COLUMNA DE OPINIÓN
Hacia un Nuevo Pacto Post-humano
05.12.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
05.12.2019
El término «pacto social», que tanto ha sonado en los medios en estos días de protesta, es insuficiente para hablar realmente de un nuevo ordenamiento de las relaciones de poder. Esto porque, a juicio de los autores de esta columna de opinión, «aquello entendido como ‘social’ ha sido comúnmente definido en contraposición a la naturaleza». En el contexto de crisis climática que vivimos, apuntan, es necesario «redactar un nuevo pacto de convivencia consciente del impacto de lo humano sobre el planeta, entendiendo que aquello humano es, por definición, el resultado de la historia profunda de la tierra y que su subsistencia depende de un equilibrio precario con otras entidades y especies, las cuales debe defender y dignificar».
La idea de un nuevo pacto sobre el cual trazar el fundamento de nuestra convivencia se ha vuelto una realidad, la cual ha puesto en tela de juicio el modelo neoliberal instalado en Chile a partir de la Constitución de 1980. Hace sólo unos días, parlamentarios de distintos sectores dieron un primer paso en esa línea, firmando un acuerdo sobre el mecanismo para articular dicho pacto, cuyo futuro está aún en manos de la ciudadanía. Sin embargo, independiente de la decisión sobre el mecanismo para acordar ese pacto, lo más fundamental, a saber su contenido, está aún por definirse. Esto nos invita a levantar una inquietud que surge como fundamental a ojos de nuestras respectivas disciplinas, la antropología y la arqueología.
Dicha inquietud se relaciona con el apodo de “social” que, en el grueso de la prensa, ha adquirido el nuevo pacto; apodo que a nuestra mirada genera preocupación. Siguiendo la narrativa de la modernidad –en la cual las teorías del pacto social surgen históricamente en siglo XVII– aquello entendido como “social” ha sido comúnmente definido en contraposición a la naturaleza. Para la modernidad lo social comenzaría precisamente en el lugar donde lo natural se detiene, bajo la idea de que la evolución humana estaría marcada por un distanciamiento progresivo de los ciclos del ambiente en que culturas, así llamadas tradicionales, se encontrarían inmersas; un distanciamiento que culminaría con el arribo de la civilización, en particular la occidental.
En el contexto de la actual crisis ambiental –la misma que antes del estallido de las movilizaciones impulsaran el desarrollo de la cancelada COP25–, dicha narrativa estaría al borde del colapso. Un concepto que hoy sería testigo indiscutido de dicho colapso es el de ‘Antropoceno’, término propuesto por la comunidad científica para denominar a una nueva época geológica, en referencia directa a la capacidad humana de cambiar el curso de la historia de la tierra. No sólo lo humano sería responsable por el calentamiento global, asociado a emisiones de gases de efecto invernadero.
Más aún sería responsable de un sinnúmero de otras transformaciones biofísicas irreversibles que hoy decantan en una extinción masiva, tan significativa como aquella que habría dado pie a la extinción de los dinosaurios hacia fines del período Cretácico. Sólo para dar un indicio del poder de la acción humana actual sobre la tierra, la minería movería por segundo más sedimento que todos los ríos del mundo, un fenómeno que en el caso de Chile pone muchas veces en riesgo a los glaciares, de los cuales nuestra subsistencia ciertamente depende y que hoy carecen de protección legal.
En este contexto fórmulas intelectuales como eco-social o bio-social, usadas para referirse al nuevo pacto –a sabiendas de cabildos que han emergido para entrelazar la agenda social con la ambiental– se quedarían abiertamente cortas a la hora de entender lo que está en juego en la crisis ambiental. Esto último, en tanto que dichas fórmulas tenderían a ordenar el conocimiento disciplinar de forma tal, que la secuencia propia de la narrativa del pensamiento moderno se mantendría, comenzando en la naturaleza y culminando en la cultura.
Visto desde otro ángulo, dichas fórmulas se prestarían para una forma de intercambio donde cada disciplina terminaría haciendo lo suyo y donde, al final del día, el conocimiento permanecería incólume en su esfuerzo por comprender las transformaciones del mundo; una imagen que estaría en la base de la noción misma de ‘inter-disciplina’ la cual –como bien señala el concepto opuesto de ‘intra-disciplina’– hablaría simplemente de un vínculo exterior entre esferas previamente circunscritas del pensamiento. Esta separación disminuiría el poder transformativo de las ciencias y, por ende, la capacidad de intervenir en la sociedad y conducirnos efectivamente hacia otra manera de habitar el mundo.
Lo que pone en juego el Antropoceno es un gesto doble que busca simultáneamente geologizar lo social y socializar lo geológico y donde, de pronto, tanto lo humano como lo geológico cobran nueva significación. No sólo lo humano se ha vuelto una fuerza geológica capaz de poner en riesgo la continuidad de su propia existencia, sino que se convierte en una fuerza geológica capaz de hacerse consciente de las repercusiones irreversibles de su propia acción sobre el planeta. En últimos términos, la idea de Antropoceno gestaría un nuevo campo de conocimiento que podríamos denominar “geología humana”; un campo inusitado en la trayectoria de pensamiento moderno que, además, atentaría contra sus bases mismas.
Concebir la inmensidad del desafío intelectual detrás de este concepto equivaldría a una suerte de Pachakuti, término usado por pueblos andinos para denominar una transformación del cosmos, donde aquello situado arriba y abajo invertirían su orden. De acuerdo con la tradición andina, esta inversión habría ocurrido inicialmente durante la llegada de los españoles, permaneciendo a la espera de ocurrir nuevamente en la época actual, algo que Evo Morales habría tomado al momento de iniciar su mandato, el cual, curiosamente cae de forma estrepitosa en estos días.
Sin embargo, en el contexto de la crisis ambiental, la inversión no emergería ya más desde un marginada y periférica mirada indígena, aquella tradicionalmente encargada de proteger los intereses de la naturaleza. Hoy, a través de la ciencia occidental misma, el ordenamiento tradicional del pensamiento moderno en su vínculo con la naturaleza se vería invertido.
Desde este ángulo el prometido pacto no puede ser ya más un mero acuerdo social, en especial si por social nos referimos a aquel ámbito de conocimiento circunscrito por el interés que académicos al interior de las ciencias sociales y las humanidades han tradicionalmente ostentado, en contraposición con aquel propio de científicos naturales.
Redactar un nuevo pacto de convivencia consciente del impacto de lo humano sobre el planeta requiere extender lo social más allá de lo humano, o restaurar lo natural en su núcleo; entendiendo que aquello humano es, por definición, el resultado de la historia profunda de la tierra y que su subsistencia depende de un equilibrio precario con otras entidades y especies, las cuales debe defender y dignificar.
En tiempos donde lo humano se vuelve consciente de su eventual condición póstuma –producto, en parte, de su responsabilidad en la extinción masiva de especies– el nuevo pacto debiese ser necesariamente post-humano; “post-umo” y “post-humano”, dos palabras que en su raíz etimológica, asociada a un suelo fértil (“humus”) por venir (“post”), nos recuerdan que de la tierra venimos y a ella retornamos.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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