ENTREVISTA
Por qué los pobres se achican y la elite no: tres siglos de variación en la estatura de los chilenos
06.05.2019
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ENTREVISTA
06.05.2019
La estatura de los ciudadanos de cada país no es un indicador cualquiera. Aumenta cuando hay comida suficiente y un medioambiente sano. Y cuando no, las generaciones se achican. Un equipo liderado por el historiador Manuel Llorca mapeó por primera vez la estatura de los chilenos desde la colonia hasta hoy. Encontró sorpresas: épocas en que el PIB crece y la población se encoge; fuerte rezago en la estatura de las mujeres, tal vez por la costumbre machista de servirle al hombre el plato grande; y una clara correlación entre generaciones más bajas y periodos de graves padecimientos para las mayorías. También documenta que la elite nunca encoge. Pero, si lo piensa bien, eso no sorprende.
A fines del siglo XIX a elite empezó a notar que “el roto” estaba cada vez más chico. En el artículo “Los rasgos físicos de los chilenos”, el historiador Jorge Rojas Flores recogió un testimonio, fechado en 1895:
“Este pueblo hoy no es el de antes: el alcohol y la mala habitación lo han debilitado. Ya no se encuentran esos verdaderos rotos chilenos, llenos de vida, de anchos pechos y gruesos lagartos. Ahora se ven semblantes pálidos y enfermizos, manifestación extrema de una debilidad general de nuestra raza”.
La percepción era correcta. Estudios recientes que comparan la estatura de los soldados desde la colonia hasta nuestros días, muestran que a fines del XIX el chileno se estaba achicando. Mientras en el periodo de la Independencia el promedio estaba en 1,70, para fines de ese primer siglo en libertad cayó a 1,65.
Los datos provienen de una serie de investigaciones llevadas adelante por el historiador económico Manuel Llorca-Jaña (director del Departamento de Economía y del Magíster Historia Económica de la Universidad de Santiago) y un equipo integrado por Juan Navarrete-Montalvo y Roberto Araya, entre otros (ver recuadro).
En estas investigaciones no solo se constata el empequeñecimiento de la población en el siglo XIX. Se evidencia algo que resulta aún más intrigante, sobre todo para chilenos acostumbrados a oír que la meta nacional debe ser tener el Producto Interno (PIB) de Portugal.
La infinidad de temas que emergen a partir de examinar la estatura, llevan a valorar una convicción que inspira a este equipo: si lo que interesa es conocer el bienestar de las mayorías, el PIB simplemente no sirve. Un PIB alto como el que obsesiona a los economistas, puede estar concentrado en pocas manos y reflejar muy poco de la vida real.
Lo extraño es esto: los chilenos se achicaron mientras el PIB crecía producto del boom del salitre.
¿Cómo se explica esta paradoja?
Para entenderlo hay que comprender primero que la estatura no es un indicador cualquiera. Solo se crece cuando hay comida suficiente y un medio ambiente sano. Si falta alimento en momentos claves del desarrollo, se alcanza poca altura. Si se vive en medioambientes contaminados, lo mismo. En zonas azotadas por epidemias, dice Llorca, la estatura se resiente pues “el cuerpo gasta las proteínas y carbohidratos disponibles en protegerse: pelea para sobrevivir”. Así como los anillos de los troncos registran las condiciones medioambientales que un árbol debió enfrentar, el registro de la estatura de los chilenos indica el bienestar biológico que tuvieron para desarrollarse. Épocas en que la estatura del promedio sube, son buenas para la mayoría. Generaciones pequeñas, dan cuenta de innumerables sufrimientos y privaciones.
Las investigaciones del equipo que lidera Llorca son el primer análisis de la estatura de los hombres adultos desde la colonia hasta nuestros días. Gracias a ese trabajo se pueden identificar con mucha precisión en qué periodos prosperó la mayoría, pues a través de los cambios en la altura, es posible estimar cambios en la cantidad de alimentos, en el ingreso de las familias y en muchas variables claves más.
El equipo de Llorca ha probado la existencia de correlaciones entre estatura y esperanza de vida (es decir, en épocas en que se vive más, las personas son más altas); y también entre altura y nivel educacional, pues “la estatura de una persona se determina fundamentalmente entre los 0 y los 3 años, después un poco en la infancia y luego entre los 10 y los 14. Y esos periodos también son fundamentales para el desarrollo del cerebro y de la capacidad de razonamiento”.
