Saqueadores post terremoto II: La horda que nunca llegó a las casas
19.07.2010
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19.07.2010
Hugo Harrison llegó a Concepción tres días después del terremoto. Cuando avanzaba en su auto zigzagueando entre escombros de edificios y restos humeantes de supermercados, se encontró con una turba que cortaba la calle. Calcula que eran unos 150 hombres. Estaban armados con palos, hachas y machetes. También tenían varas de coligüe de tres metros de alto en cuya punta habían amarrado cuchillos.
Harrison ya había visto el edificio Borde Río derrumbado y la horrible impronta de la torre O’Higgins, que era la más alta de la ciudad y que aún hoy sigue ahí como un enorme recordatorio del desastre. Esas visiones apocalípticas se completaron con este grupo que parecía sacado del cine futurista o del pasado de la zona del Bío bío.
“Parecía un ejército mapuche”, dice. Y agrega: “me sentí metido en la película Mad-Max”.
Harrison iba con su esposa y sus dos hijas de 3 y 5 años. El grupo lo hizo parar. Los tipos que los detuvieron tenían cuchillos. No había cómo girar el auto y devolverse. Solo había dos opciones. Acelerar y matar al que se interpusiera, o parar. Lo pensó.
Lo pensó en serio.
¿Qué habría hecho usted?
Hugo Harrison paró.
Le preguntaron a dónde iba. Él les contestó que a su casa en San Pedro de la Paz. Los tipos se miraron, miraron hacia adentro del auto (Harrison no sacaba la vista de los cuchillos), y le dijeron: “váyase”.
El encuentro duró sólo 15 segundos.
¿Qué hacía esa gente ahí? ¿Eran asaltantes? ¿Iban a saquear algo?
Harrison piensa que no le hicieron nada porque no llevaba nada de valor. Especula que tal vez estaban ahí esperando camiones con mercaderías para asaltarlos.
Aunque eso es posible, también puede ser que simplemente fueran vecinos del sector, armados para defenderse. Harrison no lo cree pues la población que estaba ahí cerca era muy pobre. “La mediaguas que están entregando a los damnificados son lujosas al lado de sus casas. Es una zona con mala fama ¿quién se iba a ir a meter a quitarles algo?”, argumenta.
Suena irracional. Pero el autor de este reportaje recorrió en cuatro oportunidades las ciudades entre Constitución y Lota y vio guardias armados tanto en barrios muy pobres como en las zonas más elegantes. En todos lados se temía a la horda, pues todos sentían que había alguien menos favorecido que los podía atacar. No hubo ciudad en que los vecinos no pasaran un par de noches preparándose para ese ataque.
En esos mismos días, el subprefecto de Investigaciones José Luis López hacía rondas en Concepción. Y recuerda que lo que más lo impresionó fue la cantidad de gente armada que encontraba a su paso. La mayor parte de la ciudad estaba cortada por barricadas y con vecinos armados de pistolas, escopetas, palas, cuchillos amarrados a palos como lanzas, bates de baseball y muchas hachas, pues en esa zona la madera es muy usada para calefacción.
-Había tal cantidad de armas que ni siquiera teníamos posibilidad de fiscalizar -explica el policía.
Todos los barrios tenían otro barrio al que temer. En Concepción los vecinos de Villa Alto Palomares, -que participaron masivamente en el saqueo de las bodegas que había en su zona– temían al ataque de los de Villa Lautaro, que habían saqueado las mismas bodegas (después sabrían que los de la Lautaro también les temían a los de Palomares y que en virtud de ese mutuo miedo se pasaron varias noches en vela esperando un ataque).
En Villa Palomares decidieron identificarse con un brazalete blanco y fijaron un santo y seña con el nombre de su población en diminutivo.
-¿Quien vive?
-¡Villita palomares!
El dirigente de esa zona, Luciano Bascuñán, dice que en esas noches los patos malos locales se volvieron importantes y queridos.
-La gente les tenía confianza porque estaban protegiendo a su barrio. Todos se acercaban a ellos, los trataban como amigos. Y ellos ni siquiera tomaban un trago porque estaban dispuestos a pelear por sus vecinos.
En Talca, donde no se registraron ni de lejos los masivos saqueos a locales comerciales que se produjeron en Concepción o Talcahuano, la gente igual sintió que debía defenderse de la horda.
En la fiscalía cuentan de un condominio de sector medio alto al que se le cayó el muro perimetral. Los vecinos se organizaron porque era obvio que irían a robarles. Se armaron, bloquearon los accesos, montaron turnos. La noche del domingo vieron luces acercándose. “Vienen”, dijeron.
Dispararon al aire.
-Los que venían eran de Investigaciones y los policías también dispararon En el condominio pensaron que había llegado el momento… Investigaciones pidió refuerzos. Fue un milagro que eso no terminara mal -cuenta Isabel Hernández, abogada de la fiscalía de esa ciudad.
La abogada Hernández piensa que los chilenos aquella noche nos dejamos llevar por la histeria y por la desconfianza.
