Libros: Los riesgos de la meritocracia
10.06.2022
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10.06.2022
Son frecuentes las alusiones al mérito en el debate público y el análisis de representantes colectivos, autoridades y profesionales destacados. Sin embargo, no se trata de una categoría simple o siquiera justa de evaluación, describen los autores de esta columna para CIPER: «El mérito, así como la meritocracia, tiene una naturaleza problemática, y es sensato examinar cuidadosamente tanto su ausencia efectiva como su presencia ideológica, o su eventual realización como forma de hacer sociedad.»
La siguiente columna presenta algunas de las ideas contenidas y extendidas en el libro Mérito y meritocracia. Paradojas y promesas incumplidas, de varios autores (Renato Moretti y Johana Contreras [edi.]; Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2021).
¿Qué es el mérito? La respuesta a esta interrogante no es unívoca y presenta diferencias sociohistóricas. En la actualidad pareciera existir un consenso en torno a la combinación de talento y esfuerzo como los principales ingredientes del mérito, aunque la valoración de las cualidades meritorias difiera contextualmente. No obstante, la clave del mérito parece permear las diferentes esferas de la sociedad en las que necesitamos evaluar a otros y a nosotros mismos.
Pensemos en situaciones recientes de la política nacional. ¿Con base en qué cualidades escogimos a nuestros representantes en la Convención Constitucional? Alguien podría responder: con base en sus méritos. Pero podríamos preguntarnos, ¿Quién tiene más méritos: un abogado constitucionalista, una activista social, la líder espiritual de un pueblo originario, un actor, un ciudadano cualquiera? ¿Tiene más mérito un profesional joven con estudios de posgrado o un militante político de larga trayectoria?
La pregunta por el mérito está presente cuando juzgamos los sistemas democráticos; es decir, aquellos sistemas en que el poder no viene dado por el derecho divino, la pertenencia a una casta o la herencia familiar. La prensa destacó los méritos académicos de la primera presidenta de la Convención, aun cuando los motivos de su elección no eran estos. Muchos dudaron de su competencia para el cargo por ser mujer e indígena, de manera que las credenciales universitarias salieron al paso del cuestionamiento de su elección.
Del mismo modo, y en sentido inverso, se cuestionó el mérito del presidente Gabriel Boric para ocupar la primera magistratura, dada su juventud y no contar con el título de abogado. Como si la edad o las credenciales universitarias formaran parte de la ecuación que da legitimidad a las personas que ocupan cargos de representación popular.
De alguna forma, no parece bastar con la voluntad popular expresada a través del voto: necesitamos saber si las personas cuentan con los atributos del mérito al uso, para considerarlas dignas de ocupar roles de autoridad que no requieren credenciales específicas. Curiosamente, la democracia espera que sus representantes sean meritocráticos y no solo democráticos.
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Juzgamos cotidianamente el mérito porque funciona como un criterio de justicia. Nos parece bien premiar el mérito y sentimos que ocurre una injusticia cuando esto no se cumple. En el mundo laboral, las principales injusticias habituales derivan de transgredir expectativas de mérito: una persona incompetente o perezosa es recompensada o promovida; alguien se esfuerza mucho y no recibe un reconocimiento acorde; un tercero obtiene un cargo a través de pitutos.
De la misma manera, en la educación se espera que el rendimiento académico sea proporcional al empeño puesto en los estudios. Consideramos relativamente injusto que algunos estudiantes obtengan buenos resultados sin mayor esfuerzo, o que fallen a pesar de haberse preparado con ahínco para una evaluación.
Los ejemplos en torno a la actividad política, laboral y educacional sugieren una ubicuidad social del mérito: aparece cada vez que se debe poner en relación una posición social y la valía de alguien. ¿Le corresponde a esta persona ocupar tal cargo de responsabilidad, avanzar en la escala social, obtener un reconocimiento o una gratificación?
La meritocracia emerge como un régimen de distribución social basado en méritos. Entendida de esta manera, es un dispositivo que performa a la modernidad. Las sociedades modernas rehúyen de una valía personal basada en el azar y la herencia: la riqueza familiar, la pertenencia a una clase, la fortuna de un talento. Todo esto son atributos que no están bajo el control de las personas y que atentan contra el sueño de la libertad. En fin, son factores que erosionan el proyecto de una sociedad (realmente) moderna.
