COLUMNA DE OPINIÓN
Chile en el punto de quiebre: la nueva organización ciudadana en momentos de ruptura con el Estado
20.03.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
20.03.2020
En la crisis del coronavirus fue la presión de los trabajadores y los municipios la que llevó a suspender las clases y a cerrar los malls. El 18/O, la misma combinación de fuerzas, empujó a la elite y al Estado a un plebiscito que no deseaban. Los autores de esta columna argumentan que desde el 18/O las personas están reemplazando a los partidos políticos con “movimientos y comunidades de organización horizontal” y vivimos “una ruptura de la ciudadanía con las condiciones actuales de la institucionalidad y el Estado”. Estiman que Chile vive un “momento anarquista”, que se caracteriza por la aparición de un individuo que niega las jerarquías y “aspira a un ideal de sociedad basado en la equidad y la solidaridad”. La construcción de un nuevo pacto social, estiman, depende de comprender que la sociedad no “sólo rompió con el Estado y sus gobiernos, sino que también se rebeló ante su manera de ejercer la autoridad”.
Chile se encuentra en un proceso de profunda transformación de sus valores como sociedad. En este proceso, las personas han enfrentado sus propias vulnerabilidades, avanzando hacia nuevos códigos de convivencia social. Esta transformación ha desafiado a la autoridad y sus estructuras, forzando a la clase política a tomar acuerdos distintos a los acordados en sus despachos cerrados, para avanzar sobre demandas ciudadanas comunes. Un ejemplo de ello es que, por primera vez en la historia y producto del estallido social, el país logró presionar a la institucionalidad política para iniciar un proceso constituyente único en sus características. De igual manera, los científicos, médicos y alcaldes, lograron revertir en pocas horas las primeras decisiones del poder central respecto al periodo crítico del COVID-19.
Ante ello, los intentos forzados de las autoridades para mantener el control sobre las decisiones no han sido suficientes para restablecer la confianza ciudadana sobre sus representantes. En plena crisis epidemiológica y ad-portas del plebiscito que decidirá el futuro del proceso constitucional, las personas siguen intranquilas respecto de la capacidad de los gobernantes y sus instituciones, para recoger las múltiples demandas que están sobre la mesa. Esa intranquilidad, sin embargo, no es sólo de desconfianza y falta de legitimidad hacia el poder político, más bien se trata de una ruptura de la ciudadanía con las condiciones actuales de la institucionalidad y el Estado.
En efecto, la condición de ruptura es un síntoma claro de un nuevo momento del país. Aparte de la expresión de repertorios violentos de desorden callejero que se observaban antes de la cuarentena, este momento también ha puesto en vigencia los principios de convivencia social como la solidaridad, la igualdad y la autogestión. Lo interesante es que estos principios provienen de una organización ajena a las instituciones políticas tradicionales. La propia incapacidad del sistema político de recoger las demandas ciudadanas condujo a que las bases sociales del país iniciaran un proceso de reemplazo a la institucionalidad a través de movimientos y comunidades de organización horizontal.
En plena crisis epidemiológica y ad-portas del plebiscito que decidirá el futuro del proceso constitucional, las personas siguen intranquilas respecto de la capacidad de los gobernantes y sus instituciones, para recoger las múltiples demandas que están sobre la mesa.
El crecimiento de la participación en actividades autoconvocadas, el llamado ciudadano a protegerse, la irrupción de las comunidades de aprendizaje grupal y los cada vez más frecuentes grupos de educación ciudadana, se transformaron en ejemplos de organización que fue largamente subestimada por la clase política.
En el mismo sentido, se configuró una desconfianza sistemática hacia los medios de prensa tradicionales. Todo ello permitió la irrupción de fuentes alternativas que trabajaban con un tratamiento distinto de los acontecimientos, a través posturas críticas y enfocadas en la denuncia. En poco tiempo surgieron medios llamados “panfletos virtuales” como Chileokulto enfocados en la denuncia inmediata o, plataformas críticas pero con contenido elaborado como El Desconcierto. En una comparación simple sobre la progresión de la cantidad de veces que fue compartida una entrada en Facebook e Instagram,[1] se observa que el medio tradicional más activo en estas redes como “La Tercera”, fue perdiendo terreno ante los portales alternativos ya mencionados, los que ganaron adhesión durante el segundo semestre del 2019 y consolidaron su predominio luego de las protestas del 18/O hasta estos días de contingencia sanitaria. El siguiente gráfico muestra la progresión de estos tres medios de prensa hasta el 1 de abril al 17 de marzo.