-Yo vivo en un lugar muy tranquilo, fuera de Talca, que tiene cerca una población. Nunca ha habido un problema con ellos, pero resulta que al día siguiente del terremoto la presidenta de la junta de vecinos me tocó el timbre y me dijo: “Vienen”. “¿Quiénes?”, le dije yo. “Los de la población de en frente. Vienen 80 personas en un camión esta noche. Así que nos vamos a vestir todos con camisas blancas para reconocernos, vamos a cerrar la entrada con el camión de un vecino y vamos a hacer turnos de guardia”. Mi marido le dijo: “No entiendo cómo tiene usted detalle del camión y del número de personas… Si fueran a venir no creo que le hubieran avisado”.
La vecina se molestó. La abogada Hernández se quedó inquieta y en la noche decidió confirmar la situación con el fiscal de turno.
-Pregunté cuál era la situación de la ciudad, cuántos detenidos en saqueos tenía. ¿Sabe cuántos eran?: Sólo dos. Eran un par de adolescentes que se metieron a un local y arrancaron con una botella de pisco y los pillaron curados como zapato. Ese fue el único incidente delictual en Talca la noche en que la gente estaba convencida de que estaban robando todas las casas.
La abogada trató de calmar a sus vecinos sin mucho resultado. Durante las siguientes semanas en la fiscalía de Talca se tuvo antecedentes de algunos saqueos a locales comerciales, pero no se recibió ninguna denuncia de saqueos de casas. Pese a eso, muchos quedaron convencidos de que la horda sí había azotado la ciudad y que ellos habían tenido la suerte de no encontrársela. Una semana después del terremoto, la abogada fue al cumpleaños de un pariente y su familia empezó a retarla.
-Mis papás me decían “ah, no sé dónde estás trabajando tú, pero aquí roban en todas las casas”. Yo les contestaba: “a ver, ¿quién hizo una denuncia?”. “Es que entraron a la casa de fulanita”. Bueno, a la semana me encontré con fulanita y me dijo, “no, a mi casa no pero la vecina, me contó que a su tía…” Eran puros cuentos así. A mí me parece que lo que ocurrió esas noches es que el chileno se puso particularmente histérico.
Por supuesto, no se puede descartar que en algún barrio de la extensa zona afectada por el terremoto este fenómeno haya ocurrido. Sin embargo, no hay ningún registro oficial de ello. En todas las ciudades visitadas por CIPER para este reportaje sólo hay una ocasión en que la pesadilla del “vienen” se materializó: fue en la comuna de San Pedro de la Paz, al sur de Concepción.
En la parte alta de la comuna, en el sector de Andalué hay casas de 6 mil UF y más, en las que viven profesionales bien rankeados y empresarios de la zona. En la parte baja, cerca del mar, están las poblaciones de Boca Sur y Michaihue cuyos habitantes, la madrugada del sismo, arrancaron hacia los cerros y se instalaron en carpas en los sitios eriazos y en las plazas de sus vecinos abeceuno.
Pelayo Vial, jefe de Estudios la Defensoría de Concepción, vive en el sector de Andalué y recuerda la ola de gente que llegó esa noche.
—Venían con muchas cosas que eran producto de los saqueos, sobre todo comida y se quedaron dos días acampando. A mí me daba lo mismo, no le tengo miedo a la gente, pero en mi vecindario estaban muy nerviosos. Inmediatamente se formaron guardias armadas para defenderse “de las hordas de flaites”. No ocurrió nada, no hubo robos, ni saqueos. Pero sí me llamó la atención la cara de los de Boca Sur: tenían una mirada un poco de odio, como diciéndote “tenga miedo, ahora que no hay ley, somos todos iguales”.
—Curioso eso: la ley debería hacernos iguales a todos.
-Sí. Pero no es así. Por eso creo que lo más terrible que pasó esa noche no fue lo delictual sino como se manifestó el tema social. La gente de Andalué hacía reuniones para organizar la guardia nocturna y llamaban insistentemente a la policía para que fueran a sacar a los de Boca Sur.
A los dos días la PDI los desalojó sin problemas. Sólo en una casa los detectives vieron algo curioso. Lo cuenta el sub prefecto López:
-Llegamos a un inmueble muy lindo y en el antejardín encontramos una familia con carretón. Les dijimos que tenían que irse y el hombre nos dice, “no, si nosotros estamos aquí porque el jefe nos dijo que ni un problema”. Nos extrañó, así que golpeamos la puerta. Y el dueño de casa lo confirmó y nos dijo en privado: “Es muy sencillo: los tengo aquí, los dejo entrar al baño, les doy de comer y a nosotros no nos pasa nada”.
Como si hablara de sus rottweiler.
En todas las ciudades hubo una noche de miedo máximo. En Concepción, dice el sub prefecto López, fue la noche del domingo para el lunes, cuando los saqueos a los locales comerciales se habían vuelto masivos y la autoridad se había dado cuenta de que no podía controlar la situación.
-Esa noche el miedo se podía cortar con un cuchillo. Nadie sabía para dónde iba la cosa.
