Escuchas telefónicas (II): Los «pinchazos» que condenan al más célebre extranjero encarcelado en Chile
06.11.2008
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06.11.2008
Oriundo de Transilvania y experto en boxeo tailandés es el protagonista del segundo mayor decomiso de cocaína en la historia de Chile. Los pinchazos al teléfono de George Dan Rusu fueron el principal medio de prueba en su contra. Tres años después, mientras cumplía condena en el penal de Colina II, otra interceptación telefónica lo comprometió con un plan para enviar ropa impregnada con cocaína a Europa. En Austria piden su extradición por cuatro asaltos bancarios y la policía chilena cree que su pasado está vinculado a los servicio de inteligencia de la Rumania de Ceaucescu. En su primera entrevista desde la cárcel -donde permanece vigilado las 24 horas- Dan Rusu o Geza Jungvirt, como también se hace llamar, alega inocencia, trato inhumano y persecución política.
No bien escucha el nombre, como si su sola mención detonara una alarma biológica, el gendarme de la guardia de entrada levanta la vista y clava una mirada de desconfianza:
-¿Así que viene a ver al Ruso?
El Ruso es uno de los internos más célebres y de cuidado en el penal de Colina II, en las afueras de Santiago. El hombre al que la policía chilena tiene por jefe del crimen organizado en Europa. Cumple ocho años de condena por narcotráfico y está próximo a ser juzgado por un delito similar cometido desde la cárcel. En ambos casos la interceptación de llamadas telefónicas por parte de la policía resultaron determinantes para frustrar operaciones de tráfico a gran escala.
El 20 de octubre, al celebrarse la audiencia de preparación de juicio oral por el último delito del que se le acusa (ver recuadro), Gendarmería consiguió que no se permitiera el ingreso de prensa ni de público a la sala por razones de seguridad. El aislamiento es una constante en su caso.
Está recluido en la Sección de Vigilancia Permanente de Colina II. Esto significa que sus movimientos son grabados las 24 horas, que únicamente tiene derecho a dos horas de patio y en su celda -individual, estrechísima y sin agua potable-, no puede haber televisión, radio ni cocina. Esas dos horas de patio, que generalmente van del mediodía a dos de la tarde, el hombre las dedica a cultivar su cuerpo y su leyenda de físicoculturista y experto luchador de boxeo tailandés o todo vale: manos, pies, cabeza.
El Ruso no es ruso ni se llama así. En realidad hay dudas sobre su verdadero nombre y origen. Cuatro años atrás, cuando cayó detenido al ser sorprendido con 1.320 kilos de cocaína de alta pureza, el segundo mayor decomiso en la historia del país, fue identificado como el ciudadano húngaro Geza Gungvirt. Pero una vez iniciado el juicio en su contra, Interpol reportó que el hombre era rumano y se llamaba George Dan Rusu. Había nacido en junio de 1967 en Cluj-Napoca, región de Transilvania.
A Dan Rusu entonces le dicen Ruso, entre otras cosas porque así aparece en los registros de Gendarmería de Chile, Dan Ruso, aunque al interior de la cárcel también lo conocen por el otro nombre.
-¿Busca a Geza? -dice ahora un gendarme de mejores modales-. Espérese acá, que lo mando a buscar.
La Sección de Vigilancia Permanente es un pequeño edificio en medio de edificios más grandes. La menor de las muñequitas rusas. Alguna vez estuvo pintado de color vainilla y probablemente olió a concreto fresco. Ahora ha sido ganado por el tiempo, la humedad, el hacinamiento. Un segundo piso de ventanillas diminutas donde permanecen 17 reos en régimen de segregación. Se suponen de máxima peligrosidad, pero el peligro al menos no está a la vista.
Es una soleada tarde de miércoles y en el patio de visitas se avista la carpa de un matrimonio joven y su guagua y a un padre con su hijo, sentados uno frente al otro, que guardan silencio al final de un almuerzo.
A diferencia de un módulo vecino, desde donde llega el barullo de una muchedumbre seguramente apiñada, este patio más parece convento que cárcel. Acá se habla poco y en voz baja. Casi no hay acción. Salvo por los murmullos lejanos, acá se escucha el canto de los gorriones que se posan en los techos y en las ventanillas de las celdas.
