Extracto de “Joyitas: Los protagonistas de los mayores escándalos de corrupción en Chile”
31.01.2021
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31.01.2021
Una mirada inédita a las facetas públicas y privadas de los principales involucrados en los casos de corrupción más importantes del último tiempo. Eso es lo que ofrece “Joyitas: Los protagonistas de los mayores escándalos de corrupción en Chile”, un libro que ahonda en las historias de Jaime Orpis, Julio Ponce Lerou, Sergio Jadue, Flavio Echeverría, Emilio Elgueta y Álex Smith. Los perfiles fueron escritos por los periodistas Paulina Toro, Tamy Palma, Sergio Jara Román, Gabriela García, Benjamín Miranda, Alberto Arellano y Claudio Pizarro, bajo la edición de Juan Cristóbal Peña. Gracias a la colaboración de editorial Hueders, CIPER presenta un extracto del capítulo dedicado al controlador de Soquimich, Julio Ponce Lerou, investigado por el Caso Cascadas y por financiamiento ilegal a la política.
Julio Ponce Lerou, el padrino. Por Sergio Jara.
Julio Ponce –pantalones color caqui, chaleco oscuro y zapatillas de descanso– está sentado en uno de los pocos sillones que tiene el amplio living de su tríplex en Vitacura, cuando recuerda que la otra cosa que lo hace feliz en la vida está allí, justo frente a sus ojos, olvidada en un rincón de la casa. Camina despacio con su sonrisa de boca chueca hasta el atril que está al lado de la pianola y se sienta en un banquillo pequeño, casi incómodo. Allí reposa una flauta traversa junto a una partitura amarillenta, de puntas dobla- das y con algo de polvo. Arriba de los dibujos de corcheas y semicorcheas, en negrita y de letras grandes, el título: The Godfather, Love Theme.
–Te suena, ¿no? –dice antes de llevarse el instrumento a la boca.
–La música de El Padrino –respondo–. Interpretada por Julio Ponce. ¿Qué tal?
Ponce tuerce sus dedos con cuidado, como si sus manos fueran un par de arañas de patas flacas, y tapa los orificios de la flauta. Después sopla débil la embocadura y un hilillo de sonido desafinado rompe el silencio de la habitación. Toca durante unos dos minutos el vals fúnebre de Nino Rota; aquel que caracterizó a la familia de don Vito Corleone, el capo de la mafia siciliana radicada en Estados Unidos, mientras su casa se sumerge en una melodía extraña, hilarante y tenebrosa a la vez.
Ahí está Julio Ponce Lerou, gozando, despreocupado, sumergido quizás en sus recuerdos familiares.
Hace unos años tocó la flauta frente a un amplio público en el casamiento de Daniela Ponce Pinochet, una de las dos hijas de su matrimonio con Verónica, hija de Augusto Pinochet Ugarte. Ponce no había vuelto a tomar el instrumento desde ese día. Quizás por eso, el frío lunes de julio de 2019 que nos vimos en su casa, en una de varias reuniones que sostuvimos, se veía feliz mostrando que su vida no es solo reuniones de directorio y citaciones a la Fiscalía.
Ponce, nacido en 1945, con la espalda cargada de acusaciones judiciales de todo tipo, tocó The Godfather, Love Theme con la tranquilidad de un hombre que está seguro de que pasará sus últimos días sin pisar la cárcel. Ni él ni sus amigos; tampoco su familia.
Porque Julio Ponce, aunque no se note, es un hombre de muchos amigos, que cuida de su familia. A varias de esas personas de su entorno más cercano, junto a políticos y economistas influyentes, los puso en los directorios y gerencias de las sociedades Cascada, unas empresas de papel que no producen nada útil, pero que le sirven para endeudarse con los bancos y así obtener dinero para comprar más y más acciones de SQM, la empresa que sí produce algo útil y que está en la base de la cadena de control de la Cascada. Es, para imaginarlo en simple, un esquema societario encadenado desde el paraíso fiscal de las Islas Caimán –mediante The Pacific Trust, una sociedad fiduciaria de la cual se sabe poco o nada– hasta Chile, con SQM, la mayor productora mundial de litio y fertilizantes que hasta los años 80 era del Estado y se llamaba Soquimich.
Por lo que ha hecho durante décadas con esas empresas, como fraudes bursátiles y captura transversal del mundo político a través de financiamiento irregular de campañas, y por su parentesco con Pinochet, Ponce ha sido un personaje controvertido. Es, como dice uno de sus amigos, una mezcla perfecta entre Vito Corleone y su hijo Michael, el heredero: mientras el padre se movía por el amor a su familia, el hijo lo hacía por venganza, cegado por su soberbia. A Vito lo respetaban; a Michael se le temía.
