CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
Cuatro dimensiones de la violencia del narcotráfico según el narco
30.06.2021
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CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
30.06.2021
A través de 33 entrevistas con narcos, la autora nos presenta cómo hacen sentido de la violencia del narcotráfico. El asesinato se concibe como un negocio más, y las torturas a las que son sometidos dentro de sus propias organizaciones, se consideran castigos justos por los errores. En los relatos aparece el culto a la Santa Muerte que incluye sacrificios humanos a cambio de protección; y se describe también cómo la tortura y el asesinato les despierta sentimientos de ‘adrenalina’, ‘gozo’, ‘emoción’ y ‘poder’”. ¿Qué políticas públicas son efectivas para hacerles frente? La autora sugiere reconsiderar la estrategia prohibicionista que prevalece a nivel internacional, buscar alternativas basadas en la evidencia científica, y prevenir que más niños sigan creciendo en contextos socioeconómicos en los que se normaliza la violencia.
Esta columna está basada en el working paper Violence within: Understanding the Use of Violent Practices Among Mexican Drug Traffickers (Violencia desde adentro: entendiendo el uso de las prácticas violentas entre los traficantes de drogas), publicado por el centro de estudios Justice in Mexico de la Universidad de San Diego. La versión en español será publicada por la Revista CONfines de Ciencia Política y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey.
La violencia del narcotráfico en México crece y se profundiza. A quince años de iniciada la guerra contra las drogas, los homicidios, secuestros, desaparecidos y feminicidios siguen a la alza. Claramente la guerra ha fracasado, y esto se debe en parte a que el razonamiento detrás de esta estrategia ignora las diferentes motivaciones de la violencia en el crimen organizado. Basada en mi investigación doctoral y 33 entrevistas a ex narcotraficantes en el norte de México en octubre de 2014 y enero 2015, esta columna revela algunas de esas motivaciones. En concreto, identifiqué cuatro tipos de violencia ligadas al narcotráfico:
A continuación explico cada una de las dimensiones. Algunas de las citas no incluyen el seudónimo del participante para asegurar la confidencialidad de sus testimonios.
El narcotráfico es entendido por los participantes de mi investigación como “cualquier otro negocio” (Dionisio), el cual requiere que sus trabajadores tengan cualidades como liderazgo y valor, así como ser ‘disciplinados’, ‘listos’ y ‘leales’. Así, el narcotráfico es normalizado como otra ocupación, como lo señala Rigoleto: “Sembrar y traficar drogas fue una ocupación que yo aprendí y que realicé como el mejor de los agricultores”. La concepción del narcotráfico como ‘cualquier otro negocio’ no es algo nuevo y ha sido ampliamente estudiado. Lo que es notable, es que las prácticas de violencia como el secuestro, tortura y asesinato son también entendidas como un negocio.
La logística del negocio ilegal del tráfico de drogas, como el producir, transportar o vender drogas, incluye innumerables prácticas violentas: desde agendar y planear los secuestros, hasta idear como deshacerse de los cuerpos de manera eficiente. Por ejemplo, el trabajo de Canastas incluía un amplio repertorio de tareas: “desde la distribución hasta reclutar gente. Al principio mi trabajo era vender drogas, recolectar el dinero de otros dealers y levantar gente”. Lo que llama la atención en esta cita es que el tráfico y la venta de drogas se conciben como un ‘trabajo’ equiparable al de secuestrar personas.
En cuanto a prácticas de tortura, secuestro y asesinato, las narrativas de los participantes revelan una lógica pragmática que configura estas prácticas violentas como un negocio.
Por ejemplo, la tortura y la disposición de cuerpos son concebidos como actividades regulares inherentes al negocio del narcotráfico, las cuales, como otras tareas en esta industria, son diseñadas con el fin de optimizar tiempo y recursos. Concretamente, uno de los participantes explicó la lógica detrás de estas prácticas: “juntábamos los cuerpos durante una semana, porque los teníamos que llevar lejos… al final de la semana manejábamos con las camionetas llenas de cuerpos… y así cada semana” (Anónimo).
