Dónde y cómo se roba en Santiago II: Imágenes inéditas del robo del millón de dólares
04.08.2010
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04.08.2010
En la zona norte de la capital los delincuentes que se desplazan son muy distintos a los de otros barrios. Al recorrer las zonas donde más robos se repiten y entrevistar a fiscales, policías y víctimas, CIPER constató que el llamado “Triángulo de las Bermudas” existe en Santiago. Es allí (Conchalí, Renca, Huechuraba, Pudahuel, Cerro Navia, Cerrillos, Quinta Normal) donde los robos con intimidación o violencia a camiones y bodegas con mercaderías que desaparecen sin dejar huellas tienen de cabeza a la Fiscalía y a los policías del sector.
-Nos estamos enfrentando a un tipo de delincuente con prontuario y más avezado. Portan fuerte armamento y forma bandas más organizadas que actúan con información precisa. Sus blancos predilectos son los camiones y las bodegas de empresas que distribuyen o almacenan las cargas de los mismos –explica el fiscal jefe de Robos de la Fiscalía Metropolitana Centro Norte, José Morales.
Esa zona, una de las más peligrosas de la capital, está circunscrita por tres rutas de alto tráfico de camiones: Ruta 68, Autopista del Sol y Ruta 5. Las tres son vías de tránsito para mercaderías que van y vienen desde los puertos de Valparaíso y San Antonio.
Al elegir las bodegas de almacenamiento estas bandas identifican los horarios con menos gente trabajando o con baja o nula presencia de guardias, además de la información sobre los lugares donde se encuentra el dinero y vías precisas de escape. Respecto a los camiones, los más codiciados son los que transportan cigarrillos, ropas u objetos de marcas exclusivas, electrodomésticos y celulares. Todas de fácil reducción y de buen precio en el mercado irregular.
Este delincuente actúa muy confiado, dice el fiscal Morales. Como los cinco hombres que el pasado 13 de marzo ingresaron con un camión a las bodegas de la empresa de distribución de celulares Cellstar, en avenida Presidente Eduardo Frei Montalba (Conchalí). Permanecieron 32 minutos y salieron con un botín avaluado por la propia empresa en 1 millón de dólares ($570 millones).
-Eran alrededor de las 11 de la noche. Nos encontrábamos tres de nosotros en la caseta de entrada y otro compañero haciendo la ronda en el interior de las bodegas cuando en cuestión de segundos y sin siquiera percibir algo extraño nos vimos rodeados de cuatro sujetos. Con armas de fuego nos redujeron y con los mismos cables que arrancaron de la caseta de vigilancia procedieron a amarrarnos de manos y pies –relató uno de los guardias de seguridad.
Tras reducir al cuarto guardia, los asaltantes huyeron en un camión, el mismo en el que llegaron hasta la bodega, con ocho pallets que contenían 2.825 celulares de última generación. El dueño del camión está identificado. Su prontuario es de terror. Parte de la mercadería ya fue vendida en Antofagasta. Sus últimos destinos serán, como lo muestra la ruta de robos similares anteriores, Perú y Bolivia. Pero los delincuentes siguen libres.
9:00 horas. Gran Avenida esquina de Américo Vespucio, justo donde se ubica la estación de Metro La Cisterna, uno de los 17 puntos más peligrosos de Santiago. Lo primero que llama la atención es la gran cantidad de gente que deambula por el sector. Con dos líneas de Metro que confluyen, más el intermodal del Transantiago, se calcula que por allí transitan diariamente 120.000 personas.
A la salida del Metro, en la vereda norponiente, está el retén de Carabineros. Un suboficial me explica con detalles que la zona es segura, que la mayoría de los robos ocurre en la esquina de enfrente o en el paradero de bus que está sobre Gran Avenida.
-Aquí nosotros evitamos muchos robos –afirma el policía.
De repente, aparece presuroso un matrimonio joven con su hija. Piden ayuda. Les acaban de robar un computador, una cámara de fotos y un bolso. Y todo ello a sólo 50 metros del retén.
El suboficial les pregunta si tienen alguna identificación del ladrón. La pareja responde que no. Acaban de llegar desde de Chiloé y se les ve abatidos. El suboficial les dice que hagan la denuncia, pero después de preguntar las posibilidades reales que tienen de recuperar los objetos robados, el matrimonio decide marcharse sin estamparla.
A partir de ese momento la conversación con el suboficial toma otro rumbo. Deja de lado el discurso inicial y me cuenta que lleva sólo cuatro meses en ese retén y no se quedará allí por mucho tiempo:
-No es un lugar de alta permanencia. Los mandos nos van cambiando, de lo contrario aquí uno acabaría estresado ya que el trabajo es muy intenso. Mire, somos sólo tres carabineros, y como uno siempre se tiene que quedar en el retén, al final somos sólo dos los que andamos dando la vuelta. ¡Si no roban más es por que no quieren no más!
