COLUMNA DE OPINIÓN
A la deriva
03.05.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
03.05.2020
Un nuevo Chile, que sea mejor para todos, no nacerá “ni de la debacle económica-social, ni de un final épico para la peripecia de Sebastián”, advierte el cientista político Juan Pablo Luna. Tampoco de una nueva constitución. El nuevo Chile hay que negociarlo: “articular intereses que hoy no tienen representación política, y ponerse a discutir, sin prejuicios y con buena voluntad, con quienes sí la tienen”. En esta personal e intensa columna el autor recurre a evidencias, intuiciones y a la lectura de Horacio Quiroga, para desarrollar un camino entre los que sueñan con que el estallido se olvide y los que están ansiosos porque se vuelva a encender. Propone olvidarse de la presencia de Piñera, para poder pensar los problemas estructurales del país; dicho de otro modo, hacer lo que se pueda para salir del gran lío en el que estamos, porque corremos el riesgo de hundirnos todos.
Mucho hemos especulado respecto a los posibles efectos de la interacción entre el estallido social del 18/0, la crisis actual del COVID-19, y la crisis económica desatada y catalizada por ambos fenómenos. Si quiere complicar más el análisis, puede integrar a la ecuación la sequía y el cambio climático.
Para intentar aclarar el panorama, propongo pensar en tres escenarios posibles, cada uno de los cuales tiene distinta probabilidad.
El COVID-19 y la crisis económica podrían terminar:
Durante estas semanas los partidarios de a y b han empujado, en algunos casos inconscientemente, para que estos escenarios cristalicen. Por razones que elaboro más abajo, la opción b tiene una probabilidad muchísimo más alta que a.
Por su parte, el escenario c no parece tener quien lo empuje y es mínimamente probable. La razón es simple: a y b son escenarios propicios para quienes siguen presos del estallido y su lógica; y para sus partidarios resultan cognitivamente confortables. Lamentablemente, el escenario c es el único que nos saca del embrollo a mediano y largo plazo.
El problema que enfrentamos es que para solucionar los problemas que visibilizó el estallido y que agudizará la pandemia y sus consecuencias, necesitamos actores que logren superar el facilismo de pensar y operar desde la trinchera de Octubre. Y también deben evitar “el pensamiento mágico” y el voluntarismo. Veamos por qué no hay actores para el escenario c, aunque nos hagan tanta falta.
Sebastián y su gobierno están presos del estallido y sus consecuencias. Eso es lo que reflejan más efusivamente la foto bajo la estatua del Gral. Baquedano o el encargo de un informe que compare su manejo de la crisis sanitaria con el del presidente Fernández.
Si bien nadie lo admitiría en Palacio, es evidente que la pandemia es vista como una (su) oportunidad. Aunque se trata de una situación mucho más compleja, dada la amplitud de sus efectos sobre la sociedad, el COVID-19 es el equivalente funcional al caso de la Mina San José de Piñera 1. Como es previsible, la forma de actuar del gobierno tiene paralelos llamativos con la de aquella ocasión.
El Presidente ha gestionado la crisis sanitaria solo, en directa colaboración con el Ministro de Salud y su equipo. Han tomado decisiones a puerta cerrada, confrontando con el Contralor, con los Alcaldes, con los científicos que reclaman datos, y con la propia ciudadanía que, desconfiando de algunas decisiones, extremó cuidados (descontando los resonantes viajes a la playa y los helicópteros de quienes tienen “mucho Dios y poca ley”).
Contra todo pronóstico –pues encabezaba un gobierno al que era difícil tenerle un mínimo de confianza– al Presidente le ha ido bien. Según los datos oficiales, Chile ha logrado disminuir la progresión de la tan mentada curva, y según los sondeos de opinión, la evaluación presidencial así lo refleja.
También, contra todo pronóstico, el gobierno, preso hasta hace poco del afán de protagonismo de Piñera, ha logrado incluso posicionar vocerías interesantes que se suman a la del ministro Briones, como las de la ministra Zaldívar, la subsecretaria Daza, el ministro Sichel (con pizarra a cuestas), e incluso el propio ministro Mañalich, cuya imagen parece haber ido mutando a lo largo de estas semanas.
Entiéndase bien, no es que el presidente haya cedido protagonismo (sus conferencias de prensa y entrevistas no han escaseado): lo ha ido perdiendo. Y eso es bueno para su gobierno. Por lo demás, comparado con Trump, Bolsonaro y AMLO, concedamos que Piñera es un estadista. Obtiene así una figuración destacada entre los presidentes (hombre) a cargo de la crisis.
