Día Mundial de la Salud: Comienzos saludables, futuros esperanzadores
18.04.2025
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18.04.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER profundiza en el foco que tuvo este año el Día Mundial de la Salud, analizando las cifras que hay en Chile sobre muertes de recién nacidos en el país. Propone algunas medidas para mejorar los índices y sostiene que “debemos trabajar para ello e invertir de manera eficiente recursos donde sean más necesarios. Sólo así podremos generar un alto impacto en los pacientes, sus familias y sus comunidades que de manera directa o indirecta sufren con la muerte y la enfermedad de nuestros más pequeños compatriotas”.
Imagen de portada: Nadia Pérez / Agencia Uno
El pasado lunes 7 de abril de 2025 se conmemoró el Día Mundial de la Salud con el lema “Comienzos saludables, futuros esperanzadores” (Healthy beginnings, hopeful futures). El título de la campaña, alude directamente a la intención de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de intensificar los esfuerzos para disminuir las muertes prevenibles de madres y recién nacidos, y dar prioridad a su salud y bienestar a largo plazo.
Sin embargo, al revisar las publicaciones de diferentes medios nacionales de ese día lunes, pude leer columnas sobre los más diversos temas de salud: promoción de hábitos saludables, disminución de la transmisión del VIH, preocupación por enfermedades crónicas no transmisibles, salud mental, etc. Todos temas muy atendibles y de gran importancia sanitaria, pero que no tocan el tema propuesto por la OMS ni siquiera de manera tangencial. Por lo que me veo en la necesidad de ayudar a generar conciencia sobre la importancia de la salud perinatal y el porqué esta organización quiere poner el tema sobre la mesa.
De acuerdo a datos de la OMS, cada año fallecen 260.000 mujeres en relación al embarazo y puerperio, cerca de 2 millones de bebés fallecen durante el primer mes de vida y 2 millones más si consideramos quienes fallecen antes de nacer (mortinatos), lo que constituye una muerte potencialmente prevenible, cada 7 segundos.
Si observamos los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (Sustainable Development Goals 2030), los primeros puntos tratan sobre esta población de riesgo y se propone como meta lograr una mortalidad materna menor a 70 por 100.000 recién nacidos vivos (RNV) y una mortalidad neonatal menor a 12 por 1.000 recién nacidos vivos, sin embargo, según análisis recientes se estima que 4 de cada 5 países no lograrán la meta de reducción de mortalidad materna y 1 de cada 3 países no logrará la meta de reducción de mortalidad neonatal.
A nivel nacional presentamos una reducción significativa de la mortalidad tanto neonatal como infantil entre los años 1990 y 2000, con una disminución de un 44% en el caso de los menores de 1 año (Mortalidad infantil) y un 34% en los menores de 28 días (Mortalidad neonatal). Sin embargo, en los siguientes 17 años (2000 – 2017) la mortalidad infantil sólo se redujo un 20% y la mortalidad neonatal no tuvo variación. Fue sólo después de la promulgación de la Ley 21.030, de interrupción voluntaria del embarazo (IVE), que se observó una nueva disminución de la tasa de mortalidad neonatal, llegando a los 4,5 fallecidos por 1.000 recién nacidos vivos en los que nos encontramos actualmente. Un 76% de los menores de 1 año que fallecen en Chile cada año son menores de 28 días, porcentaje significativamente mayor que el 62% el año 2000 y 53% año 1990.
Estos datos pueden parecer positivos si nos comparamos con los demás países del cono sur, pero si nos comparamos con los países que forman la OCDE, nos encontramos entre los 5 países con mayor mortalidad neonatal, siendo superados sólo por Colombia, México, Costa Rica y Turquía. Hoy tenemos la mortalidad neonatal de la década de los 80 si nos comparamos con los países con mejor desempeño (Japón, Finlandia, Estonia por ejemplo) cuyas tasas están en torno a 0,8 – 1 fallecidos menores de 28 días por 1.000 recién nacidos vivos. Estos datos son muy relevantes cuando, según datos del estudio de Carga Mundial de Morbilidad 2021 (Global Burden of Diseases 2021), previo a la pandemia COVID-19, las enfermedades neonatales correspondían a la primera causa de Años de Vida Ajustados por Discapacidad – AVAD (Disability Adjusted Life Years – DALY en inglés) con 192 millones de años de vida perdidos ajustados por discapacidad. Esta corresponde a una medida de cuantificación de la “pérdida de vida sana” producto de una enfermedad en particular y mide su impacto no sólo en términos de muerte sino que también en relación a los problemas que conlleva vivir con las consecuencias generadas por dicha enfermedad o condición.
La pregunta que surge de manera natural es: ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestras tasas de mortalidad neonatal y alcanzar los niveles de los países desarrollados?
Si queremos tener comienzos más saludables, para tener futuros más esperanzadores (como reza el lema del día mundial de la salud este 2025) debemos, en primer lugar, tener claro cuál es nuestra realidad en relación a las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) de alta complejidad. Debemos conocer la disponibilidad de camas de cuidado intensivo neonatal a nivel nacional y regional, la infraestructura y la calidad de los equipos tecnológicos como monitores, ventiladores mecánicos, etc. Sólo así se pueden identificar brechas en relación a los aspectos técnicos del manejo neonatal.
Debemos además conocer quiénes son los que desempeñan las labores clínicas de las UCIN. Personal paramédico, matrones/enfermeros encargados de la gestión del cuidado de los pacientes, profesionales de apoyo y finalmente médicos especialistas y subespecialistas.
Hoy, según datos del Registro de Prestadores Individuales de la Superintendencia de Salud contamos con 484 subespecialistas en Neonatología, sin embargo si sólo analizamos la edad de quienes se encuentran registrados, podemos observar que un 44% son mayores de 65 años, lo que nos deja con cerca de 270 profesionales, pero esto no toma en cuenta la distribución por regiones y menos la distribución entre la práctica pública y privada. Ni siquiera sabemos si de esos 270 profesionales, todos trabajan en UCIN o siguieron otro camino, escapando de los extenuantes turnos de residencia. Se hace perentorio realizar un censo que determine los centros con falta de subespecialistas y generar los incentivos para llenar dichos cargos y mejorar los cuidados neonatales.
Finalmente, pero no menos importante, debe incluirse en cualquier tipo de decisión sobre la planificación de los cuidados neonatales a los especialistas en medicina materno – fetal (que cumplen un rol trascendental en mejorar los resultados) y también a las familias que sufren día a día viendo a sus hijos hospitalizados en una UCIN y que además viven muchas veces las consecuencias de las secuelas a mediano y largo plazo generadas por condiciones como la prematurez o las malformaciones congénitas.
Hoy es un momento particularmente susceptible de cambios en nuestras prácticas; los datos de la brutal caída en la tasa de natalidad de nuestro país nos ofrecen una oportunidad única de enfocar nuestros esfuerzos y recursos en los pacientes de más alto riesgo. Prematuros extremos, portadores de cardiopatías y otras malformaciones congénitas, podrían recibir hoy cuidados más personalizados que aseguren mejores resultados, siempre y cuando el recurso tecnológico y sobre todo el recurso humano esté disponible y altamente capacitado.
Si realmente queremos “Comienzos más saludables y Futuros más esperanzadores” que los que tenemos hoy, debemos trabajar para ello e invertir de manera eficiente recursos donde sean más necesarios. Sólo así podremos generar un alto impacto en los pacientes, sus familias y sus comunidades que de manera directa o indirecta sufren con la muerte y la enfermedad de nuestros más pequeños compatriotas.