Hace meses que Dan Rusu no recibe visitas que no sean las de su abogado y de un representante de la embajada rumana en Chile. Antes lo frecuentaban hombres y mujeres provenientes de Europa y Sudamérica. Pero un año atrás, mientras cumplía su tercer año de reclusión, la mayoría de esas personas fueron detenidas en una acción conjunta de las policías de Chile, Argentina y Bolivia que respondió al nombre de Operación Cárpatos.
La investigación se extendió por catorce meses e involucró esfuerzos jamás vistos en la policía chilena para un caso de narcotráfico. Hubo agentes encubiertos, seguimientos fuera del país, interceptaciones de cuentas de correos electrónicos y cientos de horas de grabaciones de audio y video que comprometen a Dan Rusu como el cerebro de una operación internacional destinada a traficar ropa impregnada con cocaína que iría a parar a Holanda.
En cuanto a cantidad de pinchazos telefónicos, grabaciones de video y seguimientos, este caso puede equipararse con el de Los Gaete o Los Cavieres. Pero si se lo sitúa en perspectiva, considerando su sofisticación y volumen de tráfico, no tiene punto de comparación.
Uno de los oficiales de policía de Antinarcóticos que condujo las diligencias sostiene que a diferencia de los líderes de Los Gaete o Los Cavieres, «el rumano tiene mundo, es encachado y culto, con dominio de tres o cuatro idiomas. Sus conexiones son internacionales».
Los chilenos entonces no son la mejor referencia para medir al rumano.
El policía de Antinarcóticos dice que si se lo compara con Giovanni Ciulla, hijo de uno de los capos de la mafia siciliana que acaba de ser condenado en Chile por narcotráfico, probablemente el rumano no sea tanta cosa. Pero si lo situamos frente al peruano Víctor Escalante Sajami, apodado el Doctor, que también cumple condena en el país y goza de prestigio criminal, ahí Dan Rusu lleva las de ganar en cuanto a conexiones, prominencia y glamour.
De acuerdo con las evidencias reunidas por el fiscal Héctor Barros, entre las que se cuentan decenas de conversaciones telefónicas atribuidas a Dan Rusu desde la cárcel, la mujer de éste cumplió un papel de relieve en el financiamiento de la operación. Esa mujer es la rumana Iuliana Stanuta Gabrila, una hermosa ejecutiva de una agencia de viajes en Ámsterdam que visitó en varias ocasiones a su pareja en la cárcel. Acostumbraba viajar en primera clase, acompañada de un perrito que aparece en fotografías y videos reunidos por la policía.
De la mujer y el perrito no se ha vuelto a tener noticias. El fiscal Barros está concentrado en clasificar las pruebas que justifiquen pedir una condena de veinte años para el rumano y otros tantos para sus cómplices.
En su caso, cualquiera estaría preocupado. Inquieto al menos. Pero el hombre que aparece por un portón metálico de la Sección de Vigilancia Permanente no lo está. Ancho de espaldas y de brazos encorvados, como si cargara dos maletas con sobrepeso, George Dan Rusu y su metro ochenta y tantos caminan sonrientes y a paso seguro. Antes de cruzar el portón, en el mismo dintel, se ha detenido a bromear con dos gendarmes que le ofrecen la mano de manera amistosa. Es algo más que un saludo, porque repentinamente, mientras sostiene la mano de uno de los gendarmes, el rumano jala hacia sí y desestabiliza al uniformado.
La roca que Dan Rusu tiene por mano es atracción en el penal de Colina II. Inmediatamente después de la demostración, que es celebrada por los gendarmes, volverá estirar su roca y dirá, con una sonrisa educada y en perfecto castellano, levemente acentuado, que se encuentra «muy bien, gracias».
Entonces irá a buscar dos sillas, saludará a un tercer gendarme y volverá para acomodarse bajo el sol y preguntar:
-Disculpa, ¿cuál era tu nombre?
-Cristóbal.
-Bueno, Cristóbal, ¿qué es lo que quieres saber entonces? ¿Hablamos de lo que ocurrió en 2004 o del presente?
