COLUMNA DE OPINIÓN
Simce después del confinamiento: ¿servirá para algo?
16.05.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
16.05.2020
“El SIMCE es un instrumento inventado por los promotores del ‘mercado escolar’, inspirados en una ideología que ha demostrado ser incorrecta en el campo de la educación, pues las familias no eligen escuelas como los inversionistas compran acciones, ni las escuelas producen puntos Simce como las fábricas de zapatos”. Así opina Cristián Bellei en este texto en que argumenta contra la decisión del Mineduc de que el SIMCE se rinda en 2020. Explica que esa prueba “ni en condiciones normales sirve como diagnóstico para orientar el trabajo del año escolar” y que tomarla en el contexto actual estresará a niños, familias y profesores, en un período en que el Ministerio debería mostrar “más empatía y menos ideología”.
El Ministerio de Educación acaba de anunciar que, a pesar de lo extraordinario de las circunstancias, de todas maneras, se realizará la prueba Simce este año. Se haría con modificaciones, sobre una versión ajustada del currículum y sin que haya consecuencias negativas para las escuelas. Se trata de una decisión a mi juicio difícil de sostener y que -de concretarse- no tendrá beneficios relevantes, y de seguro, importantes costos. En este artículo intento comprender esta decisión y proveo algunos elementos para criticarla. Todo con la esperanza de que se revierta, pues no tengo dudas de que las prioridades del 2020 en educación debieran ser otras.
El Simce se creó en Chile para ranquear las escuelas e intentar que las familias matriculen a sus hijos en las que obtienen puntajes más altos y saquen a sus hijos de las que tienen puntajes bajos, con la idea de que así mejoraría la educación. Es un instrumento inventado por los promotores del “mercado escolar”, inspirados en una ideología sin ningún sustento en el campo de la educación. La evidencia ha demostrado que las familias no eligen escuelas como los inversionistas compran acciones[1]. Tristemente, Chile es considerado en el mundo como un caso radical de experimentación neoliberal, un laboratorio de los Chicago Boys que algunos miran con asombro y muchos con espanto.
¿Por qué no se dejó de aplicar el Simce cuando quedó claro que las escuelas no mejoraban por el interés de captar las “preferencias” de los clientes? Porque en el camino se inventó otra teoría: que es posible mejorar la educación si se evalúa el aprendizaje de los alumnos y se premia a las escuelas que obtienen puntajes altos y se castiga a las de puntajes bajos[2]; de hecho, el sistema mejoraría aún más rápido si derechamente se cierran las escuelas de puntajes muy bajos. Por básica que parezca esta noción del “premio y castigo” es la nueva ideología dominante en los sistemas de “rendición de cuentas” basados en el desempeño, como el que tenemos en Chile. Parece muy moderna, pero en verdad se basa en una sicología conductista de la motivación y el control bastante rudimentaria: zanahoria y garrote para hacer caminar el burro, como les gusta decir a algunos economistas y políticos, haciendo gala de la metáfora.
Nuevamente, aunque algunos las abrazan con fe, se trata de ideas cuya evidencia científica como política de mejoramiento educacional es muy preliminar y contradictoria; y que de hecho son muy controversiales entre educadores y académicos, porque (está demostrado) producen muchos efectos negativos[3]. El más conocido es que las escuelas se focalizan en enseñar o incluso entrenar a los estudiantes en aquello que va a ser evaluado, con lo cual empobrecen la experiencia formativa de los alumnos y, de paso, invalidan la información producida por los tests.
El SIMCE es un instrumento inventado por los promotores del “mercado escolar”, inspirados en una ideología que ha demostrado ser incorrecta en el campo de la educación. La evidencia ha demostrado que las familias no eligen escuelas como los inversionistas compran acciones, ni las escuelas producen puntos Simce como las fábricas de zapatos.
Sin embargo, lejos de disminuir su importancia, una vez que el mercado educacional fracasó, el Simce ha aumentado enormemente su relevancia en la educación chilena, al punto de ser quizás la principal política educacional de las últimas dos décadas. El Simce se ofrece como una herramienta multipropósito, para ranquear, para distribuir dinero, para ordenar intervenciones, para mandar cerrar escuelas, y ahora, en plena pandemia y confinamiento masivo, para “hacer diagnósticos”; un verdadero mentholatum de la educación.
¿Porqué el Simce-mentholatum ha sido tan defendido por algunos políticos, economistas y otros académicos? En mi opinión, porque se trata de ideas simples, creencias que, con pocos elementos, esperan grandes resultados. Como se sabe que la educación es algo complejo, que hay que tomar en cuenta muchos factores, que los procesos de mejoramiento son lentos, etc.; a estos políticos y tecnócratas se les simplifica enormemente la vida teniendo fe en ideas como el Simce-mentholatum. No hay que lidiar con los profesores, no hay que meterse en las escuelas, no hay para qué enredarse con los asuntos de la sala de clases; los burros se las sabrán arreglar “allá abajo”. Nosotros, acá, arriba, sólo tenemos que mirar nuestra sala de comandos y calibrar las perillas (bueno, bases de datos y regresiones): más zanahorias por aquí, muchos garrotes por allá. Tele-mejoramiento en el siglo 21, ¡qué conveniente!