Y, como quedó claro en la última década, tras años de enfrentamientos judiciales que pusieron en riesgo hasta a Sebastián Piñera, Ponce es un hombre al que la élite chilena respeta o teme. O los dos.
Por eso, quizás, a estas alturas de su vida, con una fortuna personal que la revista Forbes calcula en 2.500 millones de dólares, parece preocuparle poco o nada lo que piensen de él. Se ha salido con la suya desde que su exsuegro asaltó el poder en 1973 y, después de sus últimas peleas con el gobierno de Piñera y con medio país, se ha enclaustrado en su familia, incluyendo a Margarita Tietzen, su pareja desde mediados de los 2000, SQM y sus caballos; las otras cosas que lo hacen feliz. Sabe que escribo un perfil sobre él, pero no parece importarle. No habla con periodistas de manera pública desde los 80, cuando se metió en líos por su relación con Pinochet y el enriquecimiento ilícito del que fue acusado. La última vez que dijo algo públicamente fue para involucrar a Piñera en un caso judicial y para despedirse del directorio de SQM, aunque pocos le creyeran que realmente se alejaría de la empresa. Lo hizo a su estilo, corto, fulminante, sin aceptar preguntas.
Pero, bajo cuerdas, con la protección del off the record, a Ponce le gusta hablar con periodistas. Para este perfil negó dar una entrevista formal, pero abrió las puertas de su intimidad, como si quisiera mostrarse distinto al que todos creen conocer. Por eso aceptó revelar su desconocida faceta de músico; también la de amante de los caballos, cuando le pedí ir a verlo cabalgar en su próxima competencia en el Santiago Paperchase Club. Ponce, ya en su tercera edad, prefiere lucir sus dotes de jinete y tocar la flauta traversa frente a periodistas, antes que hablar de política, negocios y corrupción. Así se protege; así envejece.
***
La foto es antigua, en blanco y negro, de esas que cuesta ver bien. Pero Luis Anguita la recuerda, pues tiene una ampliación de la misma guardada entre sus cosas personales. Son 25 muchachos y un profesor que sonríen a la cámara, en uno de los últimos retratos colectivos que se tomaron a fines de la década del 50, cuando egresaron del sexto C del Instituto Nacional Barros Arana (INBA), un internado masculino por el cual pasaron algunos muchachos de barrio y élite, al mismo tiempo.
–Me acuerdo mucho del Ponce. Todos lo recuerdan muy bien acá –dice Anguita–. El otro día, cuando se juntó la comunidad inbana, exalumnos de distintas generaciones, hablamos harto de él porque también opera en la región con SQM y es como el rey de estos lados.
Anguita maneja hoy un negocio de distribución de gas domiciliario en Antofagasta, la misma ciudad donde Ponce ha construido su imperio: primero, con la extracción de minerales para hacer y vender fertilizantes industriales; y ahora con el litio, un elemento químico que lo tiene obsesionado y que es clave para la fabricación de baterías de autos eléctricos y celulares. Anguita es el segundo de la foto y Ponce, su compañero de curso, el décimo sexto. Ambos eligieron el INBA y la especialidad científica, algo poco usual por ese entonces, pero que en el futuro se confirmaría como una apuesta acertada. Al menos, para el dueño de SQM.
Por esos años, mientras los gobiernos radicales implementaban en Chile una política económica proteccionista y el país comenzaba un lento desarrollo social, Julio Ponce, junto a Gustavo y Eugenio, sus dos hermanos hombres, tenían que tomar un tren y dos microbuses para ir y volver de La Calera, donde vivían con sus padres y una hermana. Como el INBA era internado y estaba en Santiago, los viajes se realizaban los fines de semana, mientras que Lucía, la hermana, realizaba algo similar desde un internado femenino en la comuna de Ñuñoa.
La Calera, que queda a 115 kilómetros de Santiago, no era más que un pueblo rural, polvoriento y aburrido, casi igual que ahora, que de todas formas siempre lo ha puesto orgulloso, aunque nunca ha sabido explicar bien por qué. Incluso, es un declarado hincha del club de fútbol Unión La Calera, pese a que su primer amor es la Universidad de Chile.
