COLUMNA DE OPINIÓN
¿Cómo llegamos a esto? Racismo en Gulu Mapu
04.08.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
04.08.2020
En los incidentes de Curacautín el autor ve la expresión de una cultura racista muy extendida en Latinoamérica con la que se controla el cuerpo y la autoestima de los indígenas y los afrodescendientes. Alimentada por prejuicios y temores, la mirada racista triunfa cuando las creencias son asumidas como ciertas por los no indígenas. Entonces, dice el autor, “las relaciones de poder se autoexplican a partir del imaginario construido”. Hoy “los vecinos de Curacautín sienten odio hacia estos mapuche que han sido caricaturizados por el Estado y la prensa como delincuentes y terroristas. Sienten que combaten la delincuencia. En su fuero interno se sienten justicieros, es por ello que pueden gritar ¡¡el que no salta es mapuche!!”
Curacautín. Un pueblo como tantos en el Gulu Mapu.
El sábado de madrugada me enteré de los hechos sucedidos en Curacautín, donde civiles chilenos atacaron a civiles mapuche, en el proceso de desalojo de la municipalidad de dicha comuna. Escribí este artículo entre el cansancio de un día pesado, tratando de terminar un artículo científico sobre Antagonismos Territoriales, mientras las tensiones generadas en estos últimos años cobraban vida, generando un escenario complejo para el establecimiento del diálogo en la región.
Curacautín, que en mapuzungun sería Kurra Kawin, que se podría interpretar como sector rocoso donde reunirse (Kurra: Piedra Kawwin: reunión) o podría decir relación a que piedras poderosas se ubicaban ahí; al igual que otras comunas, esta debe su nombre a la toponimia mapuche y ciertas características en su composición rural y étnica. Curacautín está ubicada en el sector precordillerano de Gulu Mapu, nombre que designa al territorio histórico que ocupaba el Pueblo Mapuche en lo que hoy es Chile. Este territorio era reconocido por la corona española desde el río Biobío al sur.
En el 2009, me tocó trabajar por uno meses en la comuna de Curacautín para hacer un diagnóstico territorial en el marco del Programa ORÍGENES en su segunda fase. Pude constatar con la documentación generada por el Estado y la sistematización de historiadores locales, que dicha comuna había sido la ruta de comunicación entre dos grandes grupos del siglo XIX: los Wenteche, comunidades de la depresión intermedia, entre Temuco y Victoria básicamente; y el mundo Pewenche, que conectaba a la cordillera con el sector mapuche de Puel Mapu, lo que actualmente es Argentina. No era un sector ampliamente poblado. Hoy se reconocen cuatro comunidades históricas y dos que fueron trasladadas a la comuna: una en la década de los 60’, producto del maremoto; y otra en el proceso de compra de tierras, a partir de la creación del fondo de tierra de la CONADI.
Hoy, a través de la política de criminalización el Estado y los medios de prensa de carácter corporativo se ha generado la imagen del mapuche delincuente y terrorista. Esa imagen se instaló, al principio, como una creencia; pero tras 20 años de repetirse, pasó a ser parte del sentido común de un grupo de personas, mapuche y no mapuche, que sienten que no tiene ninguna conexión con ellos, con estos mapuche movilizados que encarnan la violencia.
Al ser pocas las comunidades, estas tuvieron una gran interacción con el mundo chileno, ya sea en la producción agrícola-ganadera, en su rol de obreros o en la empresa maderera que funcionaba hasta los años 80’ del siglo pasado.
Como la mayoría de los poblados en la región, la cabecera de la comuna nació del “Fuerte de Curacautín”. Fundado el 12 de marzo de 1882, bajo el mandato de Gregorio Urrutia, era una forma de controlar el contrabando y mantener una vigilancia sobre la población Pewenche. El Fuerte fue una imposición, sin negociación, ya que la derrota de 1881 (en el último gran levantamiento de la Araucanía) mostró la inviabilidad de una guerra sostenida contra el Estado chileno.
Los títulos de propiedad indígena, o Títulos de Merced, fueron entregados en 1905 y desde entonces existieron presiones de parte de la población de la comuna para apoderarse de las tierras indígenas. Los hechos fueron denunciados y la evidencia se encuentran en las carpetas administrativas de estas comunidades, en el Archivo General de Asuntos Indígenas de la CONADI. También algunos datos se encuentran en la Comisión de Trabajo Autónoma Mapuche, informe hecho en paralelo al de Verdad Histórica y Nuevo Trato Indígena.