¿Cuáles son las causas de esta transformación? ¿Qué perspectivas existen para el sistema político? ¿Qué claves y aprendizajes podemos obtener de esta nueva forma de organización política?
Nuestra columna tiene como objetivo avanzar en una interpretación sobre este momento de cambio de chilenos, observando algunos patrones y símbolos respecto de las formas en que los chilenos expresan su descontento a la acción del Estado y el gobierno.
Lo que está sucediendo en Chile tiene síntomas de un momento anarquista. Estimamos que las causas de este momento se incubaron por un largo tiempo en la sociedad chilena y se hicieron evidentes en el estallido social. Definir un momento anarquista requiere de mucha apertura mental del lector, en especial por los prejuicios que rodean a este concepto, usualmente asociado con caos y desorden.
Hablar de un momento anarquista tiene relación con un periodo del país en que el individuo, consciente o inconscientemente, ejerce una negación de las jerarquías, la autoridad y el Estado, pero que también aspira a un ideal de sociedad basado en la equidad y la solidaridad. Un momento anarquista es distinto a los movimientos que están relacionados con el término (cuyas diferentes tendencias y repertorios veremos más adelante). Más bien se trata de una condición social que no sólo quiebra con Estado, sino que plantea la vigencia de principios de transformación social.
El momento anarquista que vive el país se acopla con las críticas y valores de una filosofía que ha sido invisibilizada en los currículums universitarios, pero que tienen una alta influencia en las relaciones cotidianas de nuestra sociedad. Incluso antes del 18/O el país estaba siendo testigo de formas de organización basadas en micro comunidades, con decisiones horizontales y con alto rechazo a las jerarquías políticas. Desde grupos universitarios hasta empresas tecnológicas, fueron incorporando estilos organizacionales cooperativos alejados de las estructuras tradicionales. La irrupción de este tipo de organización, sumada a dualidad de un Estado fuertemente coercitivo, pero muy ausente en el aseguramiento de los derechos sociales de los individuos, definió un país en que las personas, consciente o inconscientemente, ejercían una negación de las jerarquías, la autoridad y el Estado, pero que también aspiraran a un ideal de sociedad basado en la equidad y la solidaridad.
Ese momento ha sido catalogado de muchas maneras, aunque la frase más repetida por las personas y los medios de comunicación es “Chile despertó”.
La incapacidad del sistema político de recoger las demandas ciudadanas condujo a que las bases sociales iniciaran un proceso de reemplazo a la institucionalidad a través de movimientos y comunidades de organización horizontal.
En efecto, el despertar de la sociedad ha sido siempre una de las esperanzas sobre la condición futura del individuo. “Después de un largo período de sueño, viene el despertar” señalaba Kropotkin en 1889. Para la filosofía anarquista, el despertar es una liberación al orden establecido, sometiendo a severa crítica su funcionamiento. Esas críticas tienen a los gobiernos como su blanco predilecto. En su ensayo “la anarquía y el método del anarquismo”, Malatesta señala que los gobiernos son los principales responsables de las asimetrías sociales, pues controlan el libre actuar de las personas e impiden las condiciones naturales de colaboración, horizontalidad, consenso e igualdad. En otras palabras, cuando se imponen las jerarquías surgen las posiciones de poder y dominación que coartan la capacidad de las personas de organizarse colaborativa y horizontalmente.
