CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS ELECTORAL
Tres razones para el “segundo aire” del Frente Amplio
29.05.2021
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CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS ELECTORAL
29.05.2021
¿Cómo se explican los resultados obtenidos por el FA en la última elección? Esta columna identifica tres factores: la coalición asumió una identidad clara de izquierda; tomó posiciones en debates claves (impuestos a los ricos, retiros del 10%) y fue partícipe del proceso de cambio constitucional. Más por intuición que por estrategia, estaría superando la crisis que arrastraban desde el 18/O, cree el autor.
Esta columna está basada en el proyecto FONDECYT “¿Hacia un nuevo campo político?: organizaciones y discursos políticos emergentes en el Chile actual” donde el autor indaga en los ejes discursivos, identitarios y políticos que caracterizan a las organizaciones políticas emergidas durante la última década en Chile.
Transparencia: El autor no trabaja ni recibe financiamiento de ninguna organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, debe transparentar que, junto a su condición de académico, actualmente es militante de convergencia social, uno de los partidos del Frente Amplio.
Entre las muchas sorpresas de la jornada electoral del 15 y 16 de mayo estuvo la robusta e inesperada performance electoral del Frente Amplio. Su alianza con el Partido Comunista en el pacto Apruebo Dignidad, le permitió alcanzar un significativo número de convencionales: 17 sobre un total de los 27 constituyentes electos por el pacto. Por su parte, el triunfo del dirigente social Rodrigo Mundaca en la Gobernación de Valparaíso y el paso a segunda vuelta de la dirigenta Karina Oliva en la Región Metropolitana, junto a los 132 cargos obtenidos en la elección de concejales y la docena de victorias a nivel alcaldicio -en comunas tan populosas como Estación Central, San Miguel, Maipú, Quilpué, Melipilla, Ñuñoa, Casablanca y Til Til-, dieron cuenta de un trabajo subterráneo de expansión territorial que terminó instalando a un numeroso contingente de cuadros intermedios en los gobiernos locales.
Junto a lo anterior, los resultados de la elección fueron muy positivos para el FA si se compara con los resultados generales de la contienda. A nivel de constituyentes, mientras el oficialismo alcanzó un porcentaje inferior al tercio requerido para ejercer poder de veto en la Convención Constitucional y se ubicó a solo dos puntos porcentuales del Pacto Apruebo Dignidad, Unidad Constituyente -la alianza que agrupaba a los partidos de la ex Concertación- alcanzó un porcentaje de votación menor al pacto frenteamplista.
Los resultados presentados hablan de una coalición vital y activa como actor político que sin embargo, hasta hace poco tiempo, era diagnosticada por gran parte de la agenda mediática como una coalición en declive cuando no en estado terminal[1]. Contrario a esto, el FA logró sonoros triunfos electorales y ratificó su condición de actor político incidente para el período que se abre. ¿Cuáles son las razones de esta aparente recomposición? En este artículo reflexiono en torno a algunos de los elementos que permiten comprender de qué manera esta coalición política ha logrado sortear -al menos parcialmente- la fuerte crisis generada en su interior como resultado de la crisis social y política iniciada el 18 de octubre de 2019. Sostendremos, en este sentido, que el FA -fruto de decisiones estratégicas, pero también como resultado de una contingencia fuertemente dislocada- ha ido construyendo un lugar al interior de una tradición política -la izquierda- que le permite condiciones expectantes para su reconfiguración en el escenario constituyente que se inicia.
En un artículo anterior[2], planteamos que la potente irrupción del Frente Amplio en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017 se encontró luego con un conjunto de desafíos y obstáculos. Estos fueron exacerbados por el “estallido social” de octubre de 2019 y derivaron en una fuerte crisis que -sosteníamos- ponía en riesgo la sobrevivencia de este conglomerado. Ello, dada la inexistencia de un sustrato identitario que pudiera servir de elemento cohesionador en un contexto de fuerte dislocación política. Dicha crisis tuvo varios capítulos sumariables en dos grandes momentos.
En primer lugar, la firma del “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” el 15 de noviembre de 2019[3], la cual generó una fuerte fractura tanto en las dirigencias como en la militancia frenteamplista. Los partidos Humanista, Igualdad, Pirata y Ecologista Verde, además del Movimiento Democrático Popular, abandonaron la coalición, mientras que Convergencia Social fue objeto de una severa crisis materializada en la salida de uno de sus movimientos fundadores -Izquierda Libertaria- y de uno de sus principales liderazgos, el alcalde de Valparaíso Jorge Sharp. A ello se sumó la salida de numerosos militantes, con especial fuerza provenientes de Convergencia Social y Revolución Democrática.[4]
En todos estos casos, las señales de debilitamiento del sentido “impugnatorio” del proyecto frenteamplista, la rápida “institucionalización” de muchas de sus organizaciones políticas, la “parlamentarización” de la toma de decisiones y su disposición a participar de un acuerdo institucional constituían, para los sectores desafectados, indicadores del temprano agotamiento de una alianza política que había estado muy cerca de desplazar a la centro-izquierda como eje gravitatorio de la oposición al gobierno de Piñera. ¿El común denominador? Un diagnóstico de que el FA había sido objeto de una cooptación por parte de un sistema político-institucional que le había sustraído, demasiado temprano, su potencia impugnatoria.
