Colchane y la frontera: cómo la narrativa del “choque cultural” aumentó la tensión con los migrantes
06.08.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
06.08.2021
Entre enero y febrero de 2021, Colchane duplicó el número de su población habitual luego de que miles de migrantes llegaran hasta esa ciudad en busca de un espacio donde refugiarse en su camino hacia otros destinos. Las autoras de esta columna de opinión analizan cómo este fenómeno, que provocó momentos de tensión con los habitantes locales, se abordó bajo el lente del “choque cultural” entre dos “grupos culturales” distintos y aparentemente incapaces de dialogar. Esa perspectiva, dicen las investigadoras, azuzó los prejuicios discriminatorios y xenófobos que pesaron sobre los migrantes, afectó seriamente la convivencia entre ambas comunidades y no contribuyó en la comunicación de los actores involucrados.
Las autoras de esta columna son investigadoras del campo de estudio de las migraciones en Chile, específicamente en el ámbito educativo -desde la perspectiva intercultural-, político y jurídico. Esa experiencia, materializada en la participación de diversos proyectos y publicaciones, está en la base de las ideas y reflexiones expuestas en este texto, para el que además se solicitó información a fuentes oficiales y a otras que prefirieron mantener su identidad bajo reserva. La columna también se ha beneficiado del trabajo de revisión conceptual y reflexión teórica realizado en el marco del proyecto Fondecyt «Migración, precariedad y ciudadanía: de las tácticas de subsistencia a las estrategias de lucha» (3190674), a cargo de Fernanda Stang, que recibe financiamiento de ANID.
Agradecemos los agudos comentarios de Geraldine Abarca, Josefina Palma y Antonia Garcés, además de la detallada respuesta del periodista Rodrigo Martínez Segovia, de la municipalidad de Colchane, a nuestra solicitud de información. Las opiniones expresadas en este artículo, de todos modos, son de nuestra completa responsabilidad. Aunque el texto recurre al uso del género masculino en su redacción, sus autoras consideran que ello no recoge las diversas formas posibles de construcción de género.
A fines de enero de 2021, Colchane, una pequeña localidad ubicada en la región de Tarapacá, duplicó en pocos días su población debido al arribo de migrantes. La mayoría de ellos provenía de Venezuela, y llegaron a causa de la crisis humanitaria que vive ese país. Fueron días de lluvias torrenciales en la frontera de Chile con Bolivia, donde se hicieron aún más duras las condiciones climáticas de un territorio que suele tener temperaturas muy bajas en las noches, y que también destaca por la falta de oxígeno (la ciudad está ubicada a 3.650 metros sobre el nivel del mar). Esta llegada de migrantes coincidió, además, con medidas restrictivas establecidas a raíz de la pandemia, y que afectaron la circulación de buses hacia Iquique, la capital regional.
Así, confluyeron una serie de factores que hicieron que la cantidad de migrantes circulando en los poblados creciera significativamente, muchos de ellos sin tener un lugar donde refugiarse. Según la municipalidad de Colchane, en esos últimos días de enero y los primeros de febrero las cifras oscilaron entre 1.800 y 3.800 migrantes en una comuna que, según el Censo de 2017, contaba con 1.728 habitantes, y cuya capital comunal -la localidad de Colchane- tiene unos 300 habitantes, casi un centenar de ellos funcionarios públicos con residencia en otras comunas de la región o en regiones vecinas[1]. En este marco, en redes sociales y medios de comunicación se publicaron notas y videos que daban cuenta de tomas de viviendas por parte de migrantes, además de testimonios que reflejaban una dramática sensación de invasión por parte de los habitantes locales, e incluso expresiones que hablaban de la vulneración de la cosmovisión aymara.
