Las voces de un proceso que corre contra el tiempo
14.01.2022
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
14.01.2022
«Hablar de Constitución es hablar de lo que nos constituye, de aquellas cuestiones básicas sobre las cuales podríamos organizar nuestra vida en común. En el más del centenar de talleres y conversatorios en los que he participado, existe una expectativa social profunda por establecer una nueva forma de convivencia: con respeto, con derechos, con cuidado a la naturaleza, con otra forma de entender las relaciones de poder. Pero, por sobre todo, con dignidad; aquella mínima dignidad que permite ser tratado como persona en una corte, o no ser vulnerado en tus derechos en una población ni al interior de tu hogar».
Hace unos días les preguntaba a unos jóvenes en Renca qué era una Constitución. Me decían que era un «texto», «normas», un «conjunto de reglas». Les mencioné que se imaginaran a la Constitución como ese conjunto de reglas pero para organizar la vida en común de nuestra sociedad. ¿Qué elementos, qué cosas mínimas incluirían? A partir de allí estallaron una serie de ideas, pensamientos y reflexiones sobre sus propias vidas; sobre sus entornos; sus esperanzas y expectativas. Esa conversación no es muy distinta a la que en la Convención Constitucional se está llevando a cabo. Es una conversación más intuitiva, menos revestida de tecnicismos jurídicos, pero que alude a cuestiones esenciales de la vida en común.
Hace un mes visité una cárcel con el mismo objetivo. Quería conocer cuáles eran las expectativas de personas que por distintos motivos están condenadas. Junto a la Red de Acción Carcelaria, concurrimos a un centro penitenciario para conversar sobre el proceso constituyente con mujeres privadas de libertad. Confieso que me sentía nervioso. ¿Cómo me recibirían? ¿Me insultarían por venir a conversar sobre un proceso respecto de la cual no se sentían parte? ¿Qué sabían del proceso? ¿Qué sabían de la Constitución?
Luego de presentarnos, se inició un diálogo que duró más de dos horas. ¿Sabían algo del debate en desarrollo? Prácticamente nada. Nunca había oído hablar de la presidenta Loncon. Tampoco habían escuchado de la polémica del «Pelao Rojas Vade», ni menos que en Chile se estaba desarrollando un proceso constituyente. En un minuto les pregunté directamente: ¿se imaginan a ustedes escribiendo una Constitución? Estallaron las risas.
«¿Nosotras? Si somos las menos escuchadas…», dijo una.
Les expliqué que escribir una Constitución era como escribir las reglas para jugar una pichanga. Había que definir cuántas jugadoras habría, el porte de los arcos, marcar la cancha y definir un árbitro. Lo mismo ocurría con la Constitución: por allí se definen las reglas para relacionarnos. Las invité a explicarme qué aspectos básicos de convivencia pensaban que era importante tener en una sociedad:
«¿Qué cuestiones o derechos se imaginan que nos permitirían convivir mejor?».
Silencio en la sala. Estábamos en un centro penitenciario en el que hacía poco habían refaccionado las paredes, y se veía todo recién pintado. Gendarmería nos facilitó una sala que muy próximamente se convertiría en biblioteca; ahí estábamos doce personas alrededor de una mesa. En silencio, las mujeres se miraban las caras. Me miraban a mí. Les insistí:
«¿Si tuvieran que imaginar una sociedad, qué cuestiones mínimas piensan que deberían existir?».
«Educación para los niños», dijo una. «Salud», dijo otra. A partir de allí varias comenzaron a mencionar una serie de derechos que pensaban deberían incluirse, tales como el acceso a una vivienda («casas dignas, para no tener que andar viviendo de allegada»). Existía una preocupación particular por los niños; que tuvieran buena alimentación y una escuela donde poder estudiar. De esta forma, fuimos poco a poco armando una conversación sobre los derechos y deberes básicos que se imaginaban para un país y para ellas. Se explayaron sobre el modo en que tales derechos podrían materializarse.
Criticaron a los políticos, por cierto. Mencionaron al sistema de Justicia, no cabe duda. Pero en la conversación también emergían preguntan vitales, y que seguramente más de algún convencional se ha hecho.
—Ya, pero bueno…, ¿cómo se va a garantizar que lo escrito se haga efectivo? —preguntaba una de ellas.
—¿Cómo se hará para que lo escrito no quede en palabras, nada más? —se interrogaba otra.
Una de las participantes que había estado más callada pidió la palabra.
—¿Sabe lo que quiero yo, profesor? —me dijo—. Es que cuando vayamos a la Corte, nos permitan bañarnos, cambiarnos ropa, no oler a suciedad, y poder presentarnos frente al juez en forma decente.
