CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS ELECTORAL
Las derechas después del plebiscito
28.10.2020
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CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS ELECTORAL
28.10.2020
El plebiscito dejó en evidencia que en la derecha el grupo más “radical” -que el autor liga con Libertad y Desarrollo y el ala extrema de la UDI- ha perdido fuerza frente al sector más político que se vincula con Mario Desbordes o el alcalde Germán Codina. Estima que en la oposición pasó lo contrario: se fortaleció la posición más radical -relacionada con el PC y el extremo del FA-. Esto plantea un dilema: si ningún grupo tiene los dos tercios para aprobar la nueva constitución que desea, el avance sólo será posible si en cada sector dominan los moderados dispuestos a cruzar sus respectivas líneas para llegar a acuerdos. Dicho de otro modo: que los moderados tengan los dos tercios.
El claro resultado del plebiscito y una participación electoral importante para un escenario de pandemia, significan un mandato contundente para la producción de una nueva constitución. El panorama cambia, así, mucho respecto al domingo. Los partidos y dirigencias políticas quedan bajo una exigencia formidable.
La crisis por la que atravesamos no tiene el carácter de un enfrentamiento de bandos, ni de organizaciones populares -algo parecido a los soviets o las secciones parisinas- esperando el asalto de algún palacio. En cambio, adquiere mucho más la forma de una tensión acentuada entre el pueblo -que irrumpió masivamente en octubre-, sus pulsiones, anhelos y capacidades, de un lado, y, del otro, la institucionalidad política, las dirigencias y discursos. En esa crisis se espera que la respuesta la brinde el sistema político.
Fueron las dirigencias más moderadas las que generaron el acuerdo del 15 de noviembre. Y todo parece indicar que el pueblo ha respondido a ese llamado, asumiendo como propio un plebiscito ordenado que es fundamentalmente consistente con la senda constituyente abierta hace casi un año. En ese contexto, los partidos y las dirigencias deben ahora disponer sus esfuerzos a la elaboración de la nueva carta fundamental y a tender los puentes para conseguir los importantes grados de entendimiento que son necesarios a efecto de parir una constitución capaz de operar como marco nacional compartido.
El plebiscito consolida un estado en la derecha que es especialmente novedoso. Tras décadas de hegemonía economicista, ha recuperado fuerza otra corriente, más política. Ella consta en dirigencias como las de Desbordes, Monckeberg y Prohens, alcaldes como Codina o Alessandri, pero también en grupos juveniles, en centros de estudios destacados y en un contingente amplio de individuos vinculados al mundo académico, con presencia en la discusión pública. Políticos, estudiantes e intelectuales no sólo han hecho una crítica del economicismo más estreñido, sino que han planteado un diagnóstico propio y diferenciado de la crisis por la que atraviesa el país y han efectuado propuestas políticas.
Diversos estudios de opinión y los resultados del plebiscito permiten notar que en la derecha se perfilan, entonces, tres sectores principales. Uno más radical, instalado en “Libertad y Desarrollo”, y en enclaves otrora designados por Allamand “poderes fácticos”, así como en el ala más extrema de la Unión Demócrata Independiente. Este grupo se inclina a operar de modo reactivo y a entender las movilizaciones y el malestar social fundamentalmente como productos de ciertos desajustes menores del “modelo”.
Hay un segundo sector, que se deja discernir del economicista por no compartir su credo más estrecho, pero que se unió a ese bando en la opción por el “rechazo”. La unidad de estos dos grupos heterogéneos cabe radicarla fundamentalmente en el miedo y la molestia provocados por las movilizaciones y las dirigencias más vociferantes de la izquierda más extrema.
En fin, consta el tercer sector ya aludido, que se caracteriza por poseer un talante marcadamente político y ser usualmente más variopinto en su composición social e ideológica que el grupo economicista. En el diagnóstico propio de la “Crisis del Bicentenario” y del término de la Transición de este sector, se entiende que existe una pérdida severa de legitimidad de las instituciones. Repara, en línea con ese diagnóstico, en el significado eminente de la reconstitución de la legitimidad del sistema político. Se constata, en el mentado sector, una mayor disposición al diálogo y a los acuerdos, y él atiende, con énfasis acentuado, a la responsabilidad que le cabe al sistema político de conducir el proceso de la actual crisis. En fin, es importante consignar que, pese a su aparente novedad, en ese grupo confluyen tradiciones que se encuentran arraigadas en la historia larga de la derecha chilena, al menos: el socialcristianismo, el liberalismo político y el pensamiento nacional-popular. Debe ser considerado, en este sentido, como la expresión de un camino de renovación inherente a la propia derecha.[i]
Si se discierne a los tres sectores de marras, los resultados del plebiscito son muy relevantes. Este tercer sector logró, pese a un escenario de inestabilidad y miedo, otorgarle un apoyo importante a la opción “apruebo”. El triunfo dominical es inexplicable sin un porcentaje significativo de votos de la derecha, que -esto es decisivo- probablemente fue mayoritario al interior de ese sector. Si el “rechazo” sumó poco más de un veinte por ciento y -haciendo un ejercicio conservador- se le atribuye a la derecha algo así como un 40 por ciento de las preferencias, entonces la derecha por el “apruebo” logró sobre los 20 puntos porcentuales; si a ese porcentaje se le suma la derecha que rechazó por miedo, pero que no coincide estrictamente con el bando economicista, los sectores distantes de la derecha de “Guerra Fría” son francamente mayoritarios en la derecha chilena actual.