Lo que ocurrió en 2004 está consignado en el parte N° 960 de la Brigada Antinarcóticos Metropolitana de la PDI. Ese parte señala que la operación que derivó en la captura de George Dan Rusu y los 1.320 kilos de cocaína surgió de una «información reservada de inteligencia». De acuerdo con ésta, un camionero chileno fue contactado por un comerciante peruano para que fuera a buscar droga a Tacna y la trasladara a Buenos Aires, previo paso por Chile.
En el proceso judicial quedó acreditado que el chileno entró a Perú con un camión frigorífico y volvió a su país con otro similar cargado con droga, que procedía de Colombia. Por medio de seguimientos y pinchazos telefónicos, la policía no le perdió rastro al camionero, quien se contactaba permanente con el peruano. Este, a la vez, tenía comunicación con un hombre al que se refería como el Gringo.
Aunque también pinchó su teléfono, la policía no supo quién era el famoso Gringo hasta esa madrugada de septiembre de 2004 en que decidió intervenir.
El chileno recién había estacionado en un servicentro de las afueras de Calama, última estación antes de abandonar el país rumbo a Argentina, cuando aparecieron dos hombres para saludarlo. Uno de ellos era el comerciante peruano. El otro portaba pasaporte húngaro a nombre de Geza Jungvirt.
La detención, y el consiguiente descubrimiento de los cientos de paquetes timbrados con la imagen de un caracol y una serpiente, fue noticia nacional. El Presidente Ricardo Lagos -acompañado de su ministro del Interior, del subsecretario de la cartera, del intendente de Santiago y del máximo jefe policial- compareció ante la evidencia y soltó tres palabras: «Es muy impresionante».
Cuatro años después, desde el penal de Colina II, el protagonista de lo que se denominó «Operación Budapest» conserva ánimo para bromear sobre lo que ocurrió en ese entonces:
-Había llegado hace dos días a Chile, estaba de paso, pero me gustó tanto el país que decidí quedarme.
Dan Rusu sonríe de manera irónica y no despega la vista. Echado en una silla plástica, con los músculos dibujados en su polera gris, mira fijamente a los ojos, como queriendo adivinar lo que está pensando la otra persona. También sonríe con cierta compasión y se muestra educado y noble en el trato; y cada tanto, cuando entra a explicar su caso y quiere que uno se ponga en su lugar, que se entienda lo injusto que ha sido el sistema judicial con él, que nada tiene ver con narcotráfico sino con los negocios inmobiliarios en Hungría; entonces, en vez de lamentarse de sí y agachar la cabeza, en vez de derramar una lágrima de impotencia o arrepentimiento, él se acerca unos centímetros, hunde su dedo índice en el pecho de la persona que tiene enfrente y dice «todo esto es una basura», «una porquería», «una buena mierda».
Lo que ahora dice Dan Rusu no es muy distinto a lo que dijo en el proceso judicial que lo condenó a ocho años. Que andaba de turista junto a Othelo Unfer, un amigo alemán de infancia, y que al peruano con que cayó detenido lo conoció en una discoteca en Lima, «del modo en que se conoce a la gente en una discoteca: él andaba con amigos y a mí me interesaba una de las chicas».
Dice que así fue como trabaron amistad y una vez en Chile, al enterarse de que el peruano andaba en el país, lo invitó a pasar unos días en San Pedro de Atacama. «Cuando nos juntamos en el hotel en Calama, me dice ‘sabes, voy a aprovechar de ver un camión en marcha que va para Argentina, ¿me acompañas o te quedas acá?’. ‘Te acompaño’, dije yo. Y cuando llegamos a la gasolinera y me presenta al camionero, ¡pam, pom, pam!, la policía. Y ahí empezó la cosa… Yo sigo preguntándome dónde están las pruebas, ¡dónde mierda están las pruebas! ¿Sabes qué pruebas tuvieron para condenarme? ¿Sabes? ¡Ninguna!».
En el fallo de la jueza Celia Catalán, quien dictó condena sin derecho a beneficio alguno, se pondera «el mérito de las escuchas telefónicas autorizadas (…) donde se afinan detalles del encuentro, que revelan más que una simple visita turística y que tiene cabal conocimiento del transporte de la droga».
