Periodistas mexicanos: “Ni uno más”
09.08.2010
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09.08.2010
El sábado 7 de agosto cerca de 1.200 periodistas marcharon en Ciudad de México y en seis estados de ese país. Exigían el esclarecimiento de asesinatos, desapariciones y secuestros de reporteros en las zonas donde imperan las bandas de narcos que intentan silenciar a la prensa. La periodista Marcela Turati participó en la marcha y relata la jornada en que el gremio se unió para exigir que se garantice el derecho de los ciudadanos a estar informados.
A todos los que estuvieron pendientes de la marcha del sábado pasado y la apoyaron desde sus países, desde sus ciudades, desde sus medios de comunicación, desde su organización y desde su solidaridad acá les mandamos esta reseña.
Queríamos compartirles la importancia que tuvo para nosotros el sábado 7 de agosto, ese día histórico en México porque los periodistas salimos a las calles a manifestarnos en el DF y en diez ciudades del país para exigir que cesen los ataques al gremio y la impunidad, todos bajo el mismo grito ‘Ni uno más’.
La movilización comenzó pasado el mediodía en la glorieta de El Ángel de la Independencia con el pase de lista de los 64 periodistas muertos y 12 desaparecidos y la petición de hacer silencio a su nombre.
«Es una marcha donde los periodistas mexicanos hemos renunciado a la palabra porque la palabra está en riesgo», explicó al inicio la periodista Elia Baltazar, quien fue nombrada vocera por el comité organizador conformado por periodistas treintañeros que desde las 10 de la mañana, en un café cercano, preparaban las cartulinas con las que ibamos a marchar.
Del Ángel arrancó el contingente, entre el que destacaba un hombre con unas cadenas alrededor de los labios y varios comunicadores amordazados que cargaban cartulinas con frases como: «Porque no queremos ser la nota», «por tu derecho a saber y mi derecho a informar», «me da rabia el silencio», «no queremos elegir entre la nota o la vida» o «nunca más un periodista en zona de guerra sin seguro social y seguro de vida».
Aunque la marcha iba a ser en silencio los periodistas demostramos que no sabemos quedarnos callados y pronto la caminata se convirtió en un festejo donde nos reconocimos todos como pares, como tripulantes del mismo barco; todos con la misma indignación por lo que estamos viviendo y la difícil situación que viven muchos como nosotros.
Ahí estábamos caminando juntos por Paseo de la Reforma los que nos oponemos a que la única opción para salir a trabajar sea usando chalecos blindados. Los que no queremos más redacciones secuestradas y obligadas a aplicarse la silenciadora mordaza. Los que no queremos que ninguno de los nuestros quede en medio de esta guerra y sea obligado a hacer propaganda de alguno de los bandos. Los que nos oponemos a que se extiendan las zonas de silencio que hay en varias regiones del país, donde se vive bajo la ley del silencio o el plomo. Quienes no queremos volver a saber de compañeros que piden asilo político. Ni encontrar sordera e impunidad cuando denunciamos las agresiones en su contra. Ni trabajar en las “zonas de guerra” sin las condiciones laborales básicas para hacer un trabajo profesional. Ni vivir bajo el imperio del miedo, venga éste de donde venga. Ni decidir todos los días entre “la nota o la vida”.
Los asistentes comentaban asombrados que la marcha era inédita porque venció la histórica desunión del gremio, convocó a todas las generaciones de periodistas. Trabajadores de todos los eslabones de la prensa estaban presentes (desde las “vacas sagradas” y los que salen en televisión hasta la tropa) y hubo gente de todas las empresas (La Jornada, Proceso, Milenio, Reforma, Canal 11, El Universal, Televisa, TV Azteca, Emeequis, Excélsior, Contralínea, Canal 11, Notimex, las radios comunitarias, y muchas más).
Echamos de menos, eso sí, a los dueños de los medios.
Un hecho importante es que asistieron muchos reporteros del periódico Reforma que, por primera vez, tuvieron autorización de sus jefes para salir a manifestarse a las calles a condición de no dar declaraciones y hacerlo a título personal (ya que ese medio se ha caracterizado por desautorizar las manifestaciones aunque sean a título personal y su postura desde su fundación era inamovible).Y ahí estaban los de Reforma, indignados como todos.
El padrino de la marcha, si se le puede llamar así, fue el periodista Miguel Ángel Granados Chapa, quien fue el primero que creyó en el movimiento. A pesar de que su salud desde hace tiempo es muy frágil, acompañó al contingente al principio y al final, dijo en las entrevistas que este podría ser el inicio de una toma de conciencia colectiva y lamentó que nos convocaba la emergencia.