El despertar, en consecuencia, significa salir de una situación de normalidad que protege las asimetrías construidas por quienes manejan las reglas del juego. En Chile ese despertar tiene causas muy bien estudiadas por las ciencias sociales. En una columna anterior (ver “Sobre la violenta normalidad a la que los chilenos no quieren volver”), señalamos que la violencia gradual del Estado y la vulnerabilidad ante el mercado se configuraban como dos causas explicativas del estallido social. Si bien el país se percibía como un país altamente institucionalizado, esa institucionalidad -sea política, económica o religiosa- se enfrentó a un quiebre con la ciudadanía por su incapacidad de canalizar las demandas y romper con las inequidades y la segregación.[2]
Ahora bien, la desconfianza en las instituciones no impidió que las personas buscaran otras formas de organización política. El informe de Desarrollo Humano del año 2015, por ejemplo, advertía que la sociedad ya se estaba organizando y politizando fuera de las estructuras tradicionales. Es así como los patrones políticos se reinventaron, creando un orden horizontal que actuaba sin representación y que construyó caminos paralelos a la clase política. Así, aunque la frase “el pueblo unido avanza sin partidos” es dolorosa y prácticamente inviable para el sistema representativo, el chileno aprendió a vivir y organizarse colectiva y políticamente sin su presencia.
Las alternativas de participación política en Chile son mucho más variadas y legitimadas que las que pueden ofrecer los procesos tradicionales. Esto ocurre sobre todo en personas jóvenes. Movimientos, marchas, asambleas y petitorios se han convertido en alternativas viables de organización. En una aproximación muy preliminar sobre la participación en estas instancias, utilizamos la ola 2018 de la encuesta longitudinal del COES. Esta encuesta demuestra una tendencia muy alta de participación en marchas, huelgas y petitorios entre el grupo de 18 a 29 años que en su conjunto alcanza un 51% de participación.
Desde esta forma de organización surgió el estallido y la ruptura con el sistema político y estatal. La sociedad no sólo rompió con el Estado y sus gobiernos, sino que también se rebeló ante su manera de ejercer la autoridad. En ese momento de rebelión se desarrollaron distintos repertorios con una organización sin líderes sobresalientes, sin cargos representativos y sin ningún tipo de personalismo oportunista. Como consecuencia, estos movimientos fueron coordinados por colectivos que utilizaban diferentes énfasis y diferentes medios para conseguir su ideal de sociedad. El feminismo de Goldman y Parsons, el naturalismo de Thoreau, el mutualismo de Proudhon, el individualismo de Spooner y Tucker, el comunismo de Kropotkin y Bakunin, el sindicalismo de Goldoff, el pacifismo de Tolstoi o el psicoanálisis de Lacan, son sólo algunos ideales que han confluido tanto reflexiva como irreflexivamente en las demandas públicas de Chile.
Como consecuencia de la rebelión viene la protesta. En esto las ciencias sociales han realizado varias tipologías dependiendo el carácter convencional o no convencional de las manifestaciones. En el texto ¿Marchas, ocupaciones o barricadas?, Nicolás Somma y Rodrigo Medel desarrollaron cuatro tipos de tácticas: convencionales, culturales, disruptivas y violentas. En su trabajo, los colegas sostienen que no existe acuerdo respecto de las posibles relaciones entre los grupos que protestan y las tácticas que emplean, pues “los grupos sociales no necesariamente actúan de modo cohesivo y bajo un liderazgo unificado”.
Por primera vez en la historia y producto del estallido social, el país logró presionar a la institucionalidad política para iniciar un proceso constituyente único en sus características.
Pues bien, la falta de liderazgo unificado tiene relación con que muchas de las protestas en Chile provienen de la auto-organización y la colaboración. De las pocas investigaciones que existen sobre este tema, se encuentra el trabajo de Dana Williams, Tactics: Conceptions of Social Change, Revolution, and Anarchist Organisation. Williams distingue la acción de estos movimientos en tácticas de intervención y tácticas de ilustración. Las de intervención tienen el objetivo de quebrar con las prácticas cotidianas impuestas por las jerarquías y el Estado. En tanto, las tácticas de ilustración pretenden mostrar cuestiones simbólicas de la vida en comunidad, así como la dificultad del ser humano para actuar bajo el control de una autoridad central.
