CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
Donald Trump y el culto de las verdades alternativas
20.01.2021
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
20.01.2021
El artículo muestra que el gobierno de Donald Trump tuvo varias características propias de los cultos religiosos y sostiene que hoy buena parte de los 70 millones de votantes que lo apoyaron lo siguen viendo como una señal de Dios. Este culto hunde sus raíces en las ideas del supremacismo blanco y en su resistencia ante los derechos civiles y difícilmente desaparecerá con el término de este gobierno pues, como señala la periodista Sarah Posner, «para los partidarios evangélicos blancos de Trump, defenderlo se volvió indistinguible de defender la América cristiana blanca».
Traducción de Emilia Guzmán
En 1865 el general de la Unión, Carl Schurz, visitó el sur para investigar las condiciones tras la Guerra Civil estadounidense y sostuvo que el país estaba ante “una revolución, interrumpida”. En su informe al presidente Andrew Johnson, Schurz señaló que los sureños permanecían desafiantes y con la intención de mantener a los afroamericanos subordinados en una “nueva sociedad”. El presidente Johnson, que buscaba aplacar al Sur, archivó el informe y apoyó una reconstrucción débil que permitió a los estados del sur aprobar los llamados Códigos Negros y recuperar su poder político. En 1869, el ex general Confederado Robert E. Lee escribió que no se debía enaltecer a quienes habían apoyado la sedición y desaconsejó la construcción de monumentos que conmemoran la Guerra Civil. Sin embargo, la historiadora Karen L. Cox señala que Lee “personificó la narrativa de la causa perdida”, del honor cristiano del sur y la negación de la historia.
Como destacaron Rhae Lynn Barnes y Keri Leigh Merrit, la insurrección del 6 de enero 2021 en contra del gobierno federal instigada por Donald Trump y en la que participaron ex militares, agentes de la ley fuera de servicio y un culto de seguidores, tiene sus raíces en la ideología de la “Causa Perdida”, que no es otra cosa que una campaña de desinformación insidiosa que creó un final alternativo para una guerra civil sobre la esclavitud humana. El mito de la Causa Perdida desencadenó un siglo de violencia racial bajo el disfraz del nacionalismo cristiano en todo el territorio estadounidense.
Muchos intuían que Donald Trump no aceptaría la derrota electoral y rompería la tradición de una transición pacífica del poder. Diversos medios han advertido del poder desquiciado y desenfrenado de la presidencia de Trump y la influencia de su campaña de desinformación sobre su culto de seguidores. Y de hecho, el presidente montó una insurrección para detener el conteo de votos electorales e impedir la victoria de Joe Biden.
Mientras los sediciosos entraban por las puertas del Capitolio, también lo hizo, por primera vez en la historia, la bandera rebelde, la bandera de la sedición, un símbolo asociado con la antigua Confederación y la violencia racial.
La violencia en el edificio del Capitolio no fue un incidente aislado, si no que representa el legado de la ideología de la “Causa Perdida” en la historia estadounidense. Esta violencia es, para los insurrectos, una forma de preservar la supremacía blanca en el espacio público; preservación que se inició con el Compromiso de 1877, que llevó a la retirada federal de las tropas en el sur de los EE.UU. y posibilitó la construcción de un entramado legal, conocido como las leyes de Jim Crow, que legitimó la segregación y violencia racial bajo el lema “separados pero iguales”.
Las mujeres blancas en Richmond, Virginia establecieron la Confederate Memorial Literary Society, con el único propósito de preservar los artículos de guerra, crear una narrativa benigna de la esclavitud y defender los sentimientos favorecidos por la antigua Confederación en la memoria colectiva. Además, las organizaciones neo-confederadas como la “Unión de hijas de la Confederación” y los “Hijos de los Veteranos Confederados” también trabajaron para distorsionar la historia y erigir monumentos conmemorativos para segregar aún más la memoria histórica y los paisajes.
A fines del siglo XIX, los neoconfederados desarrollaron una «nueva teoría de la secesión» que explicaba la Guerra Civil como un conflicto sobre los derechos de los estados y no sobre el futuro de la esclavitud. En la primera década de 1900, la Causa Perdida influyó en el marco social, económico y político del «Nuevo» Sur, durante el cual se planificaron, construyeron y erigieron la mayoría de los monumentos confederados.
Mientras los sediciosos entraban por las puertas del Capitolio, también lo hizo, por primera vez en la historia, la bandera rebelde, la bandera de la sedición, un símbolo asociado con la antigua Confederación y la violencia racial
Esta historia del Sur estaba definida por un recuerdo colectivo blanco y creó una versión sanitizada de la historia, con héroes seleccionados y la omisión de hechos claves. Dado que los sureños blancos controlaban el espacio público desde la década de 1890 y hasta 1920 se levantaron monumentos y memoriales dedicados a la historia de la Causa Perdida los cuales » (…) determinaron cómo se recordaría la Guerra Civil y la Reconstrucción Sur». Entre las décadas de 1950 y 1960, la construcción de monumentos se convirtió, además, en un símbolo de la resistencia blanca contra el movimiento moderno de derechos civiles.
Tal como la campaña por la “Causa Perdida”, Trump y compañía crearon una falsa narrativa, posicionándose como el “último bastión de la civilización occidental” al cual le habían robado la elección presidencial; e invocó símbolos racistas del pasado para conectar con una amplia base de supremacistas blancos, neoconfederados, neonazis, teóricos de la conspiración, como QAnon, y nacionalistas.