Lo ocurrido en Colchane es un ejemplo claro del uso de la narrativa del “choque cultural” que se ha instalado en la sociedad chilena para explicar numerosas tensiones originadas en la convivencia entre locales y migrantes, además de actitudes frente a esas tensiones, generalmente xenófobas, racializantes o sexualizadoras. No pretendemos minimizar las situaciones que materializan esos conflictos, sino visibilizar los procesos sociales que están en su base, y lo nefasta que resulta la narrativa del choque cultural para abordarlas. Se recurre a esta idea del choque cultural, por ejemplo, para explicar que los niños haitianos son supuestamente “más violentos”, que los vecinos colombianos son “fiesteros”, que los hombres peruanos son “golpeadores”, que las madres haitianas “no cuidan bien de sus hijos” o que las personas afrodescendientes, y sobre todo las mujeres, son “más calientes”[2]. A veces las nacionalidades se intercambian entre los mismos prejuicios, da igual, el punto central del argumento es que tienen una cultura diferente -lo que no se dice, o se dice menos, es que se asume que esa cultura es inferior-, y por eso sus costumbres son molestas, cuando no intolerables, para los chilenos o para la cultura del país receptor.
Una de las aristas que más se abordó respecto de lo sucedido en Colchane estuvo relacionada con el aspecto migratorio y el control de las fronteras, pero también surgieron voces que aludían a situaciones que habrían violentado la cosmovisión del pueblo indígena aymara –el “choque cultural” – que habita ese territorio. Ese supuesto choque se materializó, principalmente, cuando parte de los migrantes se tomaron las viviendas de algunos pobladores. El modo en que se presentaron los conflictos a través de medios y redes sociales, sumado a la situación de pandemia y a una política migratoria hostil y efectista en términos comunicacionales, hace que lo sucedido en Colchane sea muy ilustrativo para pensar este tema en profundidad.
A raíz de lo anterior, en esta columna nos proponemos analizar la complejidad de lo sucedido desde la perspectiva intercultural crítica para mostrar, a partir de este caso concreto, cómo opera la narrativa del choque cultural: qué invisibiliza, qué impide y por qué es importante repensar estas y otras situaciones semejantes desde el enfoque intercultural crítico.
La noción de shock o choque cultural, proveniente del campo de la psicología, alude al modo en que es afectado el propio migrante (o la persona que se desplaza) al residir en una cultura significativamente diferente a la propia. Sin embargo, la narrativa del choque cultural instalada en el último tiempo en Chile es distinta, más cercana a la polémica idea del “choque de civilizaciones” que propuso en los noventa Samuel Huntington, y que luego derivó en su hipótesis de la “amenaza hispana”, eufemismo con el que aludió al peligro que, según su perspectiva, implicaba la inmigración hispanohablante, sobre todo la mexicana, para la “identidad” de los Estados Unidos.
Lo que está detrás del choque cultural es el argumento de que hay unas identidades culturales, “pensadas como una cosa sólida, de fronteras perfectamente claras, con una existencia objetiva e indiscutible” (Escalante, 2006), cuya única posibilidad de vínculo en el encuentro con otras identidades culturales es el choque, a menos que existan similitudes culturales muy significativas. Hay que agregar que, detrás de esta mirada, siempre está presente una jerarquía implícita entre las distintas culturas que coinciden en un tiempo y espacio. Esto provoca dos efectos relevantes: por una parte, que se clausura toda posibilidad de encuentro, y por otra, que con estas explicaciones culturalistas se invisibilizan problemas estructurales que están detrás (la compleja intersección de capitalismo, colonialismo y patriarcado).
En Colchane hubo un encuentro de matrices culturales diversas, que ocurrió en un escenario marcado por desigualdades históricas y por otras que han emergido recientemente. La narrativa del choque cultural dejó en un segundo plano esas desigualdades, y cerró las posibilidades de comunicación entre los actores “en conflicto”. En contraparte, el enfoque de la interculturalidad crítica es un camino posible para reflexionar sobre esas tensiones y conflictos, porque además de proponer un marco para ese encuentro, también busca abordar las desigualdades históricas entre esas matrices culturales, ligadas en nuestra región al colonialismo, y estrechamente vinculado, a su vez, al sistema capitalista y sus transformaciones históricas.