Además de haber sido sorprendido junto al camión frigorífico, y de lo que la jueza consideró contradicciones en careos y declaraciones, no fue mucho más lo que se tuvo a la vista en su contra. En voz baja, una fuente policial admite que la caída de Dan Rusu fue más bien fruto del azar, de su propio error, y que si hubiese sido juzgado con el nuevo sistema penal, es probable que otra hubiese sido su suerte. Tal como ocurrió con Othelo Unfer, su amigo alemán, que también fue detenido pero quedó libre a los pocos días por falta de méritos.
El fallo tiene otra particularidad. Al momento de argumentar la condena, la jueza tomó en consideración que «a la fecha no podemos contar con una certeza en cuanto a su identidad real, avalada por algún documento oficial que dé fe de ella, puesto que ha existido una nula colaboración a su respecto».
La cuestión del nombre es tema aparte. Tema que apasiona particularmente al hombre que ingresó a Chile como el húngaro Geza Gungvirt y que en el camino resultó ser el rumano George Dan Rusu.
-Mira, Cristóbal -dice ahora-, tú no sabes lo que es crecer en un país que formó parte del bloque soviético. Porque yo nací en Transilvania y a los 14 años prácticamente empecé a luchar contra ese sistema perverso. Ese régimen comunista no pasó por Chile, digo, un comunismo verdadero, el más maligno sistema para la sociedad.
-Acá tuvimos a Pinochet.
-Bueno, en la forma abusiva, puede ser. Lo escuché, lo leí, la gente no estaba contenta. Pero puedo decirte lo que yo viví. En fin, en los ‘90 se acabó esa cosa, te acuerdas que a Ceaucescu y a su mujer los pusieron contra una muralla y los ejecutaron como a un perro. Bueno, se acabó el comunismo y resulta que de un día para otro tuvimos democracia. Listo: democracia. Pero qué pasó, que todo fue una gran mentira porque siguieron los mismos que estaban antes. Eso no puede ser. Desde mi punto de vista, el que cometió crímenes tiene que responder. Y aquí vengo yo. Yo seguí luchando, pero en un momento, por seguridad, porque no se podía seguir ahí, me retiré a vivir en Hungría, donde me dieron un nuevo nombre: Geza Jungvirt.
-¿A qué acciones de resistencia te refieres?
-Repartiendo manifiestos contra el Partido Comunista Rumano, contra Ceaucescu, pintando paredes. Esas cosas, no cosas graves. Por la edad que tenía, 14, 15 años. Pero igual tomaba un gran riesgo.
-¿Qué riesgos corrías?
-Ja, un riesgo muy grande. Yo pasé años, meses de torturas inimaginables a manos de la policía política. Y resulta que como los lobos se pusieron piel de oveja, era peligroso seguir ahí. No te olvides que para esos dictadores en Alemania, Yugoslavia o en Checoslovaquia hubo juicios, deportación, exilio. Cada uno tuvo que responder. Pero para el resto del mundo, los rumanos quedamos como los bárbaros, porque la misma mafia comunista que puso al dictador contra la pared y lo ejecutó, después siguió gobernando. ¡La misma! Ja.
De acuerdo con su testimonio, en Hungría estudió Educación Física, sin llegar a titularse, y aprendió boxeo tailandés. «Estoy en el grado profesional, pero no vivía de ese deporte. Lo tomaba como un hobby, como disciplina de vida. Es extraordinario. Te hace dueño de ti mismo», dice.
Dice también que fundó una empresa inmobiliaria, de la que vivía antes de caer detenido, y que a mediados de los ‘90, «cuando ya no corría peligro, porque al final no pasó nada», volvió a su ciudad natal. «Estoy muy orgulloso de mi ciudad, es hermosa, la estrella de Transilvania: Cluj-Napoca. Si entras en Google puedes ver cómo es mi ciudad».
A la vista de los antecedentes reportados por Interpol, el oficial de Antinarcóticos que condujo la investigación se extraña de que las dudas sobre la identidad del imputado hayan permanecido en el fallo judicial. El policía indica que George Dan Rusu es efectivamente quien dice ser, hijo de Gelu y Emilia, natural de Cluj-Napoca, Rumania, nacido el 22 de junio de 1967. Agrega que el hombre tiene antecedentes por narcotráfico y asalto a mano armada en Austria y Alemania. También se le acusa de portar un pasaporte adulterado a nombre de Geza Jungvirt, cuya identidad corresponde a la de un joven húngaro que alguna vez reportó la pérdida de su pasaporte.