El maestro propuso cambiar el rumbo para pasar por la Procuraduría General de la República, para echarle en cara su inutilidad a la hora de investigar los crímenes contra los compañeros, pero la ruta establecida no pudo ser cambiada.
Caminando junto a los reporteros, camarógrafos y fotógrafos estuvieron Ricardo Rocha, Ricardo Alemán, Humberto Musacchio, Rossana Fuentes-Beráin, Gabriela Warketin, Katia D´Artigues, Sara Lovera, Pepe Reveles, Pepe Cárdenas, Alberto Bello, Martha Anaya, Froylán López Narváez, por mencionar algunos de «los famosos», además de representantes de todas las organizaciones: la Red de Periodistas de a Pie, la SIP, Cepet, Reporteros sin Fronteras, Fundación Manuel Buendía, Prensa y Democracia, Artículo 19, Fundalex, el sindicato de La Jornada, la Comisión de DH del DF, gente de la ONU, AMARC,…
Visto a la distancia, la unión se logró gracias a que la convocatoria no llevaba membretes de organización alguna y surgió del grupo de reporteros de los de a pie que se hizo llamar #Losqueremosvivos, y que ganó la confianza por lanzar una iniciativa anónima, alejada de los protagonismos, surgida de la urgencia del secuestro de los cuatro colegas en Durango, a quienes sus captores querían obligar a transmitir unos narcovideos.
La movilización fue exitosa también gracias a que se apoyó en las redes sociales -principalmente Tuitter y Facebook-, porque todos de antemano sabíamos que muchos otros como nosotros también iban a asistir y todos los días confirmábamos nuestra asistencia en público.
Las periodistas Elia Baltazar y Daniela Pastrana recorrieron días antes decenas de foros de radio y televisión para explicar las razones de la marcha y discutir las condiciones de trabajo del gremio y los riesgos que enfrentamos. Ellas fueron muy generosas y valientes porque prestaron su voz y dieron la cara por todos aquellos que no podían darla porque las empresas los “boletinan” o los meten a la “lista negra” de periodistas problemáticos (igual como ocurre en las maquilas).
A la marcha se sumaron reporteros llegados de varios estados, corresponsales extranjeros, familias de periodistas, muchos ciudadanos anónimos (desde campesinos de Xochimilco, estudiantes contrarios a la estrategia de seguridad, hasta profesionistas preocupados por el silenciamiento de la prensa), algunos funcionarios y jefes de prensa de dependencias gubernamentales, además de integrantes de organizaciones sociales de derechos humanos que sintieron la necesidad de arropar al contingente y que querían corresponder a la cobertura que siempre se ha dado a sus actividades.
Como lo dijo Lucha Castro, la abogada defensora de las mujeres desaparecidas y muertas en Juárez: “No podíamos no estar, si con ustedes hemos llorado, si ustedes nos han acompañado, si gracias a ustedes visibilizamos los asesinatos y masacres contra las mujeres”.
O como decían los integrantes de la organización Familia Pasta de Conchos: “Nadie tiene que morir haciendo su trabajo, ni los mineros ni los periodistas, un trabajo tan peligroso como el de los mineros y que igual que los mineros lo hacen sin seguro social, sin prestaciones, poniendo la vida”.
Los activistas de organizaciones de derechos humanos que desde el principio apoyaron la convocatoria y se convirtieron en aliados se reían todo el tiempo de nuestra falta de experiencia para cargar mantas, para organizar una marcha, para tomar las calles, y decían burlones: ‘Ahora si van a saber lo que se siente salir a marchar’.
Lo más curioso de ese día fue aquello de entrevistarnos entre colegas, de que muchos íbamos a marchar y a cubrir la marcha al mismo tiempo (como bien dijo un corresponsal, parafraseando el refrán popular, “no se puede estar en la procesión y tocar las campanas”: nosotros sí estábamos en la procesión y tocábamos campanas).
Hubo varios que tuvieron que pedirle a otros que les detuvieran por un momento la cartulina que cargaban para poder tomar una foto para su reportaje, o momentos en las que dos colegas iban caminando a la vez de que se iban entrevistando.
Algunos reporteros -lo mismo de deportes, temas indígenas o policíacos- contaron en el camino a otros periodistas las amenazas que han sufrido (ya sea de los narcos, políticos locales, caciques, policías, empresarios o paramilitares) y el miedo que alojan en el cuerpo.