Paralelamente, se abre paso el segundo momento de crisis del FA: la -para muchos previsible- renuncia de la militante RD Javiera Parada en señal de rechazo a la acusación constitucional contra Piñera presentada por el FA hacia fines de 2019. Este fue el primer indicio de una desafección desde el polo frenteamplista más cercano a la centro-izquierda y con un interés más marcado en la construcción de puentes con los partidos que habían conformado la extinta Concertación (PDC, PR, PS, PPD).
Junto a esto, un año después -hacia fines de 2020- se produjo la renuncia de los diputados Pablo Vidal y Natalia Castillo y la salida del Partido Liberal. Todo ello, en el contexto del fracaso de las negociaciones con Unidad Constituyente (PR, PS, PPD, PDC, PRO, CIU) para las primarias de gobernadores y de un clima marcado por los progresivos acercamientos y conversaciones del FA y el Partido Comunista en vista a la producción de acuerdos programáticos y electorales para el ciclo 2021.
En este segundo momento, el problema ya no era ni el centrismo ni la parlamentarización sino que la persistencia de una práctica política “testimonial”, negada a la constitución de “mayorías” y cerrada a la posibilidad de acuerdos con la centro-izquierda. El problema del FA era, de acuerdo a este grupo de dirigentes, parlamentarios y militantes de RD y el PL, su incapacidad para conformarse como una verdadera alternativa de gobierno[5].
Como vemos, el cuadro político abierto a partir de octubre de 2019 generó en el FA una severa crisis política y orgánica que se tradujo finalmente en una desafección tanto “por izquierda” como por “derecha”. Mientras para algunos el FA se había institucionalizado demasiado, para otros su deriva testimonial le impedía asumir adecuadamente sus obligaciones políticas; mientras para algunos la firma del Acuerdo por una nueva Constitución expresaba el abandono del sentido impugnador del proyecto y un desconocimiento del movimiento social tras la revuelta, para otros el FA pecaba de un excesivo apego a las bases incapaz de asumir el necesario rol conductor de la política institucional.
Como sea, lo cierto es que el escenario previo a la disputa electoral del 15 y 16 de mayo no era precisamente auspicioso. La citada reducción del activo militante, la imposibilidad de levantar una candidatura presidencial propia, la multiplicación de las profecías del fracaso y la amenaza de una ruptura definitiva amenazaban con poner temprano fin a una de las experiencias políticas que con mayor eficiencia había logrado construir un espacio alternativo a las dos grandes coaliciones del campo político chileno de las últimas tres décadas. Aquella cruda sentencia que señala que los partidos mueren de jóvenes y no de viejos parecía cumplirse.
En un contexto marcado por la pandemia del COVID-19, que obligó a alterar severamente el calendario electoral del ciclo 2019-2021, se llevó a cabo el plebiscito para el apruebo o rechazo del cambio a la Constitución. En octubre de 2020, casi un 80% de la ciudadanía que concurrió en aquella jornada optó por aprobar el cambio constitucional a la vez que realizarlo a través de una Convención Constituyente 100% electa. La elevada participación relativa y los claros indicios de incorporación de un nuevo voto juvenil en este plebiscito[6], además de los acuerdos en torno a la paridad, la participación de independientes y la inclusión de escaños reservados para pueblos indígenas constituían un aliciente para la legitimación definitiva de un itinerario constitucional acordado en medio de una crisis social y política de alta magnitud.
En medio de todo eso, el FA iba recuperando paulatinamente su agencia. Los costos internos que debió asumir por su participación en el acuerdo constitucional contrastaban con el éxito de un plebiscito que terminaba por sentenciar de manera definitiva el fin del orden constitucional de 1980, lo que le permitía tomar un nuevo aire en el proceso político. Junto a ello, su activa participación junto al resto de la oposición en la fiscalización de las medidas tomadas por el gobierno de Piñera para enfrentar la pandemia -la interpelación al ex ministro Mañalich, por ejemplo- y en la propuesta de acciones alternativas -proyectos de renta básica universal, fondo colectivo solidario de pensiones, impuesto a los “super ricos”, entre otros- lo ubicaban como un actor incidente en el proceso político, aun cuando las dudas respecto a su capacidad para superar su crisis seguían abiertas.