En ese tiempo, cuando cada fin de semana emprendía interminables viajes en tren y buses para ir y volver del internado, su familia fue tomando cierta importancia en el pueblo, lo que podría explicar en parte el orgullo que siente por esas raíces. Sus padres, Alicia y Julio, eran profesionales de la salud que habían llegado en 1943 a La Calera, año en el que emigraron desde Santiago luego de que Julio padre terminara sus estudios de medicina dos años antes en la Universidad de Chile. Esos antecedentes hacían reconocible y respetada a toda la familia en la zona. De hecho, Julio Ponce Zamora, el padre, llegó a ser el primer director del Hospital de La Calera y, cuando murió a los 99 años de edad, en 2015, fue recordado por el Colegio Médico de la V Región en su revista Panorama Médico, en su número 103, de la siguiente manera:
Fue muy querido por la comunidad. No tuvo horario para atender a sus pacientes, acudiendo al lugar y hora que lo necesitaran. Fue el primer director del Hospital de La Calera y organizó un grupo de señoras voluntarias del hospital, quienes le ayudaron a equipar el lugar con un pabellón de cirugía y un banco de sangre (…) Luego de 40 años de desempeño profesional, el Dr. Ponce jubiló en 1983 y se fue a vivir a Maitencillo. Dado que el policlínico de esa localidad solo tenía un médico que iba una vez a la semana, el Dr. Ponce se ofreció para atender ad honorem.
La de Ponce era una familia de clase media. En 1944, un año después de recalar en La Calera, Alicia y Julio se casaron y, en 1945, nació Julio César, el primero de los cuatro hermanos. Cuarenta años después, en la década del 80, cuando Pinochet gobernaba con puño de hierro el país y Ponce ya se había casado con la hija del dictador, el matrimonio entre el doctor y la enfermera decidió radicarse definitivamente en Maitencillo, lugar en el que solían pasar los veranos. Ubicada en Avenida del Mar 2970 –nombre muy similar al de Inversiones del Mar S.A., sociedad que, en 1987, recién culminado el proceso de privatización de SQM, le sirvió al doctor Ponce para entrar silenciosamente a la empresa que más tarde terminaría siendo controlada por su hijo–, la casa de los Ponce Lerou en Maitencillo estaba lejos de lucir como las mansiones que pavonean cada verano otros empresarios de los balnearios vecinos de Zapallar y Cachagua. Actualmente, en el lugar se ve una casa blanca, de dos pisos, que a lo lejos pareciera que se sostiene en el aire sobre pilotes de madera, como si fuera un palafito. La antecede un largo y frondoso jardín que termina con dos inmensas palmeras, para luego dar paso a tres estacionamientos privados a la altura de la vereda. Toda esa fachada de entrada peatonal y vehicular de la casa de los Ponce Lerou está pintada de verde y solo la separa una calle mal asfaltada de una rocosa orilla de mar, que funciona casi como una extensión natural del jardín.
El joven Julio Ponce Lerou solía intercalar su tiempo entre el INBA, en Santiago; La Calera, lugar en el que siendo un adolescente incursionó en el poco explorado mercado de la compra y venta de pescado a domicilio, y esa casa ubicada en Maitencillo, una playa en la que encontraría sus primeros amores, entre ellos, el de Verónica Pinochet.
Los Ponce y los Pinochet fueron vecinos, de casas pegadas, en Maitencillo. Osvaldo Hiriart Corvalán, suegro de Pinochet y político radical que llegó a ser ministro del Interior del presidente Juan Antonio Ríos, era el dueño de la casa contigua a la de los Ponce. Gracias a eso, el militar podía, y toda su familia, veranear junto a una naciente élite que allí comenzaba a instalarse.
Los hijos de ambas familias compartían y jugaban en la playa. El preferido de los Ponce era Augustito, hijo mayor del dictador, quien, tras la caída del régimen en 1990, hizo noticia por protagonizar el caso “Pinocheques”, un escándalo de corrupción que puso en riesgo la democracia y demostró que los políticos, en realidad, fingían controlar al Ejército y este, a su vez, fingía seguir sus órdenes. La Transición, en los 90, estuvo marcada por la omnipresencia de Pinochet en la vida diaria y la obsesión de Ponce por hacerse del control definitivo de SQM, la compañía que él mismo comenzó a privatizar una década antes, por orden de su suegro, aunque esa sea otra de las tantas versiones sobre su vida que el empresario ha negado.