El uso de esta falsa narrativa que es distintivamente cristiana, promete un futuro basado en la nostalgia blanca de 1950. El asalto al Capitolio fue la guerra de Trump contra una elite educada; un último intento para apaciguar su ego frágil y tomar el control de un escenario donde Trump ya no era bienvenido. Su apelación a su base es la de un demagogo, un salvador blanco enviado por Dios para liberar a esta nación del mal. Nikki Haley, Sarah Huckabee Sanders, Mike Pompeo y Rick Perry han dicho que Dios envió a Trump para liderar Estados Unidos. El reverendo Franklin Graham sostiene que Dios le dio a Trump la presidencia en 2016. Los pastores Paula White, Ralph Reed, Robert Jeffress, Mike Evans, Lance Wallnau y Frank Amedia han argumentado que Trump es ungido por Dios. Claramente, hay un componente mesiánico en la creencia de que Donald Trump ha sido enviado por Dios. Lo mismo establece Trump cuando dice el 21 de agosto 2019 que él es “el elegido”. Esta creencia mesiánica conectada con la identidad cristiana blanca crea las condiciones para las creencias y acciones de culto.
Jania Lalich describió las cuatro características principales para formar un culto; primero, la idea de una “autoridad carismática” (Lalich 2004, p. 17) donde la lealtad a un líder volátil es la clave para entender el atractivo de las personalidades de culto. Claramente Trump ha sido presentado como la figura carismática y lo ha ocupado para controlar a su base. Segundo, tiene que haber un “sistema de creencias transcendente” (Lalich, p. 17) o ideología, y en este caso lo encontramos en la retórica de la creación de mitos, como “Make America Great Again” (hacer que Estados Unidos sea grandioso de nuevo). El mito de MAGA (Make America Great Again) es que Estados Unidos ha sido elegido por Dios para los estadounidenses blancos y es el faro de luz para el mundo. Esta idea fue destacada y reiterada por Sarah Posner en una entrevista y en su Libro Unholy (Impío). En el epílogo escribe, «para los partidarios evangélicos blancos de Trump, defenderlo se volvió indistinguible de defender la América cristiana blanca» (Posner, 2020).
Tercero, los cultos tienen “sistemas de control” (Lalich, p. 17) que se adhieren a las reglas y regulaciones establecidas por aquellos en el poder. Trump se ha establecido como el que crea las reglas y regulaciones, y demanda que sus seguidores se adhieran a cada mentira como verdad. Trump demanda lealtad por parte de todos; inclusive científicos investigando la pandemia del COVID-19. Solo hay una regla, escuchar sus palabras, y aceptarlas como verdades, pase lo que pase. Finalmente, “sistemas de influencia” (Lalich, p. 17), los cuales en el caso de Donald Trump son las plataformas de la presidencia. Hasta que le cerraron sus cuentas, Trump llegaba a todos a través de Twitter, su plataforma principal de comunicación. Asimismo, las iglesias que creen en el Trumpismo cristiano actúan como verdadera cámara de resonancia. El alcance de Trump es abrumador.
La creencia absoluta del culto MAGA se adhiere tan estrechamente a lo que dice Trump, que sus seguidores ya no distinguen la mentira de la verdad, porque no pueden. Creyendo que Trump es una figura mesiánica blanca, se ha completado el adoctrinamiento de la Supremacía Blanca y la identidad cristiana, movilizando así a los grupos militares supremacistas blancos como «Proud Boys» (los muchachos orgullosos) y otros grupos neonazis. Por lo tanto, cuando Trump dice que ha ocurrido un fraude en la votación, la única prueba que se necesita es que su líder así lo crea. Su control sobre ellos es así de fuerte. Por eso cuando suplicó el 6 de enero que el Congreso no certificara el voto, actuaron.
No se equivoquen: para el culto MAGA esta es una batalla por la blancura de Estados Unidos, ejemplificada por un sedicioso que ingresa al edificio del Capitolio con una bandera confederada. Mas importante aún es el uso de nuevos símbolos supremacistas blancos como la bandera de Kek, o el país ficticio de Kekistan que representa su conexión con la simbología nazi y el símbolo correcto de la rana Kek. Esto conecta tanto el pasado con el presente. Es claro que este acto sedicioso no es el fin de un camino, sino un inicio de otro. Y dejará una huella duradera en el tejido de la sociedad estadounidense.
Berry, D. (2020) “Voting in the Kingdom: Prophecy Voters, the New Apostolic Reformation, and Christian Support for Trump” Nova Religio 15 April 2020; 23 (4): 69–93.
Jones, R. (2016) “Donald Trump and the Transformation of White Evangelicals,” Time 19 November 2016 (New York City, New York: 1923). Ver aquí.
Lalich, J. (2004). Bounded choice: True believers and charismatic cults. University of California Press.
Posner, S. (2020) Unholy: Why White Evangelicals Worship At The Altar Of Donald Trump. New York: Random House
Putnam, R. and Campbell, D. (2010) “Echo Chambers: Politics Within Congregations.” In American Grace. New York: Simon & Schuster Publishers. (Chapter 12: pp. 419-442).
Rodkey, C. D. (2020) «Welcome to the Desert of the Peale: Why Do Christians Politically Support Liars?» in Continental Thought & Theory: A Journal of Intellectual Freedom, Volume 3 |1: Special Issue: The Problem of Trump 61-80 | ISSN: 2463-333X
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