidad mediante una interpretación «científicamente» fundada. Es decir, los porcentajes serían la evidencia convertida en números, en un formato consumible.
Sin embargo, la tentación de hacer uso de tantos por ciento ha llevado a que el supuesto de comprensión se haya vuelto difícilmente sostenible, llegando a constituir un desfile de cifras que a menudo confunde más que ayuda. No es que pongamos peras y manzanas juntas, sino que las verdades, las medias tintas, las falsedades y los disparates parecen convivir como iguales.
Es, justamente, para ayudar a realizar interpretaciones con cierto criterio que sugiero los siguientes tres principios:
(1) A menudo —si no casi siempre—, el 100 por 100 (ciento por ciento) no existe. En ocasiones existe en teoría, pero nunca en la práctica. Un buen ejemplo de ello es la proporción de personas que acuden a votar. Jamás es posible esperar (ni creo que se haya dado nunca) un 100 por 100 de participación. Por diversas razones (viajes nacionales e internacionales, enfermedad, indisposiciones varias, falta de oportunidad, trabajo, desconocimiento, dificultades con la actualización de los registros, entre otras), y como acumulado de todo ello, se podría decir que generalmente un 90 por 100 sería, cuando mucho, el número máximo que se esperaría de un evento político de esta naturaleza. Dicho en otras palabras: en lugar de decir que fue a votar un 50 por 100, se debería decir que fue a votar un 50 por 90, lo que es una cifra más amable y realista. Aquí lo que importa es saber que existe una población total rectificada a la baja por factibilidad, pero al menos existe el total, los ciudadanos adultos con derecho a voto.
(2) Tenemos situaciones en las que el 100 por 100 no está claro, o sencillamente no es el 100. Este es generalmente el caso de la aprobación presidencial. Lo de Michelle Bachelet al final de su primer mandato —en torno a un 80 por 100— es un espejismo, pues las cifras que ella obtuvo en la época fueron más una excepción que la regla y nunca se volvieron a repetir, ni siquiera para la misma figura presidencial (esto muy probablemente tuvo que ver con las efectivas medidas anticíclicas que puso en marcha su gobierno y que suavizaron el fuerte golpe económico en el contexto internacional tras el hundimiento de las hipotecas de alto riesgo —conocidas como subprime— y sus muchos efectos amplificados; un hecho quizás hoy parcialmente olvidado en su gravedad en Chile). Considerando este ejemplo como excepcional, el argumento en este punto es que cuando una distribución incluye a una parte de un todo, no puede ser utilizado el todo como referencia sino la parte (que deviene la verdadera totalidad). O sea, si se divide la distribución política e ideológica en dos mitades, aunque fueren asimétricas o desiguales para algún lado, se debe recalcular el denominador o dicho 100. A propósito de ello —y para ser generosos con el progresismo—, sobre la base de los resultados de las últimas elecciones presidenciales y de la elección de integrantes para la Convención Constitucional, si se supone que un 60 por 100 de los chilenos se ubican en la centro-izquierda, sería del todo adecuado valorar el 32 por 100 de aprobación de Gabriel Boric en la última encuesta CEP como un 32 de 60; esto es, uno de cada dos aprueban la gestión del Presidente (y no uno de cada tres).
(3) No es extraño que los medios o incluso trabajos académicos recurran a los porcentajes cuando en sentido estricto no es posible determinar una población total —es decir, un 100 por 100— debido a la naturaleza de un determinado fenómeno. Esto sucede con muchas comparaciones históricas sobre el resultado de un hito —por ejemplo, la cantidad de víctimas producto de enfrentamientos armados en La Araucanía que se han dado en el último tiempo entre un gobierno y otro—, y da como resultado cambios dramáticos. A veces se escuchan argumentaciones del tipo: «… en toda la última década había habido un homicidio por motivos políticos, mientras que en el último año ya llevamos ocho víctimas; es decir, un 700 por 100 más». Menciono cifras inventadas, pero que se asimilan a la lógica de las verdaderamente relatadas en las últimas semanas y que justifican una alarma social (por buenas razones). Sin embargo, este tipo de porcentajes son construidos sobre un momento arbitrario elegido en el tiempo —generalmente el de más o menos incidencia, según convenga—, cuando no existe una población total sobre la que hacer el cálculo porcentual. Si se quisiera tener tal referencia completa, se podría decir que de las aproximadamente 900.000 personas que viven en La Araucanía, una ó un 0,000001 por 100 murió en la última década por disparos intencionados en base a razones políticas, frente a un 0,000009 por 100 de los ciudadanos que sufrieron el mismo destino durante los últimos doce meses. ¿Sería esto correcto como conteo? Más bien, bastaría afirmar que 7 personas perdieron la vida en un breve lapso temporal frente a 1 en una temporalidad mucho más prolongada, lo que en sí mismo ya debería dar para generar inquietud y atención. En síntesis, respecto a nuestra argumentación sobre los porcentajes, lo relevante es que ignoramos cuál es el 100 o la población que debiese contener los hechos.
Los porcentajes son ofrecidos por los medios de comunicación sin cesar, contribuyendo decisivamente a construir el debate en nuestra esfera pública, y, a veces, alarmando a los ciudadanos por supuestas verdades en realidad mal constatadas. Sin embargo, determinar cuánto es mucho implica tomar con cuidado dichas cifras fácticas, y pensar no sólo si acaso el 100 por 100 sea posible, sino si resulta representativo de un determinado fenómeno de análisis, o sencillamente carece de sentido estricto dentro de situaciones en las que la población total se desconoce. En definitiva, el léxico de los porcentajes se ha multiplicado, pero saber cuándo y cómo acudir a tal herramienta facilitará la profundización de su uso más acertado, combatiendo así el riesgo de acelerar su futilidad.