Desafíos para la cohesión social: ¿estamos en Chile dispuestos a la integración?
06.03.2022
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06.03.2022
En análisis de los resultados de la encuesta anual de Espacio Público e Ipsos («Chilenas y chilenos hoy: desafiando los prejuicios, complejizando la discusión»), comentan los autores en esta columna para CIPER: «Se vuelve relevante no solo entender la disposición de las personas a la integración, sino cuestionarse quiénes son los más y los menos dispuestos, qué elementos pueden explicar estas posturas y, así, alejarse de miradas idealizadas —a veces algo simplistas— en torno a que la mayoría de las y los chilenos vivimos un despertar en pos de construir una sociedad mejor y más integrada.»
Sobre aquel malestar social que se volvió una realidad ineludible desde octubre de 2019 ha intentado construirse un relato que explique sus causas y se haga cargo de las demandas que lo componen. Pese a que estas narrativas toman prismas distintos según las veredas de sus autores, muchas de ellas dan cuenta de la existencia de un quiebre social. Una fractura acumulativa entre la ciudadanía y las élites, que de manera brusca dejó en evidencia un cansancio generalizado frente a los abusos y la desigualdad. Pero uno de los elementos más llamativos y que se sale de este paradigma del quiebre es la instalación de la idea de un grupo masivo y diverso de personas que se unieron en las calles un 25 de octubre y luego en las urnas, otro 25 de octubre, para aprobar la redacción de una nueva Constitución. ¿Estamos, entonces, realmente tan fracturados como se dijo o se pensó? ¿O acaso en tales gestos de unidad hubo muestras de auténtica cohesión social?
La cohesión ha sido uno de los temas centrales que ha guiado distintas teorías sociológicas, entendiendo que la disposición de las personas a convivir con un «otro» y asentar formas de cooperación cívica y pertenencia a un colectivo son elementos clave para crear sociedades basadas en la confianza. Alcanzar una sociedad integrada, por un lado, requiere niveles importantes de equidad y sensación de bienestar, y por otro, es un factor que nutre la satisfacción de las personas con la sociedad. Se trata de círculos virtuosos impulsados por múltiples factores, algunos de los cuales proponemos analizar en esta columna, en base a los datos de la encuesta anual de Espacio Público e Ipsos: Chilenas y chilenos hoy: desafiando los prejuicios, complejizando la discusión.
¿Qué tan dispuestos están los chilenos y las chilenas a la integración social? Es la pregunta que intentamos responder, entendiendo que, más allá de fundarse sobre la base teórica de que la integración es deseable para una sociedad que busca alejarse del conflicto y la violencia, no es un elemento que pueda imponerse como una política que penetre en el tejido social desde arriba. Se vuelve relevante no solo entender la disposición de las personas a la integración, sino cuestionarse quiénes son los más y los menos dispuestos, qué elementos pueden explicar estas posturas y, así, alejarse de miradas idealizadas —a veces algo simplistas— en torno a que la mayoría de las y los chilenos vivimos un despertar en pos de construir una sociedad mejor y más integrada. También es relevante porque el éxito de políticas públicas solidarias, que tienden a la universalidad requiere la disposición de la comunidad para aportar al desarrollo de esas políticas. El nivel de disposición a la integración social y las características de los grupos con mayor o menor disposición, puede contribuir al diseño de los incentivos correctos que permitan ese aporte de la comunidad a la política pública, como también de los mensajes políticos y comunicacionales que la justifiquen.
LA CONSTRUCCIÓN DE GRUPOS
A partir de la combinación de las preguntas sobre disposición a la integración incluidas en la encuesta, se realizó un análisis de clases latentes que nos permitió conformar grupos de personas según su mayor o menor disposición a la integración. Estas preguntas incorporan cuatro aristas de la integración social: clases sociales en barrios, clases sociales en colegios, valoración del aporte de personas migrantes, y valoración del aporte del pueblo mapuche al país. Identificamos la existencia de tres tipos de aproximaciones a la integración:
a)Integradores condicionales: corresponden al 49% de la muestra. En este grupo hay sobre un 80% de probabilidades de valorar positivamente la integración social en barrios y colegios (en colegios llega a más de un 98% de probabilidades). Respecto del pueblo Mapuche, hay una aceptación probable cercana al 55%. Sin embargo, para la valoración de la migración, esta probabilidad baja a cerca de un 15%. El 30% y 34% de los ‘integradores condicionales’ se identifican políticamente con el centro y con ninguna posición política, respectivamente. También, el 39% pertenece al grupo C3, el 34% tiene entre 30 y 45 años, y el 58% son mujeres.
