Hoy se define qué rostro, ritmo y sello tendrá el gran galope del Bicentenario
17.01.2010
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17.01.2010
Ni en cien años más una mujer volverá a ser elegida presidenta. La crítica se proclamó en sectores de oposición, pero también se escuchó entre dirigentes de la Concertación a escasos meses de iniciado el gobierno de la primera mujer presidenta de Chile. Surgió con la primera explosión de ira en las calles que debió enfrentar Michelle Bachelet. La revolución de los pingüinos catapultó al primer lugar de la agenda la pauperización de la educación pública ejecutada en tiempos de Pinochet y que 16 años de gobiernos de la Concertación no habían sido capaces de revertir.
El apoyo obtenido por la exigencia estudiantil de hacerse cargo de la brecha entre educación pública y privada y el fin del lucro en el área, puso de relieve el fin de la paciencia de los estudiantes, que estrenaron nuevos y eficaces métodos de protesta pacífica, y también el peso de una nueva clase media emergente afectada en sus expectativas por esa inequidad.
Pese a ello, en el oficialismo no hubo señales de que se hubiera escuchado el mensaje y los cambios sociales que involucraba.
Bachelet no tuvo tregua. La acerada crítica se hizo más potente con los gruesos errores en la instalación del nuevo sistema de transporte público (Transantiago), los que prolongaron dramáticamente la ya agotadora movilización entre la casa y el trabajo de los sectores populares. El enojo que se diseminó por las calles parecía darles la razón.
La crítica oficialista respecto de Bachelet se mantuvo a pesar de que los pingüinos volvieron a clases mientras se discutía la mayor reforma y presupuesto para la educación de los últimos 30 años. En la calle, los modernos buses comenzaron lentamente a mejorar gracias, entre otros factores, al subsidio estatal inexistente en el plan original.
Y perduró a pesar de las múltiples señales del estrecho lazo que la Presidenta había ido tejiendo con la ciudadanía con su sello: la red de protección social. No se percataron de la desidia con que la ciudadanía seguía los avatares electorales. Tampoco midieron el impacto de la reforma a las pensiones promulgada por Bachelet a principios de 2008, al garantizarles por primera vez a miles de chilenos una pensión mínima mensual de US$ 150 (subió en 2009) que los integró al sistema. Y menos el reclamo que cundía en una clase media descontenta y que se sintió abandonada.
En diciembre de 2008, a un año de la elección presidencial, al mismo tiempo que la coalición de derecha proclamaba a Sebastián Piñera como su candidato único, superando su antropofagia histórica, nadie en el oficialismo celebró el 56% de respaldo que obtuvo Bachelet en las encuestas.
El acuerdo presidencial de la derecha se selló dos meses después de que su coalición obtuviera éxito en las elecciones municipales en las que la ciudadanía de las principales ciudades castigó a la Concertación. La crisis del oficialismo se hizo evidente cuando dividió sus fuerzas en dos listas, dos bloques: PPD y radicales versus Democracia Cristiana y Partido Socialista.
Bachelet apeló a su liderazgo presidencial e intentó hacerlos desistir. Fue acusada de haber “transformado un hecho pedestre en un terremoto”. Pero ya el propio senador Guido Girardi (PPD) había sentenciado el futuro de la Concertación: “Guste o no la Concertación se agotó. Fue exitosa pero cerró una etapa. Hay que inventar un nuevo proyecto”. (El Mercurio8.06.2008).
Cuando se escriba la historia de en qué momento se selló el destino de la Concertación, habrá quienes recordaran ese día en que quedó expuesto sin maquillaje el divorcio entre los partidos de la coalición y Bachelet, y la batalla por quién lideraba el descontento.
En octubre de 2008, el resultado de las municipales dejó por primera vez a la derecha en óptima posición para desplegar un trabajo territorial favorable a su estrategia presidencial. Y no perdieron minuto. Piñera fue proclamado en un acuerdo inédito y sin estridencia. Primó la cautela.
Con Piñera corriendo solo la carrera hacia La Moneda, los partidos de la Concertación tampoco asumieron la urgencia por ordenar filas y recuperar sintonía con la calle. En medio de la dispersión, primó la confianza de que una vez más la ciudadanía elegiría al hombre –porque esta vez no sería una mujer– que los partidos de la Concertación decidieran.
Hubo sí voces de alerta. René Jofré, dirigente y experto electoral del PPD, afirmó: “Obtuvimos el peor resultado desde 1992”. Y concluyó que en relación al número de candidatos a concejales y alcaldes, la Concertación obtuvo un rendimiento del 25,9% versus un 40,6% de la alianza. Por primera vez la contradicción entre el Si y el No del plebiscito se batía en retirada.