Habiendo sorteando este primer escollo (el equivalente al “estamos bien en el refugio los 33”), el gobierno debe enfrentar ahora un segundo y muy complejo desafío: palear los efectos sociales y económicos inmediatos de la crisis, y generar crecimiento económico sostenible en el mediano y largo plazo. Y hay dos razones por las que el equivalente a realizar la excavación y extraer a los mineros del refugio, esta vez, puede fallar.
La primera razón es la interacción entre el manejo de la pandemia y el de la economía. La segunda razón responde a la comunicación y gestión política de dicha interacción. Sobre el primer punto, confieso que no sé nada, por lo que prefiero que opinen quienes tienen más herramientas para entender lo que está pasando y diseñar posibles cursos de acción (yo mientras tanto, ¡me quedo en casa!).
Sobre lo segundo, el desafío radica en diseñar mecanismos que logren despolitizar la “nueva normalidad”. O en otros términos, el éxito de la segunda fase del operativo, depende de lograr que el conflicto social y sus derivadas en el mundo político, no escalen nuevamente, más allá de la legítima discusión sobre las mejores formas de abordar las crisis sanitaria y económica.
Si bien nadie lo admitiría en Palacio, es evidente que la pandemia es vista como una (su) oportunidad. Aunque se trata de una situación muchísimo más compleja, dada la amplitud de sus efectos sobre la sociedad, el COVID-19 es el equivalente funcional al caso de la Mina San José de Piñera 1.
En ese sentido, y para que esa “despolitización” sea efectiva, no alcanza con argumentar en términos retóricos y bien abstractos, la falsa dicotomía entre salud y economía. Es decir, aquello no puede lograrse meramente recurriendo a argumentos técnicos, sean estos epidemiológicos o económicos. Tampoco lo lograremos mediante el voluntarismo tan propio de este espacio (el de los columnistas y sus lectores).
La gente que no lee columnas siente la contradicción en la calle, a partir de su situación particular. Lo que pesa es la microeconomía, la de bolsillo; y el temor acerca de la salud de sus seres queridos. Y es probable que dichas preocupaciones, no sin razón, encuentren un marco interpretativo en las desigualdades del estallido.
En definitiva, los que podemos teletrabajamos y apoyamos la educación de nuestros hijos con recursos que otros muchos no tienen. Esos, los que estaban jodidos antes del 18/O, hoy están más jodidos y más asustados. Presumen además, que si les están diciendo que sus hijos vuelvan a clases tal vez no sea solo, ni principalmente, para recuperar los meses de educación perdida, sino para que la economía se mueva y terminen ganando los de siempre.
En definitiva, si bien el hambre y la desesperación harán lo suyo, el gobierno debe lidiar con el desafío enorme de legitimar decisiones que serán vistas con sospecha y nacerán con un déficit de legitimidad. Y no porque técnicamente sean malas medidas (que por supuesto lo pueden ser, nadie sabe bien qué está pasando ni qué hacer), sino porque aunque parezcan medidas razonables en lo técnico, son políticamente endebles.
Cuando se presente la necesidad de salvar a LATAM, por ejemplo, o a empresas asociadas con “el abuso”, en el retail y en el sector financiero, no faltará quien le enrostre a Piñera su relación con la aerolínea, con los Cueto, con la información privilegiada y los abusos y hasta su rol en la quiebra del Banco de Talca. Y se preguntarán, ¿por qué esos recursos no se destinan a ponerle plata en el bolsillo a quienes hoy están angustiados, sin empleo, y endeudados?
¿Por qué el estado debe subsidiar a quienes por años eludieron pagar impuestos y sueldos decentes, para que hoy puedan salvar sus empresas so pretexto de darle trabajo a quienes necesitan subsistir?
Y quien salga a defender la política de salvataje –ya sea desde el gobierno, o desde las cámaras empresariales- le enrostrará a los indignados su facilismo revolucionario, enfatizando la necesidad de crear el empleo y el crecimiento que requiere el Chile del futuro.
Ahí surgirá otra pregunta: ¿Por qué enormes conglomerados empresariales como CENCOSUD, se acogen a una ley para proteger (según la parafernalia comunicacional con que se anunció) el empleo en las PYMES? ¿Y por qué esas empresas, mientras se acogen al subsidio y suspenden a sus trabajadores, designan director a un ex Ministro de este Gobierno y reparten utilidades millonarias entre sus accionistas?
En ese marco, es dable esperar que haya ciudadanos que tal vez no logren interpretar la donación de respiradores por parte de la CPC como un mero gesto de buena voluntad, y se cuestionen si es razonable que un directivo de una gremial empresarial haga las veces de vocero y espadachín gubernamental.
