Chinochet hoy
12.11.2007
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12.11.2007
Era mayo de 1995, Fujimori acababa de ganar su reelección con más del 60% de los votos y estaba en la cumbre del poder.
Su alusión ufana a un parentesco político con el dictador Pinochet renovó ese día la indignación entre peruanos que, habiendo sufrido las consecuencias del autogolpe de 1992, y aun reconociendo su triunfo en los comicios del día anterior, objetaban los métodos crecientemente turbios del régimen.
Pero el mote causó gracia entre algunos que lo escuchaban por primera vez y en esa conferencia de prensa se oyeron ciertos aplausos impulsados no sólo por la claque oficialista.
Por entonces habían proliferado admiradores de Fujimori en Latinoamérica y hasta el escritor Uslar Pietri, ya nonagenario, opinaba bien de él en Venezuela.
Para gobernar nuestros países, decían sus fans mayormente neoliberales, se necesitan personajes que conjuguen la disciplina de un japonés con la astucia de un criollo y el desprecio por las restricciones democráticas de un dictador solapado.
La “dictablanda” del Chino le viene bien a cualquiera, pensaban, siempre que esté acompañada de la libertad de mercado.
Hoy, recluido en un cuartel de la Dirección de Operaciones Especiales de la Policía Nacional del Perú, en las afueras de Lima, y después de una extradición aprobada por mas del 70% de la población, Alberto Fujimori Fujimori debe estar arrepintiéndose por enésima vez de haberse bautizado Chinochet.
Se presume que fue en la madrugada del 8 de noviembre del 2005 que Chinochet lo alcanzó, como Mr. Hyde a Dr. Jekyll, cuando la policía chilena lo detuvo en una habitación del hotel Marriott de Santiago.
Si Fujimori se hubiera dado tiempo para ver la televisión el domingo 7, el día que entró a Chile por el aeropuerto Pudahuel a pesar de la alerta de Interpol, habría constatado que su impunidad peligraba.
Esa noche, la entonces candidata Michelle Bachelet denunció como un escándalo el ingreso irregular a su país de un prófugo internacional de tanta investidura.
La arenga de Bachelet puso en movimiento las ruedas de la justicia y el apodo Chinochet bien podría explicar la vehemencia de la doctora: su padre murió en una cárcel de Pinochet, y ella y su madre fueron detenidas y maltratadas.
Después, bastó una fotografía del rostro demudado de Fujimori mientras era conducido a su reclusión chilena para comprender lo que estaba pasando por su mente.
El hombre que repetía “lo tengo todo calculado” debe haberse preguntado: ¿No me habían dicho que con la amistad de un Joaquín Lavín de la UDI, el apoyo de El Mercurio y de chilenos que aprecian mis aprontes para arreglar temas pendientes en Arica, lo tenía todo controlado?
¿No bastaba eso para usar a Chile como trampolín y lanzarme triunfalmente en una nueva contienda política peruana?
¿Por qué nadie me advirtió que para un país limítrofe tolerar esa maniobra resultaba desatinado?
¿Cómo pude ser tan insensato de abandonar mí refugio en Tokio, blindado por el Estado japonés durante cinco años y facilitado por mi amada Satomi Kataoka en su hotel?
¿Por qué supuse que supuse que la orden de captura, emitida por la Interpol en 2003 y oficializada en 168 países involucrando crímenes de lesa humanidad, quedaría neutralizada pisando Chile?
El hecho es que desde de esa madrugada fatídica el ex presidente sumó cálculos estrafalarios. Como su postulación a la Cámara Alta del Parlamento japonés en la lista de Kokumin Shinto (Nuevo Partido de los Ciudadanos), facción que no logró un solo escaño.
Su proclama de que “al Chino nadie lo toca”, basada en la suposición que, de ser extraditado, una marea humana lo arrebataría de las autoridades peruanas.
“Fujimori, el hombre que repetía “lo tengo todo calculado” debe haberse preguntado: ¿No me habían dicho que con la amistad de un Joaquín Lavín de la UDI, el apoyo de El Mercurio y de chilenos que aprecian mis aprontes para arreglar temas pendientes en Arica, lo tenía todo controlado?”.En la práctica, a recibirlo en septiembre fueron unas 300 personas, incluyendo a su hija Keiko y familiares. Estos ni siquiera pudieron verlo porque su escolta aterrizó en una base aérea militar y, recurriendo a dos helicópteros, impidió que los teleobjetivos lo atisbaran.
Fotos solo aparecieron días después mostrando a agentes policiales ofreciendo trato cortes a un reo de expresión abatida.
Ahora Fujimori enfrenta varios procesos y el primer interrogatorio relacionado al allanamiento irregular del domicilio de Vladimiro Montesinos -para requisar 40 maletas y 70 cajas y presumiblemente purgarlas de materiales personalmente comprometedores- ha comenzado mal al contradecir lo que declaró ante la justicia chilena.
Después vendrán complicaciones mayores al ser careado con el propio Montesinos, su ex asesor de confianza, que ya lleva seis años y medio preso en una base naval, para precisar responsabilidades en materia de corrupción y de violaciones de derechos humanos.
Fujimori es, sin embargo, un personaje propenso a dar sorpresas.
En 1990 fue elegido cuando nadie suponía que un nisei desconocido pudiera derrotar a Mario Vargas Llosa. En 1992 traicionó el sistema democrático que lo había encumbrado. En el 2000 se fugó y renunció a la presidencia vía fax cuando no pesaba contra él acusación específica alguna.
A Chile llegó de sorpresa y después de los criterios tan contradictorios entre la fiscal Mónica Maldonado, que lo inculpó, y el juez Orlando Álvarez, que lo exoneró, la decisión de la Corte Suprema chilena también fue algo inesperada.
En septiembre, una encuesta de la agencia CPI indicaba que 31% de los limeños votarían por él en comicios futuros.
La bancada fujimorista suma 13 congresista: sólo un 11% del Poder Legislativo.
El reo, a su vez, confronta una sala suprema especializada y la opción de un indulto ha sido descartada por inconstitucional.
Hay quienes suponen que Fujimori sigue siendo un factor de importancia, pero durante estas semanas el Perú parece haberlo olvidado.
El 26 de noviembre sería la primera audiencia oral. Verá la matanza en 1991 de 15 civiles en Barrios Altos, a pocas cuadras del palacio presidencial. ¿Será esa acaso una ocasión propicia para que Chinochet vuelva a adquirir lustre?
Enrique Zileri es director de la revista peruana Caretas, ex presidente del Instituto Internacional de la Prensa IPI y del Consejo de la Prensa Peruana y miembro del jurado de los premios Cabot de la Universidad de Columbia.