Así, la interculturalidad crítica no solo busca generar una convivencia “armónica” o libre de conflictos
–como también se busca desde el enfoque multicultural– entre las personas que pertenecen a culturas diversas, sino también procura entender que esas tensiones surgen de desigualdades históricas, que han derivado en relaciones opresivas. Además, asume que el conflicto no puede eliminarse por completo, y que no siempre tiene connotaciones negativas. Discutir este tema se vuelve aún más urgente en un momento como este, cuando estamos iniciando un proceso constituyente que establecerá definiciones y principios centrales para pensarnos como sociedad y para plantearnos, en un futuro, como un país pluriétnico, plurinacional e intercultural.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de interculturalidad crítica? Históricamente se han producido diferentes formas de abordar la diversidad cultural en las sociedades: desde la exclusión –ya sea por discriminación, segregación (espacial, como en los guetos, o institucional), eliminación del otro (cultural, como en el etnocidio, o física, en el genocidio)–, pasando por formas de inclusión aparentes, sustentadas en actitudes homogeneizadoras (la asimilación, el melting pot o “crisol de razas”), hasta lo que podría entenderse como una “inclusión real”, basada en una valoración positiva de esa diversidad, en el marco de lo que se ha llamado el pluralismo cultural (Giménez Romero, 2003). El interculturalismo, junto con el multiculturalismo, son dos expresiones de este último enfoque, pero tienen diferencias significativas entre sí.
La interculturalidad se refiere a «una situación, proceso o proyecto que se produce en el espacio entre dos distintas formas de producción cultural» (Novaro, 2006). Es decir, no es un asunto que compete solo a una cultura u otra, sino que alude a lo que ocurre en el “entre”. En términos de política, el interculturalismo busca intervenir en el proceso de encuentro de estas diferentes matrices culturales, orientándolo hacia espacios de comunicación que no ocurren «naturalmente», como se asume, por ejemplo, en el enfoque multiculturalista (Stefoni y otras, 2016).
Se recurre a esta idea del choque cultural, por ejemplo, para explicar que los niños haitianos son supuestamente “más violentos”, que los vecinos colombianos son “fiesteros”, que los hombres peruanos son “golpeadores”, que las madres haitianas “no cuidan bien de sus hijos.
Asimismo, el interculturalismo se ha expresado en diversas variantes. Una de ellas, la interculturalidad crítica, es una propuesta que emergió en América Latina, como una alternativa tanto al asimilacionismo
–entendido como “la expectativa y la intención de que quienes son considerados pertenecientes a una cultura minoritaria adopten como propia la cultura hegemónica o que es considerada mayoritaria” Beniscelli y otras, 2019)– como al multiculturalismo y a la interculturalidad funcional (Walsh, 2009). Estos dos últimos enfoques, aun cuando reconocen la diversidad de las sociedades pluriculturales y plurinacionales de América Latina, siguen siendo una aproximación parcial de diálogo e incorporación de ciertos grupos en Estados que continúan siendo monoculturales, colonialistas y desiguales. Por eso, la interculturalidad crítica hace un aporte fundamental a la realidad de nuestra región, al visibilizar que las estructuras y relaciones coloniales persisten en nuestro continente (Quijano, 2000), razón por la cual se continúa racializando, inferiorizando, deshumanizando (Walsh, 2009) y precarizando a cierta diversidad deslegitimada desde esa matriz jerárquica colonial.
Cuando se sostiene que los niños haitianos son “más salvajes”, o que sus madres son “más descuidadas”, o que las niñas afrocolombianas son “más pololas”, e incluso cuando el gobierno de Chile pone en marcha un plan de retorno para migrantes y lo orienta fundamentalmente a personas haitianas, esa matriz colonial de clasificación sigue funcionando.
La vida en la localidad fronteriza de Colchane es difícil, no solo por las extremas condiciones climáticas expuestas, sino también –y sobre todo– debido al abandono del Estado: hasta hace muy poco, un tercio del día el pueblo no tenía luz eléctrica; y la disponibilidad de agua potable es compleja, lo que se refleja en que un 89% de sus habitantes no tienen acceso a servicios básicos, según el último Censo. Además, casi un 60% de su población no está alfabetizada o no ha terminado la educación básica.