Hubo sólo una mancha en el recorrido: en la glorieta a Colón aguardaba una manta que atacaba a los periodistas Ciro Gómez Leyva, Pedro Ferriz, Carlos Marín y Pablo Hiriart, a los que tachaba de “peligrosos seudoperiodistas, integrantes del Cártel (desinformativo) del Milenio y asociados”. Pero de manera espontánea la fotógrafa Grace Navarro y la periodista Ana Ávila, apoyadas por Rossana Fuentes, desactivaron la provocación e hicieron malabares para retirar la manta.
Durante el trayecto comenzaron a llegar mensajes de los colegas de Chiapas, de Oaxaca, de Juárez, de Tijuana, de Hermosillo, de Torreón, que preguntaban cómo iba todo por acá o que informaban cómo les estaba yendo en sus estados. Algunos de ellos, días antes habían mandado correos para contar su adhesión a la iniciativa, para compartir las amenazas de muerte que han recibido, para denunciar el silenciamiento en el que viven.
Después mandaron fotos de sus manifestaciones desde las “zonas de guerra”, las silenciadas.
-¡Qué güevos de éstos de salir a marchar! -comentó una reportera de radio del DF cuando supo que en el norte también habían salido a las calles.
El momento más emocionante, en el que se hicieron nudo las gargantas, fue cuando el contingente llegó a la Secretaría de Gobernación, donde se colocó una manta con los nombres de “los caídos”, se dispusieron en el piso las fotos de los periodistas que nos hacen falta, a los que extrañamos, y se colocaron manchadas de rojo con nuestros instrumentos de trabajo (máquinas de escribir, cámaras, libretas) y una cruz.
Ahí estaban las fotos de las locutoras indígenas Teresa Martínez y Felícitas Bautista, de Armando Rodríguez “El Choco”, de Alfredo Jiménez Mota, de María Esther Aguilar Casimbe, y de medio centenar más, presentes desde la ausencia.
En ese lugar los periodistas comenzamos a corear, con una indignación profunda surgida desde lo más hondo de la impotencia “ni uno más, ni uno más, ni uno más…”. Y a ese grito le siguió el silencio.
No había que decir más.
Esa fue la manera que encontramos para honrar a nuestros compañeros mucho, muchísimo tiempo después de que comenzaron los asesinatos y las desapariciones en los estados. Esa fue nuestra manera de decir que sí nos importan y que no queremos que esto siga ocurriendo. Que si callan a uno, nos callan a todos.
La policía calculó que la asistencia fue de 1.200 personas, nosotros sentíamos que éramos muchos más, que éramos un chingo, que éramos uno solo y estábamos todos los que teníamos que estar.
Cuando la manifestación acabó, y comenzamos a abrazarnos, a despedirnos, a decirnos que “qué chingón”, que habíamos hecho historia, desde una esquina se abría paso una canción cuya letra decía:
“Cuando muere un periodista es una luz que se apaga
Que vivan los periodistas, su trabajo es muy valioso,
Los tenemos que cuidar, que por abrirnos los ojos, los tenemos que cuidar…”.
Era la voz del inconfundible Andrés Contreras, “El Juglar de los Caminos”, el hombre que con un diablito de mercado transporta por toda la República una grabadora y una caja con los discos compactos con sus composiciones, con las que acompaña desde hace una década toda marcha que se precie de serla.
Aunque ‘el Juglar’ ha acompañado ‘miles’ de manifestaciones y sufrido la suerte de los manifestantes, porque ha sido encarcelado 50 veces, ha olfateado los gases lacrimógenos y recibido golpizas policiacas, esta marcha le parecía distinta.
“No había visto que el periodismo en exclusivo se manifestara”, dijo sorprendido, mientras la grabadora continuaba con la letra:
“Únicamente anda armado, con su pluma y su libreta,
el periodista no carga pistola ni metralleta,
en un mundo demente desafía la adversidad,
con su pluma y su libreta, armado va de verdad…”
De ahí muchos nos fuimos a la Cantina Trasatlántica y a los bares cercanos para con-beber, comer unos tacos, intercambiar impresiones e improvisar respuestas para la pregunta que todos rumiábamos en la cabeza: “¿Y qué sigue?, ¿qué más?, ¿ahora pa’dónde?”.
Ahí los veteranos que en la década de los 80 salieron a las calles para exigir el esclarecimiento del asesinato del columnista Manuel Buendía, recordaban aquellos tiempos de cerrazón y decían que esta manifestación era distinta, además de que superó a la anterior en número, convocó gente de las más distintas ideologías bajo el mismo grito.
También estábamos la nueva generación, la que Gómez Leyva definió en una columna como la generación de los periodistas de la guerra: los “corresponsales en tierra propia”.
