Cómo interpreta a Occidente la mente rusa
01.04.2022
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01.04.2022
Ciertas señas de la literatura clásica rusa pueden ayudar a comprender ideológicamente a Vladimir Putin y sus partidarios.
No pocos artículos se escriben en estos días para tratar de comprender los fundamentos ideológicos de las acciones del presidente ruso Vladimir Putin. Desde inicios de siglo [ver Alan Ingram, 2001; y Charles Clover, 2016) aparecen interpretaciones respecto de la posible influencia que sobre el mandatario tienen intelectuales rusos vinculados a la nueva derecha, tales como Alexander Duguin; sumado al rescate de filósofos reaccionarios, de la tradición de la emigración blanca (promonárquica y antibolchevique), como Ivan Ilyin. Respecto de esta última, cabe recordar que su dirigencia, con representación significativa de alemanes-bálticos y ucranianos, era fuertemente autoritaria, antisemita y violenta en su práctica política, por eso es entendible la influencia que tuvieron en la configuración del nazismo temprano [ver el trabajo de Michael Kellogg, en The Russian Roots of Nazism, 2005).
Pero hay que tener cuidado con las explicaciones simplistas y de ocasión, que muchas veces se pueden ver alimentadas por asignar a personas —en este caso, filósofos— más relevancia de la debida. Quizás un buen punto de partida sea preguntarse por la existencia o no de una cosmovisión de Rusia que conlleve una Weltanschauung (percepción interpretativa) de largo plazo en sus acciones y rol mundial. ¿Dónde buscar ese posible canon de ideas interpretativas en el mundo ruso? Puede ser útil seguir un consejo de Shimon Peres, ex Primer Ministro de Israel, quien después de reunirse con el escritor Alexander Solzhenitsyn escribió que a los rusos se les conoce por su literatura: «Pensé para mis adentros que la forma en que debemos manejar nuestras relaciones con Rusia es a través de la cultura, más que a través de la diplomacia».
En un artículo de 1945, Hans Kohn indicará que la invasión de los mongoles introdujo en el pueblo ruso una separación muy grande con el resto de Europa, la cual explicaría las razones por las cuales la recepción de la filosofía aristotélica, del derecho romano, del Renacimiento y de la Reforma no fueron culturalmente relevantes en su configuración cultural. Eso significó el desarrollo de una estructura política sin nada parecido a un Estado de Derecho, en el cual el pueblo, sus bienes e incluso los nobles quedaban sometidos a la voluntad arbitraria del autócrata de turno. La expansión del imperio ruso fue por ello la de un poderío militar y territorial, pero no de la libertad ni del Derecho.
Recién en los siglos XVIII y XIX, Rusia comenzaría un proceso de europeización. Entre los promotores culturales de este fenómeno se encontrarán autores como Alexander Radishchev y Vasily Klyuchevsky, quienes promoverán una crítica social e histórica desde una mirada liberal influida por Europa. Pero sus esfuerzos habrían producido en ciertos sectores de la sociedad rusa un efecto de menoscabo cultural, al sentir valorado lo ruso como de menor nivel respecto del resto de Europa. Emergería la cuestión sobre qué rescatar del alma rusa frente a las luces y desarrollo europeos. Tomó fuerza la respuesta en torno a la idea de ser verdaderos cristianos, y presentarse como el último fuerte frente a la decadencia moral de Occidente, por tanto llamado a la salvación de la cristiandad. Esto último se nutrirá de la recepción de cierto legado del romanticismo alemán, sumado a la reacción tradicionalista de sectores de la aristocracia rusa a las ideas de la Revolución Francesa y Napoleón [ver Edward Thaden, 1954] que tendrá su correlato en la obra de autores como el historiador Nikolay Karamzin, cuya historia de Rusia sería una apología del carácter único de los rusos y de la autocracia.
Entre las grandes luminarias de la literatura rusa, la figura de Fyodor Dostoevsky (1821-1881) [imagen superior] ocupa un pináculo inalcanzable. En el contexto recién descrito, su obra se expresa a favor del paneslavismo y eslavofilismo, donde el carácter eslavo será entendido como encarnado en la nación rusa de forma pura (al contrario de lo que ocurriría, por ejemplo, con los occidentalizados polacos y checos). La confrontación entre el baluarte moral de Rusia y el decadente Occidente aparecía como inevitable; en ella la Iglesia rusa ortodoxa sería la última reserva moral real del cristianismo, contra sus enemigos: el liberalismo occidental y el universalismo religioso corrupto del catolicismo.