¿Tu cuestionarías a un carnicero por matar cerdos y pollos? ¡No! Tu no lo cuestionarías porque es su trabajo. Lo mismo con nosotros. Nuestro trabajo era matar gente
El mismo participante continúa explicando esta funesta estrategia: “algunos de ellos [las personas trasladadas en las camionetas] ni siquiera estaban muertos así que eso era parte del castigo… no teníamos que pasar más tiempo torturándolos” (Anónimo). En este aspecto, los participantes apelan a un razonamiento económico de maximizar el tiempo y los recursos disponibles. Con el fin de minimizar los costos de transportar los cuerpos de las víctimas, estos eran apilados en una bodega.
Al final de la semana laboral, en viernes o sábado, el trabajo del chofer era transportar esos cuerpos hacia el rancho localizado a las afueras de la ciudad. En este lugar, otros trabajadores, se encargarían ya sea de enterrarlos o desparecerlos. En la segunda cita, hay una lógica similar. En vez de pagar a alguien para torturar víctimas por horas, los verdugos ahorraban tiempo y esfuerzo al torturarlos hasta el punto en que quedaran vivos, pero sin la posibilidad de moverse: “pues los mutilábamos por un par de horas y luego los tirábamos en un montón con otros cuerpos, pasaban sus últimos momentos rodeados de brazos y piernas y muertos…y eso nos ahorraba tiempo” (Anónimo).
De esta manera, la violencia del narcotráfico es racionalizada como parte del ‘negocio’, y como uno de ellos aclara “no es nada personal”. La articulación del asesinato, el secuestro y la tortura como un ‘trabajo’ como cualquier otro, se puede entender en el marco de lo que Sayak Valencia (2012) define como capitalismo gore. Éste se define como un modelo económico neoliberal exacerbado que, en contextos de pobreza como México, causa violencia extrema.
Este modelo económico genera las condiciones para que surja lo que el escritor Roberto Saviano denomina la lógica del empresario criminal, la cual normaliza prácticas violentas distópicas haciéndolas inteligibles como trabajos aceptables, y justo así lo expuso uno de los participantes: “¿Tu cuestionarías a un carnicero por matar cerdos y pollos? ¡No! Tu no lo cuestionarías porque es su trabajo. Lo mismo con nosotros. Nuestro trabajo era matar gente”. En esta afirmación, el sujeto narco es posicionado como un trabajador, cuyo trabajo es tan ordinario como el de un carnicero. De esta manera, el asesinato es normalizado y articulado como una práctica regular, sin ninguna implicación ética, moral, o incluso legal.
La segunda dimensión articula la violencia como regla básica en el narcotráfico, o como los términos y condiciones conocidos y aceptados por quienes trabajan en este negocio. En esta dimensión se hace referencia a dos tipos de violencia: a) aquella utilizada para atacar, persuadir o intimidar organizaciones rivales, y b) la violencia utilizada al interior de las organizaciones como mecanismo de justicia. En este último caso, la tortura, golpizas, y otras formas de castigos corporales, incluyendo la muerte, son entendidos como la moneda de cambio legítima con la que los individuos involucrados en el narcotráfico pagan por sus errores, traición, o robo: “les poníamos las manos en ácido sulfúrico cuando nos robaban porque para nosotros no era justo que después de haberles confiado el dinero nos traicionaran” (Anónimo).
De manera similar, otro participante dijo: “les dábamos tablazos, tortura en los dedos, les dábamos electroshocks. Les rompíamos cada dedo con pinzas, para que los otros entendieron que en este negocio así es como pagas por los errores” (Anónimo). Si la falta que cometían era grave, como robar grandes cantidades de dinero, salirse de la organización sin avisar, o cambiarse de organización, entonces “terminaban pozoleados” (Anónimo), haciendo alusión a que serían asesinados y sus cuerpos se disolverían en ácido.
Aquellos que traicionan o roban dinero de la organización son deshumanizados y concebidos como ‘ratas’ que tienen que pagar con una muerte cruel por su ‘traición’: “Las ratas apestan. Si dejas que sobreviva una, las otras se quedarán y cuando menos lo esperes tienes un nido de ratas…” (Anónimo).