La comuna de Colchane se creó en 1970 con un claro propósito geopolítico: establecer un poblado permanente en una zona de frontera (Pladeco 2015-2018). Este origen ha sido una marca muy significativa en su perfil socioeconómico, político y cultural. A dos kilómetros del pueblo se encuentra el paso fronterizo de Colchane-Pisiga, que separa a Chile de Bolivia. Esa frontera, trazada por los Estados-nación después de la Guerra del Pacífico (1879-1884), vino a separar arbitrariamente un territorio habitado mayoritariamente por el pueblo aymara: del 85% de la población comunal que pertenece a un pueblo originario, un 74% tiene esa pertenencia étnica, y un 7% es quechua. Además, 12% de los residentes habituales ha nacido en otro país, 94% de ellos son bolivianos.
Esta cercanía al paso fronterizo y a la localidad boliviana de Pisiga Bolívar, sumada a la gran distancia respecto de la capital regional (Iquique queda a 238 kilómetros por una ruta del desierto), hacen de esa frontera un espacio poroso por el que cotidianamente circulaban, hasta antes de la pandemia, tanto chilenos como bolivianos, para proveerse con diferentes mercaderías, por lazos familiares o para pastorear las llamas, entre otras razones (González, 2018).
En el último tiempo, esta zona fronteriza comenzó a ser escenario del cruce irregular de un creciente número de migrantes, sobre todo de venezolanos, que en estas estrategias de contorneamiento (Haesbaert, 2016) que se van desplegando para sortear los obstáculos que van imponiendo los Estados a este verdadero éxodo, van encontrando nuevas posibilidades de paso. En esas trayectorias, Colchane es solo un hito en el camino, a Iquique primero, y después, para muchos, a Santiago. Es en ese contexto que se produjeron conflictos y tensiones entre migrantes y pobladores, en un escenario de crisis humanitaria y sanitaria, con amplia cobertura mediática, y con numerosas expresiones xenófobas virulentas. Existe además una política migratoria que ha dado señales confusas, primero abriendo las puertas del país a la población venezolana, en una estrategia de relacionamiento internacional, para luego cerrarlas de manera abrupta. En la actualidad, las acciones de expulsión violan tanto principios de dignidad como aspectos del debido proceso (véase cuadro con medidas migratorias).
En este marco, descrito a grandes pinceladas, la narrativa del choque cultural se utilizó principalmente en relación con la ocupación de casas por parte de las personas migrantes que arribaron a Colchane. Se dijo que esta situación atentaba contra la cosmovisión aymara, que los migrantes no respetaron las tres normas de la moral de este pueblo originario: “no robar, no mentir, no flojear”[1], estigmatizándolos colectivamente como ladrones. Se dijo también que la población local no estaba acostumbrada a “esta violencia” –la que, implícitamente, se asumía como una forma habitual de actuar de las personas que llegaban–, entre otras afirmaciones de este tipo. Mirar estos sucesos bajo la perspectiva intercultural crítica permite ejemplificar cómo opera la narrativa del choque cultural y las consecuencias nefastas que conlleva.
Respecto a la toma de viviendas, no es clara la cantidad de inmuebles involucrados. Algunos actores clave entrevistados para esta columna aludieron a un escaso número (2 o 3), y sólo con el objeto de pernoctar por la noche, encontrar abrigo y alimentos. En cambio, desde la municipalidad señalan que un 80% de viviendas de la comuna fueron tomadas y actualmente se está realizando un catastro[2]. Más allá de la cantidad, hay elementos para pensar que, parte del conflicto originado por las tomas, se explica por un malentendido con aristas socioculturales, al que se suman otros factores de peso, algunos de ellos estructurales: una política migratoria restrictiva, la escasez de recursos para hacer frente a una situación como ésta en una comuna como Colchane[3], la acción de algunos coyotes o pasadores que abandonan a migrantes en el cruce, y por supuesto, la crítica situación del país de origen de los migrantes, que los empuja a desplazarse en condiciones límites.
En este “malentendido”, confluyen dos componentes principales: la búsqueda de alojamiento de los migrantes frente a condiciones climáticas adversas y enfrentados a políticas cada vez más hostiles (lo que puede llegar a convertirse en una situación de vida o muerte, por las complejas condiciones del cruce), y el hecho de que muchos de los pobladores locales cuentan con más de una vivienda, una práctica habitual entre la comunidad aymara, debido al desplazamiento en los diferentes pisos ecológicos por sus actividades económicas (trashumancia). Como señala el Plan de Desarrollo Comunal de Colchane (2015-2018), la población aymara se caracteriza por una alta movilidad, la que está asociada a esa trashumancia como modo de vida. Debido a las actividades agropecuarias y culturales, “una buena parte de la población residente se traslada fuera de la comuna y pasa a utilizar su vivienda en forma intermitente”, dice textualmente el Plan.