En un paper que aún no publican –y donde el equipo trabajó con los datos de 44 mil marinos chilenos, entre 1897 y 1944- encontraron evidencia convincente de que hay una correlación entre altura y alfabetismo. Quienes sabían leer y escribir, medían en promedio medio centímetro más que aquellos que no. Los autores estiman que los marinos que tenían una mejor educación, habían recibido también más nutrientes en su infancia.
En una investigación que está en curso, y que usa datos de presos de la Cárcel Pública, emerge la correlación entre estatura y el haber sido criado por una madre sola. Los criados por parejas miden dos centímetros más, lo que probablemente da cuenta de las dificultades de las madres jefas de hogar para proveer alimentación y salud adecuadas.
Respecto del paradojal empequeñecimiento de los chilenos durante el crecimiento económico de fines del siglo XIX, el historiador dijo a CIPER que en la Independencia éramos más altos porque una población reducida ocupaba las tierras más fértiles, en las que era posible obtener más alimento con menos esfuerzo físico. Hacia 1840 eso cambió radicalmente, pues el aumento de la población “trajo una fiera competencia por alimento”.
-Hay estimaciones que indican que a fines de la colonia el consumo de carne por persona era de 70 kilos al año. Y a fines del siglo XIX llegamos a 30 kilos o menos- dijo el historiador a CIPER. Agrega que el fuerte aumento de los precios no se compensó con mejores salarios y llevó a las familias de sectores medios y bajos a cambiar carne por cereal y por pan.
La calidad de vida también empeoró porque al vivir en centros urbanos sobrepoblados y sin agua potable ni servicios sanitarios básicos, se sucedieron las pestes, principalmente cólera, tifus y tuberculosis. La estatura del chileno se resintió tratando de defenderse.
La exitosa industria del salitre que elevó el PIB de Chile en esos años no compensó los shocks que vivió la población, probablemente porque la riqueza se concentró en muy pocas manos.
Los datos de Llorca muestran que a partir de 1840 pasaron 100 años en donde la mayoría de la población fue golpeada por las pestes, la mala alimentación y el trabajo sin descanso. Un siglo en que las familias vieron a sus hijos nutrir las altas tasas de mortalidad infantil o crecer esmirriados y débiles.
Esos años están marcados por la abundante riqueza del salitre. Y también por la vida plácida a la que accedió la elite, en lo que se ha denominado la “belle époque”. Como el lector intuye, el empequeñecimiento de la población no la afectó.
En el paper donde el equipo de Llorca encontró una correlación entre altura y alfabetismo en los marinos chilenos, también halló correlaciones de estatura con clase social: los marinos que en sus fichas aparecen identificados como “de piel blanca” (1,64) tenían un centímetro más que los “morenos” y cuatro centímetros más que los identificados como de “piel negra” (1,60).
Si se considera que nos ha tomado más de medio siglo subir cinco centímetros (con años en que hemos gozado de un crecimiento del PIB del 10%) se entiende por qué es más importante ponerle atención al salario de los trabajadores no calificados y dejar un poco de lado el PIB.
Lo mismo ocurre en los reportes del color de ojos. Aquellos marinos que aparecen en sus fichas con color negro o café medían entre uno y tres centímetros menos que los de ojos verdes, azules o grises.
Una investigación de 2015 de Javier Núñez y Graciela Pérez (Trends in physical stature across socioeconomic groups of Chilean boys, 1880–1997) argumenta en la misma línea. Tras analizar 38 estudios sobre la estatura de niños y adolescentes urbanos de entre 5 y 18 años de edad, los autores documentan una fuerte diferencia de estatura entre niños pobres y ricos, lo que atribuyen a “las extensas y persistentes desigualdades en las condiciones de vida en ese periodo”.
La mayor diferencia la detectan en 1940, cuando los niños de estrato alto llegan a medir entre 9 y 11 centímetros más que los de estrato bajo. Desde entonces la distancia empezó a reducirse. Sin embargo, al llegar los años 90 la distancia seguía siendo importante: cinco centímetros.
Núñez y Pérez argumentan que, dado que la reducción de la diferencia de estatura ocurrió en un período de moderado crecimiento económico y alta desigualdad, podía estar asociada a la expansión de políticas sociales desde 1940 en adelante.
