COLUMNA DE OPINIÓN
Ahora es el tiempo de la política
03.02.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
03.02.2020
El masivo desprecio a los partidos políticos es merecido. Pero también es un problema. “Sin organizaciones políticas legítimas es imposible restablecer el orden democrático y lograr estabilidad”, explica el politólogo Fernando Rosenblatt. En este crucial 2020, los viejos y los nuevos partidos tendrán una oportunidad única de recuperar legitimidad. Para aprovecharla, el autor recomienda partir por “evitar la tentación del pequeño partido propio y las ganancias de corto plazo”.
El estallido se va a terminar. En algún momento y de alguna forma viviremos una nueva normalidad y, por lo tanto, debemos empezar a preocuparnos sobre las características de la nueva estabilidad. Si queremos que ese nuevo orden sea democrático, una precondición es la existencia de organizaciones políticas estables que compitan por el poder y representen (y canalicen) intereses de la sociedad. Es decir, si queremos que el orden democrático futuro goce de buena salud, necesitamos partidos políticos institucionalizados. Junto a Rafael Piñeiro, proponemos considerar un sistema de partidos institucionalizado cuando este es estable y además incorpora intereses y demandas de la sociedad (Piñeiro y Rosenblatt 2018).
Al 20 de enero de 2020 hay veintiún partidos constituidos, nueve en formación y nueve en trámite. Más allá del problema que puede suponer una mayor fragmentación del sistema, lo complejo es que el proceso de realineamiento no cristalice en un sistema más o menos estable. Los partidos tradicionales (en el grupo de los constituidos), están con distintos problemas de organización y gozan de niveles muy bajos de confianza y legitimidad. Por otro lado, es muy pronto para pronosticar el destino de los nuevos ya constituidos o aquellos en trámite o formación.
Los partidos políticos parecen vivir en crisis en todo el mundo. Algunos analistas (Dalton y Wattenberg, 2000), e incluso algunos políticos, sostienen que los partidos como forma organizacional de participación política ciudadana están muertos, son del siglo XX. Los sistemas de partidos de diferentes democracias en países desarrollados (Francia, por ejemplo) se han erosionado. Los sistemas de partidos de muchos países de la llamada Tercera Ola de la democratización nunca llegaron a consolidarse o se desinstitucionalizaron rápidamente (Huntington 1991, Mainwaring 2018). Hay un rasgo que es un denominador común en diferentes familias de partidos: la incapacidad de incorporar de manera permanente nuevas demandas e intereses de la sociedad. Los partidos en Chile y en muchas democracias, no son capaces de incorporar intereses y grupos sociales. Esto completa un escenario preocupante porque la democracia funciona con organizaciones que, más allá de cómo las llamemos, cumplen ese rol en el juego democrático.
“Los partidos políticos parecen vivir en crisis en todo el mundo. Algunos analistas, e incluso algunos políticos, sostienen que los partidos como forma organizacional de participación política ciudadana están muertos, son del siglo XX”
En Chile, en las encuestas de opinión los partidos políticos aparecen como las instituciones menos confiables. La ciudadanía no confía ni se identifica con ellos. Chile es un caso extremo de desafección y ruptura de la sociedad con los partidos. Es la victoria cultural de Jaime Guzmán, quien se imaginaba una sociedad corporativa que, entre otras cosas, apuntaba a reemplazar la lucha electoral de los partidos. Sin embargo, es una victoria a medias porque tampoco existen hoy otras instituciones capaces de controlar o regular la demanda social. La incapacidad de conectar con intereses de diferentes sectores de la ciudadanía, los escándalos de corrupción, el escaso dinamismo en la circulación de las elites y unas pésimas reglas de juego que aseguraron bajos niveles de competitividad y blindaron a los actores establecidos de cualquier tipo de desafío, permiten comprender lo que sucede con el sistema de partidos chileno. Durante el estallido social vimos los niveles más álgidos de esta crisis del sistema político y en especial del sistema de partidos.
El estallido social exacerbó el odio y la distancia con la sociedad y mostró la incapacidad de los partidos como actores políticos. Las diferentes encuestas lo indican, y muchos líderes políticos –desde Gabriel Boric a Jacqueline Van Rysselberghe- lo han experimentado de manera desagradable. Sin embargo, el destino de los partidos es importante para el futuro del desarrollo social y político de Chile porque sin organizaciones políticas legítimas es imposible restablecer el orden político democrático y lograr estabilidad. ¿Qué tipo de organizaciones partidarias habrá? ¿Cómo serán las alianzas? ¿Cómo será la competencia política? ¿Cuál será el sistema de partidos de los próximos 10 o 15 años? Pero más importante, ¿se logrará construir un orden político democrático basado en instituciones legítimas? Es imposible responder esto hoy o al menos responder cuando Chile tendrá un nuevo sistema político institucionalizado capaz de brindar estabilidad. Estas preguntas no las van a responder los analistas o los políticos devenidos en analistas.