A su vez, el mismo documento explica que la comuna es una de las menos pobladas de la región y que su población ha disminuido en la última década, en parte por la migración de sus habitantes a centros urbanos –que también se explica por el abandono del Estado–, razón por la cual algunas viviendas han quedado desocupadas. De hecho, según el Censo de 2017, un 67% de las casas estaba en esa situación.
Por lo tanto, lo que para unos supuso encontrar una vivienda desocupada la mayoría de las veces, para refugiarse del frío y satisfacer necesidades apremiantes, para otros significó la vulneración de su propiedad y de su espacio vital, y la pérdida de patrimonio inmaterial y material, como plantea la municipalidad: “El saqueo de las viviendas hizo que gran parte del patrimonio textil desapareciera. Se trató en muchos casos no solo de utensilios heredados de generación en generación, además de diseños que contaban historias familiares”. Las razones son tan valederas de un lado como del otro, aunque preferimos no sumarnos a esta lógica de los lados y, por el contrario, visibilizar las problemáticas que están en su base.
La interculturalidad crítica nos permite plantear que, cuando el encuentro cultural se produce en condiciones estructurales tan dramáticas, como la crisis humanitaria que ha causado el desplazamiento venezolano y el abandono histórico del Estado respecto de estos pueblos de la ruralidad andina, las posibilidades para la comunicación y el entendimiento son complejas. El tratamiento de la noticia que realizaron muchos medios de comunicación, así como las reacciones en redes sociales, contribuyeron a tensionar esas condiciones.
Podemos concluir que en Colchane la narrativa del choque cultural ha prevalecido sobre la actitud del diálogo intercultural. No se han buscado puntos de encuentro entre las comunidades –experiencias comunes de movilidad, así como carencias provocadas por el abandono de los gobiernos–, ni se ha trabajado sobre las diferencias y desigualdades, que afectan a ambos actores construidos como polos de este conflicto. Abordar esas inequidades es imperioso; como señala Tubino, “en condiciones asimétricas el diálogo no procede, se bloquea” (2008:177). No hay posibilidad de diálogo intercultural, entonces.
Ese es el modo que, en general, adopta este tipo de posiciones como la narrativa del choque cultural. Y una de sus implicancias más habituales es que el velo culturalista oculta esas desigualdades de fondo. Vale la pena, entonces, preguntarse a quiénes resulta útil esa invisibilización. Hay, sin duda, un trasfondo político en este tipo de construcción. La narrativa del choque cultural es funcional a la migración entendida como chivo expiatorio frente a problemas estructurales del país, lo que dificulta el diálogo entre comunidades indígenas, chilenas y migrantes, mediatizando el fenómeno y generando discursos que presentan a la migración internacional como un problema social.
Marco político y normativo de la migración venezolana reciente en Chile
Beniscelli, L.; Riedemann, A.; Stang, M.F. (2019). “Multicultural y, sin embargo, asimilacionista. Paradojas provocadas por el currículo oculto en una escuela con alto porcentaje de alumnos migrantes”, Calidad en la educación, N° 50, pp. 393-423.
CPEIP-Mineduc (2018), Prácticas pedagógicas interculturales: Reflexiones, experiencias y posibilidades desde el aula, Santiago, MINEDUC.
Escalante Gonzalbo, Fernando (2006). Huntington y la «invasión latina», revista Nueva Sociedad, N° 201.
Giménez Romero, Carlos (2003), “Pluralismo, Multiculturalismo e Interculturalidad. Propuesta de clarificación y apuntes educativos”, Revista Educación y Futuro: Revista de Investigación Aplicada y Experiencias Educativas N° 8, pp. 9-26.
González, Mauricio (2018), “Haciendo ciencias en un contexto aymara”, en CPEIP-Mineduc, Prácticas pedagógicas interculturales: Reflexiones, experiencias y posibilidades desde el aula, Santiago, Mineduc.