Como todo creyente, basados en esta fe, ya no pueden imaginar el mundo sin Simce. ¿Cómo podría haber enseñanza sin pruebas estandarizadas? ¿Cómo podríamos saber que los niños aprendieron algo sin conocer su puntaje Simce? Estaríamos en la oscuridad -afirman- dando tumbos, perdidos, sin norte. Inimaginable. Por eso, aun en medio de lo que puede llegar a ser la mayor crisis planetaria del siglo, que ha alterado radicalmente nuestro modo de vida y puesto en duda prácticamente toda planificación, la civilización cristiano occidental puede dormir tranquila: en 2020, habrá Simce.
¿Por qué no se dejó de aplicar el Simce cuando quedó claro que las escuelas no mejoraban como las cafeterías basadas en las “preferencias” de los clientes? Porque en el camino se inventó otra teoría: que es posible mejorar la educación si se evalúa el aprendizaje de los alumnos y se premia a las escuelas que obtienen puntajes altos y se castiga a las de puntajes bajos.
Las autoridades han anunciado que una vez termine el confinamiento y retornen los estudiantes las clases, probablemente hacia fines de año, se aplicará la prueba Simce; han aclarado que esta aplicación sólo será con fines diagnósticos (es decir que no se aplicarán sobre las escuelas las consecuencias asociadas a los resultados) y no cubrirá todos los contenidos, sino solo aquellos aspectos considerados más relevantes de un currículum “priorizado” que prontamente el Mineduc publicará. También han dicho que será un “Simce seguro”, porque los estudiantes serán evaluados tomando los resguardos para evitar contagios. Se trata a mi juicio de una mala decisión.
De partida, despejemos un asunto básico sobre el Simce. Oponerse a su uso como instrumento de premio-castigo no significa no valorar los datos, ni mucho menos no preocuparse por el aprendizaje de los alumnos. Estas afirmaciones hechas frecuentemente por sus defensores sólo demuestran lo que dijimos, una ceguera ideológica. El asunto es que, dado que el uso principal del Simce en Chile ha sido ranquear las escuelas para competir en el mercado y para distribuir premios/castigos, esto determina sus características principales y la visión social que se tiene sobre él, incluyendo el modo en que es visto por educadores, familias y estudiantes. Esto hace que no sea fácil acomodar el Simce para otros usos; pero en Chile, es lo que se ha hecho hasta el cansancio[4]. Los expertos en psicometría advierten continuamente sobre esto: este tipo de pruebas debe tener propósitos claros, pre-definidos, y ojalá únicos. Mientras más usos se les quiera dar, más probable es que se mal utilicen[5].
El Simce no es una prueba diagnóstico capaz de orientar las decisiones pedagógicas de los docentes. Pretender eso es confundir demasiado las cosas.
Las pruebas como el Simce son instrumentos complejos de medición social y su aplicación requiere ciertas condiciones, muchas de las cuales este año simplemente no se darán. Nombro sólo tres. El currículum que se va a medir debiera ser bien conocido por los educadores y los estudiantes debiesen haber tenido oportunidades significativas de aprenderlo. Pero sabemos que este año es completamente excepcional en materia escolar, con una diversidad de situaciones inmensa que harán imposible dar sentido a los resultados. En segundo lugar, la situación de confinamiento prolongado y todas sus consecuencias emocionales, sicológicas y sociales, afectarán severamente a los niños, sus familias y sus comunidades escolares, al punto que es muy difícil argumentar que la medición se hará en un contexto estable que permita confiar en los datos obtenidos. Por último, si la vuelta a clases será en condiciones muy excepcionales para resguardar los contagios, el día de la aplicación será de seguro un operativo con enorme parafernalia ¿Quién podría concentrarse, calmarse, focalizarse para rendir ese examen, con mascarillas, alcohol gel, desinfecciones, plásticos, aislamientos, y miles de instrucciones de seguridad?
El Simce es un examen que requiere colaboración del evaluado, que el estudiante esté tranquilo, que nada lo perturbe, que sepa la importancia de la prueba, que haga su mejor esfuerzo. Por cierto, también requiere que una cantidad mayoritaria de alumnos asista a dar la prueba en esas mismas condiciones (no que se tomen solo algunas por escuela). Nada de esto está garantizado este 2020. De hecho, en 2019 el gobierno insistió en aplicar el Simce, a pesar de lo excepcional de las circunstancias. ¿Servirá el Simce 2019 para algo educacionalmente relevante? Me temo que no, y creo que el Simce 2020 -de aplicarse- arriesga el mismo destino: la inutilidad. Sin mencionar los millones de dólares que en lugar de dilapidarse podrían mejor invertirse en este contexto de tantas necesidades apremiantes.
Por básica que parezca esta noción del “premio y castigo” es la nueva ideología dominante en los sistemas de “rendición de cuentas” basados en el desempeño, como el que tenemos en Chile. Parece muy moderna, pero en verdad se basa en una sicología conductista de la motivación y el control bastante rudimentaria: zanahoria y garrote para hacer caminar el burro.
