COLUMNA DE OPINIÓN
La convención constituyente y el ejemplo de los 33 mineros
22.11.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
22.11.2019
En estos complicados momentos para nuestro país, se ha impuesto la idea de la necesidad de una nueva Constitución que permita a chilenos y chilenas sentirse parte de una comunidad política con intereses en común. Esto ha generado un acuerdo político de amplio espectro para avanzar en un itinerario de elaboración de una nueva carta fundamental.
En estas líneas intentaré explicar por qué es relevante una nueva Constitución y por qué es importante que sea discutida participativamente, en una asamblea o convención constituyente.
Hemos escuchado que la Constitución es irrelevante para resolver los problemas reales de la gente. Este argumento es errado porque los problemas reales se producen y se resuelven dentro de un marco normativo, el estado de derecho, y la Constitución es la norma de mayor importancia dentro del mismo, que permite encauzar nuestra deliberación política y que establece un marco básico de derechos humanos esenciales de todos los habitantes.
Por tanto, salud, educación, trabajo y pensiones sí tienen que ver con lo que dice o no dice la Constitución. Por otro lado, considerando los recientes atentados a los derechos humanos en nuestro país, constatados por la ciudadanía y por organismos internacionales, no cabe duda de que la nueva Constitución deberá enfatizar su gran importancia y la necesidad imprescindible de que todos los respetemos, sobre todo el gobierno de turno y los agentes del estado encargados del orden público. Por último, si la Constitución fuera tan irrelevante, ¿por qué oponerse a cambiarla?
Otro argumento es que una nueva Constitución no resolverá los problemas de desigualdad del país. Es cierto que una Constitución no conlleva un cambio mágico que solucione los problemas al instante. Y es un hecho que construir entre todos una sociedad humana y solidaria será una tarea de años. Pero una nueva Constitución es un muy buen inicio, implica un nuevo pacto social y más aún, significa que todos los chilenos y chilenas nos reconocemos como iguales para efectos de determinar las reglas del juego. Esto es muy relevante. Nuestro país jamás ha tenido un momento constituyente democrático. Todas sus constituciones fueron impuestas por la oligarquía del momento. En consecuencia, una nueva Constitución, por primera vez adoptada con la participación de todos, no sólo pondrá fin a la transición y a la democracia protegida, sino al espíritu colonial que ha perdurado demasiado en Chile.
En segundo término, debemos aclarar por qué esta nueva carta fundamental debe ser participativa: Chile ha despertado y este renacimiento como país implica que las decisiones deben dejar de adoptarse entre cuatro paredes y, por ello, no da lo mismo que la nueva Constitución sea aprobada por el congreso, o por una comisión mixta de parlamentarios o por una asamblea o convención constituyente.
Será en un plebiscito donde el pueblo chileno decida el camino. Creo que lo más participativo es una asamblea o convención constituyente, con delegados elegidos sólo para ese cometido, y que estén mandatados para llegar a acuerdos amplios (por ejemplo y según lo recientemente acordado por los partidos, por 2/3 de los delegados). Sus debates deben ser públicos.
Y luego, el texto acordado debe ser nuevamente plebiscitado ante los chilenos y con posterioridad la asamblea debe ser disuelta. En otras palabras, el mecanismo constituyente debe asegurar la inclusión y dar garantía de que todos (as) serán escuchados. Para ello deberá facilitarse la participación de independientes en la Convención. Tendrá que escucharse a las organizaciones sociales, a las comunales, y a todas las minorías. Los parlamentarios en ejercicio no debieran presentarse a la elección de dicha convención, como muestra de neutralidad y para generar confianzas en la ciudadanía de que no se trata de una nueva cocina entre cuatro paredes.
“Los 33 mineros se organizaron, eligieron un líder por mayoría, resolvieron los conflictos y tensiones existentes, no discriminaron ni al minero boliviano ni a los subcontratistas, respetaron civilizadamente el orden para subir a la cápsula. En definitiva, fueron un ejemplo de civilidad y de unión frente a la adversidad”.
Se trata de un cambio de paradigma que es importante entender, los chilenos (as) desean ser partícipes de su destino. Quieren ellos elegir, no que elijan por ellos. Quieren agencia y mayoría de edad.
Quizás una comisión de notables expertos podría redactar una Constitución ejemplar (si obraran por el interés nacional, algo a estas alturas dudoso en nuestro país gobernado por “expertos” los últimos decenios), pero sería igualmente ilegítima por falta de participación.
Los sectores gobernantes durante nuestra historia han tenido temor del pueblo, temor de la soberanía popular y se la han jugado por la política del terror cada vez que el pueblo se ha levantado por las miserables condiciones de vida (véase Felipe Portales). Y las manifestaciones actuales, más que deberse a una modernización capitalista o a un deseo o pasión por un mayor consumo, se basan en que una mayoría de chilenos vive en condiciones indignas, con educación mediocre, mala salud, trabajo precario o pensiones miserables, dentro de un sistema próspero en los números y en el papel, próspero para la estadística, pero no para las grandes mayorías.
Por lo anterior, deseamos terminar esta columna intentando interpretar a la gran mayoría de chilenos que desea vivir en prosperidad, con participación en su destino y en paz. Pero esta interpretación no es enteramente discrecional, se basa en la lección de civilidad que los 33 mineros atrapados por 69 días le dieron a Chile en el 2010.
Se trataba de 32 mineros chilenos y uno boliviano. Dentro del grupo había algunos mineros que laboraban para una empresa subcontratista. Cabe recordar que estaban a más de 700 metros de profundidad y que esta delicada situación de precariedad se extendió por 69 días.
Muchos de nosotros quizás habríamos perdido el juicio en esas circunstancias. Pero los 33 mineros se organizaron, eligieron un líder por mayoría, resolvieron los conflictos y tensiones existentes, no discriminaron ni al minero boliviano ni a los subcontratistas, respetaron civilizadamente el orden para subir a la cápsula, en definitiva, fueron un ejemplo de civilidad y de unión frente a la adversidad.
Es decir, con chilenos como los mineros no debiéramos temer a una asamblea constituyente. El pueblo chileno está a la altura de las circunstancias. No cabe duda de que una Constitución democrática recogerá la mejor experiencia del derecho internacional en materia constitucional.
Ese es el espíritu que nos debe guiar a todos y todas las chilenas hoy, un espíritu que nos permita un Chile mejor, más civilizado, más fraterno, que aprenda de esos mineros y que esté a la altura de lo que puede llegar a ser un momento épico en nuestra historia: por primera vez una Constitución adoptada con la participación y el acuerdo mayoritario de todos.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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