La división entre un sector más moderado y otro más extremo, dotado de un discurso más estrecho, no es patrimonio de la derecha; también en la izquierda se deja pesquisar una tal conformación. A un lado se hallan la Democracia Cristiana, el Partido por la Democracia, los radicales, el Partido Socialista y parte del Frente Amplio, y, al otro, el Partido Comunista y el bando más fundamentalista del Frente.
Los extremos a la derecha y la izquierda guardan una similitud llamativa. Si la derecha extrema tiende a comprender la política desde la economía, la izquierda extrema se inclina a llevar la política a los términos de la moral.
La derecha extrema eleva al mercado (apoyado por un Estado eminentemente gendarme) a forma ideal de articulación de la vida social, bajo la premisa de que la sociedad es, en lo fundamental, una aglomeración de individuos independientes que persiguen sus fines separadamente.[ii] La izquierda extrema, de su lado, condena moralmente al mercado en tanto que institución: como “mundo de Caín” o ámbito de alienación. Moral es también su idea de un estadio comunista en el cual el individuo purga su interés individual, su singularidad, y él se diluye en la noción de un ser humano completamente genérico, disciplinado bajo las miradas escrutadoras e inquisitivas de la multitud de la asamblea.[iii]
Los extremos en la izquierda y la derecha coinciden, así, en terminar entendiendo a la política según ideas -económicas o morales- que trascienden la política. La política es considerada como el campo de ejecución de esas ideas extra-políticas.
Los sectores moderados, en cambio -lo que cabe llamar la centroderecha y la centroizquierda-, tienden a comprender la política, antes que desde las reglas generales de una concepción económica o moral tenida de antemano, desde la política misma. Se inclinan a reparar con mayor detención en la situación concreta, y, sobre todo, acusan una sensibilidad acentuada con la tarea fundamental de la política: antes que la ejecución de ideas extra-políticas cuyos contenidos se encuentren definidos a priori, la producción de una institucionalidad políticamente legítima.
Esta distinción de grupos es de la mayor importancia para lo que viene. Entre fuerzas centrífugas o extremas y centrípetas o moderadas se halla definido el marco en el cual el país entra en curso constituyente.
Pese a las semejanzas, entre la derecha y la izquierda constan dos diferencias de entidad. Si en esta última, la impulsión la están llevando, actualmente, los sectores más extremos (el PC y el ala extrema del Frente Amplio), en la derecha el asunto no es tan claro.
La ex Concertación cuenta con una plétora de cabezas destacadas. A veces parecen nobles franceses en el exilio. Las nuevas generaciones emprendieron un éxodo masivo hacia el Frente Amplio. Los antiguos concertacionistas están, además, desprovistos de una base ideológica renovada y acorde con la situación emergente. Han perdido, en parte importante, la capacidad de conducir el debate.
En la derecha, en cambio, el impulso político proviene actualmente de los grupos moderados. “Libertad y Desarrollo”, y el ala derecha de la Unión Demócrata Independiente se inclinan a operar, a esta altura, de modo reactivo y esa actitud influyó decisivamente en la parálisis política del gobierno. La “nueva derecha”, de su lado, ha asumido una responsabilidad conductora; fue decisiva en el acuerdo que abrió un cauce inicial de salida a la crisis, el 15 de noviembre, y se dispone a participar en la generación de los acuerdos necesarios para la producción de la nueva institucionalidad.
La segunda diferencia entre la derecha y la izquierda es que mientras la izquierda enfrentó unida el plebiscito del domingo, la derecha fue dividida -probablemente por la mitad- y se dejan discernir en ella los mentados tres sectores.
Cabe preguntarse qué ocurrirá en la derecha una vez dejado atrás el plebiscito y ante la inevitabilidad del proceso constituyente.