Contra todo pronóstico –pues encabezaba un gobierno al que era difícil tenerle un mínimo de confianza– al presidente le ha ido bien. Según los datos oficiales, Chile ha logrado disminuir la progresión de la tan mentada curva, y según los sondeos de opinión, la evaluación presidencial así lo refleja.
Es por eso que el éxito de la segunda fase (la de combinar el manejo de la crisis sanitaria y económica) no solo depende de una sintonía muy fina entre instrumentos de política pública. Muy especialmente, requiere una cintura política y una capacidad comunicacional que sabemos a este gobierno le penan groseramente.
Y la cosa no mejora. Ante el shock positivo de creer que están aplanando la curva del COVID-19, (que, de ser cierto, sería el equivalente a haber encontrado a los mineros allá abajo en el refugio), pero asombrosamente inconsciente de sus problemas de legitimidad y comunicación, el gobierno y algunos de sus adherentes parecen haber caído presa del pensamiento mágico, creyendo que nuevamente poseen el control de la agenda y los destinos del país. Presa de dicho pensamiento, se “endulzan” y vuelven a profundizar sus problemas de comunicación y legitimidad.
Subirse a un barco junto a un ministro como Espina que siempre que se refiere a las FFAA lo hace con una obsecuencia y admiración llamativas; hacerlo con una tenida filo-militar y sacarse una foto en pose “Los vengadores” refleja el empalagamiento. Reivindicar la trayectoria de un ministro del Interior de la dictadura, responsable de la violación de los DDHH de miles de ciudadanos, como la de un héroe de la transición a la democracia es tan inconveniente (sobre todo en el contexto de la represión y la vulneración de DDHH que siguió al estallido de octubre) como homenajearlo en La Moneda. Así también, diseñar y portar brazaletes que a cualquiera le evocan un pasado oscuro, asociado a lo peor de la humanidad (por lo mismo, solo duraron una conferencia de prensa presidencial, aunque quedaron fijados en la memoria de todos).
También hay contradicciones evidentes entre los argumentos que se defienden. La razón que se usa para justificar el regreso a clases y la reapertura de los Malls, se da vuelta y sirve para argumentar que es necesario un nuevo calendario electoral.
En los últimos días, fruto de su empalagamiento, el gobierno logró algo realmente inusitado: unir a la oposición (¡y a parte del oficialismo!) en contra de su operativo para alterar el calendario electoral, no ya por la pandemia, sino por los efectos de la crisis económica. Este operativo incluyó los resultados de una encuesta que se produjeron la semana anterior al anuncio y circularon (¡oh, casualidad!) el mismo día en que el Ministro del Interior habló del tema. A lo que siguió una entrevista del Presidente en un medio internacional, reiterando el argumento.
Cuando el senador Coloma –hace ya unos días– expresó estas ideas, parecía ser la opinión de un “lobo solitario”. El Senador afirmaba la tesis del “enterramiento” (la crisis del COVID-19 y la económica, así como la buena respuesta del gobierno, justificaban soslayar el tema constitucional y el diagnóstico que había surgido post-estallido). Pero no estaba solo. El gobierno empujó esa tesis y solo faltó que insinuaran, además, que habría que extender el mandato de Piñera para que cumpla su programa original. En suma, se hizo evidente que no se trataba de un “lobo solitario”, sino del pensamiento mágico del Presidente y su grupo de escuderos.
Ese tipo de argumento es equivalente a pensar que la profunda crisis de Carabineros está en vías de solución, mágicamente, porque la gente volvió a respetar la autoridad de las fuerzas de orden en las calles, tal como intentó argumentar el director de Carabineros en el aniversario de la institución.
Sin duda es posible que la crisis económica y el temor por la salud propia y la de los seres queridos haga prevalecer la racionalidad de la sobrevivencia ante la costosa lógica de volver a parar y sostener la protesta social. Pero confundir la desaparición de la protesta con haber dejado enterrado al estallido y sus causas estructurales sería también caer presa del pensamiento mágico. O en su defecto, del delirio afiebrado y senil de pensar que todo era anomia de quienes se marearon con los éxitos de la modernización capitalista.
En suma, el equivalente a extraer a los mineros del refugio requiere de una buena dosis de fortuna y capacidad de gestión. Pero cuando los mineros somos todos, y el desafío a enfrentar involucra solucionar problemas en que se cruzan múltiples intereses en un contexto de escasez, miedo y crispación, también se requiere de una destreza política, de una legitimidad social, y de una capacidad de comunicación que el gobierno definitivamente no tiene. Si a eso le sumamos, errores no forzados, que en el fondo reflejan un exitismo que no corresponde, su desgracia muta muy fácilmente en su condena.
