Cartas: El SIMCE en el futuro gobierno
26.01.2022
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
26.01.2022
El Sistema de Medición de Calidad de la Educación (o SIMCE) ha sido receptor de críticas provenientes de docentes, equipos directivos, investigadores y académicos de facultades de educación. Sin embargo, durante los distintos gobiernos desde 1988 se ha aplicado sostenidamente. Cambios más, cambios menos, las coaliciones gobernantes a partir del retorno a la democracia no dudaron en mantener la esencia del sistema; a saber, incentivar la competencia entre escuelas y tener el control de los procesos que ocurren en estas (Acuña, F.; Mendoza, M; Rozas, T., 2019). Cuesta entender la persistencia en el SIMCE. A pesar de que existen algunas defensas académicas a la validez y confiabilidad de las pruebas, la evidencia es clara al expresar que sus consecuencias sobre el aula son perjudiciales. Se ha detectado que produce estrechamiento curricular, distorsiona los procesos pedagógicos, arriesga discriminación hacia estudiantes que pueden bajar los puntajes y acentúa la barrera de acceso al curriculum para aquellos con mayores dificultades o necesidades educativas especiales. Del mismo modo, profesores y profesoras, muchas veces en contra de sus conocimientos e ideales pedagógicos, se ven forzados a trabajar para el SIMCE, en vez de lograr aprendizajes significativos. Esto transforma la verdadera enseñanza en un entrenamiento, a riesgo de ser mal evaluados y desvinculados. Todas estas consecuencias son contrarias al sentido de mejorar la calidad de la educación, que por lo demás no está claramente definida en los documentos oficiales (Flores, M., 2014).
Expertos coinciden en que se pueden mantener las pruebas, a condición de revisar, esta vez de verdad y en el sentido correcto, su aplicación y consecuencias. Por ejemplo, se ha propuesto distanciarlas en el tiempo, hacer pruebas muestrales en vez de censales, reducir las consecuencias económicas y de gestión de recursos sobre las escuelas, y esforzarse por entregar los resultados de tal manera que orienten a tiempo las decisiones pedagógicas.
Por primera vez desde 1988, gobernará una coalición distinta al otrora llamado duopolio. La semana pasada se anunció a Marco Ávila en el Ministerio de Educación, quien es conocido, entre otras cosas, por su interés en la innovación educativa, para la cual el SIMCE ha sido una barrera. Además, el futuro ministro en su desempeño como profesor y director de colegio seguramente ha vivido en carne propia las consecuencias negativas del sistema actual en las comunidades.
Tenemos un proceso constituyente en marcha. La Educación está presente en varias de las miles de Iniciativas Populares de Norma presentadas por la ciudadanía. Son buenos tiempos para preguntarnos qué educación queremos y para qué la queremos, y sin duda, la respuesta no será la misma que hace treinta y tres años. La oportunidad de educar bien, y evaluar correctamente podría ser ahora.