Me equivoqué
22.03.2021
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22.03.2021
El autor de esta columna de opinión, Gonzalo Bacigalupe, reconoce que se equivocó al subestimar la capacidad del gobierno para proveer rápidamente una vacuna para el Covid: “La vacunación ha sido un éxito”, dice. Y cuenta que prometió escribirle al ministro de Salud para reconocer el acierto. Pero advierte sobre el riesgo de “poner todos los huevos en la canasta de la vacunación”, sin subsanar los errores que a su juicio se han cometido en materias como trazabilidad y movilidad. Y agrega que también se equivocó al “pensar que las docenas de científicos, académicos, sociedades científicas y asociaciones gremiales, seríamos escuchados con seriedad en vez de ser continuamente vistos como enemigos políticos”.
Nota de transparencia: el autor es candidato a la Convención Constituyente.
Prometí escribirle al ministro de Salud reconociendo el acierto en la negociación y compra de vacunas por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y es que Chile desarmó hace tiempo su capacidad de desarrollar nuestras vacunas, una decisión que nos obliga a comprarlas en el mercado internacional. Ya no tenemos soberanía con nuestra propia producción científica, la cual debiera responder a las necesidades de nuestro país. En consecuencia, las vacunas se consiguieron gracias al esfuerzo de un equipo de científicos de una universidad y sus relaciones con una empresa china. Juntos pudieron proveer rápidamente de una vacuna aún en estudio y así reemplazar la que estaba teniendo problemas de producción, que prefería ofrecerse a un mejor postor.
Con todo, la vacunación ha sido un éxito. Millones de dosis administradas en un trimestre, cifra que se acerca a las promesas del gobierno. Un éxito que enorgullece a un sistema de salud pública construido con tesón a partir de la década de 1940 después del terremoto de Chillán. Este sistema público de salud se fortaleció con presidentes como Pedro Aguirre Cerda y su ministro de Salud, el Dr. Salvador Allende Gossens. Un sistema testeado y fortalecido a partir de otra gran pandemia que azotó a Chile hacia fines de la década de los 50 (no es cierto que una pandemia como esta no ocurría hace un siglo, como repite como mantra la autoridad). A partir del esfuerzo mancomunado de distintos partidos que gobernaron Chile hasta 1973 nos establecimos como líderes en las Américas por la capacidad para desarrollar y fabricar vacunas; infraestructura que la dictadura y los gobiernos que intensificaron las políticas neoliberales a posteriori, destruyeron en las últimas tres décadas.
Me equivoqué, como se equivocan los investigadores que se guían por el principio precautorio al sugerir cautela. Porque las vacunas tradicionalmente pueden demorar cinco a 10 años en desarrollarse y conocer su efectividad. Ese es un consenso científico claro que, sin embargo, se discutía durante el invierno pasado. No se trata de “achuntarle” a las cifras, ya que todas las cifras se basan en supuestos; y en el caso de la salud pública, no se intenta entusiasmar a los inversores de las farmacéuticas o alentar la legitimidad desgastada de un gobierno cuando se hacen recomendaciones desde la evidencia.
El norte fundamental de la salud pública es la prevención, no hacer predicciones y por lo tanto ser cauto en las proyecciones. Esto es especialmente complejo durante el desarrollo de una vacuna, porque la efectividad de ella se mide con grandes poblaciones, cuestión que recién vemos en desarrollo.
Las vacunas son uno de los inventos más grandes de la humanidad. Tenemos una gran chance de ser uno de los primeros países en vacunar durante este período de emergencia; sin embargo es la única medida de un Gobierno y un Estado que no pueden contener la epidemia con medidas que requerirían confianza, legitimidad, transparencia y participación. Por eso es necesario hacer el punto de que, poner todos los huevos de la canasta en la vacunación, cuando sabemos que hay formas de prevenir miles de muertos, es problemático. Apostar a la inmunidad de grupo sin conocer aún la efectividad de la vacuna en la población, es peligroso. No es necesario negar el optimismo frente a la vacuna, pero debemos ser cautelosos con fechas o sugerir que en una determinada fecha la epidemia terminará. Es menester de los científicos ser cautelosos a la hora de hacer predicciones e hipótesis, para así recomendar la mejor estrategia de prevención. Es lo que informaba mi sesgo respecto a la posibilidad de que se pudiera vacunar tan pronto.
