Invictus: La historia del libro sobre Nelson Mandela que Morgan Freeman llevó al cine
21.12.2009
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21.12.2009
“Invictus”. Así es el título de la película dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman que se acaba de estrenar en Estados Unidos y que, seguramente, dará la vuelta al mundo y acariciará los Oscar. Siguiendo la buena estrella de las casualidades que han rodeado esta historia, compartí un viaje con John Carlin, el autor del libro en el que se ha basado la película de Freeman.
Carlin, de origen inglés, es un reputado periodista que vivió en Nicaragua como corresponsal durante la guerra. Estuvo casado con la también periodista y escritora María Lourdes Pallais, sobrina de Somoza pero simpatizante sandinista en aquellos años. Después, se trasladó a Sudáfrica, donde conoció a Mandela cuando ya era presidente. Ahora vive en España y trabaja como periodista para El País, y es colaborador de otros medios en inglés y en español. Además de la política y los temas sociales, su pasión por el deporte le ha llevado a ser en los últimos años un columnista de fútbol muy apreciado.
John mira con los ojos grandes, como asustado, cuando le pido que nos cuente cómo surgió la idea de escribir esta historia. El susto, imagino, no es por la pregunta tradicional y manida para el autor de cualquier libro, sino porque estará vislumbrando la cantidad de ocasiones en que tendrá que contestar la misma pregunta durante el año 2010. Nosotros aún hemos llegado a tiempo antes de que reproduzca una respuesta hecha. Contesta sin rodeos. Serio e irónico como un inglés; jovial e irascible como un latino.
JC: “Yo fui corresponsal en Sudáfrica para The Independent, de Londres, entre los años 89 y 95, lo cual fue una suerte enorme porque se trató probablemente de los años más interesantes de la historia de Sudáfrica, que ya de por sí tiene mucha historia. Fue la transición de la tiranía racial del apartheid a la democracia.
Mandela me habló del apartheid como de un “genocidio moral”. Incluso en los cuatro años que siguieron a su fin, la violencia no cesó del todo, porque hubo intentos desesperados de algunos elementos que defendían el apartheid. Cada día oscilabas entre la esperanza y la desesperación. No sabías cómo iba a terminar todo, pero afortunadamente tuvo un final feliz.”
SM:¿Gracias a Mandela?
JC: Hubo muchos elementos, pero fundamentalmente fue gracias a Mandela. Yo tuve la fortuna y el enorme privilegio de conocerlo personalmente y de observar su gestión política. Siempre había tenido la idea de escribir un libro sobre esta experiencia, pero a medida que pasaban los años aparecían más y más obras sobre el tema, incluyendo la autobiografía del propio Mandela. Entonces me preguntaba qué podía aportar yo de nuevo. Y un día se me ocurrió la idea de un libro cuya trama narrativa concluyese en el día más feliz políticamente de Mandela: la final de rugby que se jugó en Sudáfrica en el 95, que más que un acontecimiento deportivo, fue un momento político decisivo en la historia de ese país.
SM:¿El propósito era contar una historia feliz?
JC: No. Transmitir la esencia del genio político de Mandela. Él fue a la política como Mozart a la música o Einstein a la ciencia. Me parecía que debía ayudar a dejar el recuerdo de ese momento ejemplar no sólo para Sudáfrica sino para todos los países.
SM: La propia transición que tú viviste fue interesante. Llegaste a Sudáfrica procedente del final de la revolución de Nicaragua: del final de un sueño, al principio de otro, ¿no?
JC: Sí. A pesar de las diferencias culturales entre Nicaragua y Sudáfrica, hay un denominador común en todo lo que hacen los seres humanos dondequiera que se encuentren. Lo que suele ocurrir tras una revolución es que los que triunfan no piensan demasiado en qué hacer para estabilizar el país de modo que se evite una contrarrevolución. El momento de júbilo les envuelve. Es un poco lo que pasó con los sandinistas en Nicaragua.
Si Mandela, al salir de la cárcel, hubiera llegado con un ánimo de revancha, las consecuencias habrían sido espantosas. Tal era su autoridad que si hubiera incitado a matar a los blancos, ese mismo día se hubiera producido una masacre. Sin embargo apagó ese ánimo tan humano de venganza y optó por la reconstrucción y la revolución negociada. Pensó que todo por lo que habían luchado no serviría para nada si no lograban una reconciliación con sus enemigos acérrimos. Esto fue una lección de generosidad y de pragmatismo que tiene un valor para todo el mundo.
SM: Una crítica: por más que busqué en tu libro, no encontré ni un solo error, ni una sola debilidad. Mandela parece siempre un santo. ¿No te parece que la persona que describes es poco humana?
JC: Soy consciente de que el libro corre el riesgo de que lo señalen como una hagiografía. Probablemente hubiera tenido más impacto si hubiera ahondado en las debilidades de Mandela. Pero el problema es que, en el contexto en el que conocí a Mandela, me cuesta muchísimo encontrar esas debilidades porque no sólo se trata de mi punto de vista. Yo no pongo la primera persona en ningún momento. Sólo cuento lo que la gente me contó a mí. Entonces, a lo que voy (y enfatiza contando con los dedos): si el último ministro de justicia del apartheid; si el último jefe de inteligencia del apartheid; si el último general de ultraderecha que planeaba ir a la guerra para defender el apartheid; si todos ellos y muchísimos más veneran a Mandela, y no encuentran ningún fallo, y coinciden que es el hombre más grande que han conocido en sus vidas, quién soy yo para decir que todos ellos se equivocan.