b)No integradores: este grupo está conformado por el 14% de la muestra. Tiene una probabilidad muy baja de valorar positivamente la integración en barrios, colegios y de población migrante (bajo 25%, en particular llega a cerca de solo un 3% en la integración escolar). Si bien su valoración sobre el pueblo Mapuche es más baja que en las otras dos clases, la probabilidad sube a cerca de un 38%, siendo más proclives a valorar este tipo de integración que las tres anteriores. El 36% de los ‘no integradores’ se identifica con ninguna posición política. Respecto del nivel socioeconómico de las personas que pertenecen a este grupo, se observa una tendencia a la baja a medida que aumenta el poder adquisitivo de las personas, es decir, son mayoritariamente individuos de nivel socioeconómico bajo. También, el 55% de ellos es hombre.
c)Integradores: son el 37% de la muestra. En este grupo existe una alta probabilidad de valorar positivamente la integración de barrios y colegios, sobre 90% en ambas variables. Respecto de la valoración de la integración y aporte de las personas migrantes, es el grupo que tiene una mayor probabilidad de aceptación (sobre 70%, más de 20 puntos porcentuales más que el total de la muestra), lo que se replica respecto del pueblo Mapuche (sobre 85%). Es el grupo con mayor tendencia a valorar la integración social, en todas las dimensiones que mide esta encuesta. Es el grupo más homogéneo políticamente, aunque la presencia de personas que se identifican con la derecha es significativamente más baja que en los otros grupos, al igual que las personas del grupo socioeconómico C1. Por edad, es interesante observar una tendencia a mayor concentración de personas jóvenes en este grupo.
Este análisis muestra que, estadísticamente, podrían existir en nuestra sociedad estos tres tipos de actitudes hacia la integración. La principal diferencia entre los ‘integradores’ y los ‘integradores condicionales’ es que estos últimos están menos dispuestos a la integración de la población migrante. Ahí se encuentra un aspecto clave de nuestra convivencia en el contexto de un mundo globalizado en el que, sabemos, la migración será un fenómeno persistente en el futuro. Las condiciones en que ésta se desarrolle y la forma en que las instituciones trabajen para acoger los flujos migratorios puede influir en esta percepción y es, de cara a estos resultados, un desafío importante si se quiere apuntar al desarrollo de una sociedad cohesionada.
A la luz de los datos de conformación de cada grupo, es posible pensar que la mayoría de las y los chilenos estarían dispuestos a mayores niveles de integración social, y que aunque podría pensarse que son los grupos más privilegiados los que se muestren reticentes a la idea de una sociedad más integrada, los datos dan cuenta de un fenómeno más complejo.
DISPOSICIÓN A LA INTEGRACIÓN Y OTRAS PERCEPCIONES ASOCIADAS
Además de la descripción sociodemográfica de cada grupo, observamos el comportamiento de sus miembros en otras variables del estudio. Por ejemplo, respecto al nivel de protección que perciben las personas en materia de salud, se puede ver que el grupo menos proclive a la integración es el que concentra un mayor porcentaje de personas que se sienten muy protegidas (22%). Este dato podría ser contraintuitivo, pues quienes tienen una visión más amenazante de la integración, podrían sentirse más desprotegidos y temer que, entre otras cosas, la llegada de nuevas personas a sus barrios o de migrantes al país, pueda colapsar servicios de salud y empeorar su situación. Otra interpretación posible, que sí concuerda con estos datos, es que estas personas, por el contrario, podrían sentirse más protegidas en la actualidad y temer perder su nivel de protección en circunstancias de mayor integración social. Esto se explica, además, porque la sensación de desprotección en salud está muy extendida en la población (82%), siendo menor en el grupo de mayores de 60 años, en quienes conforman el grupo socioeconómico C1 y en los usuarios de Isapres. Entre los ‘integradores’ y los ‘integradores condicionales’ no se observan diferencias importantes, pudiendo esto ser un indicio relevante para el diseño de reformas que apunten a mayor integración y sensación de seguridad en materia de salud en nuestro país.