Me uno a las felicitaciones de quienes hicieron posible la compra de las vacunas, a las autoridades y académicos quienes desarrollaron por años relaciones con científicos en el extranjero y las empresas farmacéuticas. Y, por supuesto, las miles de personas que trabajan en la atención primaria de salud han de ser felicitadas y abrazadas. La respuesta de la atención primaria de salud es responsabilidad de un país con muchos éxitos en la salud pública, debido al compromiso histórico del Estado con la prevención. Léase con claridad que me refiero a la salud pública y no a la privada.
Es una pena, eso sí, que solo pueda acercarme a reconocer la capacidad de negociación y no la capacidad de un desarrollo soberano del sistema científico público para desarrollar una vacuna.
Debo además reconocer que me equivoqué en mi cautela respecto a la cantidad de fallecidos. En mayo del 2020, en un programa de televisión, cuando me preguntaron cuántos serían los fallecidos totales a causa de la pandemia, en un momento en que llegábamos a mil, respondí con un rango muy conservador: “Tendremos entre 4.000 y 30.000 fallecidos”. El conductor se sorprendió frente a las cifras. Le dije que todo dependía de la estrategia que se adoptara desde ese momento. Pero afirmé, con certeza, que 4.000 era inevitable basado en el nivel de contagio que teníamos hasta el mes de mayo. Le planteé el tope de 30.000 porque imaginaba que el gobierno recapacitaría y ahondaría en una estrategia de prevención. Ya existían recomendaciones basadas en la evidencia por parte de muchos grupos científicos y de expertos. Eso debió ayudarnos a cortar la cadena de contagio.
Muchos investigadores pensábamos que la experiencia europea y los fracasos iniciales en la estrategia sanitaria se corregirían, y que la clase política completa empujaría al Gobierno a apoyar a las familias con un plan de apoyo económico que permitiría una cuarentena seria, y no una pseudo-cuarentena que solo agota y empobrece a las personas, mientras no reduce la movilidad social. También pensamos que las promesas de trazabilidad se cumplirían y que las medidas no se relajarían hasta efectivamente aplastar la ola de contagios e imitar a países que sí habían logrado controlar el contagio, y parar efectivamente en la primera ola.
Nos equivocamos rotundamente. Por mi parte nunca pensé que el gobierno agudizaría el mal manejo de la pandemia. Erré en pensar que eran capaces de aprender. Pensé que teníamos un gobierno y un congreso capaz de entender la tremenda catástrofe en la que estábamos. Erré en pensar que las docenas de científicos, académicos, sociedades científicas y asociaciones gremiales seríamos escuchados con seriedad en vez de ser continuamente vistos como enemigos políticos. Me equivoqué profundamente en pensar que las autoridades pensarían en implementar una estrategia de prevención que reconociera la desigualdad perenne de nuestra sociedad y la necesidad de re-estructurar el Estado para hacerle frente a este desastre.
Reconozco además que no todo es culpa de este gobierno, independiente de su ineptitud y franca negligencia por la mayoría del país. Este tipo de desastre no se puede enfrentar bien con un Estado subsidiario, un Estado que ha sido construido tanto por las autoridades de la dictadura como por quienes gobernaron en las siguientes tres décadas. Tenemos una forma de gobernanza que impide la participación amplia de la ciudadanía en una crisis. Es un estado centralista e incapaz de entender más allá de ciertas comunas de la Región Metropolitana. Somos un país dependiente de extraer materias primas (bosques, minerales, peces y gas) y por ello detener la actividad productiva y de consumo es tabú.
Me equivoqué en pensar que nuestro gobierno inmediatamente apoyaría a la ciencia local y no solo transformaría al Ministro de Ciencias e Innovación en un comprador informado.
Chile merecía mejores resultados, nunca pensé que seríamos incapaces de controlar una pandemia con toda la experiencia, recursos humanos y financieros, y una historia invaluable en salud pública. Nuestra pandemia es la sociedad que creamos. Por ello debemos refundar el Estado que tenemos y nunca más repetir esta tragedia. No se trata simplemente de cometer errores comunicacionales o decir frases mal hechas, se trata de una estructura de país que necesita completa re-fundación. Aquí la clase política y económica es la responsable de dejar a la ciudadanía a merced de su misma élite. Los resultados son claros y peores de lo esperado. Hasta este mes subestimé la cifra máxima de la tragedia: 30.000 fallecidos. Claro que errar es humano, pero errar una y otra vez… es criminal.
Me equivoqué, fui demasiado cauto, pensé que nos cuidarían.