COLUMNA DE OPINIÓN
Educación online de emergencia: Hablando a pantallas en negro
08.06.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
08.06.2020
La educación a distancia sólo es posible con meses de preparación, argumentan los autores de esta columna. Destacan que la mayor parte de las clases online que se han implementado en Chile son más bien respuesta de emergencia a la crisis sanitaria. Así, profesores estresados y sin preparación adecuada para el e-learning, intentan transmitir conocimientos a jóvenes cuyas familias pueden estar empobreciéndose. A partir de datos de una investigación en curso, reportan frecuentes clases con pantallas en negro y micrófonos apagados, en las que el profesor predica como en el desierto. Esas clases son una metáfora de la complejidad actual de educar y también de las dimensiones que está tomando la distancia social.
La pandemia ha impactado enormemente las prácticas de docencia universitaria. Si bien se había avanzado en educación e-learning a nivel de educación superior esta modalidad aún tenía una baja cobertura hasta 2019 (4,41% del total de matriculados en el sistema el año pasado, según datos base de www.mifuturo.cl).
Hodges y colaboradores (2020) hacen una distinción entre educación e-learning y la educación a distancia en emergencia, que actualmente se desarrolla producto de la pandemia. Señalan que si bien la educación a distancia en general carga con un estigma de menor calidad, esta se desarrolla en universidades prestigiosas y ha demostrado importantes avances en la última década. La educación a distancia descansa en un diseño y planificación cuidadoso con vasta evidencia y se rige por indicaciones instruccionales definidas (los autores indican un periodo de 6 a 9 meses para preparar un curso universitario en modalidad online).
Observando aquello, las clases que hoy se organizan no reúnen estas características. La emergencia ha llevado a las instituciones de educación superior a implementar cursos en línea sin mayor preparación, diseño, capacitación o evidencia. Es por esto que es necesario flexibilizar, priorizar, ser creativos, inclusivos y aceptar que, sin duda, se verán afectadas las competencias que se desean desarrollar en los estudiantes.
Estamos levantando información sobre la docencia a distancia en contexto de emergencia, indagando las dificultades, necesidades, oportunidades y vivencias de los docentes de la Universidad Católica de Temuco. En una etapa cualitativa inicial se quería identificar categorías emergentes asociadas al proceso de educación a distancia, para luego generar un cuestionario de aplicación a los 785 docentes de la Universidad.
En las entrevistas emergió de manera frecuente que los estudiantes apagan sus cámaras y el audio cuando se desarrollan las clases online. Este pequeño detalle se podría explicar a priori por dificultades en la conexión, interferencias producidas en los audios u otras razones de carácter logístico. Pero, como argumentaremos más adelante, puede deberse también a que se perciban como una pérdida de tiempo clases expositivas sobre contenidos disponibles en otros formatos.
Sin lugar a duda, en el proceso de enseñanza-aprendizaje, la comunicación bidireccional docente-estudiante es básica e indispensable. Hoy el docente se aísla en su casa, en un lugar donde no pueda ser interrumpido, dejando carteles del tipo “mamá en clases” o “no molestar a papá”, para evitar chascarros que luego puedan convertirse en memes. Hay una presión extra para el docente en torno a evitar el error ya que las clases hoy están en la nube, en YouTube, pueden ser registradas por los celulares, etc.
La emergencia ha llevado a las instituciones de educación superior a implementar cursos en línea sin mayor preparación, diseño, capacitación o evidencia. Es por esto que es necesario flexibilizar, priorizar, ser creativos, inclusivos y aceptar que se verán afectadas las competencias que se desean desarrollar en los estudiantes.
Una vez que se establecen los controles y los encuadres en torno a lo que se ve en cámara, comienza la clase, intentando replicar, en muchos casos, lo que se hacía presencialmente. Sin embargo, ahora, el docente hace preguntas y nadie contesta, no ve gestos, no sabe si sus estudiantes están escuchando, o si siquiera están. No hay nada en la corporalidad del otro que ayude a la comunicación; pareciera que la necesaria comunicación no-verbal cede ante la presencia de los emoticones, manifestación explícita de la nueva comunicación virtual (Cuadrado, Martín-Mora y Fernández, 2015).