A las categorías de Williams se agrega si esas tácticas tienen repertorios violentos o pacíficos. Algunos estudios han señalado que, por lo general, esa resistencia violenta no es una resistencia armada, más bien es un enfrentamiento desigual en que las barricadas y los lanzamientos de piedras enfrentan el poder de fuego de los agentes del Estado. Para ordenar tácticas y repertorios del movimiento social en Chile, hemos construido esta tipología con ejemplos de cada unas de las intersecciones.
En el primer recuadro se encuentran las tácticas de intervención violenta. Estas acciones son las más resaltadas por los medios de comunicación y las más rechazadas por la ciudadanía. Barricadas, enfrentamientos con la policía o destrucción de objetos inanimados, son recursos frecuentemente utilizados por grupos que emulan intervenciones que nacieron en Alemania (barricadas), Canadá (destrucción de blancos inanimados) o España (Molotov y enfrentamientos con la policía). Ahora bien, la intervención violenta tiene distintos matices. En muchas ocasiones la acción de estos grupos tiene un objetivo de defensa a los manifestantes ante el actuar coercitivo de las policías (como la primera línea chilena). En otras ocasiones, el accionar es basado en destrucción al comercio y las oficinas estatales, como las tácticas utilizadas por los Black Blocks o los Antifa Movements. Estos grupos son grupos encapuchados que surgieron en los años ochenta y que hoy son muy influyentes en algunos sectores anti-globalización y anti-capitalistas de Europa y Estados Unidos.
Por otro lado, existen tácticas de intervención pacífica. La más reconocida en esta línea son las marchas multitudinarias y no autorizadas. Estas marchas son organizadas y convocadas por colectivos o coordinadoras que tienen vocerías con alta rotación para evitar capturas personalistas sobre los objetivos de reivindicación propuestos. Otra forma de intervención pacífica es la desobediencia civil. Esta acción fue muy utilizada por Gandhi cuando contestaba a la represión del Estado a través de repertorios pacíficos como caminatas no autorizadas o sentarse en calles altamente transitadas. Actualmente una de las tácticas de intervención pacífica vinculada a desobediencia civil han sido los campamentos como «Occupy Wall Street” o el salto de los torniquetes del metro. Esta última táctica -que al parecer tiene su origen en las protestas de octubre- ya ha sido repetida en Nueva York para protestar contra la brutalidad policial.
Respecto a las tácticas de ilustración, una que presenta componentes violentos para quien la sufre es la funa. La funa, que significa podrido en Mapudungun, es una táctica de ilustración que ocupa la desaprobación pública sobre quienes han realizado actos de abuso por su condición de jerarquía o privilegio. Esta táctica, demuestra la ineficiencia del Estado para juzgar la violencia pública y privada de aquellos que tienen posiciones históricas de dominación. En Chile, la funa nació como repertorio en 1999 contra perpetradores de violaciones de Derechos Humanos, desde ahí ha sido aplicada contra políticos, empresarios y militares. Del mismo modo, la funa ha sido una táctica eficiente para los movimientos feministas en la lucha contra los estereotipos de género en la justicia. “Si no hay justicia, hay funa” reclamaba la colectiva feminista contra el Estado el año 2018, por no visibilizar las demandas históricas de las mujeres.
Finalmente, las ilustraciones no violentas tienen el objetivo de mostrar las bondades de una vida en comunidad. La creación de micro comunidades como los grupos de reciclaje, de ciclismo, los trueques o las huertas libres son cada vez más frecuentes en mundo y en Chile. A diferencia de la ilustración violenta, la ilustración con repertorios pacíficos es una prefiguración sobre las bondades de la autoorganización, del debate horizontal y la generosidad de la vida en comunidad. De las actividades que más ha avanzado en este tipo tácticas, son las comunidades de softwares libres. Estas comunidades desafían el concepto de industria global de la tecnología, pues su forma de actuar es desarrollar soluciones comunitarias fuera de las dinámicas de competencia del mercado.
En definitiva, una sociedad sin partidos políticos pero que utiliza acciones políticas para demandar cambios profundos del país, debe llegar a nuevos consensos sobre el tipo de organización que se requiere para el futuro. Esto es necesario, pero a la vez complejo, en especial cuando las dinámicas de representación y de decisión, están puestas en tela de juicio y siguen manteniendo las jerarquías de poder hacia la sociedad ¿Qué hacer entonces?