Sobre los asaltos a mano armada, en agosto de 2007 la Corte Suprema chilena dio luz verde a la extradición solicitada por el gobierno austriaco, a petición del Juzgado de Primera Instancia de Leoben, en el Estado de Estiria. Allá está imputado de ser el líder de una banda de rumanos que protagonizó cuatro violentos asaltos a bancos ocurridos a mediados de los ‘90.
La solicitud estuvo basada en la declaración de testigos, quienes reconocieron las fotografías del inculpado, y en los testimonios de algunos de los asaltantes que cayeron detenidos. Aunque esos testimonios presentan contradicciones, todos lo sindican como cerebro de la banda y se refieren a él por el apodo de Sascha.
En el proceso de extradición, el rumano admitió que «es probable que haya estado en alguna de las sucursales de los bancos Raiffeisenbak y Sparkasee para cambiar dinero», pero aseguró que «no he cometido delito alguno en ninguna parte de Europa, en ninguna época de mi vida».
Otra fuente de la policía cree que Dan Rusu forma parte de una organización criminal de conexiones internacionales que opera con diferentes fuentes de financiamiento. Y cree también que unos años antes de caer detenido en Calama, por antecedentes allegados a la investigación, pudo haber participado del tráfico de cocaína que llegó a Holanda en tarros de piña despachados desde Brasil. Por ese envío, «que habría entrado por Holanda y luego ingresado a Alemania en un camión manejado por Dan Rusu», su amigo Othelo Unfer fue detenido por la policía de su país inmediatamente después de que la justicia lo dejara libre en Chile.
Si las policías de Alemania y Austria no han logrado determinar quién es George Dan Rusu en el concierto del crimen internacional, cuánto pesa y de dónde proviene su formación profesional, entonces sus pares en Chile tienen poco más que hacer al respecto.
«No ha sido fácil ir más allá», reconocen en la policía chilena. Atendiendo a su conocimiento en artes marciales y de materias propias de inteligencia, además de su disciplina y manejo de idiomas, el supuesto de la policía apunta a que su pasado podría estar vinculado con los servicios de seguridad de la Rumania de Nicolae Ceaucescu.
En octubre de 2007, cuando la celda Dan Rusu fue allanada, hubo un gran escándalo. Los gendarmes dijeron que el detenido comenzó a darse cabezazos contra la pared. El rumano dijo que fueron los gendarmes quienes lo golpearon duramente. El hecho es que se armó un gran lío, y al llegar a la audiencia de detención con heridas en el rostro, se negó a hablar. Esta vez lo acusaban de ser el líder de una espectacular operación para ingresar a Holanda ropa impregnada con cocaína.
Según se informó oficialmente, la investigación comenzó un año antes con la impresión de un correo electrónico encontrado en la basura de Colina II. El mensaje aludía al traslado del «producto con conservantes para poder ser transportado en un conteiner refrigerado hasta la bodega de almacenaje», y como iba dirigido a uno de los internos del penal, Víctor Escobar, condenado por narcotráfico, motivó el comienzo de la investigación dirigida por el fiscal Héctor Barros.
Desde entonces, se puso atención a las visitas que Escobar recibía en la cárcel. Y en paralelo, al estudiar a la esposa del sospechoso, Inelia Cebrero, se encontraron con que tenía inscrito a su nombre un Mazda 6 que antes había pertenecido a la rumana Iuliana Stanuta Gabrila, quien solía visitar a su pareja de la misma nacionalidad en Colina II.
De esta forma, de acuerdo con la acusación presentada por el fiscal, Dan Rusu y Escobar, que permanecían en el mismo módulo, se convirtieron en el blanco principal de una extensa y costosa investigación. Mediante seguimientos, cámaras ocultas y la interceptación de teléfonos y cuentas de correos electrónicos, entre otros medios, la policía monitoreó los detalles de la operación, desde las visitas que dos colombianos y una argentina realizaron a la cárcel de Colina II, hasta los desplazamientos que el mecánico chileno Danny Durán, yerno de Escobar, realizó entre Chile, Argentina y Bolivia. Esto último resultó determinante.