El otro día, por esas vueltas inescrutables de la cabeza, me desperté recordando un cuento de Horacio Quiroga que leí hace muchos años. Se titula igual que esta columna y cuenta la peripecia de un hombre al que lo muerde una serpiente en la selva misionera. Y a partir de ahí, el cuento (que es cortito y está escrito magistralmente) sigue el trayecto del hombre por la selva y el río para lograr salvarse de morir envenenado.
En un momento del cuento Quiroga describe el escenario natural en que el cauce del río por el que navega la canoa del hombre en busca del antídoto, está encajonado por altas quebradas y por el bosque selvático. La soledad conmueve.
La noche anterior, había estado pensando en la peripecia de Sebastián Piñera, sus gracias y sus desgracias. Y tal vez eso produjo la asociación con la imagen que recordaba del personaje de Quiroga. La de un tipo solo, luchando por lograr el antídoto, mientras todos lo miramos transitar su peripecia con la fruición de espectadores morbosos que observan la escena a distancia. Y así, seguí dándole vueltas en mi cabeza, mientras los liderazgos oficialistas celebran anticipadamente y apuestan que Sebastián llegará a recibir el antídoto, los liderazgos opositores expectantes, apuestan que el veneno lo terminará matando. El cuento de Quiroga me pareció tan apropiado, porque hasta incluye, antes del desenlace, un evento febril en que afloran delirios mágicos como los de estos días.
Ambos tipos de espectador, en realidad, no solo miran con morbo. Protagonizan también una discusión política tan pobre que en muchos aspectos termina siendo un lamentable “camorreo”. Un debate lleno de prejuicios, peleas chicas y superficiales, y alusiones ad hominem. Ud. puede ver un programa político o pasar unos minutos en Twitter y prescindir de un intento por describir esa otra desgracia.
Los que estaban jodidos antes del 18/O, hoy están más jodidos y más asustados. Y salen a la calle a exponerse para salvar a la economía.
En ese camorreo superficial, se nos pasan los días, los meses, y los períodos electorales. Una oposición de papel lamentable, perdió por ejemplo la Presidencia de la Cámara. De manera tan inverosímil, como el gobierno logró unificarla con la patraña de revisar la fecha del plebiscito de Octubre por razones económicas.
Así andan. Con mucho cuidado de no entender bien el lío en el que estamos y las consecuencias de tanto circo, sobre todo cuando escasea el pan. Si algo dejó al descubierto el estallido es que el malestar social carece de articulación política. Y sin dicha articulación, se puede perfectamente disputar elecciones con el alcalde de matinal (no lo nombro porque ya tiene mucha prensa). Se trata de achuntarle a la candidatura, nomás. Ese es otro delirio febril. Al igual que el alcalde y que el propio Sebastián, no calculan el riesgo de terminar con el cargo pero sin el poder.
El camorreo superficial es nuestra desgracia. Aunque el espectáculo sea entretenido para Twitter y resulte confortable para nuestros prejuicios, todos llevamos las de perder pues van a terminar profundizando las consecuencias del quiebre que se volvió visible en Octubre. Los detalles del desenlace son imprevisibles, pero su estructura no.
¿Estamos entonces atrapados entre quienes esperan ver una epopeya sin precedentes y quienes piensan, también mágicamente, que un final trágico que les puede jugar a favor? ¿Estamos atrapados en la pelea de quienes calculan milimétricamente cuándo les conviene hacer el plebiscito, como si de eso dependiera la solución a todos nuestros problemas? ¿Estamos atrapados entre liderazgos superficiales que camorrean por deporte mientras la canoa en que navegamos se hunde?
Una salida razonable al lío en que nos encontramos requiere que el sistema político atine y supere las lógicas de acción política predominantes luego del estallido. Para ello, es necesario alargar los horizontes temporales, abandonar el pensamiento mágico, y sentarse a imaginar y negociar un nuevo Chile.
Y hay que NEGOCIARLO, que no es lo mismo que “camorrearlo”.
Ese Chile no nacerá mágicamente, hay que articular intereses que hoy no tienen representación política, y ponerse a discutir, sin prejuicios y con buena voluntad, con quienes sí la tienen.