Comenzar un proceso constituyente fue una de las pocas salidas de la clase política para salir del descrédito total con los ciudadanos. Sin embargo, este proceso aún tiene muchas complejidades en su ejecución. El discurso de orden público a través de la represión de carabineros está alimentando aún más el descontento. Por otro lado, a pesar de que la emergencia sanitaria le entrega al gobierno una frágil sensación de control comunicacional, lo cierto es que la ciudadanía sigue considerando que el actuar comunitario es el que ha logrado resolver sus indecisiones.
Pues bien, a diferencia de otros momentos de deliberación como el plebiscito del 1988, la organización política -sea esta nueva o tradicional- se enfrenta a muchas dificultades para asumir el desafío de la integración de las preferencias sociales y políticas. Actualmente en Chile no existe cabida para que los partidos asuman un encausamiento de las demandas, tampoco lo pueden hacer liderazgos personalistas -lo que parece una buena noticia- y menos aún los mesianismos intelectuales.
Por lo mismo, la principal tarea es comprender y no negar este cambio. Aún no tenemos investigaciones, pero sí algunas certezas que hoy trabajan mucho más activistas o integrantes de grupos, colectivos y coordinadoras que los que pueden trabajar con los partidos políticos en Chile. Estos colectivos sugieren que al nuevo Chile no le basta saber cuánto se ha progresado, sino cuánto de esto se ha hecho en conjunto y cuáles son las condiciones de equidad de este progreso. Si actualmente se rechazan las instituciones representativas es porque durante mucho tiempo estas instituciones estuvieron ausentes sin procedimientos de canalización de las demandas sociales.
La desconfianza sistemática hacia los medios de prensa tradicionales permitió la irrupción de fuentes alternativas que trabajaban con un tratamiento distinto de los acontecimientos, a través posturas críticas y enfocadas en la denuncia.
En consecuencia, Chile debe canalizar un pacto social incluyente y no elitario. Un pacto donde la ciudadanía logre una reconciliación con el Estado y sus instituciones. Esta reconciliación no sólo se realiza a través de una construcción de nuevas reglas de convivencia, sino que también mediante la reparación de las inequidades ejercidas durante cuarenta años, a muchos sectores de nuestra sociedad.
Con la crisis del COVID-19, esas inequidades siguen siendo evidentes. Actualmente el país presenta una tensión importante sobre su real capacidad para resolver la vulnerabilidad sanitaria de las personas, en un sistema económico basado en servicios y con alta precariedad laboral. La cuarentena como única medida eficaz para detener la pandemia, entra en colisión con las necesidades materiales de individuos que viven de comisiones, que no tienen seguridad social y que presentan inestabilidad en el empleo. Para muchos chilenos hoy, la vulnerabilidad no es sólo la presencia del virus, sino que la obligada exposición a esta enfermedad producto de un sistema económico con fuertes deficiencias en su seguridad social.
Pues bien, a pesar de vivir en una de las crisis sanitarias más importantes de su historia, Chile sigue siendo el país del 18/O que pide cambios importantes en el sistema político y económico del país. A pesar de no estar en las calles, el país no ha cambiado el eje de sus demandas. Es importante comprender que la ciudadanía, a pesar del auto-confinamiento, sigue siendo una ciudadanía que no acepta imposiciones jerárquicas sin fundamento, que no actúa sobre la obediencia irrestricta a los gobiernos y que pide sentido común de sus decisiones. Es importante no olvidar que el Chile que despertó, es un país que es capaz de actuar incluso más rápido que el propio Estado y que incluso puede coordinar más capacidad técnica y científica que los gobiernos. Ese Chile es el que se debe considerar para construir la nueva relación Estado-Ciudadano una vez que se supere esta pesadilla mundial
[1] Esta búsqueda se realizó con la herramienta Crowdtangle. www.crowdtangle.com
[2] En esto es importante leer el informe “Desiguales”
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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