De manera similar, otros participantes se refieren a los “soplones” como “cucarachas” o “cerdos”: “las cucarachas son los soplones que les daban información a la policía sobre nuestras casas de seguridad, cuentas de banco, y que daban los nombres de los jefes… eso era alta traición y por eso no teníamos compasión por ellos” (Anónimo). Esta deshumanización se ha estudiado ampliamente, desligar a la víctima de su condición humana es un elemento esencial para que los perpetradores puedan cometer crímenes de otra manera considerados inhumanos[1]. Así pues, el uso de sustantivos ‘ratas’, ‘cucarachas’, o ‘cerdos’, no son una coincidencia, sino más bien un elemento discursivo que se ha utilizado frecuentemente en contextos de guerra para deshumanizar al ‘otro’, y que el discurso del narco reproduce.
Les dábamos tablazos, tortura en los dedos, les dábamos electroshocks. Les rompíamos cada dedo con pinzas, para que los otros entendieron que en este negocio así es como pagas por los errores
La violencia como regla básica del narcotráfico también hace referencia a la violencia entre organizaciones rivales. Los participantes asumen que las reglas del narcotráfico son conocidas y aceptadas por todos los involucrados en el negocio. La lógica implícita en este discurso justifica crímenes despiadados porque pacto tácito en el narcotráfico es claro e indiscutible. Los individuos son responsables de sus actos y de sus consecuencias: “yo no tenía piedad con los que torturaba porque yo pensaba que ellos estaban ahí por una razón. Yo pensaba que era su culpa porque ellos sabían lo que estaban haciendo” (Anónimo).
Lo que resulta interesante es que los participantes también hacer referencia a un sentido de reciprocidad: “¿por qué ellos tendrían piedad conmigo si yo no la tuve con otros?”
Otro participante dijo: “cuando me secuestraron yo pensé que me iban a matar porque yo nunca dudé en matar una persona… para mí era simplemente mi turno. Yo maté a muchas personas y ahora era mi turno de ser asesinado”.
El pacto para quienes están involucrados en el narcotráfico es tan simple como macabro, como lo deja ver uno de los participantes cuando narraba prácticas de tortura y mutilación: “nosotros se los hacíamos a ellos, y a lo mejor un día alguien nos lo haría a nosotros”.
La tercera dimensión de la violencia del narcotráfico, según el discurso del narco, se constituye como una fuente de adrenalina y empoderamiento: “Me gustaba tener armas, golpear gente, insultarlos y humillarlos… me llenaba de gozo” (Rigoleto). Otro participante dijo: “torturar personas era lo que más me gustaba, era mi pasión”. La tortura es articulada como una práctica que empodera al sujeto narco, e incluso provee ‘placer’. Este placer se fundamenta en la oportunidad de infligir dolor a otros sujetos: “Me gustaba escuchar los gritos. Era música para mis oídos. Me hacía sentir poderoso” (Anónimo).
La violencia del narcotráfico es incluso concebida como un pasatiempo, como algo que proporciona adrenalina: “Mi pasatiempo era sacar adrenalina disparándole a cosas y a gente. Me gustaba escuchar los gritos. Algunas veces íbamos a unos pueblitos y disparábamos al aire. Nos atacábamos de la risa cuando veíamos a la gente llorar toda asustada” (Dionisio). En esta cita disparar y asustar gente es una actividad asociada con sentir adrenalina, lo cual implica una satisfacción sádica que se alimenta del miedo y el dolor de la víctima. De manera similar, la violencia del narcotráfico es ligada con sentimientos de ‘felicidad’: “La primera vez que golpee a un hombre me gustó. Sentí correr la adrenalina y que estaba liberándome de todo mi enojo y quería más… [la violencia] era lo que me hacía sentir feliz” (Anónimo).