Un punto de gran controversia en la obra de Dostoevsky es su antisemitismo. En sus notas dirá: «Todos los Bismarck, Disraeli, la República Francesa y Gambetta, etc., son para mí sólo una fachada. Su amo, el amo de todos y de toda Europa, es el judío y su banco. El judío y el banco ahora dominan todo: Europa y la Ilustración, toda la civilización y la sociedad. El socialismo, especialmente el socialismo, porque con su ayuda el judío busca erradicar el cristianismo y destruir la civilización cristiana. Entonces, cuando no quede nada más que anarquía, el judío mandará todo. Porque mientras predica el socialismo, él y los otros miembros de su raza quedan fuera, y cuando toda la riqueza de Europa ha sido destruida, el banco del judío permanecerá. Entonces vendrá el Anticristo y la anarquía reinará». Sobre el significado de este antisemitismo y su visión sobre los judíos, se ha discutido abundantemente en las últimas décadas entre los expertos en su obra (para una biografía acabada de Dostoevsky consultar la obra monumental de Joseph Frank).
Dostoevsky cultivará una amistad de cerca de diez años con Konstantin Pobedonostsev, el influyente jurista y político de la segunda mitad del siglo XIX en Rusia (una suerte de Carl Schmitt para el zarismo de su época), y quien en lo jurídico y político defenderá la autocracia y un conservadurismo basado en una idea identitaria rusa (sobre la historia del populismo en Rusia y del concepto de Estado, puede consultarse el trabajo del historiador argentino Claudio Ingerflom).
Dostoevsky y sus notables análisis de la psicología humana son también parte de una cultura del resentimiento hacia Occidente. El gran estudioso de Rusia, Richard Pipes anota en uno de sus últimos libros que el escritor ruso fue un hombre que «amó odiar».
¿Qué tiene que ver esto con el intentar comprender ideológicamente las acciones de Vladimir Putin? Descartemos lo evidente. Dostoevsky, con sus luces y sombras, es una de las grandes figuras de la literatura mundial, su genio hace mucho que ya no pertenece a Rusia y es un legado general de la humanidad. Segundo, tratar de establecer cierta linealidad comprensiva entre las acciones del gobierno ruso actual y la herencia cultural rusa, como en parte lo hace Tim Brinkhof, es un error (sugerir que Dostoevsky hubiese apoyado la acción de Rusia en Ucrania es un anacronismo grosero). Tercero, el antisemitismo presente en buena parte de la tradición reaccionaria rusa, está totalmente ausente de la gestión del presidente Putin.
Pero sí hay algo que nos muestra la literatura rusa —así como la historia político-social de ese país— sobre la mente del mandatario, y es una comprensión del ser ruso en clara tensión con Occidente. Sin ese contexto, no se comprende debidamente que tanto Solzhenitsyn, como Brodsky y hasta Gorbachev expresaran alguna vez opiniones respecto del status de Crimea distintas a las de quienes, desde Occidente, defienden sin más la pertenencia de esa región a Ucrania. En otras palabras: Putin es responsable principal de la actual invasión rusa, pero sería ingenuo pensar que la cuestión de Crimea y del Este de Ucrania desaparecería o no existiría sin su persona.
Existe un contexto cultural de base para la acción de Putin. Por ejemplo, en su manifiesto The Rape of Europe 2.0, Konstantin Bogomolov, joven y afamado director de teatro ruso, compara a la llamada «cultura woke» —la de la cancelación y causas identitarias— con el nazismo, en cuanto al control cultural totalitario que a su juicio ésta busca establecer. Acusa ahí a Google, Apple y redes sociales de ser una suerte de conglomerado I.G. Farben para este nuevo y amenazante Reich de la moral. Llama a la sociedad rusa a no dejarse guiar por los valores occidentales actuales, sino construir «la vieja y buena Europa», la Europa «con la que soñamos» y «que hemos perdido».
Ya se ve: la tensión entre Rusia y Occidente es mucho más que la sola acción de un solo hombre inspirado por un filósofo mediocre.