El terremoto tierra adentro
05.03.2010
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05.03.2010
Es la cuarta noche que María Rosi Moreno amanece en las afueras de su casa, o lo que quedó de ella en el centro histórico de Talca, y todavía nadie se acerca a preguntar por su situación. “Como que nos abandonaron, nos dejaron solos”, dice la mujer de 78 años. Pasó la noche en una carpa y a estas horas de la mañana calienta sus huesos con un brasero.
No sólo se siente abandonada por las autoridades. Muchos de sus vecinos dejaron el barrio y los militares ya se retiraron a los cuarteles tras el primer día de toque de queda. Su sensación de abandono es tal que está pensando en trasladarse a una casa vecina desocupada y que se encuentra en mejores condiciones que la suya.
A ella el segundo piso se le vino abajo y las grietas rajaron las paredes. Como la mayoría de las casas del sector, la suya está inhabitable y es muy probable que deba ser demolida. Pero de momento se niega a abandonarla. Vive ahí con parientes y allegados y no quiere moverse por temor a que le roben las pocas cosas de valor que tiene y porque fue la casa que construyó junto a su marido, fallecido hace algunos años.
María Rosi Moreno no termina de convencerse de lo ocurrido.
Hacia el sector comercial del centro, en los alrededores de avenida Salvador Allende, los efectos del terremoto fueron tanto o más notorios. Especialmente en la esquina de 10 Oriente con 1 Norte. Hace tres días ahí estaba el cabaret El Egipto, vecino de El Paraíso. Ambos quedaron reducidos a un cerro de escombros.
La madrugada del terremoto los dos locales nocturnos estaban en plena actividad pero por alguna razón que en la ciudad no terminan de entender, sólo El Egipto acusó víctimas fatales: cuatro clientes y una de las mujeres del local quedaron atrapados entre palos, latas y ladrillos de adobe. Los cuerpos fueron rescatados al día siguiente y trasladados a la morgue, uno de los pocos edificios públicos que no sufrió daños. Hasta allá llegó el marido de la mujer de nacionalidad ecuatoriana. También la esposa de uno de los clientes, a quien no le dijeron que al hombre lo habían encontrado en El Egipto sino en el restorán Los Buenos Muchachos.
La tragedia de El Egipto es una de las más comentadas en Talca. Es una tragicomedia que se reproduce con variantes cada vez más distorsionadas. Se comenta que las víctimas habrían sido cuatro mujeres y un hombre, que el hombre habría llegado a la morgue aún bajo los efectos de una tableta de Viagra y que al poco del rescate de los cuerpos, el dueño del cabaret habría llegado a revolver los escombros para buscar el dinero de la recaudación. Las tragedias animan relatos que se disparan con la rapidez y el entusiasmo de una onda sísmica.
Muy cerca de lo que quedó de El Egipto, en 11 Oriente con 2 Norte, estaba la mueblería de nombre N. Hoy es una ruma de escombros pero sobre la estructura se mantiene en pie un enorme letrero de la Universidad Autónoma. Desde la vereda del frente Anselmo Arriagada mira lo que queda de su mueblería y sólo tiene un mensaje: Por favor, no dejen que nunca más pongan letreros en los techos de las casas. Está convencido de que el peso de la publicidad hizo desmoronarse su negocio. De todos modos está agradecido, pues adentro dormía su hijo Hugo, quien logró huir justo antes de que se viniera todo abajo.
Anselmo se alegra de que su hijo vaya a poder entrar en pocos días más a estudiar Psicología a la Universidad Autónoma, la misma que publicitaba el letrero, aunque le preocupa cómo subsistirá sin la mueblería. Sin embargo, su preocupación inmediata es la inyección que periódicamente le administrant en el Hospital de Talca para combatir el cáncer que lo aqueja.
Es la mañana del martes y en Talca no hay mucho más que hacer que comentar lo sucedido. La ciudad está prácticamente paralizada. Más todavía una vez que se detectaron los primeros saqueos y la autoridad decretó toque de queda. Con excepción de las funerarias, el comercio permanence con sus cortinas abajo.
La funeraria de Pedro Urrutia es vecina del Hospital de Talca y la morgue. Dicen ahí que los primeros dos días fueron los de mayor trajín. La carroza iba y venía, casi no daba abasto. En Talca murieron 29 personas pero muchos cuerpos fueron traídos desde el interior y la costa, especialmente desde Constitución y sus alrededores, donde se concentró la mayor cantidad de víctimas fatales: ochenta. En la morgue de Talca, donde todavía no llegaba la luz, sólo permanecía un cadaver sin identificar que comenzaba a descomponerse.
En la funeraria de Pedro Urrutia dicen que los primeros días fueron de locos. Siguen siéndolos, pero ahora tienen tiempo de sacar los escombros desde el interior de la funeraria, que quedó muy a mal traer. Dicen también que se están quedando sin reservas de ataúdes y que las funerarias de la competencia se aprovecharon de la situación al subir los precios o bien ofrecer un servicio de menor calidad por los 150 mil pesos de subsidio que aporta el municipio de Talca a los familiares de cada víctima para el servicio fúnebre.
Frente a la funeraria está el hospital de Talca. El que se hizo tristemente célebre por la historia de los bebés cambiados entre otros polémicos errores, ahora evidencia daños en su fachada y algunos pabellones lucen inservibles. La noche del sismo fue un gran caos. Tuvieron que trasladar a los pacientes hacia el Centro de Tratamiento y Diagnóstico (CDT), un edificio más moderno ubicado a su costado. Ahí llegaron también las urgencias de los heridos por el terremoto, mayoritariamente fracturas expuestas.