Ejerciendo la presidencia, pudo tener fallos como administrador. Quizá pudo haber hecho más para combatir muchos problemas, pero mi libro se frena poco después de que Mandela llega al poder. Ese tema es para otro libro. En cualquier caso, la misión de Mandela fue la liberación de un país y la creación de unas bases para una democracia duradera.
SM: Final del 95. Sudáfrica vs Nueva Zelanda ¿Estuviste en el estadio el día del partido de rugby en el que se centra tu libro?
JC: No. Y lo lamenté muchísimo con otro de los grandes personajes de la historia de Sudáfrica que tampoco estuvo: el obispo Desmond Tutu. Ambos estábamos en Estados Unidos. Él lo vio en un pub irlandés de San Francisco, y yo en uno de Boston. Pero los dos, y lo hemos hablado después, hubiéramos deseado estar allí. Éramos conscientes de que estábamos presenciando un acontecimiento político de gran envergadura. En mis veintisiete años de periodismo, ése fue el momento político más feliz que he presenciado en mi vida.
SM: ¿Cómo llega la historia a Hollywood?
JC: Yo le mandé una sinopsis del libro a mi agente en Nueva York. La editorial Penguin lo compró y me puse a escribirlo. Mi agente envió la sinopsis (unas doce páginas) a Hollywood, y descubrí, cuatro meses después, en un encuentro de pura casualidad con Morgan Freeman en un pueblito de Missisipi, que el actor quería hacer el papel de Mandela desde hacía muchos años. Conocía a Mandela y a Sudáfrica bien. Había comprado antes la autobiografía de Mandela e intentó con la ayuda de varios guionistas adaptarla al cine, pero no lo consiguió. Se sentía frustrado hasta que se topó con la sinopsis que yo había escrito y pensó que era su momento para llevarla al cine. Nos encontramos en ese lugar perdido en junio de 2006. Comenzamos a hablar y, en menos de tres años, se había acabado una película con Clint Eastwood como director, y Morgan Freeman y Matt Damon como actores principales.
SM: ¡Guau!
JC: Sí. El marketing de la película ayudará mucho al libro, seamos honestos (sonríe). Pero también hará que mucha gente conozca esta historia maravillosa que ayuda a pensar en un mundo menos malo.
SM: Presenciaste el rodaje. Una experiencia estar sentado detrás de Clint Eastwood.
JC: Lo que primero te asombra es la enorme logística que entraña una película de este alcance. Y en medio de la enormidad de esa superproducción, era magnífico presenciar a Clint Eastwood, de casi ochenta años, en el centro de todo, dirigiendo con calma, serenidad, buen humor, cortesía; combinando la eficacia con la elegancia; dándose bromas con su amigo Morgan Freeman. La película terminó una semana antes de lo previsto.
SM: ¿Has pensado en los Oscars?
JC: Bueno, yo sólo escribí el libro. No puedo ganar el Oscar. Pero a la película le deseo lo mejor. Supongo que será una de las candidatas. Y si lo gana, más gente irá a verla.
SM: ¿Alguna vez harás algún libro de tu experiencia en Nicaragua?
JC: No lo descarto. Pero no lo he pensado todavía, porque hay tanto que viví allí… Para un libro tienes que tener un entusiasmo enorme, casi explotando de ganas de hacerlo. Tengo que estar convencido con todo mi ser que debo descargar la historia. Todavía no he llegado a ese momento, pero guardo montones de libretitas con las notas de esa época. Un día, cuando lo revise, igual me sale un libro.
SM: ¿Alguna casualidad feliz más que quieras resaltar?
JC: Pues sí. Recordar que Mandela llegó a la cúspide de su carrera después de los setenta años, y que casualmente Morgan Freeman y Clint Eastwood han participado en esta maravillosa película, también, después de los setenta años. Eso nos da esperanza a todos.
SM: Y antes de que te vayas, terminemos como empezamos. Con una de esas grandes preguntas repetidas ¿Cuál fue para ti la gran lección de Mandela y Sudáfrica?
JC: Para mí, la capacidad y la sabiduría del ser humano de que, en un momento dado, se puede cambiar sencillamente de opinión, y optar por otros métodos de diálogo y conciliación. Es una de las cosas que más nos cuesta: tener la humildad y la valentía de cambiar de opinión. Eso es lo que hizo el pueblo sudafricano.
El libro original del libro de John Carlin sobre el papel de Nelson Mandela en la final de rugby de Sudáfrica en 1995 y su habilidad política para la reconciliación en Sudáfrica fue editado originalmente en inglés por la editorial Penguin en 2009 con el título “Playing the Enemy”, y en español por Seix Barral, con el título “El Factor Humano”. A raíz de su adaptación cinematográfica, el libro se reeditará con el título de “Invictus”, tomado de un poema inglés del siglo XIX, del autor William Ernest Henley, que Mandela solía recordar cuando estaba en la cárcel:
Invictus
Lejos de la noche que me envuelve
como un pozo, negra de polo a polo,
agradezco al dios que haya
por mi espíritu inconquistable.
Atrapado entre las garras de esta circunstancia
No hice un gesto de dolor ni lloré en voz alta
Ante las puñaladas que me deparó el azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Mas allá de este lugar de ira y lágrimas
no se avecina más que el horror de la sombra,
Pero la amenaza de los años por pasar
me encuentran y me encontrarán sin miedo
Ya no importa cuán estrecha sea la puerta
ni cuantos castigos acumule.
Yo soy el señor de mi destino
Yo soy el capitán de mi alma
(original)
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeoning of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
William Ernst Henley (1849-1903)
*Esta entrevista fue publicada por la revista electrónica Carátula, de Nicaragua, dirigida por Sergio Ramírez. CIPER tiene los derechos exclusivos para Chile.