Así es como se llegó finalmente a la última coyuntura electoral. Un FA reponiéndose con dificultades de una crisis política y orgánica no exenta de fuertes polémicas y conflictos mediáticos, afectada por desafecciones partidarias y por una sensible disminución de su bancada parlamentaria -que pasó de 20 a 13 diputados- enfrentaba una de las elecciones más importantes de la última década. Junto a ello, su alianza con el Partido Comunista en el Pacto “Apruebo Dignidad” activaba las alarmas de la subordinación de lo que se había inicialmente planteado como un proyecto alternativo a la izquierda tradicional y generaba, como lo indicamos, la renuncia de varios parlamentarios y la salida del Partido Liberal. Las dudas sobre el futuro del conglomerado persistían.
Mientras para algunos el FA se había institucionalizado demasiado, para otros su deriva testimonial le impedía asumir adecuadamente sus obligaciones políticas
Pero los resultados del 15 y 16 de mayo, tal como lo exponemos al inicio de esta columna, constituyeron finalmente una señal de vitalidad e incidencia más que de decadencia. En un contexto altamente complejo, con todo el sistema de partidos tensionado por la desafección partidaria, el abstencionismo y la crisis de confianza, el FA logró sortear esta última valla electoral. Y, junto a esto, inscribía en oficinas del Servicio Electoral el pacto presidencial Apruebo Dignidad, ampliando su alianza constituyente con el Partido Comunista y presentando a uno de sus principales dirigentes -el diputado Gabriel Boric- como su representante en las primarias presidenciales del próximo mes de julio.
Se cerraba de este modo un extenso período de crisis que, habiendo amenazado con dar por terminada a esta joven coalición política, conduce al FA a un nuevo ciclo político marcado por la elección presidencial y parlamentaria de noviembre, la instalación de la Convención Constituyente y la apertura de un proceso de cambio constitucional inédito en la historia de Chile.
¿Cómo se explican los resultados obtenidos por el FA en la última elección?; ¿Constituyen acaso una señal de sobrevivencia a una crisis política y orgánica de la magnitud de la vivida durante el ciclo 2019-2020? El hecho que la crisis del FA haya tenido una expresión tan diversa es sintomático de lo que, considero, constituye la causa principal de las dificultades vividas desde su fundación en 2017: la ausencia de una identidad plenamente configurada capaz de operar como cemento cohesionador en contextos de crisis. De hecho, de la revisión de las declaraciones públicas y de las entrevistas realizadas a algunos ex dirigentes del FA en el marco de mi investigación[7] es posible observar que las causas atribuidas a su salida -individual o colectiva- de la coalición son tan diversas como contradictorias entre sí, amén de las motivaciones personales de quienes dejaron de pensar al FA como una plataforma funcional a sus respectivas agendas.
La disminución del activo orgánico-militante padecida por el Frente Amplio entre octubre de 2019 y diciembre de 2020, en definitiva, tuvo causas atribuibles a motivaciones no solo distintas sino que incluso contradictorias entre sí (institucionalización-basismo; elitización-testimonialismo). Los éxodos “por izquierda” y “por derecha”, en este sentido, constituyen la expresión más clara de que las dificultades del FA pasaban más bien por la carencia, propia de coaliciones jóvenes, de una identidad que pudiera operar como elemento cohesionador para situaciones de crisis y de la insuficiencia de las retóricas generacionales -tan propias de su etapa de irrupción- para enfrentar situaciones de crisis intensas como las abiertas a partir del 18 de octubre.
Dicho lo anterior es que considero que, durante el período abordado en esta columna, el FA logró ir produciendo, con algo de sentido estratégico y con mucho de intuición, un lugar identitario sobre el cual sostenerse y apostar hacia su reconstrucción política. Las apuestas por la “amplitud” que promovían la presencia de un arco político diverso que acogiera a partidos tan distintas como el Liberal o Igualdad, o los intentos de “ciudadanización” del conglomerado traducidos en el incentivo a la participación inorgánica de independientes, fueron cediendo paso a un repliegue en un núcleo de menor cobertura pero de mayor solidez y fuerza cohesionadora: el de la tradición de la izquierda chilena y su correspondiente ubicación en el tradicional clivaje de oposición a la derecha.