Haesbaert, Rogério (2016). ‘De la multiterritorialidad a los nuevos muros: paradojas contemporáneas de la desterritorialización.’ Locale 1: 119–134.
Novaro, Gabriela (2006), “Educación intercultural en la Argentina: potencialidades y riesgos”, Ponencia presentada en Foro de Educación Mundial, Buenos Aires.
Quijano, Aníbal (2000). ‘Coloniality of Power, Ethnocentrism, and Latin America.’ Nepantla: Views from South 1(3): 533–580.
Riedemann, Andrea; Stefoni, Carolina; Stang, Fernanda; Corvalán, Javier (2020), “Desde una Educación Intercultural para pueblos indígenas hacia otra pertinente al contexto migratorio actual. Un análisis basado en el caso de Chile”, Estudios Atacameños, Arqueología y Antropología Surandinas, Nº 64, pp. 337-359.
Tubino, Fidel. (2008), “No una sino muchas ciudadanías: una reflexión desde el Perú y América Latina”, Cuadernos Interculturales 6(10): 170-180.
Walsh, Catherine. (2009). ‘Interculturalidad crítica y pedagogía de-colonial: Apuestas (des)desde el in-surgir, re-existir y re-vivir.’ En Educación intercultural en América Latina: memorias, horizontes históricos y disyuntivas políticas, editado por Patricia Medina, 1-29. México: Universidad Pedagógica Nacional-CONACIT, Plaza y Valdés.
[1] La amplia oscilación de la cifra de personas migrantes circulando en la comuna en ese período obedece a la variación del proceso durante esos días, además de la dificultad de su contabilización y las diversas fuentes que realizaron estimaciones (la municipalidad, el ACNUR, entre otras). Respecto del número de residentes permanentes en la comuna, según la respuesta de la municipalidad es muy difícil de establecer con exactitud, debido al carácter trashumante del pueblo aymara. La trashumancia se refiere al cambio periódico de lugar de residencia, en este caso trasladando el ganado para pastar según las estaciones.
[2] Estas afirmaciones han sido recogidas en el trabajo de campo de varias investigaciones de las que han participado las autoras.
[3]Este y otros elementos mencionados en el análisis surgen de entrevistas con actores clave vinculados a la comunidad, además de fuentes de prensa como las referidas en la nota al pie 4.
[4]La fuente municipal consultada señaló durante el proceso de elaboración de esta columna que el catastro aún no finaliza, y que “el fiscal regional y de la provincia del Tamarugal (…) constataron solo cinco domicilios tomados, pero solo en la capital comunal de Colchane”. Hasta el momento de publicación de este texto no fue posible obtener respuesta sobre la finalización del relevamiento.
[5] Es preciso señalar que las autoridades comunales solicitaron apoyo al gobierno central mucho antes de estos acontecimientos, e incluso a organismos internacionales como la Organización Internacional para las Migraciones y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Además, el Instituto Nacional de Derechos Humanos se hizo presente en el territorio.
(iii) Ver el siguiente enlace. consultado 13/04/21
(iv) Ver el siguiente enlace. consultado 21/03/21
(v) Ver Liberona y López, (2018), Ver el siguiente enlace; Pascual (2020), Ver el siguiente enlace; Ver el siguiente enlace., 8°capítulo; Informe Final de Investigación Especial 828, de 2019, sobre presuntas irregularidades en la Subsecretaría del Interior. Número 12.134, del 1/10/2020; Ver el siguiente enlace, consultado 21/3/21; Ver el siguiente enlace.
(vi) Ver el siguiente enlace. Consultado: 31/05/21
(vii) Ver el siguiente enlace. Consultado: 31/05/21
(viii) Ver el siguiente enlace.
(x) Véase, por ejemplo, el recurso de amparo Rol 32-20201 ante la Corte de Apelaciones de Iquique en que no dio ha lugar a la orden de no innovar, y el 10 de febrero se realizó la expulsión de 13 de las 23 personas.
(xii) Véase de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Iquique Rol 28-2021, 36-2021, 28-2021, 38-2021 y 41-2021; y de la Excelentísima Corte Suprema Rol 14339-2021 de 24 de febrero y Rol 18926-2021 de 16 de marzo.