48 horas más tarde la situación está más calmada en el hospital, pero tardará mucho en normalizarse. La recepción de pacientes se hace en una carpa montada en el patio y a un costado de la entrada se amontonan las planchas del cielo falso que se precipitaron al piso. Adentro los maestros trabajan sobre un techo que ahora luce nudos de cables a la vista.
Tres camas clínicas ubicadas en medio del pasillo de la recepción albergan a pacientes que aún no encuentran un sitio. Los tres son ancianos y uno de ellos recibe asistencia médica porque se ahoga.
Al principio la situación era peor: estaba lleno de camillas con pacientes, pues el CDT tiene la mitad de capacidad que el hospital. Durante la primera réplica cundió el miedo y todos los enfermos huyeron como pudieron. Luego, quienes estaban en la recepción fueron trasladados hasta una cancha de fútbol ubicada frente al recinto asistencial. Si las calles de Talca asemejan a las de una ciudad sitiada, ahí se refuerza la impresión de que se está en la mitad de un conflicto armado pues se instaló el Ejército, que ya armó un primer centro de atención: una gran carpa que hace las veces de sala para pacientes internados.
A un costado de la carpa están los containers que 12 camiones del Ejército trajeron para convertir en un hospital de campaña más sofisticado. Aunque el armado tarda tres días, y sólo enteran dos, cuando el mayor Marco Schulz, director del hospital de campaña, contesta su celular, corre a decirle a sus subalternos que deberán apurarse. Acaba de recibir un llamado de su superior para informarle que la Presidenta Bachelet anuncia visita para las 6 de la tarde de ese día. Aunque no esté operativo a esa hora, al menos debe parecer un hospital.
Sin salir de la emergencia, Talca intenta recuperar la normalidad. La prometida ayuda del gobierno central comienza a llegar por vía terrestre y aérea. Las fuerzas militares están desplegadas desde la noche anterior. Y en 10 Oriente una retroexcavadora remueve los escombros de calles y veredas. En algunas horas llegará a la esquina de 1 Norte, donde estaban El Egipto y El Paraíso.
Aunque proporcionalmente los daños en infraestructura son peores, en Cauquenes, a 149 kilometros al sureste de Talca, sus habitantes guardan mayores grados de sensatez. Muchos minimercados y tiendas de abarrotes permanecen abiertos, atendiendo a clientes que hacen fila sin desesperarse, y en los alrededores del mercado se han levantado puestos con verduras, frutas y mercaderías. La ayuda del gobierno central acá tampoco ha llegado a la población. Pero están en eso. Una camioneta recorre la ciudad y en su interior viaja José Antonio Viera Gallo, ministro secretario general de la Presidencia.
Tiene mucho de qué afectarse Viera Gallo en su recorrido por Cauquenes. Alrededor de la Plaza de Armas, tanto el Teatro Municipal como el edificio de la gobernación y el de la municipalidad están seriamente dañados. Muchas de las casas del centro histórico deberán ser demolidas, si es que ya no lo están, y al menos tres liceos presentan daños severos. Pero hay una imagen enteramente desoladora. Además de haber sido duramente castigada por el sismo, parte de la cuadra de calle Victoria, una de las principales de la ciudad, resultó quemada por un incendio de proporciones ocurrido la madrugada del martes.
Las llamas comenzaron en la ferretería El Globo y se extendieron hasta casas y negocios vecinos. Entre las pérdidas se cuenta la casa del periodista y profesor normalista Alejandro Medel Vega, quien tenía ahí la redacción del periódico La Voz de la Provincia y el principal archivo histórico privado de la zona. El archivo constenía documentos, fotografías y periódicos que fueron consumidos por las llamas.
Desde lo que quedó de su casa, con el humo aún rondando en el ambiente, Medel Vega dice que en su familia no murió nadie pero igualmente la gente pasa a darle el pésame.
Calcula que cerca del 80% del centro histórico se encuentra afectado por el terremoto, y si bien la ciudad fue fundada en 1742, las obras más antiguas datan de una fecha posterior al 24 de enero de 1939: ese día la ciudad se vino abajo por un fuerte sismo y hubo que levantarla otra vez. Pero a continuación, como si se encontrara frente a sus alumnos de educación básica, agrega que el sismo más intenso no fue el de 1939 ni el de 2010. “Ocurrió el 20 de febrero de 1835. Ese fue el gran sismo, se vino abajo todo-todo”, dice.
Dice además que por lo anterior en Cauquenes están acostumbrados a los desastres naturales y que su cultura dista aún mucho de las grandes ciudades para que se produzcan saqueos y desórdenes. “Aquí somos muy solidarios y todavía conservamos costumbres cauqueninas: las familias se sientan a una hora determinada a comer, el padre ocupa la cabecera y todavía los hijos lo escuchan a uno”.
En Cauquenes serán tradicionales pero no sumisos ni ciegos, agrega Medel Vega. A tres días del desastre lo más cercano a la ayuda es un ministro en terreno y un animador de television, Rafael Araneda, que llegó en helicóptero para retratar la tragedia en cosa de minutos.
“Aquí no necesitamos que nos vengan a hacer show -se queja-, necesitamos ayuda”.
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Cómo viven los perdonados por el tsunami: entre la ayuda y el absurdo