Igualmente, en base a este sentido de poder que la violencia del narcotráfico ofrece al sujeto narco, la posibilidad de obtener ‘venganza’ también es un sentimiento invocado frecuentemente en las entrevistas, ya que es considerado como una de las ventajas de trabajar en el crimen organizado: “cuando se unían al cartel, nosotros [los jefes] les preguntábamos: ¿a quién quieres levantar? Y nosotros íbamos por esa persona para que el nuevo se vengara y si ellos querían lo mataban. Nosotros les decíamos: si eso te hace feliz pues mátalo” (Anónimo).
Cuando me secuestraron yo pensé que me iban a matar porque yo nunca dudé en matar una persona… para mí era simplemente mi turno. Yo maté a muchas personas y ahora era mi turno de ser asesinado
La violencia del narcotráfico también es construida como algo ‘adictivo’: “Entre más ves, más te acostumbras y más quieres” (Difos). Por su parte, Rigoleto señaló: “Yo era tan adicto a la violencia a veces me pegaba yo solo”, y Yuca comentó: “Yo era el clásico hombre buscando pelea. Una vez que empiezas en este negocio la violencia se hace una adicción”. De esta manera, la violencia del narcotráfico se instituye como una fuente de empoderamiento a través de la intimidación y el miedo, los cuales son asociados con “respeto”. El respeto tiene un rol clave en el discurso del narco ya que implica un capital social igual, en ocasiones más importante que el capital económico. Como lo explicó Rigoleto: “Yo quería que la gente me tuviera miedo, quería que me respetaran”. Pato expresó algo similar: “Yo fui el que les pidió a los narcos que me dieran trabajo. Yo veía como la gente les temía, y yo quería ser temido también. Quería respeto”.
Este tipo de violencia se puede explicar como la lógica de necro empoderamiento que sugiere Sayak Valencia, el cual define como un proceso que transforma “contextos y/o situaciones de vulnerabilidad y/o subalternidad en posibilidad de acción y poder, pero que los reconfiguran desde prácticas distópicas”[2]. Bajo esta lógica, estos procesos de empoderamiento basados en prácticas como la tortura, secuestro y asesinato no se pueden considerar como actos gratuitos o ilógicos. Este tipo de violencia cumple un propósito simbólico de empoderar a quienes sienten que no tienen otros medios para afirmarse, protegerse o destacar. Como explica Williams, este tipo de violencia sirve como una fuente de autoafirmación, matar provee de un sentimiento de poder para quienes si sienten alienados (2012: 273). Lo importante a destacar en este tipo de violencia es que, como lo han señalado diversos sicólogos sociales, quienes son victimarios primero fueron víctimas, y ahí radica una de las claves la para la prevención.
Finalmente, la cuarta dimensión de la violencia del narcotráfico que emerge en el discurso del narco es aquella ligada a rituales de la santa muerte. Aunque las referencias a este culto no son parte de la violencia del narcotráfico directamente, sí se relaciona con algunas organizaciones de tráfico de drogas en el norte de México. Las prácticas asociadas a la adoración a la santa muerte incluyen ‘rituales’, ‘ofrendas’, ‘sacrificios, ‘tortura’, ‘mutilaciones’, ‘decapitaciones’ y ‘asesinato’ a cambio de ‘protección’. Aunque poco se sabe sobre los orígenes de este culto, los participantes de esta investigación lo asocian con rituales de sacrifico que se ofrecen a lo que se considera la personificación supra natural de la muerte.
Los participantes explican el culto a la santa muerte como una fuente de protección metafísica contra el mal y una muerte dolorosa. Las ceremonias dedicadas a la adoración de la santa muerte incluían tortura, mutilación, sacrificios de animales y personas. Lo que resulta significativo de este tipo de violencia, en contraste con los tres tipos de violencia analizadas previamente, es que el sujeto narco se posiciona como un individuo pasivo e impotente vis-a-vis la santa muerte: “teníamos que hacer lo que la santa muerte nos pedía que hiciéramos. Tú escuchas voces cuando haces el pacto, y la muerte, o el diablo, te dicen lo que quieren” (Anónimo).
El sujeto narco se deslinda de acciones que en otras circunstancias se concebirían como problemáticas, incluso en el negocio del narcotráfico. Por ejemplo, uno de los participantes comentó: “la santa muerte te pide que mates a tu propio amigo, y aunque tu no quieras, lo tienes que matar porque si no es él, eres tú”.