En la Concertación no hubo cambios. Pero sí asombro ante el nuevo e incombustible apoyo que recibía Bachelet al pasar del 40% de respaldo en junio de 2008, al 56% unos meses más tarde. En un clima de disputas e indisciplina, el ex presidente Ricardo Lagos anunció que no sería candidato presidencial. La disputa se encendió. La Democracia Cristiana ya había marginado a Soledad Alvear de la carrera y la disyuntiva Eduardo Frei¬-José Miguel Insulza se instalaba. Por el costado ingresaba el presidente del Partido Radical, José Antonio Gómez y otros dirigentes socialistas.
Los primeros días de enero de 2009, el gobierno envió un proyecto de ley destinado a incentivar el voto de 3,8 millones de chilenos con la inscripción electoral automática y el voto voluntario. Para que entrara en vigencia en la elección presidencial de diciembre había que trabajar contra el tiempo.
Un nuevo hito selló lo que venía. Al rechazo de la UDI se sumó la división en las bancadas del oficialismo. Y quedó claro ante la opinión pública que el temor de muchos parlamentarios a perder sus sillones sepultó la urgencia por legitimar la democracia con más participación. La Moneda debió retirar el proyecto.
Así, el próximo Presidente podría ser electo con aproximadamente el 30% de apoyo de los electores con derecho a voto. Las cifras son claras: 12,1 millones de chilenos deberían votar en esta elección, pero solo están inscritos 8 millones 285 mil 186. Sólo un 20% más que los inscritos en el plebiscito de 1988. El 55,48% de los inscritos tiene entre 40 y 49 años. Hace 20 años tenían entre 20 y 29 años y representaban el 61% del padrón electoral.
Sólo el 9,2% (762 mil jóvenes) de los votantes tiene entre 18 y 30 años. Hace 20 años, ese segmento representaba el 36% del padrón electoral. Lo anterior no sólo es un problema de legitimidad de la democracia. Que más de tres millones de chilenos se marginen de las elecciones porque simplemente no desean inscribirse encierra posiblemente las claves que llevaron a la Concertación a su defunción.
Porque son precisamente los no inscritos los hijos del cambio conducido por la Concertación y que le cambió el rostro a Chile. Los mismos que hoy conforman mayoritariamente la nueva clase media que tanto la derecha como el oficialismo han salido a capturar en los últimos meses.
Lo ocurrido con la inscripción automática más la proclamación de Eduardo Frei como candidato presidencial para suceder a Bachelet sin real elección primaria, fue la señal de que una enfermedad terminal afectaba a la Concertación. Faltaba aún un hecho para sellar su defunción: la dispersión presidencial.
El efecto de la designación de Frei fue inmediato: la agudización de la disputa por el liderazgo del descontento con la fuga de varios líderes socialistas que instalaron su tienda presidencial por fuera. Entre ellos, Alejandro Navarro, Jorge Arrate y Marco Enríquez Ominami.
Tarde se percató el oficialismo de que aferrarse a Bachelet rendía frutos. Con el 81% de respaldo ciudadano, la presidenta mira hoy los despojos de la Concertación. En la antesala del precipicio y del cambio de ciclo, algunos se ven obligados a mirar hacia atrás.
Ya nadie recuerda que entre 1989 y 2010, Chile más que triplicó su PIB por habitante: de US$ 4 mil a más de US$ 14 mil (Fuente: FMI), mientras que la inflación cayó de 25% a cifras en torno al 4%.
Y el mayor logro del oficialismo, la caída en los niveles de pobreza (de más de 40% a 13,7%), se convierte hoy en un boomerang. No sólo porque la brecha en la redistribución del ingreso sigue siendo la gran deuda pendiente. Lo cierto es que los millones que salieron de la pobreza son la nueva clase media la que, según un estudio Icomm Investigación de Mercado, conforman la mayoría de la sociedad chilena con un 56% (El Mercurio, 20.09.2009), que mayoritariamente no reconoce a los padres de su cambio, el que atribuye a su propio esfuerzo y busca el ascenso social.
Ese 1,5 millón de familias, que ganan entre $400 mil (US$800) y $1,2 millón (US$ 2,400), viven en casa propia con o sin crédito hipotecario, tienen auto, educan a sus hijos en colegios pagados o subvencionados . Les gusta ir al mall donde se concentran sus deudas, es heterogénea y radicalmente distinta a la antigua clase media de este país.