Por otro lado, las personas más dispuestas a la integración social (‘integradores’), serían también las con una mayor disposición a aumentar el pago de impuestos para mejorar la calidad de la atención en salud, con una aceptación de un 41,5%. Además, estos individuos se muestran más optimistas que el resto de las personas encuestadas respecto a la percepción de que Chile es una sociedad violenta y, asimismo, serían quienes más declaran haber participado de alguna actividad social o política durante los últimos cinco años [ver gráficos].
CONCLUSIONES
Aun cuando estos datos no bastan para determinar la deseabilidad de la integración social, sí hay ciertas luces que sostienen la hipótesis de que una sociedad más dispuesta a aceptar a otros en su conformación tendría relación con ciertos rasgos de cohesión y vigorosidad de la vida social, entre ellos la disponibilidad a pagar impuestos para aportar a una mayor redistribución en salud y la participación en instancias sociales o políticas. La cara más optimista de este diagnóstico es que existe un grupo mayoritario cuya disposición a la integración sería alta o, al menos, media, cuestión que es coherente con la idea de una mayoría de chilenas y chilenos que ha canalizado el malestar social hacia la proyección de un futuro distinto. La composición juvenil, especialmente marcada en el grupo de los ‘integradores’, es además coherente con la coyuntura política actual y la llegada del Presidente más joven de nuestra historia a La Moneda, con un amplio apoyo de ese segmento de la población. Sin embargo, hay al menos dos puntos críticos de los cuales es necesario hacerse cargo.
El primero de ellos es la situación de las migraciones en el país. La población migrante ha aumentado en los últimos años, y con ella también discursos públicos que tienden a la estigmatización o asociación de esta población a fenómenos sociales perjudiciales, como el colapso de servicios públicos o la delincuencia. Una investigación de nuestro director Patricio Domínguez y coautores evidencia que la llegada de flujos migratorios no ha implicado un aumento de la victimización en Chile. Sin embargo, sí ha impactado en el crecimiento de la preocupación de las personas respecto al crimen (Azjenman, Domínguez y Undurraga, 2020). Probablemente, los discursos que emergen de estas preocupaciones pueden estar influyendo en una resistencia a valorar el potencial aporte de este grupo de personas, más allá de las experiencias personales que la población tenga. Enfrentar los prejuicios culturales es una parte de este desafío, que convoca no solo a los grupos que temen a la integración en distintos niveles, sino también a personas que estarían dispuestas a la integración, pero entre las que este tema es un flanco que los aleja de esta disposición. Se pone nuevamente en el centro la urgencia de no eludir este debate ni el diseño de políticas efectivas. Puede existir una resistencia de tipo de cultural hacia cierta parte de la población migrante, que puede ser más complejo de modificar en el corto plazo, pero las resistencias vinculadas al temor de acceder a servicios públicos de calidad o los problemas relacionados con el mal uso del espacio público se pueden combatir en el corto plazo con políticas efectivas.
Por otro lado, queda un grupo conformado principalmente por adultos jóvenes de clase baja y media, entre quienes la idea de la integración, en sus distintas dimensiones, tendría una adhesión muy baja. Esto parece de especial relevancia, porque es precisamente en estos grupos sociales en los que la desigualdad y el malestar se vive más intensamente, aunque sus voces no estén siempre representadas en la discusión pública. La tarea, más que imponer modelos integradores desde arriba, es entender los miedos y barreras que están detrás de esta disposición. Hacerse cargo, así, de lo que pareciera ser efectivamente una fractura en nuestra sociedad y, con ello, construir desde los espacios cotidianos nuevos modelos sociales, más abiertos y cohesionados.