Sin embargo, en torno al mérito como principio de justicia o de la meritocracia como orden social existen múltiples problemas. Las hemos llamado «paradojas y promesas incumplidas». Empecemos por lo segundo: no se cumple la promesa de distribución social en base a méritos y todo indica que no podemos escapar individualmente de las grandes determinaciones sociales. La sociología no ha cesado de demostrar el incumplimiento de la meritocracia [1], e incluso en las sociedades más equitativas prevalecen factores adscritos como la etnia, la clase o el género sobre las trayectorias sociales [2]. Mientras, en el desigual caso chileno tiene lugar a la vez una alta predilección por la meritocracia y la percepción de que esta no se cumple [3].
En lo que respecta a las paradojas, la problemática se desplaza desde la realización de la meritocracia a su valor absoluto: si la meritocracia se cumpliera, ¿la sociedad sería realmente más justa y viviríamos mejor? La literatura y los trabajos presentados en nuestro libro alertan sobre los riesgos de la meritocracia. Una de las paradojas internas del principio meritocrático radica en la relación entre justicia e igualdad. En la meritocracia una sociedad puede ser justa y a la vez desigual, y solo aspirar a la movilidad social. La obra seminal de Michael Young, del mismo modo que Francois Dubet [4], sostiene que una meritocracia plena y real sería injusta y conflictiva, primando la lucha de todos contra todos y la responsabilización de los perdedores: «Ellos se lo buscaron».
Si la meritocracia tiene consecuencias sociales y subjetivas tan profundas y es a la vez una idea de la que no podemos escapar del todo, por lo menos debiese existir consenso en torno a lo que contará como mérito, y los mecanismos que compensarán las tendencias insensatas de su despliegue. Como señalamos desde el comienzo, el mérito depende del contexto sociohistórico. Por lo tanto, su concepto es discutible; su evaluación, disputable; y la legitimidad de la meritocracia, objetable. Debiéramos pensar la meritocracia menos como una solución, y más como un dilema que debemos abordar por medio de la política. Es decir, por medio de la democracia. Porque, aunque sea una paradoja y una promesa que no se cumple, la meritocracia afecta el desarrollo de la sociedad, de nuestras relaciones sociales y de nuestra subjetividad.
[1] Ver Bourdieu, P. y Passeron, J.C. (2018). La Reproducción. Elementos para una teoría del sistema educativo. Siglo XXI; Bernstein, B. (1989). Clases, códigos y control. Akal; Coleman, J. S., Campbell, E. Q., Hobson, C. J., McPartland, J., Mood, A. M., Weinfeld, F. D. & York, R. L. (1966). Equality of Educational Opportunity. US Department of Health, Education & Welfare. Office of Education; OECD (2019). PISA 2018 Results (Volume II): Where All Students Can Succeed. OECD Publishing.
[2] El economista Branko Milanovic, al hacer una estimación internacional y considerando solo la clase social, plantea que el destino social de las personas adultas estaría determinado por aspectos como el país y la clase social de origen en un porcentaje cercano al 80 %. El 20 % restante se repartiría entre otros condicionantes y las cualidades estrictamente personales, entre ellas el esfuerzo. Ver Milanovic, B. (2017). Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización. Fondo de Cultura Económica.
[3] Según el Estudio Longitudinal Social de Chile ELSOC 2016-2021 (COES), si bien en 2021 un 74,8% de los encuestados considera que el trabajo duro es importante para surgir en la vida solo 24,6% está de acuerdo con la afirmación “En Chile las personas son recompensadas por su esfuerzo”. Ambos porcentajes disminuyeron desde el 2018, año en que eran 79,6% y 29,6% respectivamente. Ver González, R. et al. Radiografía del cambio social.
[4] Young, M. (1962). The rise of the meritocracy. Penguin Books; Dubet, F. (2021). Desafíos y paradojas de la meritocracia. En R. Moretti y J. Contreras (Eds.) Mérito y meritocracia. Paradojas y promesas incumplidas. Ediciones Universidad Alberto Hurtado.