Al final, camino a la cantina, camino a los autos o al metro se escucharon comentarios que ayudan a entender lo que para todos significó esa manifestación espontánea, urgente, inédita, cargada de dolor, de rabia y de esperanza. El festejo se sigue reflejando también en las redes sociales, en los mensajes que seguimos recibiendo al correo electrónico.
Se abrieron paso voces (sin membretes) como las que siguen:
“Cuando arrancó la marcha me puse a llorar, tengo 17 años de ser tropa como todos, es emocionante hacer algo conjunto, hacer algo porque siempre los reporteros de los estados han sido ninguneados, han trabajado desprotegidos, ninguno usa un escudo, por eso es bueno que se visibilice, que se hable de ellos” (Cecilia González, corresponsal).
“En esta marcha silenciosa que se convirtió en fiesta, un 35% de los participantes eran reporteros, había también funcionarios, jefes de prensa, gente solidaria y uno que otro ultra. Hubo folklor. Antes se hacían reuniones en el monumento a Zarco, e iban pocos, no llegaban a 50, esta fue plural, vino gente de todos los medios, ahora no sólo se aparecieron los medios que tienen sindicato como siempre lo habíamos visto, ahora vimos gente de Excélsior, de La Prensa, de Milenio, de El Universal, del Sol de México, de Reforma, de todos lados” (Humberto Ríos Navarrete, cronista)
“¿Y los dueños, dónde están? Si se han unido para sacar iniciativas unidas como Teletones y otras pendejadas, por qué no pueden unirse para sacar iniciativas que protejan a sus trabajadores, de lo que ellos viven, de lo que les deja ganancias. Aunque los que estamos aquí somos de distintos medios, somos competencia y tenemos diferencias, estamos por un objetivo, decir: “Ya estuvo, queremos seguir contando historias, pero no vamos a poder si siguen levantando o asesinando periodistas’, queremos ir a hacer historias y regresar con vida, pero nos comenzamos a censurar porque tenemos miedo” (Alejandro Almazán, cronista)
“El narco se te atraviesa en cualquier tema, hasta cuando haces reportajes sobre los pueblos indígenas. Cuando estábamos en una comunidad de Sonora entrevistando llegó una camioneta, se bajaron dos tipos con dos ametralladoras y se colocaron detrás de mí, dijeron ‘buenas tardes’, y vi cómo mi entrevistado bajó la cabeza, y los ocho de mi equipo, y no sabes si callar o seguir preguntando, intentas actuar normal, pero no sabes si vas a salir vivo, ese acoso es terrible. El miedo es terrible, como si te incrustaran sereno, rocío en la piel, se te eriza” (Mardonio Carballo, radio, televisión, prensa escrita)
“Me han amenazado varias veces, la úlima vez fue en el Estado de México, cuando regresaba de hacer un reportaje de La Familia, dos camionetas me detuvieron en el carro, en la autopista México-Puebla, se bajaron cinco cuates, me pusieron una pistola en la cabeza y me dijeron: ‘Le bajas de güevos o te partimos la madre’. Esa fue la peor. Otra fue en Nuevo Laredo, fueron Loz Zetas, te preguntan a donde vas, a qué fin, y te dicen ‘aquí no se habla de esto’, y si se habla hasta ahí llegaste. Así como han matado a esos periodistas, nos puede pasar a nosotros, más cuando tienes amenazas de muerte. Por eso teníamos que venir, más ahora que nadie nos respeta, en lar marchas te andan madreando, buscando cualquier pretexto para insultarte, para golpearte, y tenemos que poner un alto a la impunidad” (Raúl Flores, reportero de tele).
“Ya salimos, dimos la cara, nos prometimos juntos, mejores, más profesionales. Ahora habrá que cumplirlo. (…) No hay que esperar que nos digan qué hacer. En solitario, en pequeños grupos, en organizaciones o redes, y hasta entre amigos, hemos compartido ideas, discutido posibilidades, soñado soluciones. Hace falta trasladarlas al papel. Reflexionarlas. Compilarlas. Trabajarlas. Compartirlas. Discutirlas. Y, por último, empujarlas allí donde debamos (…) Ahora hace falta construir los espacios de reunión, encontrar nuestros ámbitos naturales para actuar, para participar y construir. Comencemos entonces por pensar, por imaginar juntos el periodismo que queremos y las condiciones que merecemos” (Elia Baltazar, periodista, bloguera, tuitera, editora)
Y desde el sábado en eso estamos todos, pensando: ¿Y ahora qué sigue?