Respecto de aquello, aún existe vigente una disputa legal en la Corte de Apelaciones de Santiago entre Julio Ponce, su hermano Eugenio y más de 1.400 extrabajadores de SQM que se querellaron el 17 de octubre de 2016 en contra de ambos, “por la participación que les cabría como autores, cómplices o encubridores de los delitos contemplados en los artículos 468 del Código Penal (…) que tipifica figuras penales relativas a la estafa y la apropiación indebida, respectivamente, en carácter de continuados”.
Dicha disputa es una más de varias acciones legales entre Ponce y quienes, durante su vida, lo han acusado de perjudicarlos. Entre ellos está una de sus exesposas, varias administradoras de fondos de pensiones (AFP) y autoridades que lo multaron por fraude bursátil.
El caso que levantaron los extrabajadores de SQM se remonta a 1983, cuando la Corporación de Fomento Fabril (Corfo), una repartición pública que habían levantado 30 años antes los radicales para industrializar el país, hizo todo lo contrario para lo que fue creada: emitir una resolución mediante la cual permitió la venta de hasta el 30% de las empresas del Estado, incluyendo a SQM. Ese mismo año, la compañía se convirtió en sociedad anónima y se inscribió en la Bolsa de Comercio de Santiago. Julio Ponce Lerou era presidente de SQM y, en paralelo, gerente general de Corfo, cuando se efectuaron dichas modificaciones. En los hechos, era el inicio del llamado “capitalismo popular”, un programa que impulsó la dictadura que prometía “hacer de los trabajadores propietarios y no proletarios”. Así, mediante la apertura de un porcentaje relevante de SQM, los trabajadores podían acceder a su propiedad. A cambio, la compañía no les pagaría las utilidades que lograra por sobre las gratificaciones garantizadas, entre otras cosas.
En 2016, varios días antes de presentar la querella, un grupo de esos trabajadores y sus abogados me contaron que se pasaron años reuniendo a todos los ex SQM que en los 80 se tragaron ese cuento y firmaron los papeles. Sospechaban que todo había sido urdido para perjudicar a trabajadores y beneficiar a Ponce, entonces yerno de Pinochet. El caso aún sigue vigente en la corte, aunque no presenta movimiento desde 2019. El 14 de mayo de 2017, Ponce tuvo que prestar declaración en la causa ante el fiscal de alta complejidad Jaime Retamal, oportunidad en la que negó cualquier gestión para privatizar SQM y hacerse de las acciones de los trabajadores.
“No tuve participación alguna en el proceso de privatización de Soquimich, toda vez que fui nombrado el año 1987 como director con los votos de American Express”, dijo ante Retamal, quien lo interrogó en calidad de imputado durante 99 minutos.
Muchos años antes de que eso sucediera, antes de que Pinochet se tomara el poder, el joven Ponce pasaba sus veranos tranquilo, vendiendo pescado y jugando con Augustito. A sus 17 años ya había creado una sociedad con un pescador de Maitencillo y abierto una cuenta bipersonal para administrar el negocio. Quizás esas fueron las primeras señales de lo que se convertiría más tarde: un millonario con chapa Forbes, controvertido, envidiado y odiado, con intereses económicos cruzados con el Grupo Saieh, dueño de Copesa, consorcio que controla La Tercera, La Cuarta y otros medios de comunicación, además de ser uno de los principales accionistas de Itaú-Corpbanca.
Saieh es otra figura central en la historia de Ponce. Fue quien le lanzó un salvavidas financiero, cuando las deudas lo amenazaban con perder el control de sus empresas. El Grupo Saieh, saltándose el límite de crédito que un banco puede entregar a empresas de un mismo holding, como lo son las sociedades Cascada mediante las cuales Ponce con- trola indirectamente SQM, llegó a superar los 400 millones de dólares en préstamos. Por tres de esas operaciones le fue aplicada la multa más grande de la historia bancaria, aunque luego sería rebajada a un tercio del monto inicial.
Ponce lograría luego una rebaja mucho mayor a su propia multa, aunque en otro caso.
Para cuando salía del INBA y la venta de pescado y juegos con Augustito se volvían secundarios, ingresó a estudiar ingeniería forestal en la Universidad de Chile, lugar donde conoció a varios de los gerentes que lo han acompañado durante décadas en SQM. Para esa época, el joven Ponce se pasaba los veranos haciendo lo que realmente lo hace feliz en la vida; algo que supera su gusto por la flauta traversa, algo que incluso está por sobre SQM y los caballos: Ponce, en esa época y ahora también, solo quería pasarlo bien.