El estar sentado es en muchos casos una acción nueva para el docente. Hay que sumar a ello las dificultades con las plataformas, que se caen, que no emiten sonido, que no proyectan y para cuyo manejo no hay capacitación suficiente. Lo más complejo es que el interlocutor es una incógnita: no se lo ve ni se lo oye. Es solo un nombre. En las entrevistas realizadas los y las docentes dicen “siento angustia”, “es agotador”, “es frustrante”.
Este contexto ha cambiado la percepción de autoeficacia del docente, pues esta se configura a partir de las experiencias sociales cotidianas. Los tropiezos y resultados adversos, contribuyen a mermar la confianza, a demeritar su autoconcepción y evidentemente, a disminuir la autoeficacia percibida en el desarrollo de sus cursos con las implicancias que ello pudiera traer: la pérdida de control, la baja motivacional y el estrés. Esta sintomatología es una repuesta a lo que se ha denominado corona teaching (IESALC, 2020), la cual se deriva de transformar la docencia sin hacer cambios curriculares.
Un segundo elemento de análisis tiene que ver con las estrategias metodológicas de los docentes. Tradicionalmente, el proceso de “enseñanza” tenía un énfasis en la transmisión de información, y en la enseñanza en sí. Se dejaba un poco de lado el “aprendizaje”, fundamentado en una educación centrada en los contenidos donde el docente era poseedor de conocimientos y los estudiantes meros receptores. Esta concepción ha sido tensionada por el aumento explosivo en la cobertura y acceso de estudiantes a la educación superior, incorporando por primera vez a sectores menos privilegiados, lo que ha diversificado las características y necesidades de aprendizaje del estudiantado universitario (Biggs y Tang, 2011).
Esto demanda un cambio radical en la concepción de la educación. Hoy la preocupación se centra en el aprendizaje. El estudiante adquiere un rol protagónico y los esfuerzos se centran en él mientras el docente asume solo un rol de facilitador y de acompañamiento. Si bien, gran parte de las universidades han adoptado este enfoque en sus modelos educativos, dichas transformaciones no siempre se realizan con la celeridad necesaria. En todas las universidades vemos resabios del antiguo modelo, y quizás la demostración más patente de esto es “la clase magistral”.
Ahora bien, este tipo de estrategia en el contexto de educación a distancia de emergencia no colabora con el proceso de enseñanza-aprendizaje y podría ser una explicación, en parte, de la desconexión del estudiante. Es posible que el hecho de escuchar al docente de manera ininterrumpida por largos periodos, sin mayor interacción y sobre la base de contenidos disponibles en diversos medios pueda ser percibido como una “pérdida de tiempo”. Desde antes de la emergencia, la literatura sustenta la noción que la cátedra no contribuye al aprendizaje activo y, por ende, a la construcción de aprendizajes significativos por parte del estudiante (Gibss, 1981; Fry, 2014).
El docente hace preguntas y nadie contesta, no ve gestos, no sabe si sus estudiantes están escuchando, o si siquiera están. No hay nada en la corporalidad del otro que ayude a la comunicación. En las entrevistas realizadas los y las docentes dicen 'siento angustia', 'es agotador', 'es frustrante'.
Otro punto a destacar es la nueva forma de relación entre estudiantes y entre estudiantes y profesores. Debe ser extraño para los estudiantes de primer año no conocer (más allá del nombre) a sus compañeros, no conocer “su universidad”, las instalaciones y a sus jefes de carrera. Sin duda en clases “normales” el recreo, un cafecito, una ventana con la clase que sigue, son los momentos de afianzar lazos y también son parte importante de la colaboración y amistad que tributa de manera oculta en los procesos de formación. Hoy dicha relación es mediada por el docente en la clase sincrónica en alguna de las plataformas y con ello “todo se hace formal” dificultando los lazos de amistad y la colaboración para el aprendizaje. En una de las entrevistas realizadas a un jefe de carrera, comentaba explícitamente que sentía que “no conocía a sus nuevos estudiantes”. Probablemente este impacto es menor en estudiantes de cursos superiores, sin embargo, aún en ellos es probable que exista un cierto distanciamiento con sus compañeros.
A propósito de la “formalización” de las relaciones en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el contexto de educación a distancia de emergencia, es posible que el uso de plataformas haya introducido mayor efectividad, en cuanto al tiempo de implementación de las clases. Entrevistados mencionan que al no existir desplazamientos casa/universidad podría ocurrir un mayor cumplimiento en la hora de inicio de las sesiones; ahora bien, si a ello sumamos las escasas preguntas e interacciones entre el docente con los estudiantes, clases que antes tenían una duración de dos horas, hoy toman menos tiempo.