Un cambio que se manifestó en forma nítida en el ingreso a la universidad de este año: El 44% de los 67 mil jóvenes seleccionados proviene de hogares con ingreso inferior a $288.000 (US$ 576). Los ingresos de los hogares de otro 16% fluctúan entre $288.000 y $432.000.
La transformación que ha experimentado la sociedad chilena en todos los planos la grafica el columnista y rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña: “Siete de cada diez alumnos universitarios son hijos de padres que nunca alcanzaron ese nivel educacional; la vivienda propia, antes una quimera, hoy día es una realidad para el 75% de los chilenos; el automóvil se ha masificado y los medios de comunicación se han expandido como nunca antes; los malls proliferan y el consumo de bienes materiales y simbólicos, se hincha”.
Sobre sus comportamientos, Peña afirma: “Según lo muestran otras encuestas que han intentado describir el perfil de los votantes, son personas liberales en los temas valóricos: apoyan la distribución de la píldora, admiten la despenalización de ciertas formas de aborto, la homosexualidad no les parece vergonzante, no creen que la admisión del divorcio refleje una crisis moral. Son profesionales jóvenes, con poca aversión al riesgo, confiados en sí mismos. Son, en una palabra, los hijos de la modernización de estos años”.
Y concluye: “Nunca la biografía personal de tantos hombres y mujeres fue capaz de recoger en el curso de su propia vida cambios tan bruscos y radicales en sus condiciones materiales de vida”.
Interesante resulta auscultar los resultados de la primera vuelta presidencial en dos comunas donde se concentra esa nueva clase media: Maipú y La Florida: Piñera obtuvo 123.150 votos, Frei totalizó 82.593 y MEO 73.698.
Otros estudios de la derecha, cuya fuente son los comportamientos de esos chilenos en supermercados y multitiendas, indican que el éxito económico de Sebastián Piñera lejos de incentivar su desconfianza, los motiva. De allí que no sería extraño que hayan recibido favorablemente en estos días la noticia de que Axxion, la sociedad inversora del candidato, ganó US$ 166.000 en la Bolsa en la última semana y que las acciones de Lan experimentaron un alza de 59,28% durante 2009.
El empresario de 60 años representa como pocos el éxito económico. Y si a eso se le suma el triunfo político, su liderazgo en ese sector liberal podría crecer. Pero lo que nadie en el oficialismo puede negar es que le dieron todas las facilidades para que se instalara.
Chile cierra hoy un ciclo de 20 años y se enfrenta -sea quien sea el que llegue a La Moneda- al inicio desafiante de una nueva etapa. Si el que triunfa es Frei, deberá sin tregua ni respiro refundar alianza y proyecto y enfrentar la demanda por cambios estructurales en salud, educación y leyes laborales que hoy castigan la vida cotidiana de los chilenos.
Si es Piñera, deberá asumir las mismas exigencias ciudadanas y la contradicción de haber aceptado iniciar una reforma tributaria y el apoyo de Paul Fontaine, ex jefe económico de la campaña de Enríquez Ominami. “Me alegro que la Papelera (CMPC) haya invertido US$ 1.430 millones en Brasil, país que tiene una tasa de impuesto a las empresas de 34%. La inversión, al parecer, es excelente ya que el precio de su acción subió 9%. Eso demuestra que las grandes empresas no requieren una tasa de 17% para invertir, validando la propuesta de MEO de elevar la tasa a las grandes empresas en Chile de 17% a 30%”, escribió recientemente Fontaine en carta a El Mercurio.
Con su ritmo vertiginoso, el candidato accionista del club Colo-Colo deberá demostrar que su éxito en los negocios no significa promiscuidad con los empresarios y menos el poder total del siglo XXI al unir dinero, negocios, medios de comunicación, fútbol y política. Su desafío será probar que su experiencia es la mejor arma para realizar los cambios con una nueva derecha que desista de ser guardiana de la moral y de su anclaje en el pinochetismo. Si de verdad no quiere ser un paréntesis de la Concertación, lo que sería un fracaso para su sector, la refundación viene.
En la puerta de la urna, con los dientes apretados, la derecha y el oficialismo escudriñan frustraciones, sueños y, sobre todo, las razones de la ira de esa clase media y de los casi 300 mil chilenos que votaron nulo o blanco en la primera vuelta y que, en esta última hora decidirán qué rostro, ritmo y sello tendrá el gran galope del Bicentenario.