Los veranos en Maitencillo eran idílicos, la postal de fondo que necesitaba para echar a andar su galantería. Hoy, a sus siete décadas, no es muy distinto a cómo era antes, cuando joven, o incluso a ese muchacho que aparece en la desgastada foto del INBA: delgado, alto, siempre bien vestido y fanfarrón.
Al Ponce de la tercera edad lo cubre una cabellera completamente blanca, pero su peinada de partidura al lado, como la de un viejo tanguero, se mantiene intacta. Su son- risa socarrona, de grandes y brillantes dientes, también. Y su bronceado permanente le da, a ratos, la apariencia de Pepe Cortisona, el atlético personaje de Condorito. Cortisona, de acuerdo al Wiki Condorito oficial, es “un arribista, ambicioso, individualista y fanfarrón, posa de galán con buena situación económica. Se tiene una gran autoestima y trata de vestir elegante y sacar pecho de paloma. No es bien aceptado por los demás y ‘nadie lo pasa’ porque es como una ‘sopa de clavos’. De todas formas, siempre interviene y aparece en muchas ocasiones”. Salvo por la “sopa de clavos”, Ponce, a escala humana y en su intimidad, lejos de los diarios y las cámaras, se comporta igual que Pepe Cortisona.
En 1965, cuando era un muchacho de 20 años, comenzó un romance con Verónica Pinochet, su vecina de veraneo, que lo marcaría de por vida. Ya antes, en esa misma playa, había tenido un amorío fugaz con Patricia Galdames Jeria, prima de la expresidenta Michelle Bachelet. Pero ese sería solo un amor de verano. Ponce, antes de que Pinochet fuera el Pinochet que todo el mundo conoció, puso sus ojos en una de las hijas del futuro dictador para una relación a largo plazo.
Cuatro años más tarde, mientras Pinochet era nombrado general de brigada y comandante en jefe de la VI División del Ejército, con sede en Iquique, el joven Julio y su novia Verónica viajaban hasta el norte por su matrimonio. Todo, tras cuatro años de noviazgo, para celebrar frente al patriarca de la familia, ahora con mayores poderes militares y a cuatro años de convertirse en dictador.
De esa relación nacerían cuatro hijos: Julio César, Alejandro Augusto, Francisca Lucía y Daniela Verónica. Parte de esa tercera generación, la de los Ponce Pinochet, también ha tenido que desfilar por tribunales durante los últimos años, pues varios de ellos ayudaron a su padre a dirigir los negocios en SQM y la Cascada. A fin de cuentas, ese era un negocio familiar. O “un asunto personal”, como suele bromear Julio Ponce cuando cita a Vito Corleone en privado, frente a sus amigos, a quienes asegura que ha visto más de 10 veces la trilogía de Francis Ford Coppola.
Como sea, el asunto con Verónica Pinochet sí fue de largo plazo, aunque a mediados de la década de los 80 Ponce ya miraba para otro lado. No parecía buena idea separarse de la hija favorita de un dictador con fama de asesino. Pero lo hizo, aunque justo cuando Pinochet parecía estar más preocupado de amarrar leyes para sobrevivir en democracia que de los amoríos de sus hijas. De la relación entre él y el dictador, una vieja carta que Ponce le envió cuando tuvo que renunciar a la Corfo en 1983 da cuenta del respeto y la sumisión:
Desde hace un tiempo he sido blanco de los más deleznables ataques y calumnias, que, sin asidero alguno en verdad, y en forma anónima y cobarde, se han lanzado en mi contra. Lo inusitado y la saña con que se está procediendo me han hecho pensar que se persigue un propósito que va más allá de mi modesta persona. En razón de las consideraciones anteriores, y teniendo muy presente que lo más sagrado para un ciudadano es su patria y, en lo particular, su alta investidura, todo lo que está muy por encima del suscrito y de sus particulares intereses, he estimado conveniente dejar a Vuestra Excelencia en libertad, poniendo a su disposición el cargo de gerente general de Corfo, con el que me honrara recientemente. Si con dignidad y hombría, lo que no se advierte en forma alguna, se me formulara cualquier otro tipo de cargo, me permito asegurar a Vuestra Excelencia que, dada la corrección de todos mis actos, los desvirtuaré en forma plena y concluyente.
Ponce se refería a un documento anónimo que circuló entre autoridades de la época y que lo acusaba de enriquecimiento ilícito, a propósito de la relación familiar con Pinochet. Ese sería el primero de dos anónimos que le han traído problemas judiciales. El otro apareció en 2013, en el inicio del caso Cascada, y también lo acusaba de enriquecimiento ilícito.