Varias de las asistentes movieron la cabeza afirmativamente. A partir de allí se abrió una conversación muy rica sobre la justicia y la posibilidad de rehabilitación.
—Estar cinco años sin posibilidad de cambiar los papeles cuando salimos de aquí es condenarnos, también —dijo una.
Otra apelaba a las dificultades de reinserción. Tener que volver a la calle y no tener posibilidades de trabajar ni de un espacio en el que vivir les restringía las posibilidades. ¿Será posible establecer el derecho a la reinserción social en la Constitución?
Al final de la jornada varias de las participantes se acercaron para agradecer la conversación.
—¿Estuvo muy fome la jornada? —le pregunté a una.
—Nooo, para nada —me respondió sonriendo—. Mucho mejor que mirar el techo allá adentro.
Las chiquillas volvieron a sus celdas.
Mes de noviembre. Junto al equipo de Plataforma Contexto asistimos al evento donde un grupo de estudiantes de terceros y cuartos medios entregó al constituyente Ignacio Achurra los resultados de varios meses de trabajo para elaborar propuestas de artículos constitucionales. Bajo el liderazgo de dos profesoras de un colegio subvencionado de San Bernardo, los y las estudiantes se quemaron las pestañas para entregar tres compendios de articulados con propuestas, fundamentos y los valores contenidos en ellas. Durante el semestre, profesores y profesoras de la Universidad Diego Portales y de la Corporación Humanas fueron invitados a exponer, a fin de mejorar su comprensión sobre los distintos ámbitos constitucionales.
Los estudiantes pudieron discernir entre lo que es un articulado, sus fundamentos y los valores que se intentaban proyectar con tales iniciativas. Debatieron sobre importantes aspectos del texto constitucional. Propusieron iniciativas asociadas a los principios que debiesen guiar una Constitución, los derechos y deberes, así como la distribución del poder. Algunos destacaron que el Estado debía asegurar la participación soberana del pueblo en las decisiones importantes para el país. Otros remarcaron los derechos asociados con la protección del medio ambiente y los recursos naturales. Hubo quienes se refirieron a los pueblos originarios, además de propuestas sobre la protección de los animales, el matrimonio homosexual, derechos laborales y el emprendimiento económico de personas independientes.
Antonia Magaña es la estudiante secundaria que presentó el resultado de estas propuestas en un acto formal en el citado colegio. Más de un centenar de asistentes la escucharon y sus palabras sin duda conmovieron a la audiencia:
«Parece obligado que cualquier reflexión sobre jóvenes y política comience haciendo mención a la habitual y reiterada visión negativa de la relación que los jóvenes mantienen frente a este tema. La imagen de jóvenes desinteresados de todo lo que ocurre en el ámbito político ha adquirido tal fuerza en el discurso social que se ha convertido en una de las señas de la identidad de la juventud contemporánea con un argumento adultocentrista casi unánime».
Continuó:
«En este último tiempo nos hemos hecho presentes, nos definimos ante la sociedad como sujetos de derechos y voto, hemos aprendido a sacar la voz, a cuestionar y aprender de nuestra historia. Hoy nosotros, los y las jóvenes tenemos ganas de hacer política […]. No tenemos miedo del cambio, de nuevas etapas, de equivocarnos, de escuchar y aprender, luchar por nuestros ideales aún cuando se nos cuestione nuestra visión de mundo por nuestra edad o nuestros nuevos discursos que son interpretados como un rechazo o abandono de los compromisos colectivos antiguos»
Y prosiguió:
«Por eso cuando se nos presenta una instancia en la cual podemos expresar nuestro parecer frente a lo que sucede en Chile, cuando se nos abren espacios de diálogos respetuosos como es en la propia sala de clases, es cuando tomamos protagonismo y nos apropiamos de este espacio, motivándonos a imaginar y crear lo que a nuestro juicio sería un Chile mejor. Por eso, en lo más profundo de la elaboración de estos artículos en realidad va toda nuestra propia esencia juvenil, nuestra propia forma de ver este mundo, las temáticas que nos hacen sentido y que pensamos que es urgente que se legisle sobre ellas, nuestra esperanza en un cambio positivo, nuestro espíritu de ciudadano y ciudadana consciente de que una nueva Constitución es necesaria para mejorar nuestra propia convivencia.»
Antonia dirigía sus palabras con tono pausado y sereno. Agregaba con seguridad que «por todo esto, es que el discurso que a los y las jóvenes no nos interesa la política se cae absolutamente. Nosotros creemos firmemente que somos un aporte real para la sociedad de hoy…queremos hacer nuestro propio aporte entregando estos artículos porque tenemos la convicción de que podemos lograr un Chile más justo».