Ese Chile no lo producirán automáticamente ni la debacle económica-social, ni un final épico para la peripecia de Sebastián. Aunque el proceso constitucional es necesario, no es suficiente: el nuevo Chile no nacerá con una constituyente. Eso también es pensamiento mágico. No hay tiempo, por lo demás, para dilatar la discusión de un nuevo pacto social y de un nuevo modelo de desarrollo a los tiempos de la reforma constitucional. El drama es que dicho pacto, cuya lógica discutimos aquí con Fernando Rosenblatt y cuya necesidad me parece aún mayor en la coyuntura actual, sigue hoy sin contar con actores que lo articulen y lo hagan mínimamente probable. Mientras tanto, como argumentan Sergio Toro y Macarena Valenzuela, la sociedad civil anda por otro lado.
El gobierno debe lidiar con el desafío enorme de legitimar decisiones que serán vistas con sospecha y nacerán con un déficit de legitimidad.
Sebastián y su gobierno están presos del estallido y sus consecuencias. Eso es lo que reflejan más efusivamente la foto bajo la estatua del Gral. Baquedano o el encargo de un informe que compare su manejo de la crisis sanitaria con el del presidente Fernández.
En una de sus últimas entrevistas el presidente confesó que quería ser recordado como al que le tocó enfrentar las dos crisis más grandes que ha sufrido el país en los últimos años. En otra, o en la misma (son tantas y todas parecen tan penosamente iguales), declaró que ahora el país estaba mucho más preparado para algo como el estallido, y procedió a explicar se habían comprado más equipos antidisturbios. En suma, ahora tenemos con qué reprimir mejor a quienes como el virus, son “un enemigo poderoso que no tiene ni Dios, ni ley”.
No tiene arreglo, asumámoslo. No importa cómo termine la deriva en la que estamos, Sebastián juega para Sebastián. Y con él perece.
Aún si logra lo improbable, controlando la pandemia y promoviendo el crecimiento económico, luego se paseará mostrando otro “papelito”, equivalente al de los 33. Lo hará hasta avergonzar a los más cercanos, sin lograr calibrar lo triste del espectáculo. Es su desgracia.
Es posible que la crisis económica y el temor por la salud propia y la de los seres queridos haga prevalecer la racionalidad de la sobrevivencia ante la costosa lógica de volver a parar y sostener la protesta social. Pero confundir la desaparición de la protesta con haber dejado enterrado al estallido y sus causas estructurales sería también caer presa del pensamiento mágico.
Pero ese no es el problema que tenemos como sociedad. El problema es que estamos todos hipnotizados asistiendo al espectáculo de Sebastián y su peripecia. Algunos queremos que su deriva termine con el antídoto, otros pensamos que lo mejor es que termine envenenado. Y no nos damos cuenta que nosotros mismos, como espectadores de la peripecia, estamos también bajo el efecto del veneno. La diferencia es que nosotros tenemos antídotos disponibles.
Les propongo algo: mientras Sebastián hace lo posible por llevar la canoa a buen puerto, asumamos el protagonismo, e intentemos ayudarlo. Hagamos nuestro mejor esfuerzo para colaborar con el gobierno en lo que se pueda (y en lo que se deje ayudar), con la responsabilidad que demanda una catástrofe como la que hoy enfrentamos. Y al mismo tiempo, intentemos olvidarnos de Sebastián y su peripecia.
Eso nos permitirá, ojalá, comenzar a superar el trauma del estallido del que estamos presos. Y ojalá así se pueda comenzar a sentar las bases para negociar en serio, el después. Si queremos evitar el pensamiento mágico, lograrlo en estas condiciones requiere de un esfuerzo mayúsculo e impostergable, que no admite más camorreo. Por tanto, asumamos en todo su significado el viejo adagio de que si al gobierno le va bien, a todos nos va un poco mejor. Estamos todos en la misma canoa.
Yo sé que es difícil, sobre todo para quienes pensamos que la responsabilidad política del gobierno y la de Sebastián en particular, no es meramente la de quien debió enfrentar a “un enemigo poderoso” local al que vino a sumársele uno mucho más real para todos (el virus). Piñera es responsable de bastante más que eso. Pero la prioridad ahora es intentar evitar la deriva. Eso implica hacer todo lo posible por mitigar el deterioro de la situación sanitaria, social y económica. Pero también supone reconstruir mecanismos de articulación, representación y negociación de intereses a nivel social y político. Sin dichos mecanismos, de los que cada día estamos más lejos, seguiremos asistiendo pávidamente a un camorreo que aunque nos haga más entretenida la cuarentena, no tiene después.
Respecto de Sebastián, me parece que pocas cosas pueden ser más trágicas para quien vivió su vida intentando “ser recordado”, que terminar viendo como seguimos navegando mientras lo olvidamos con una buena dosis de perseverancia y desdén.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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