El giro del FA hacia una alianza con el Partido Comunista y el fracaso -deseado o no- de los intentos por construir una plataforma política amplia con sectores de la antigua Concertación, unido a la incorporación de organizaciones provenientes del mundo socialista -UNIR y Fuerza Común- y de cuadros políticos destacados del PS han ido generando la progresiva consolidación de una identidad política inequívocamente de “izquierdas” que se propone producir al mismo tiempo un lugar distintivo entre sus vertientes orgánicas comunista y socialista. De modo contrario a las retóricas de la “renovación política” y el “cambio generacional” tan manifiestamente presentes en la etapa de irrupción del FA (2017-2019), el periodo posterior (2020-2021) pareciera conducirse en definitiva por el primado de un discurso político más cercano a los clivajes tradicionales de la política chilena.
La ubicación del FA en el clivaje izquierda/derecha pareciera no ser plenamente compatible con la oposición elite/pueblo que, sin dudas, ha pasado a ocupar un lugar prominente en la dinámica socio-política chilena
La incorporación del FA al interior de la tradición de la izquierda chilena -a la que sin dudas le agrega elementos nuevos tales como la impronta feminista, la agenda medioambiental y el factor generacional- pareciera constituir la respuesta a un déficit identitario que amenazó con poner temprano fin a esta coalición. Produce, en este sentido, un efecto de estabilización que posibilita una eventual recomposición y superación de la fuerte crisis a la que esta coalición se vio enfrentada durante los últimos años.
No obstante lo arriba expuesto, persisten a nuestro juicio un conjunto de dilemas y amenazas que seguramente, en el corto y mediano plazo, se expresarán de algún modo en la deriva futura de la coalición: primero que nada, el elevado porcentaje de abstención manifestado en las recientes elecciones (56%) -solo parcialmente atribuible a la contingencia sanitaria- expresa la existencia de un potencial movilizador que, en términos electorales, aun es limitado y pareciera no interpelar a una importante franja de sectores movilizados o identificados con la revuelta social de octubre. En segundo lugar, la emergencia de nuevos referentes independientes (tales como la Lista del Pueblo, que obtuvo 27 constituyentes) y el intenso clima de oposición a los partidos y la política tradicional parecieran dificultar los objetivos de representación de la voluntad de renovación política manifestadas tan fuertemente a partir de octubre de 2019. Por último, la ubicación del FA en el clivaje izquierda/derecha pareciera no ser necesaria y plenamente compatible con la oposición elite/pueblo que, sin dudas, ha pasado a ocupar un lugar prominente en la dinámica socio-política chilena.
Todos estos dilemas forman parte explicita de las preocupaciones tanto de la militancia como de la dirigencia frenteamplista. De qué modo articular su incorporación a una identidad política tradicional -la izquierda chilena- con los objetivos de apertura hacia los indiferentes, politización de los independientes y desidentificación respecto a la elite política son desafíos que, como siempre, solo serán resueltos por la siempre inanticipable contingencia de lo político.
[1] Ver por ejemplo: aquí; aquí; aquí; aquí; aquí
[4] Algunos indicadores cuantitativos de la disminución del activo militante del FA pueden obtenerse, en primer lugar, observando la cantidad de militantes legamente inscritos en cada uno de los partidos que abandonaron el FA y que, según datos oficiales y actualizados del SERVEL, alcanzan los 59.000 militantes: Liberal (10.000), Ecologista Verde (15.000), Igualdad (17.000), Humanista (17.000). Estas cifras contrastan con los 55.000 inscritos, hacia fines del mes de abril, en los partidos que actualmente participan de la coalición. Una segunda estimación, menos certera, es la que refiere a la pérdida de la militancia activa de los partidos que actualmente conforman el FA, y que según fuentes partidarias habría alcanzado en el período más álgido cerca de un 30% en el caso de Convergencia Social y un 20% en Comunes y Revolución Democrática.
[5] Ver el siguiente enlace. Finalmente, la salida de los diputados Castillo y Vidal se materializó en la conformación de un movimiento -Nuevo Trato- y una alianza política con el Partido Liberal que, en los últimos días, ha coincido en su apoyo a la candidatura presidencial de la Socialista Paula Narváez.
[6] Pese a que la información sobre la composición de la participación electoral en el Plebiscito de 2020 es aún fragmentaria y no concluyente, existen claros indicios de una fuerte incorporación de votantes jóvenes en dicha elección. Sobre esto, véase aquí
[7] En el Proyecto FONDECYT ““¿Hacia un nuevo campo político?: organizaciones y discursos políticos emergentes en el Chile actual” me he propuesto indagar en los ejes discursivos, identitarios y políticos que caracterizan a las organizaciones políticas emergidas durante la última década en Chile. A través de un trabajo de sistematización documental y de decenas de entrevistas individuales y grupales, me he centrado especialmente en dar cuenta de las trayectorias, procesos y discursos que participan de la difícil construcción de una identidad política capaz de ubicar a estas nuevas organizaciones en un campo político en crisis.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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