Volvamos a Renca. La actividad con un grupo de poco más de veinte jóvenes se desarrolló en el centro de cultura del municipio. La mayoría tenía entre 15 y 16 años, y al encuentro concurrió también el constituyente César Valenzuela. En un momento estos jóvenes pudieron preguntarle sobre sus preocupaciones respecto de la nueva Constitución. ¿Y qué temas plantearon? El primero y tal vez más recurrente fue el de la seguridad ciudadana: los baleos en las poblaciones, la ausencia de respuestas de Carabineros cuando los llamaban (la falta de Estado), los fuegos artificiales, la sensación de inseguridad del día a día. Otras asistentes planteaban los problemas de la discriminación en contra de las disidencias, el bullying. Uno de los participantes levantó la mano y preguntó si se reducirían los quórums de las leyes, porque siempre no se aprobaban leyes por ese problema de no tener los votos suficientes para hacer las reformas.
Una joven pidió disculpas por lo fuerte que podría ser su intervención, pero sugirió que había que regular el tema del abuso y la violencia intrafamiliar. Había que ser más claro respecto de lo que entendemos por violencia pues a veces situaciones de violencia no las reconocemos como tal.
Cuando me tocó intervenir, les pregunté sobre algún tema que les gustaría proponer como cambios a la Constitución. Una de las participantes levantó la mano, y dijo que debería ser sobre «¡salud mental!». Varios levantaron la mano y señalaron que se requería asegurar el acceso de las personas a tratamientos, porque sólo los casos más graves se atienden en el sistema. Otros plantearon la necesidad de que existan normas claras sobre los profesionales que podrían atender, y otra joven mencionó la relevancia de la prevención de la salud mental en las escuelas. Tenían claro cómo funciona Fonasa, conocían el precio de los remedios. Varios habían experimentado las falencias de un sistema público que no alcanza a llegar a cubrir sus necesidades.
Quise traer a colación estas conversaciones pues muchas veces se asume que la cuestión de la Constitución es algo que debe reservarse para sofisticados intercambios entre profesionales del Derecho. Hablar de Constitución es hablar de lo que nos constituye, de aquellas cuestiones básicas sobre las cuales podríamos organizar nuestra vida en común. Y sobre eso todos y todas podemos conversar.
En el más del centenar de talleres y conversatorios en los que he participado, hemos detectado que existe una expectativa social profunda por establecer un nuevo pacto social, una nueva forma de convivencia: con respeto, con derechos, con cuidado a la naturaleza, con una nueva forma de entender las relaciones de poder. Pero por sobre todo con dignidad; aquella mínima dignidad que permite ser tratado como persona en una corte, o no ser vulnerado en tus derechos en una población ni al interior de tu hogar.
Miles de personas quieren contribuir a dibujar ese futuro. Desean percibir que esta construcción será colectiva; quizás muchas veces anónima pero reconocida como un esfuerzo colectivo. La Convención tendrá la titánica tarea de abrir sus puertas a la escucha ciudadana; recibir cientos de miles de propuestas —algunas sencillas; otras más complejas—, pero todas ellas inspiradas en aquel objetivo planteado por Antonia en su discurso: entregar un aporte para lograr un Chile más justo, donde se pueda mejorar nuestra propia convivencia.
Pero aquí también existe un ejercicio de devolución, de retroalimentación que es vital para que el proceso de apropiación de la Constitución se haga efectivo. La ciudadanía tiene clara conciencia que las cosas no cambiarán de un día para otro (nunca ha sido así para ellos); sin embargo, espera autoridades receptivas, que escuchen, y que luego informen sobre lo que se está haciendo y cuáles son los resultados. Este simple acto de retroalimentar, de mostrarle a esa ciudadanía la configuración de este nuevo acuerdo social, será particularmente relevante. El único modo de administrar las expectativas es construyendo un nuevo acuerdo social colectivamente, en el que se vayan haciendo patentes las limitaciones pero al mismo tiempo se vayan legitimando socialmente los pequeños avances civilizatorios que puedan hacerse.
La responsabilidad de la Convención es enorme, por cuanto tiene ante sí la colosal tarea de contribuir a generar un nuevo pacto de convivencia social. Lo hace contra el tiempo, e incluso en contra de ciertas inercias burocráticas y gubernamentales. Además de concordar un texto de borrador final, su éxito dependerá de permitir que la ciudadanía por primera vez en la historia republicana sea escuchada en algo tan elemental y relevante como es definir el modo en que queremos convivir. Y al abrir estos espacios deberá preocuparse particularmente de recoger las voces de quienes nunca han sido escuchados. Lo más relevante es que en nuestras actividades hemos podido constatar que los actores sin voz pública tienen ideas, opiniones, intuiciones y definiciones muy claras sobre el país que se imaginan. Por lo mismo, sería una tragedia no incorporar aquellas voces en el proceso de construir este nuevo pacto social.