Es importante notar que la estatura que alcanza el promedio de la población no se ve afectada por las características genéticas de los individuos. A nivel personal, argumenta Llorca, la altura que uno alcanza está determinada por el tamaño de los padres. Pero a nivel país esas condicionantes desaparecen. Japón, Chile y Holanda pueden llegar a las mismas estaturas promedio.
-Los holandeses, por ejemplo, eran del mismo tamaño que los chilenos a fines del siglo XIX. Hoy son los más altos del mundo con un promedio de 1,83. A nivel agregado la cuestión genética no tiene importancia- argumenta el historiador. Son las condicionantes que encuentran las poblaciones, las que modelan esas posibilidades.
Eso explica que, después de pasar 100 años de insuficiente bienestar biológico, a partir de la década de 1940-50, los chilenos empezaran a crecer de nuevo. Ni éramos genéticamente chicos ni las hambrunas cambiaron nuestro patrimonio genético: solo faltaban las condiciones adecuadas y las encontramos en el periodo desarrollista. Crecimos con los gobiernos radicales y lo seguimos haciendo con Jorge Alessandri y Eduardo Frei. También durante Salvador Allende y en los primeros años de la dictadura de Pinochet.
El estancamiento vino en la década del 80 con la feroz crisis financiera a la cual los nombres de Manuel Cruzatt y Javier Vial han quedado atados. Desempleo de 23%; miles de familias viviendo de empleos precarios. La carestía fue una experiencia masiva, como lo retrata la novela Allegados de Ernesto Garratt. La estatura se estancó otra vez.
La década de los 90 volvió a traer crecimiento de la estatura y, desde entonces, no hemos parado. Pero este estirón tiene dos características problemáticas. Primero, que es menor al que han vivido los países desarrollados. Desde que retomamos el crecimiento en la década del 40-50 nuestro estirón ha sido más bien tímido.
-A nivel mundial, cuando más crecieron las personas fue en la segunda mitad del siglo XX: entre 10 y 12 centímetros. Chile también lo hizo, pero entre cinco y seis centímetros. Si uno mira los países líderes en estatura, encuentra mejor distribución de ingreso, buen nivel educacional, buen sistema de salud, buena alimentación para todos y descanso.
El segundo defecto de nuestro estirón es que las mujeres chilenas han crecido menos y no han reducido la brecha con los hombres, que hoy es de 10 centímetros. Llorca solo tiene datos de la historia de la estatura de las mujeres respecto del siglo XX, y estos indican que hasta la década de 1960 midieron un poco menos de 1,60. Entonces empezaron a crecer lentamente y hoy están en 1,62.
¿Por qué crecieron menos que los hombres? Una posibilidad es que la mayor cantidad de alimento disponible desde los años 60 no se haya distribuido equitativamente en el hogar. Es decir, que la cultura machista de servir el plato más grande al hombre (justificada en que éste hacía el esfuerzo físico) haya redundado en el actual rezago.
La infinidad de temas potentes que emergen a partir de examinar la estatura, llevan a valorar una convicción que inspira a este equipo: si lo que interesa es conocer el bienestar de las mayorías, el PIB simplemente no sirve. Un PIB alto como el que obsesiona a los economistas, puede estar concentrado en pocas manos y reflejar muy poco de la vida real, “que es lo que pasa en Chile” dice Llorca.
El historiador propone mirar en cambio una variedad de indicadores, entre ellos el salario real de los trabajadores no calificados, que son la mayoría de los chilenos. Sus investigaciones muestran que ese indicador sí se correlaciona con la estatura, pues refleja cuántos alimentos puede comprar el grueso de la población y qué condiciones de vida puede proveerse. En un paper que examina el periodo colonial (ver recuadro) Llorca documentó, por ejemplo, que una brusca caída en esos salarios entre 1780 y 1800, hizo que los soldados bajaran su estatura en dos centímetros. Si se considera que nos ha tomado más de medio siglo subir cinco centímetros (con años en que hemos gozado de un crecimiento del PIB del 10%) se entiende por qué es más importante ponerle atención al salario de los trabajadores no calificados y dejar un poco de lado el PIB.
El equipo que lidera Manuel Llorca-Jaña está integrado por Juan Navarrete-Montalvo y Roberto Araya. También han colaborado Federico Droller, Martina Allende, Damian Clarke y Javier Rivas. Este equipo ha sido financiado a través de un proyecto Fondecyt regular y de un proyecto Anillo de Conicyt.
Los papers que han publicado hasta la fecha son:
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