El estigma del fracaso, la principal barrera para el desarrollo en Chile
30.04.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
30.04.2025
En el marco del Día Nacional del Emprendimiento, el autor de esta columna analiza la manera en que se recibe el fracaso en otros países, valorándolo como parte del aprendizaje, no como en Chile, donde este se castiga. Sostiene que “enseñar a los niños y niñas que equivocarse no es sinónimo de incapacidad, sino una oportunidad para mejorar, es una inversión cultural a largo plazo”.
Imagen de portada: Lukas Solís / Agencia Uno
Cuando Manuel Pellegrini comenzó su carrera como entrenador en nuestro país, pocos apostaban por él tras su salida poco decorosa de Universidad de Chile en los años noventa, tras llevarlos al único descenso a la Primera B en su historia. En su país, ese traspié fue suficiente para poner en duda su futuro como técnico. Sin embargo, en Europa, donde la cultura deportiva valora el proceso por sobre el resultado inmediato, Pellegrini encontró el espacio para reinventarse, aprender y triunfar. Años más tarde, levantaría títulos en España e Inglaterra, convirtiéndose en uno de los técnicos más respetados del continente. Su historia es un reflejo claro: en Chile, el fracaso se castiga; en otros lugares, se capitaliza.
En el mundo del emprendimiento, ocurre exactamente lo mismo.
En Chile, el fracaso no se percibe como una etapa natural del proceso emprendedor, sino como una marca indeleble que desalienta futuros intentos. Esta percepción cultural, sumada a desafíos estructurales, convierte al fracaso en un obstáculo significativo para quienes desean iniciar un negocio. Según datos recientes, el 40% de las pequeñas y medianas empresas (pymes) en Chile no sobreviven más allá de su tercer año de operación. Las causas principales incluyen una planificación financiera deficiente, mal manejo del flujo de caja y endeudamiento excesivo basado en expectativas de crecimiento poco realistas.
Además.
Estas cifras reflejan un ecosistema donde emprender es más una necesidad que una oportunidad, y donde el fracaso puede tener consecuencias económicas devastadoras.
Culturalmente, Chile tiene una fuerte orientación al éxito visible, a la validación social y al miedo a «hacer el ridículo». En el ámbito profesional, fracasar suele interpretarse como una falta de capacidad, más que como una experiencia de aprendizaje. Este juicio social se traslada al mundo del emprendimiento, donde quienes cierran una empresa rara vez encuentran apoyo o una segunda oportunidad, y muchas veces son vistos como poco confiables por potenciales inversores, bancos o incluso futuros clientes.
El sistema financiero tampoco ayuda: no existen mecanismos masivos de “segunda oportunidad” para emprendedores fallidos, como ocurre en otros países. Por el contrario, la carga financiera del fracaso suele ser personal y duradera: deudas que afectan el historial crediticio y dificultad para acceder a nuevos fondos. Mientras que, en Estados Unidos, el Capítulo 11 de la Ley de Quiebras permite a las empresas reorganizarse y continuar operando mientras reestructuran sus deudas. Este enfoque facilita que los emprendedores aprendan de sus errores y vuelvan a intentarlo sin el estigma del fracaso.
En Silicon Valley el mantra «fail fast, fail often» («fracasa rápido, fracasa seguido») refleja una cultura que ve el fracaso como parte integral del proceso de innovación. Aunque se estima que hasta el 90% de los startups en Silicon Valley fracasan, este entorno celebra el aprendizaje derivado de los errores. Eventos como FailCon, una conferencia dedicada a compartir fracasos empresariales, promueven la idea de que cada error es una oportunidad para mejorar y crecer. Esta mentalidad ha contribuido a que Silicon Valley sea un epicentro de innovación tecnológica, donde el fracaso no es un estigma, sino una experiencia valiosa que fortalece al emprendedor para futuros intentos.
En Europa, en cambio, la percepción del fracaso varía significativamente entre países. En general, existe una menor tolerancia al fracaso empresarial, lo que puede desalentar la iniciativa emprendedora. Por ejemplo, en países como Alemania y Francia, el miedo al fracaso es un factor importante que inhibe a potenciales emprendedores. Sin embargo, algunos países están trabajando activamente para cambiar esta mentalidad. Finlandia, por ejemplo, celebra anualmente el «Día del Fracaso» el 13 de octubre, una iniciativa que busca la desestigmatización del fracaso y promover una cultura que lo vea como una oportunidad de aprendizaje. Esta celebración ha contribuido al crecimiento del ecosistema emprendedor finlandés, que ahora alberga más de 3.800 startups con un valor empresarial combinado de €48.200 millones en 2022.
Asimismo, la Comisión Europea ha promovido políticas para ofrecer una segunda oportunidad a los emprendedores honestos que han fracasado. Por ejemplo, en Dinamarca, existe un programa de reinicio rápido para personas afectadas por la bancarrota, y en Bélgica, se implementa un esquema de apoyo para propietarios de negocios y trabajadores autónomos.
Otro ejemplo se puede encontrar en Israel. Entre 2011 y 2019 se fundaron 6.326 startups, de las cuales el 46% cerraron o suspendieron operaciones. A pesar de esas cifras, el país es considerado la “nación startup”, y el fracaso se entiende como parte natural del camino hacia la innovación. Hoy, el sector tecnológico representa el 20% de su economía y el 53% de sus exportaciones. La diferencia está en la mentalidad: errar no invalida al emprendedor, sino que lo legitima.
Ahora, habiendo visto todos esos ejemplos queda preguntarse qué es lo que se puede hacer para cambiar la mentalidad en nuestro país. Tal vez la conmemoración del Día Nacional del Emprendimiento nos permita reflexionar sobre la necesidad de fomentar un ecosistema más resiliente, lo que implica el crucial aspecto de cambiar la narrativa en torno al fracaso.
No basta con el diseño de políticas públicas que faciliten el acceso al financiamiento, la formalización de negocios y la educación financiera desde etapas tempranas, sino que es importante “atacar” desde la educación escolar, fortalecer una formación que valore el pensamiento crítico, la creatividad y la tolerancia al error, dejando atrás modelos pedagógicos centrados exclusivamente en la nota perfecta o en la competencia individual, e impulsar espacios donde se fomente el ensayo y error, el trabajo colaborativo y la perseverancia.
Del mismo modo, en el entorno familiar debemos revisar los mensajes que se transmiten sobre el éxito y el fracaso. Enseñar a los niños y niñas que equivocarse no es sinónimo de incapacidad, sino una oportunidad para mejorar, es una inversión cultural a largo plazo. Un país que castiga el error desde la infancia, difícilmente formará adultos dispuestos a emprender e innovar.
Y esto no es solo un problema individual o cultural: la falta de emprendedores limita gravemente el crecimiento y desarrollo de un país. Los nuevos negocios son clave para la generación de empleos, la diversificación económica, la incorporación de innovación y la movilidad social. Sin una base sólida de emprendedores, Chile corre el riesgo de estancarse en modelos económicos poco dinámicos y dependientes de unos pocos sectores tradicionales. Fracasar no debería significar el final del camino, sino el inicio de uno mejor preparado. En Chile, tenemos el desafío urgente de transformar nuestra cultura para que emprender –y volver a intentarlo– sea realmente posible.
Como en el fútbol, a veces el mayor triunfo viene después de la caída… pero solo si el entorno está dispuesto a dejarte volver a jugar.