El Tila: Un sicópata al acecho
02.09.2010
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02.09.2010
Cuatro periodistas recogen testimonios y se sumergen en archivos y expedientes para reconstruir la trágica historia de Roberto Martínez Vásquez, el Tila: una víctima que derivó en victimario.
Como los mejores thillers y policiales, este libro parte por el final: la noche del 13 de diciembre de 2002 en que Roberto José Martínez Vásquez, El Tila, se quita la vida en su celda de máxima de seguridad en la cárcel de Colina II, aprovechando un accidente de tránsito que deja su celda –y también la cámara con que lo vigilan- a oscuras. Ese instante es narrado en los siguientes términos:
“El gendarme Soto se tardó cerca de media hora en finalizar su inspección por la totalidad del módulo. Cuando llegó a chequear a Martínez nuevamente, llamó al detenido por su nombre y no hubo respuesta. Repitió la acción y nada. El gendarme miró por la ventanilla y, con la poca luz que se colaba desde el pasillo, vio a Martínez arrodillado en su cama, vistiendo calzoncillos y camiseta. Tenía el cable de la máquina de escribir atado al cuello y amarrado en el otro extremo a uno de los barrotes de la ventana. El muchacho se encontraba levemente inclinado hacia delante y aún se movía”.
El final es entonces el punto de partida de El Tila. Un sicópata al acecho (Catalonia/Ediciones UDP), libro firmado por las periodistas Constanza Cristino, Daniela Rosales, Fernanda Varela y Noelia Zunino. Con un estilo pulcro y directo, que se cuida de no atildar el horror, las autoras reconstruyen la corta vida de Martínez Vásquez para representar a una víctima antes que un victimario: los brutales crímenes protagonizados por el Tila –violaciones y un asesinato- son también un producto del abandono y la violencia que marcaron su crianza.
Así lo entiende Fernando Paulsen, quien en el prólogo del libro sostiene que “El Tila fue más que un criminal, lo que queda claramente reflejado en este libro: también fue un ejemplo de la desidia social, de la indiferencia vecinal por el abuso a pasos de distancia, del fracaso estrepitoso de las institución mandatada para hacerse cargo de los menores que cometen sus primeros delitos”.
Y así lo entiende el propio Martínez Vásquez: en una carta de respuesta al entonces ministro del Interior, José Miguel Insulza, quien deseó que el muchacho se secara en la cárcel:
Observo que por la calidad de sus ingresos difícilmente sus hijos lleguen a estar en riesgo social.
Usted habla de mi vida como si fuese para delinquir y no en delitos que cometí intentando mejorar el remedo de vida y familia que tengo
(…)
solicito que usted, como es profesional de informes, burocracia y estadística se dé un tiempo en su apretada agenda para leer los tales. Quizás de esta manea, ya que nunca será en terreno, se dé cuenta que muchos chilenos y yo nacimos delincuentes.
Respetuosamente se despide de usted.
Roberto José Martínez Vásquez
Delincuente habitual.
Esta y otras cartas y escritos del protagonista ilustran el carácter del llamado Sicópata de La Dehesa. Un fenómeno policial y mediático que no tardó en pasar al olvido, según reportan las autoras en el epílogo de esta historia:
“Al cumplirse cuatro años de su muerte, ya prácticamente nadie visitaba la tumba, ni por fervor ni por curiosidad. Bajo la cruz blanca el pasto había crecido y no había flores, salvo una rosa roja artificial que durante un tiempo estuvo atada a la cruz con un hilo celeste, y que luego se cayó sin que nadie se ocupara de volver a amarrarla”.
*Además, lea el capítulo «El Final»