El último gran conflicto fue en esta década, por proyectos de energía, termo e hidroeléctricas. Ello llevó a que un líder mapuche, el werken Alberto Curamil, recibiera el premio medioambiental Goldman, que se considera como el nobel medioambiental, estando preso a raíz de una acusación de la cual probó inocencia absoluta. Curacautín es una comuna donde no se habían generado situaciones de conflictos como en otras zonas, pese a las tensiones históricas por sus tierras y el antagonismo con proyectos extractivistas que alteran el medio ambiente.
Para que una persona violente a otro, debe tener total certeza, en su fuero interno, de que esa acción se autojustifica. Es decir, esa violencia está totalmente inmersa en el sentido común. Como lo concebía Walter Benjamin, en su pequeño texto, “Para una crítica de la violencia”, esa es la violencia más peligrosa, porque llega a ser constituyente de los individuos: ha superado a la violencia mítica o de la creencia, y la violencia asegurada en el derecho. Es una violencia divina o que está inserta en un proyecto civilizatorio de realización, es decir es ontológica.
Sin duda, puede haber un fundamento biológico para la violencia: la autopreservación nos puede llevar a ella en ciertas situaciones. Pero la violencia racial es fruto de una construcción histórica, inserta en la memoria social e individual de los sujetos, en la cual se ha elaborado, transformado en creencia ideológica, para luego ser subsumida en el inconsciente de los sujetos para no ser cuestionada. Es un ejercicio más complejo de lo que se describe. Esta violencia es trasmitida no desde un “afuera” sino desde “adentro”, socializada en el grupo familiar o en la comunidad de origen (barrio, sector), por seres con los cuales existen vínculos emocionales.
En la primera etapa se crean imaginarios que explicaría a los otros, indígenas o negros, en términos de sus características físicas y psicológicas. Es aquí donde se construye el prejuicio racial. Esta elaboración es una mezcla de ideas y observaciones directas, en la cual un sujeto observa a otro y lo retrata mentalmente, primero objetiviza, caracterizándolo en lo físico y psicológico: el indio es moreno, es fuerte para el trabajo físico, tiene su pelo negro, es ingenuo, es ladino, es flojo, borracho, es leal, agradecido, o mal agradecido. Pero también subjetiviza: establecen qué sienten en relación con otro, si les genera ira, empatía o apatía. En este proceso el sujeto “otro” despierta emociones y sentimiento negativos. Para ello no necesita conocer cabalmente al indígena, sólo tiene que representar lo indígena y siempre va a encontrar algún sujeto para ejemplificar y generalizar.
Si hay algo que me preocupa, son aquellos mapuche que se sienten justicieros y desarrollan un racismo interno. Ello debe ser trabajado sin reduccionismo ni descalificación.
En el racismo se suprime la idea de conocer al sujeto, su historicidad y con ello sus cambios y sus proyecciones futuras. Si se presenta un sujeto distinto, este es representado como excepción a la regla.
Esta primera etapa puede ser difundida en términos públicos. Su triunfo ocurre cuando los sujetos no indígenas o no negros, asumen que esta representación es una verdad a la cual se le puede creer. Esta etapa no es tan efectiva si no existe una sumisión material, ya sea en el presente o en la historia, del sujeto indígena o negro, es decir, sino existen relaciones de poder que dejan al indígena o al negro en una segunda o tercera categoría.
En la segunda etapa, la creencia se hace carne, es decir, pasa al sentido común del sujeto no indígena. Las relaciones de poder se autoexplican a partir del imaginario construido y esto ya deja de ser una creencia, porque una creencia todavía se encuentra en el plano de una lógica, de una racionalidad. Cuando se hace carne, no se duda de la inferioridad del otro porque se siente; y cualquier otra idea que sea contraria a esa forma de pensar y sentir será algo ajeno. En este punto, se puede tener lástima o animadversión contra el otro, pero en lo concreto hay una humanidad que ejerce el racismo.
Quien haya viajado a Temuco y se haya sentado a la mitad de la plaza de armas desde 1989 en adelante, habrá visto un monumento en el cual aparece varios personajes: un mapuche con una lanza en posición de ataque, un conquistador español y un soldado chileno (ambos tienen sus armas en descanso). En las alturas, hay una mujer que simboliza a una machi, y detrás aparece un colono en actitud de sembrar. Al ver este monumento a la Araucanía comprendemos que todos los sujetos se han desarrollado dando la espalda los unos a los otros: el colono extranjero de espalda al colono nacional y al mapuche. No existe alianzas, ni proyectos comunes que hayan ayudado a construir una identidad propia de la región. Al contrario, mientras más nos diferenciemos del otro, mejor.