Una idea recurrente en el discurso del narco es que quienes decidían pactar con la santa muerte se volvían más sádicos, como lo comentó uno de los participantes: “Después de que hice el pacto con la santa muerte, me volví más sangriento, más sádico y paranoico” (Anónimo). De esta manera, el sujeto narco se vuelve a posicionar como un individuo impotente frente a lo que se concibe como los deseos de la entidad supra natural: “una vez maté a una persona y no supe por qué. Mis amigos dijeron que me paré y le disparé al hombre en la cabeza y que sus guardaespaldas no hicieron nada”. Este es el mismo participante que comparó su trabajo de sicario con el de un carnicero. O sea, no se podría inferir que esté buscando justificar moralmente su acción. Lo que queda claro es que los participantes que hablaron sobre el culto de la santa muerte coinciden en que, a pesar de ser asesinos y reconocer que muchas veces torturaban por placer, cuando lo hacían como ofrenda a la santa muerte perdían agencia. Le atribuyen un poder sobre sus acciones, que en otros contextos reconocen como propias.
El análisis de las cuatro dimensiones de la violencia del narcotráfico demuestra cómo cada una de éstas tiene un origen y un propósito diferente, e ilustra, desde la evidencia cualitativa, la complejidad de la violencia de las organizaciones de tráfico de drogas. Para combatir las primeras dos dimensiones de la violencia del narcotráfico los tomadores de decisiones deberían de considerar la legalización de las drogas.
A pesar de la prolongada guerra global contra las drogas, ni el tráfico ni el consumo han disminuido a nivel mundial según los datos de las Naciones Unidas (2020). Lo más preocupante es que la violencia en países productores como México, aumenta y se recrudece.
A la luz de este fracaso se tienen que empezar a considerar políticas alternativas a la prohibición, como la legalización, con el fin de reducir la violencia como negocio y como la manera de arreglar o pagar deudas entre organizaciones.
Dicho esto, hay que recalcar que la legalización no se debe de entender como solución rápida ni absoluta a la violencia del narcotráfico. Evidentemente el tema es delicado y se tiene que abordar desde la evidencia científica, y abandonar el estigma alrededor de las drogas, como los científicos han sugerido desde hace décadas.
Los sentimientos de adrenalina y de empoderamiento que tienen los narcos deben ser considerados por quienes diseñan políticas públicas. Este tipo de violencia no se puede prevenir o combatir sacando los ejércitos a las calles, ni tampoco legalizando las drogas
Además, la legalización se tiene que considerar como parte de una estrategia integral mucho más amplia que contemple planes de apoyo y prevención de las diferentes violencias que se viven en México.
Los sentimientos de adrenalina y de empoderamiento de la tercera dimensión deben ser considerados por quienes diseñan políticas públicas. Este tipo de violencia no se puede prevenir o combatir sacando los ejércitos a las calles, ni tampoco legalizando las drogas.
Como se discutió anteriormente, la lógica del necro empoderamiento emerge en contextos donde individuos, siendo ellos mismos víctimas de múltiples violencias, desde temprana edad, aprenden que la única manera de sobresalir de su condición de pobreza, y encontrarle un sentido a una vida desechable, es a través de prácticas violentas.
Por lo tanto, una estrategia que podría explorarse para prevenir esta violencia es asignar más recursos para combatir y prevenir violencia de género, intrafamiliar, de pandillas, así como en proteger a los niños y jóvenes que crecen en contextos donde se normalizan estas violencias.
[1] Ver: Ovalle, L. P. (2010). Imágenes abyectas e invisibilidad de las víctimas. Narrativas visuales de la violencia en México. El Cotidiano, 103-115. / Cavarero, A. (2009). Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea [Horrorism. Naming contemporary violence]. México: UAMI
[2] Ver: Valencia-Triana, S. (2012). Necropolitics and slasher capitalism in contemporary Mexico. Relaciones Internacionales (19), 83-102.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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