En Talcahuano, arrasada por el mar y los saqueos, mucha gente estaba muy angustiada. Daniel Muñoz, capitán de Bomberos de la tercera compañía de esa ciudad, recuerda que la cuarta noche, cuando recién se habían restablecido las comunicaciones, sintió tanto miedo que llamó a su primo, con el que es muy unido y le dijo las cosas que solo se dicen cuando se está curado.
—Le dije que lo quería a él y también a su hija. Hablé llorando. Todos aquí pensábamos que no pasábamos esa noche. La gente estaba como loca, se oían disparos todo el tiempo. Y de pronto las personas empezaban a gritar, ahí vienen, ahí vienen, ahí vienen —relata el bombero.
Muñoz fue formalizado por saquear una tienda en Talcahuano y pasó 11 días en prisión preventiva. Es uno de los que con sus actos aterrorizaba a los otros. Y tenía miedo igual.
En la zona de San Pedro, pese al desalojo de los pobladores de Boca Sur, las noches siguieron siendo angustiosas durante semanas.
Hugo Harrison, que vive en un condominio cercano a Andalué pero de clase media (San Pedro del Valle), tenía para defender su casa el palo del quitasol y los cuchillos del almuerzo. Durante varios días, después de toparse con la muchedumbre al entrar a Concepción, cada vez que tenía que salir en auto a buscar comida o combustible, conducía con un cuchillo en el asiento del copiloto y otro debajo suyo. Nunca le ocurrió nada. Sólo tuvo un altercado con un conductor que se le coló en la fila. Pero la verdad es que no había como sentirse más tranquilo.
Sin luz, la única comunicación posible era con otras personas tan asustadas como él y la radio Bio Bío que transmitía noticias: es decir cosas impactantes. Por ejemplo, el angustioso llamado del alcalde de Hualpén, Marcelo Rivera, pidiendo que enviaran militares a defender su comuna. El alcalde lloraba: “que maten si es necesario” y contaba que la turba había asaltado hasta la municipalidad. “Los delincuentes se han tomado la ciudad, manden efectivos”.
Con la voz quebrada agregó que le estaban saqueando la municipalidad y que la turba también había saqueado casas.
Oír a una autoridad fuera de control sí que daba miedo.
Ante la falta de autoridad, en todos lados las personas buscaron refugio en sus vecinos. Los que ni se saludaban, ahora se turnaban en las guardias. Protegían a sus hijos, compartían la comida que había. Y estaban alertas. El miedo no dejaba que nadie se diera cuenta de que en el vecindario del lado estaban en las mismas. En ese momento de extrema necesidad, lo que nos hizo sentir seguros no fue la unión de todos los chilenos, no fue la idea de Nación que este año festeja los 200 años, sino el vecindario, el clan, algo que es aún más antiguo.
En San Pedro del Valle los vecinos se coordinaron con detectives y militares para protegerse de quienes podían venir a saquear sus hogares. Tenían claves y alarmas y contraseñas que cambiaban todos los días. A veces alguien creía ver algo, sonaban alarmas y el miedo era en vano. Una noche fue peor porque la guardia estuvo segura de haber visto gente entrando en casas que estaban vacías y el sistema se activó.
-Llegó un camión de militares, lanzaron bengalas y dispararon sus metralletas –dice Hugo.
No es fácil estar con tu familia en un lugar donde se dispara armas de guerra.
En Talcahuano el abogado de la Defensoría, Franco Lemus, recuerda que un grupo de infantes de marina se instaló cerca de la entrada de su condominio y se puso a hacer prácticas de tiro durante la noche.
-Nos dijeron que iban a hacer primero una a las 12 otra a la 1 y si luego volvíamos a sentir disparos, entonces la cosa era en serio y que nos metiéramos en las casas porque iban a disparar a matar.
Efectivamente a las 12 escucharon ráfagas de ametralladoras. Y a la una de la mañana a Lemus le tocó ver la práctica porque la hicieron al lado de su casa. Llegó el camión militar a toda velocidad, frenó con ruido y derrapando y los uniformados bajaron dando gritos: “¡Armada de Chile, deténgase!». Y luego abrieron fuego hacia los cerros.
-Era una locura. La gente vio eso y pensó que venía lo peor -reclama el abogado.
En el marco de las autoridades que no ayudaron a bajar la ansiedad de los chilenos, el alcalde de Hualpén merece una mención especial. Su relato llenó de angustia a todos en Chile y aterrorizó a la gente de la zona.
Sin embargo, Hualpén nunca estuvo tomada por delincuentes, como él dijo. Hubo saqueos en los supermercados y éstos fueron realizados igual que en todos lados por personas mayoritariamente sin antecedentes penales. Pero no hubo muertos, ni barrios arrasados.
De hecho muchos piensan que fuera de los comerciantes, el único gran damnificado en la zona fue el propio alcalde, quien denunció a la fiscalía que en los días posteriores le robaron de la caja fuerte de su departamento, 80 millones de pesos.
-Es una cantidad grande -dice un poco sorprendido el concejal de Hualpén Gabriel Torres-. Tal vez lloraba por eso cuando pedía militares, porque aquí no pasó nada tan terrible. Ni siquiera fue cierto que saquearan la municipalidad, como él dijo.