Lo que cabe prever, a esta altura, es una reagrupación de fuerzas en ese sector. Probablemente, muchos del grupo que se sumó al “rechazo”, pero que tienen un pensamiento menos recalcitrante, se unirán a los derechistas del “apruebo” en un bloque mejor dispuesto a sumarse propositivamente al proceso político en curso, y en especial la tarea constituyente como la de articulación de una nueva institucionalidad de carácter nacional y en la cual se incluyan reformas de entidad al sistema político y económico. Es esperable que, de su lado, el bando economicista, más solitario que antes, tienda a cerrar posiciones en torno a los contenidos constitucionales de la actual carta fundamental, intentando mantener la consistencia con las reglas del neoliberalismo estricto de economicismo, atomismo social, Estado eminentemente gendarme y subsidiariedad negativa.
De la capacidad que tengan respectivamente la derecha más política y la derecha economicista de desplegarse y entrar en la Convención Constitucional, dependerá, fundamentalmente, la viabilidad del proceso constituyente y del proceso político entero. Sólo en la medida en que las fuerzas más moderadas consigan una representación mayoritaria en el sector, podrá la derecha contribuir a la conformación de acuerdos que es requerida para generar una nueva constitución. En cambio, si el bando economicista obtiene una representación mayoritaria (al interior del sector) en la mentada asamblea, cabe esperar una operación obstruccionista, la cual, de establecerse eficazmente, terminará afectando el transcurso logrado del proceso constituyente.
El éxito de la tarea constitucional corre, entonces, por una delgada línea media, pues ocurre que ni la derecha ni la izquierda contarán con la mayoría de dos tercios requerida para la aprobación de la carta magna. Sólo la colaboración de grupos dispuestos a cruzar la línea permitirá que el país llegue a contar con una nueva constitución.
El asunto es especialmente grave, pues no se debe olvidar que, puesta la parálisis política del Presidente, el camino constituyente es la única vía abierta para superar la severa crisis social y política en la que se encuentra el país. En ese contexto, el empantanamiento o el fracaso del proceso constituyente significarán, probablemente, la intensificación de la crisis hacia niveles de descomposición mayores.
En términos simples, el asunto puede ser planteado del siguiente modo: si los moderados de la derecha y de la izquierda -quienes estén dispuestos a ir más allá de las cortapisas respectivamente economicistas y moralizantes- no alcanzan alrededor de dos tercios de miembros en el órgano constituyente, el proceso de creación de una nueva constitución arriesga fracasar.
Probablemente los historiadores del futuro volverán sobre acuerdo del 15 de noviembre y llamarán la atención sobre su carácter tanto anómalo cuanto meritorio. Anómalo es que el impulso del proceso político haya quedado radicado en sede parlamentaria, en una instancia creada para discrepar y criticar, pero no para conducir. Ese acuerdo abrió, sin embargo, cauce institucional al malestar. La constitución apareció como paso necesario -aunque no suficiente- para producir el arreglo entre las instituciones y la situación popular.
Además, él significó, en un doble sentido, un triunfo de las fuerzas más moderadas sobre los extremos. No es una mera celebración del hecho del centro lo que está en juego aquí. Consta que la existencia de un centro político amplio y robusto es lo que le otorga fuerza a los regímenes republicanos y democráticos. No se sostienen las repúblicas democráticas maduras sin sectores moderados vigorosos, a la derecha y a la izquierda.
El vigor del centro permite un espacio amplio de discusión y acuerdos, que es lo que requiere, especialmente, el momento de producción de una nueva constitución, es decir, de las reglas compartidas en las que todos o una mayoría de entidad puedan sentirse acogidos. El mayor peso de las fuerzas centrípetas coincide con la prevalencia de los grupos que están más dispuestos a reconocer políticamente al otro, a quien piensa distinto. En cambio, el dominio de los centrífugos significa la hegemonía de sensibilidades más ocupadas de la consecuencia con conjuntos de ideas poseídas de antemano -por estreñidas que ellas sean-, que de la integración nacional.
Los rostros firmantes del acuerdo constituyente reflejaban bien que el 15 de noviembre triunfaron las fuerzas centrípetas. Es un buen augurio, me parece. Si en las elecciones de la Convención Constitucional logran prevalecer los moderados, las reglas de funcionamiento de la Convención, al exigir acuerdos amplios, producirán que esos sectores moderados queden dotados, y por un largo período, de la iniciativa política. Una operación conjunta lograda podría llegar incluso a generar una reconfiguración del mapa político actual, lo que en otras latitudes se llama “Gran Coalición”.
[1] Cf. una columna que publiqué anteriormente en CIPER: “Los caminos ideológicos de la derecha chilena”, disponible aquí.
[2] Cf. Milton Friedman, Capitalism and Freedom. Chicago: The University of Chicago Press 2002, pp. 1-2.
[3] Cf. sobre eso, mi reciente libro Razón bruta revolucionaria. La propuesta política de Fernando Atria: Un caso de precariedad hermenéutica. Santiago: Katankura 2020.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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