Ciertamente, como dije, ni siquiera en sus condiciones normales el Simce sirve como diagnóstico para orientar el trabajo del año escolar: no entrega información válida a nivel de los alumnos, su información es muy agregada en términos de aprendizajes, es muy difícil de interpretar, no llega a inicios del año escolar, no evalúa todas las asignaturas ni todos los aprendizajes relevantes. En fin, simplemente no está hecho para eso y no se le puede reconvertir a la rápida y en medio de una pandemia en lo que no es.
¿Entonces no nos importa lo que los niños aprendan, no necesitamos diagnósticos? Por supuesto que sí. Pero el diagnóstico relevante para mejorar las oportunidades de aprendizaje de los alumnos (porque de eso se trata en último término) es el que hacen los profesores de cada estudiante, con el cual luego pueden ir contrastando sus avances, identificando sus problemas e intentando remediarlos. El propósito formativo de la evaluación debe estar en su mismo diseño, pero también en cómo y quién lo aplica. El Simce está demasiado lejos de la enseñanza como para orientarla.
Por cierto, alguien podría pensar que los profesores no saben diagnosticar, es decir, que no logran reconocer el nivel de aprendizaje de sus estudiantes; si éste fuera el caso, créanme, el problema que tenemos entre manos es de otra naturaleza, porque ese docente es el encargado de enseñar día a día a esos alumnos. Si el Mineduc quiere reforzar los diagnósticos útiles para el aprendizaje, debería ocupar sus energías en apoyar a los docentes, los profesionales de la enseñanza; y la Agencia de Calidad, en fortalecer las capacidades de las escuelas para organizar el trabajo docente y el aprendizaje de los estudiantes[6].
Finalmente, creo que anunciar esto a inicios de mayo, con las escuelas cerradas, los niños y sus familias confinados en sus casas, la economía en crisis aguda y el país oyendo día a día estadísticas de enfermos y fallecidos, es -por decir lo menos- poco empático. ¿Qué sentido tiene especular sobre cómo el Mineduc va a evaluar a los niños este diciembre? El foco en este período debiera estar puesto en apoyar a las comunidades escolares y a los docentes para mejorar su difícil trabajo de acompañar a las familias y los niños en medio de la pandemia; y ese apoyo debiera estar orientado a garantizar en lo posible un buen pasar a los niños, cuidar su salud física y emocional, motivarlos a aprender lo que les sirva para sobrellevar el confinamiento, y -por cierto- organizar oportunidades de aprendizaje académico, social y emocional lo más amplias posibles, evitando a toda costa el estrés, la presión y la angustia[7]. Obligar a las familias a confinar a sus niños y luego repetirles una y otra vez que sus niños están por eso siendo dañados severa y quizás irremediablemente, y que se quedarán atrás, y que perderán oportunidades de desarrollo, es francamente violento. Para sobrellevar este excepcional período debemos dejar de enredarnos en la maraña de dispositivos que, como el Simce o la repitencia de curso, no tienen ahora sentido. Más empatía, por favor.
[1]Bellei, C.; Contreras, M.; Canales, M & Orellana, V (2018). The Production of Socio-economic Segregation in Chilean Education: School Choice, Social Class and Market Dynamics. En: Understanding School Segregation. Patterns, Causes and Consequences of Spatial Inequalities in Education. Bonal, X. & C. Bellei (editors). London: Bloomsburry Publishing.
[2]Falabella, A. (2014). The Performing School: The Effects of Market & Accountability Policies. Education Policy Analysis Archives, 22(70); Flórez Petour, M.T., Rozas Assael, T. Accountability from a social justice perspective: Criticism and proposals. J. Educ Change 21, 157–182 (2020)
[3]Bellei, C. (2020). Educación para el Siglo 21 en el Siglo 21. ¿Tomamos el tren correcto? En Horizontes y propuestas para transformar el sistema educativochileno. EditoresMaría Teresa Corvera V., Gonzalo Muñoz S.Santiago de Chile: Ediciones Biblioteca del CongresoNacional de Chile.
[4]Ver “Hacia un sistemacompleto y equilibradode evaluación de losaprendizajes en Chile”. Informe Equipo de Tarea para la Revisión del SIMCE.
[5]Koretz, D. M. (2008). Measuring up. Harvard University Press.
[6]En efecto, la Agencia de Calidad anunció que apoyará a las escuelas con una asesoría a distancia para mejorar su trabajo durante la suspensión de clases y proporcionará instrumentos para diagnosticar integralmente la situación de los niños al momento del retorno a clases, con resultados inmediatos, útiles para el trabajo escolar. Este tipo de esfuerzos van en el espíritu de lo que estamos argumentando. En ese marco, la insistencia en el Simce resulta disonante, innecesaria.
[7]CIPER, 8 de abril del 2020. «La casa no es una escuela: propuestas de política educativa en tiempos de pandemia», columna de opinión de Cristián Bellei y Gonzalo Muñoz. Ver aquí.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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