La respuesta satisfactoria solo depende de la capacidad de aquellos que hacen política. Es imprescindible que los actores políticos construyan y lideren procesos de consolidación de organizaciones partidarias y sociales legítimas, tal vez diferentes a las de hoy, pero con la vitalidad organizacional necesaria para incluir las demandas de los diferentes sectores de la sociedad.
“Hasta el momento, no se observan liderazgos abocados a destinar esfuerzos para construir nuevos proyectos amplios con densidad organizacional que expresen y agreguen diferentes intereses y actores sociales”.
El estallido social abrió una puerta en la historia. Hoy más que nunca es la hora de la política. El proceso constituyente, el odio hacia el establishment y la debilidad de éste, habilitaron la posibilidad de construir proyectos colectivos alternativos que, en esta coyuntura pueden lograr rápidamente visibilidad.
Hay una oportunidad para reformular las organizaciones actuales o para crear o consolidar proyectos nuevos. Si bien la imagen de “estos” partidos está en el piso, es necesario construir organizaciones que logren legitimidad y se institucionalicen en los próximos años.
Para que esto sea posible, el primer paso es tomar la decisión política de construir organizaciones representativas y amplias para el largo plazo. Evitar la tentación del pequeño partido propio y las ganancias políticas de corto plazo es fundamental para recuperar la legitimidad. La proyección de largo aliento genera los incentivos para cooperar en la construcción de organizaciones y reduce la preocupación exclusiva por la carrera política propia.
“La reducción de costos para llegar masivamente o para dirigir con mucha precisión los mensajes a través de las redes sociales son buenas noticias para quienes apuntan a construir organizaciones políticas hoy. Pero también representan la tentación de sustituir el trabajo lento, tedioso y costoso de construcción de capacidades organizacionales”.
El desarrollo de un propósito claro y de largo plazo es lo que estimula la lealtad prospectiva y permite la reproducción de las organizaciones partidarias. Los partidos chilenos tenían una cierta identidad, pero ella parece haberse desvanecido o los partidos ya no las encarnan.
El segundo paso es aún más difícil. Esas organizaciones deben ser capaces de coordinar y acordar reglas que las desafíen. Esas reglas deben estimular la deliberación y formas de comportamiento político que deben respetarse. Debe ser costoso jugársela sólo en temas de agenda política. Deben generarse espacios permanentes para que la voz de quienes participan en la política sea escuchada y que sea posible hacer crecer y ocupar los espacios de toma de decisión. Parece imposible, pero es la única opción para construir legitimidad y tener un orden democrático estable. Solo con partidos que sean estables e incorporen, que canalicen demandas y promuevan líderes, podemos pensar una democracia en el largo plazo.
En los últimos cinco años han aparecido nuevas agrupaciones, proto partidos, y este proceso se aceleró con el estallido. Pero más allá de los anuncios y la presencia de figuras con ciertos niveles de reconocimiento en la ciudadanía, no se observa un esfuerzo sistemático de construcción organizacional. Hasta el momento, no se observan liderazgos abocados a destinar esfuerzos para construir nuevos proyectos amplios con densidad organizacional que expresen y agreguen diferentes intereses y actores sociales. Abunda el perfilamiento individual, las micro organizaciones y la presencia superficial en redes. La reducción de costos para llegar masivamente o para dirigir con mucha precisión los mensajes a través de las redes sociales son buenas noticias para quienes apuntan a construir organizaciones políticas hoy. Pero también representan la tentación de sustituir el trabajo lento, tedioso y costoso de construcción de capacidades organizacionales. Porque son estas capacidades las que aseguran representación legítima, lealtad, generación de liderazgos y capacidad de articulación política. Todos estos, atributos fundamentales para la política que no se construyen en redes sociales y de un día para el otro.
Puedes escuchar esta columna de opinión aquí:
*Audio realizado por CarolinaPereira.de
Dalton, Russell, y Martin Wattenberg, eds. 2000. Parties Without Partisans: Political Change in Advanced Industrial Democracies. Oxford: University Press Oxford.
Huntington, Samuel. 1991. The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century. Norman: University of Oklahoma Press.
Mainwaring, Scott, ed. 2018. Party Systems in Latin America: Institutionalization, Decay, and Collapse. New York: Cambridge University Press.
Piñeiro, Rafael, y Fernando Rosenblatt. 2018. «Stability and Incorporation. Towards a New Concept of Party System Institutionalization.» Party Politics:1-12. doi: 10.1177/1354068818777895.
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