El suboficial ya conoce los rostros de algunos delincuentes. Pero es poco –dice- lo que puede hacer. Cuando los divisa, les hace control de identidad.
-Y como nunca andan con documentos, los paso a la comisaría y con eso los saco de circulación unas horas. Pero nada más -asume resignado.
A las horas de mayor concentración –y mayor peligro- unas cinco mil personas caminan en todas las direcciones. Este suboficial asume que es en esas franjas horarias cuando menos se puede actuar.
-Imagínate aquí con cinco mil personas caminando en todas las direcciones… Lo peor es que mucha gente piensa que carabineros es personal de información y hay momentos que tienes a 10 personas preguntando qué bus o qué metro me sirve para tal lugar. Otro gran problema que nos quita mucho tiempo para la labor de prevención es lo que nosotros llamamos “los cachos”: una señora que se cayó en la escalera mecánica, una mechera que los guardias no dejan entrar al supermercado y hace escándalo, los ambulantes que se meten al intermodal… Todo eso también nos toca a nosotros y con 100 mil personas diarias uno a veces termina atendiendo 50 mil cachos y descuida lo más importante.
-¿Y los guardias del Metro y los del intermodal no les ayudan en la prevención?
Mire, ellos nos dicen “hemos puesto 6 guardias, dos por piso para ayudar a la prevención”. Como si eso fuera una gran cosa. La verdad, es que muchas veces esto termina siendo mucho más trabajo para los tres que estamos aquí ya que los guardias nos están llamando a cada rato porque detuvieron a un delincuente o se les colaron unos ambulantes.
-¿Cuántos robos se cometen diariamente aquí?
-Uno o dos -dice titubeando.
-Y cuándo los detienen, ¿cuál es el procedimiento?
-¡Otro cacho! –afirma y sonríe con sorna antes de explicar-, entre las declaraciones de las victimas, los testigos, nuestro relato, tomar fotos de las especies, llevar al ladrón a constatar lesiones y después entregarlo en la comisaría, son como 15 papeles. La mayoría de las víctimas, si pillamos al delincuente en el momento y recuperan lo robado, ya no quieren hacer la denuncia y prefieren irse. Nosotros igual los pasamos detenido, pero a los dos días los vemos otra vez por aquí -señala otro policía del retén.
Ingreso al Intermodal. Una construcción de 60.000 metros cuadrados, cinco pisos, 35 andenes de buses, dos líneas de metro y 43 locales comerciales. La seguridad del recinto está a cargo de seis guardias privados. Ellos no rotan como los carabineros: conocen el sector como nadie. Le pregunto a uno de ellos –alto y corpulento- por los robos que se cometen allí dentro.
-¡Si!, alrededor de 4 a 6 robos diarios, y en las quincenas y final de mes es peor –exclama el guardia.
Un ladrón es sorprendido robando la cartera de una mujer. Dos guardias lo detienen y le revisan todos los bolsillos. Lleva un arma. Y aunque es de fogueo, es tan similar a las de verdad que provoca pánico. También entre los guardias, aunque bien lo disimulan. El incidente les recordó a dos de ellos lo que le ocurrió a uno de sus compañeros el año pasado cuando se encontraba trabajando en el primer piso del Intermodal. Recibió un llamado por radio de otro de los guardias desde el primer subterráneo: una joyería estaba siendo asaltada. Corrió y fue atacado con tres puñaladas en la espalda por uno de los delincuentes.
-Los que más nos sorprendió es que el ladrón no era menor de edad. Tenía 18 años. Y mire lo que pasó: lo detuvimos, le quitamos el cuchillo y se lo entregamos a los carabineros que se lo llevaron detenido después de tomar la denuncia. Como prueba, les entregamos también las cintas de las cámaras de seguridad donde quedó todo registrado. Dos días después apareció el mismo delincuente con otros siete sujetos y amenazaron al guardia que lo detuvo anunciándole que lo esperarían a la salida. Lo tuvimos que acompañar durante varios días cuando terminaba su turno. Lo increíble es que este guardia, a pesar de haber sido apuñalado, nunca fue citado ni por carabineros ni por la fiscalía. Y al delincuente lo hemos vuelto a ver en lo mismo por aquí…
Me despido de los guardias de seguridad. Al momento de partir, uno de ellos susurra: “Por eso mismo, ahora, si vemos algo raro, nos limitamos a llamar a los carabineros. Nosotros no podemos actuar. Ni armas tenemos. ¡No vale la pena!”.
Regreso al día siguiente al intermodal, esta vez al final de la tarde. Otros guardias cumplen su turno. Uno de ellos me confirma lo que los carabineros me relataron el día anterior:
-La mayoría de los robos que se cometen aquí no se denuncian. Y los mismos delincuentes siguen robando y robando.
En las seis horas que pasé en dos fríos días de julio en esa esquina, fui testigo de dos robos que se cometieron a pocos pasos de la policía. También observé la precariedad en que trabajan carabineros y guardias de seguridad privados. Las dos víctimas después de hablar con carabineros se fueron sin denunciar.