Creemos que este fenómeno de eficiencia también está ocurriendo en reuniones de trabajo, quizás se sobreentienda que hay diversas tareas que cumplir, por lo que las reuniones se inician a la hora, no se comentan muchas cosas externas a la reunión y se avanza en los temas rápidamente. Si bien las plataformas permiten la comunicación, esta no es del todo fluida, lo que muchas veces se traduce en la preferencia por guardar silencio por parte de algunos de los interlocutores y con ello optimizar los tiempos (sumar la inexistencia de los café y las escasas salidas de protocolo o de distensión tan propios de nuestra cultura, que probablemente se hacen internamente por WhatsApp, ya que no todos son amigos o muchas veces la presencia de autoridades inhibe ese tipo de conductas).
Es posible que el hecho de escuchar al docente de manera ininterrumpida por largos periodos, sin mayor interacción y sobre la base de contenidos disponibles en diversos medios pueda ser percibido como una 'pérdida de tiempo'.
Un último elemento tiene que ver con como la vulnerabilidad se vincula con el mundo digital. Esto ocurre con particular fuerza en nuestra región, la Araucanía, que presenta la mayor incidencia de la pobreza a nivel nacional (17,2% en la población regional, Casen, 2017). Las cifras de personas que no aceden a internet en nuestra región ascienden al 29% (Baeza y Ocaña, 2020). Al respecto la UCT aplica todos los años una encuesta para caracterizar el perfil tecnológico de los estudiantes de primer año y según cifras preliminares de la Dirección de Docencia para la cohorte 2020 un 16% de estudiantes declara no tener acceso a Internet y un 30% no cuenta con un computador.
Sin duda, la pandemia empeorará estas cifras, aumentará el desempleo, el endeudamiento y la precarización de la vida de los estudiantes y sus familias. Hoy el estudiante puede tener familiares contagiados por COVID-19 (o estar enfermo él mismo). Puede tener padres desempleados y deba recurrir a trabajar para colaborar con la familia, por lo que sus prioridades están en constante tensión. Habrá otros que no quieren mostrar sus condiciones de hacinamiento y el no poder contar con un espacio digno que permita hacer compatible la vida familiar con los estudios. Muchos de ellos no tienen un computador, revisan el material solo desde el celular, muchas veces tienen que recorrer kilómetros para conectarse o encontrar una señal gratuita, algunos deben subirse a los techos como bien mostraron algunos medios de comunicación. Esta pandemia esta haciendo visible lo que antes no era, a pesar de los diversos esfuerzos que se realizan al interior de las instituciones educativas.
Probablemente el docente quisiera decir ¡por favor prendan sus cámaras y activen el audio! Pero conociendo a sus estudiantes y sus realidades seguirá más bien predicando en el desierto, a menos que adapte su docencia para hacerla más flexible, más inclusiva y centrada en el estudiante.
Baeza R. y Ocaña C.,(2020) Desconexión y brecha digital en Chile durante la epidemia Covid-19. Colegio de Ingenieros de Chile. Disponible aquí.
Biggs, J., & Tang, C. (2011). Teaching for Quality Learning at University – What the Student Does. Clinical infectious diseases : an official publication of the Infectious Diseases Society of America (4th ed.). Glasgow: McGraw-Hill Education. Disponible aquí.
Cuadrado, I; Martín-Mora, G. y Fernández, I. (2015). La expresión de las emociones en la Comunicación Virtual: El ciberhabla. Icono 14, volúmen (13), pp. 180-207. doi: 10.7195/ri14.v13i1.716
Fry, H. (2014). A Handbook for Teaching and Learning in Higher Education. A Handbook for Teaching and Learning in Higher Education. https://doi.org/10.4324/9781315763088
Hodges Ch., Moore S., Lockee B., Trust T. y Bond A. (2020) The Difference Between Emergency Remote Teaching and Online Learning. Educause review.
IESALC (2015). Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe. COVID-19 y educación superior: De los efectos inmediatos al día después. Análisis de impactos, respuestas políticas y recomendaciones. Disponible aquí.
Gibbs, G. (1981). Twenty Terrible Reasons for Lecturing. In SCED Occasional Paper No. 8. Disponible aquí.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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