Durán tenía la misión de arrendar una casa en Cipolletti, Argentina, donde se procesaría la droga que el mismo iría a buscar a la capital boliviana.
-Danny Durán, a las órdenes de Escobar, que a la vez obedecía al rumano, se las daba de gran traficante y hablaba mucho de la seguridad, pero era el más tontón. Soltaba mucha información por teléfono y correos electrónicos, y hasta le metimos policías encubiertos para ayudarlo a arrendar la casa en Argentina -sostiene una fuente del Ministerio Público.
El hombre también mostró destrezas. En Cipolletti, siguiendo instrucciones desde Santiago, se plantó ante una comunidad evangélica para conseguir que una docena de fieles partiera en un minibús a evangelizar a Bolivia. El falso predicador chileno sólo los acompañó en el viaje de ida. Cuando estaban en La Paz, y el minibús que tenía inscripciones como «Dios es Amor» y «Jesús te Ama» ya estaba cargado en un doble fondo con 150 kilos de cocaína, se inventó una emergencia y tomó un vuelo directo a Chile.
El viaje de regreso a Cipolletti, al igual que el de ida, fue seguido y grabado por policías encubiertos de los tres países involucrados. Los correos electrónicos, como el que la hija de Víctor Escobar le escribe a su pololo Danny, también dan cuenta de los aspectos más domésticos de la operación:
«Hace dos días que no sabemos de ti, Danny. Es muy necesario que te comuniques con nosotros. Mi papá está demasiado enojado y de ti ni luces. Comunícate a la brevedad si no quieres tener problemas. Mi papá y su amigo necesitan saber de ti. Con respecto a nosotros yo ya me rendí, no me interesa salvar esta muerta relación por tu despreocupación y tu poco interés por mí. Llama a mi mamá para que te puedas comunicar con mi papá, es urgente. Por mí ya no te preocupes, mi papá está hirviendo de rabia, sólo para que lo sepas».
Danny Durán fue detenido en Cipolletti junto a su hermano, dos químicos colombianos, una empresaria exportadora argentina y toda la evidencia. En Santiago, en paralelo, Víctor Escobar y el rumano fueron allanados y conducidos a una audiencia de formalización bajo los cargos de narcotráfico y asociación ilícita. También cayó la familia de Escobar.
Al término de la audiencia, respondiendo a las acusaciones de golpizas por parte de los gendarmes, el fiscal Héctor Barros dirá que los imputados «obligaron a un procedimiento especial de protección, porque dijeron que no saldrían vivos de la cárcel para venir al tribunal».
Desde Colina II, sosteniendo una carpeta con papeles que documentan la acusación en su contra, George Dan Rusu mira fijamente a los ojos y lanza una pregunta:
-Cristóbal, ¿sabes tú lo que es esto?
-La acusación.
-¿Pero sabes realmente lo que es esto? Yo te voy a decir. Esto es papel confort. Aquí (el fiscal) Barros no me dice nada. Yo leí lo que está aquí y no tiene ningún sentido. Es un cobarde, esa es realmente la palabra: hace un año que tiene en prisión a dos mujeres inocentes. La hija y la esposa de Víctor Escobar. Tiene un año en prisión a gente ¡i-no-cen-te!
Junto a la carpeta, también ha traído una edición empastada del Código Penal chileno. Dan Rusu dice que se ha dedicado a estudiar las leyes locales y que confía plenamente en la representación de su abogado, Juan Eduardo Hernández, que no es cualquier abogado: Hernández fue socio del estudio que representó al senador Jorge Lavanderos en la acusación por abuso de menores.
Unos días después, al celebrarse la audiencia de preparación de juicio oral, Hernández no conseguirá que los tribunales chilenos se declaren incompetentes para conocer un caso de narcotráfico que también está siendo investigado por la justicia argentina. Sin embargo, en lo que constituye un pequeño triunfo a su favor, la causa será vista por el Tribunal Oral de Colina.
Hernández también cuestionará las condiciones en que permanece su cliente, un régimen que considera de castigo permanente sin que formalmente esté castigado. La Corte de Apelaciones le dio la razón en este punto, no así la Suprema. La reclusión del rumano no ha sido un tema fácil en el último tiempo.