En Chile, como en gran parte de América Latina, los países combinaron la racialidad activa y la pasiva. La primera implica ver al otro como un enemigo, alguien que puede dañarte y por lo tanto, debes sujetarlo por la fuerza, infringirle daño, aterrorizarlo de tal modo que no pueda desarrollar una repuesta violenta por el temor a la represalia. La racialidad pasiva puede ser violenta a partir de los estereotipos que dañan la autoestima. El sujeto llega a sentirse incapaz de levantase en contra de quien lo somete o pacifica a partir de la dependencia. También infantiliza al indígena o negro, con lo cual, pierde todo sentido de construir un camino propio.
El siglo XIX se caracterizó por utilizar el discurso de la modernidad para racializar de manera pasiva al mapuche, con discurso que agruparon en la manera de pensar desde chileno más pobre al más rico. El uso de la violencia por parte de civiles y militares en la primera mitad del XIX consagró la racialidad activa, despoblando Arauco y Llanquihue. Desde la segunda mitad XIX esto se hizo a través de una invasión militar. Los levantamientos entre 1871 a 1881, son aplacados por colonos, pobres y buscavidas junto al ejército. A los mapuche se les quita el 90% de sus tierras y son confinados a vivir en reducciones, sus ganados son robados y sus rucas son incendiadas.
Desde 1884 a 1930 la violencia ejercida por civiles en torno a correduras de cercos, asaltos y malos tratos son el pan de cada día. Los levantamientos mapuche en la década del 60’ sacuden a patrones y sus empleados, pero esta violencia vuelve en 1973. Desde el Biobío al sur tenemos casos de civiles chilenos que prestaron instalaciones y participaron de violaciones a los derechos humanos, esto acreditado en múltiples informes sobre DDHH. Incluso en el Museo de La Memoria se encuentran testimonios que señalan estas situaciones. La mayoría de las institucionalidades del Estado o ligadas a él, promovieron un racismo pasivo, negando la cultura mapuche o mostrándola de manera inferior. Se trató a los mapuche como niños, se les creó una cultura de la dependencia, lo que reforzó lazos clientelares.
Hoy, a través de la política de criminalización el Estado y los medios de prensa de carácter corporativo se ha generado la imagen del mapuche delincuente y terrorista. Esa imagen se instaló, al principio, como una creencia; pero tras 20 años de repetirse, pasó a ser parte del sentido común de un grupo de personas, mapuche y no mapuche, que sienten que no tiene ninguna conexión con ellos, con estos mapuche movilizados que encarnan la violencia.
Los vecinos de Curacautín sienten un odio hacia estos mapuche que han sido caricaturizado por el Estado y la prensa. Sienten que combaten la delincuencia en un país corrupto que ha dejado de lado a sus ciudadanos y donde ninguna institución da garantía de legitimidad. En su fuero interno se sienten justicieros, es por ello que pueden gritar ¡¡el que no salta es mapuche!!.
Por mucho tiempo el racismo afecto a un gran sector del Pueblo Mapuche. Hoy se ha construido un orgullo mapuche, con lo cual el sentimiento de inferioridad que un día se asumió por otras generaciones va en retirada. La imagen del mapuche delincuente y terrorista se va a quedar por un buen tiempo. Lo importante es que nos muestra de manera clara hacia donde debemos apuntar el proceso de descolonización del chileno que vive en Gulu Mapu. Es probable que quienes atacaron a personas mapuche en Curacautín sean una minoría y que sean muchos más los chilenos y mapuche dispuestos a cambiar esto en Gulu Mapu.
Si hay algo que me preocupa, son aquellos mapuche que se sienten justicieros y desarrollan un racismo interno. Ello debe ser trabajado sin reduccionismo ni descalificación. Hay personas que se sienten mapuche pero no se ven representadas en las demandas del actual movimiento y ello implica que debemos concebirnos como un Pueblo diverso que tienen miradas ideológicas distintas. Deben existir espacios para unificar puntos y para pensar un futuro como Pueblo Mapuche, en convivencia con los chilenos.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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