El año pasado, tras la audiencia de formalización, Dan Rusu y su amigo chileno iniciaron una huelga de hambre en protesta por haber sido trasladados de Colina II a la cárcel de Alta Seguridad. El primero dice que se trató de una medida arbitraria del jefe de seguridad de Gendarmería, Jaime Concha. Y cuenta que en medio de la huelga de hambre, lo escondieron para que no pudiese denunciar su caso ante la visita de jueces, y que en represalia, tras completar 55 días de huelga, a principios de año lo trasladaron adonde se encuentra hoy. «Un lugar asqueroso, sin aire, sin agua, ni una vista. Normalmente no debieras pasar más de seis meses en este régimen, y yo voy a cumplir ocho. Hay gente que lleva más de un año. Sales dos horas al patio y a las cuatro de la tarde te guardan en la celda. ¡Una mierda!».
Ya va siendo la hora de volver a las celdas. Un hombre levanta la carpa del patio y el padre y su hijo comienzan a despedirse. Hago amago de levantarme, pero Dan Rusu dice «tranquilo, nos queda tiempo».
-¿Cómo está tu ánimo?
-Excelente.
-¿Pero no ha sido una gran pesadilla tu paso por Chile?
-No, es una experiencia. Si resistí al régimen soviético, también puedo resistir a esto. Y así como me crucé con ratones y cobardes como Jaime Concha y Héctor Barros, conocí también a una familia, a una muy buena familia como la de Víctor Escobar.
-¿Qué te ha parecido este país?
-Desde lo que he podido ver por el diario y la televisión, es un lindo país. De verdad. Tengo a mi familia adoptiva que estimo muchísimo.
Quedamos solos en el patio con Dan Rusu. Va siendo ahora de despedirse. Un gendarme se acerca para apurar la salida.
-Bueno… ¿George? ¿Geza? ¿Cómo prefieres que te llamen?
-Da igual -sonríe y estira su roca-. Llámame como tú quieras.
Por Juan Pablo Figueroa
La de George Dan Rusu fue la única audiencia programada en el día para esa sala, pero las puertas estaban cerradas y había orden de que nadie entrara. Era lunes 20 de octubre. Sólo unos pocos familiares de los acusados lograron ingresar. Gendarmería sugirió que la audiencia fuera catalogada como “de máxima seguridad” y la magistrada lo autorizó: los imputados eran muy peligrosos. No querían correr riesgos. No hubo fotos, tampoco prensa.
La preparación para el juicio oral de Víctor Escobar y George Dan Rusu por tráfico de drogas y asociación ilícita duró poco más de dos horas. Al interior de la sala 3 del 12º Juzgado de Garantía, el equipo liderado por el fiscal Héctor Barros, los abogados defensores, algunos familiares y los gendarmes que custodiaban el proceso, escucharon la acusación que leyó la jueza Paula De la Barra.
En el banquillo, los seis acusados (tres hombres y tres mujeres), también oían sobre las pruebas documentales que había presentado la fiscalía: 31 testigos, siete peritos con cinco informes periciales, set fotográfico, 41 objetos de prueba materiales y escuchas telefónicas de las que se obtuvieron 44 conversaciones transcritas; todo lo que los incriminaba. Pero la defensa también tenía algo que decir.
Juan Eduardo Hernández, el abogado de Escobar y Dan Rusu, solicitó que el tribunal se declarara incompetente por un tema de territorialidad: la droga nunca pasó por Chile. La mayoría de los detenidos cayeron en Buenos Aires (donde hay un juicio paralelo) y Dan Rusu y Escobar hicieron sus movimientos desde Colina II, por lo que el tribunal de Colina sería el que tendría competencia sobre esta causa y que la Fiscalía Sur, que ha investigado el tema, también estaría trabajando fuera de su jurisdicción.
Finalmente, ambas partes tuvieron razón. La jueza aceptó las acusaciones por tráfico y asociación ilícita y declaró que la investigación realizada por la Fiscalía Sur era legal, ya que ahí se había efectuado la denuncia: por lo tanto, todas las pruebas son válidas. Pero concordó con la defensa en que, por una cosa de territorio, el Tribunal Oral de Colina deberá encargarse de la causa contra los detenidos de la llamada Operación Cárpatos.
En la Fiscalía Sur se informó que apelarán a la medida ante la Corte de Apelaciones de San Miguel.