Libros: «Chile en el corazón», de John Dinges- extracto
27.03.2025
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27.03.2025
El siguiente texto es la introducción del nuevo libro del periodista John Dinges, quien investigó la muerte de los estadounidenses Charles Horman, periodista independiente, y Frank Teruggi, estudiante, en los primeros días del golpe de Estado de 1973. Este capítulo se titula «El encanto de Chile» y grafica lo que significó para muchos ciudadanos del mundo el triunfo de Salvador Allende. Tras investigar, Dinges llegó a conclusiones que pueden sorprender al lector.
“Chile era una encrucijada para los progresistas de todo el mundo. Era un imán».
Mishy Lesser, joven norteamericana que llegó en 1971
A los norteamericanos que llegaron a Chile a principios de la década de 1970 les encantó que el nuevo presidente socialista estuviera comprometido con la revolución y la democracia. Salvador Allende había llegado al poder en unas elecciones indiscutiblemente justas, lo que le otorgó credibilidad internacional y confundió a un gobierno estadounidense hostil. Cientos de estadounidenses acudieron a vivir la revolución. Se describían a sí mismos como progresistas o “radicales” y se sentían inspirados por el plan de Allende para acabar con la pobreza y reestructurar una economía injusta. En el entusiasmo de la época, nunca les pasó por la mente que pudieran estar en peligro. Después de todo, tenían pasaportes estadounidenses.
Entre ellos estaban Charles Horman, periodista independiente, y Frank Teruggi, estudiante, que llegaron a Chile por separado en 1972, embarcándose en una gran aventura. Vivir allí pronto se convirtió en un serio compromiso político. Luego, en los primeros días de un violento golpe militar, fueron detenidos, ejecutados y sus cuerpos arrojados a la calle. Esta es su historia.
A finales de los 60 y principios de los 70, miles de jóvenes llegaron a Chile, muchos de ellos como refugiados políticos procedentes de países como Bolivia, Brasil y Uruguay, donde dictadores o gobiernos de derechas habían derrotado levantamientos izquierdistas. A menudo huyendo de la cárcel y la tortura, fueron acogidos en el Chile de Allende: se les dio albergue, el estatus de refugiados y una nueva esperanza. Algunos de los bolivianos y uruguayos habían luchado en guerrillas en sus propios países, inspirados por Cuba y el Che Guevara más que por Chile. También apoyaban a Allende, pero se mostraban escépticos ante su modelo democrático, adhiriéndose a la premisa marxista de que la verdadera revolución sólo podía lograrse mediante la lucha armada.
De 1970 a 1973, Chile irradió energía y luz como la ciudad brillante sobre una montaña de la Biblia, visible desde lejos e irresistible para buscadores de muchas tendencias. Llegaron muchos europeos, incluso algunos vietnamitas y japoneses. Los aliados internacionales del proceso eran un grupo diverso, pero inclinado hacia lo intelectual: estudiantes, académicos y profesionales que pretendían prestar sus conocimientos; periodistas y activistas políticos que se preguntaban si las semillas del cambio de Chile echarían raíces en otros lugares de la región. Todos parecían tener un proyecto, cuyo núcleo era observar y contribuir. Estar en Chile era vivir el experimento político más apasionante de la América Latina de la época, sin duda desde la victoria de Fidel Castro en Cuba en 1959.
La confluencia de extranjeros solidarios con Chile fue un momento singular con pocos precedentes. Llegaron a ser por lo menos 20.000. Más tarde, tras la indignación y el derramamiento de sangre del golpe, fue fácil ver un paralelismo adecuado en las Brigadas Internacionales que lucharon para defender la República de España durante la Guerra Civil española. Entre los combatientes había 2.300 estadounidenses organizados en la legendaria Abraham Lincoln. “Chile fue la Guerra Civil española para nuestra generación”, afirma Patricia Fagen, investigadora del Centro de Estudios Sociales, CESO, de Santiago. “Se invitaba a la gente a participar; era muy emocionante. Y para muchos de nosotros, nuestras vidas se vieron transformadas por el tiempo que pasamos en Chile y por el golpe”.
En retrospectiva, Chile podría verse fácilmente como otra batalla campal del socialismo contra una nueva versión del fascismo. Esa experiencia había transformado a Pablo Neruda, cuyo poema España en el Corazón captó el horror del estallido de la guerra de 1936 en términos fácilmente trasladables al golpe de Chile:
Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas?
¿Y la metafísica cubierta de amapolas?
¿Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa
[…]
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
[…]
Preguntaréis ¿por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
¡venid a ver la sangre por las calles!
Neruda trabajó durante años para recaudar fondos para España y trajo a cientos de refugiados a Chile después de la guerra. Fue un ferviente partidario de la Unidad Popular y un ícono de su movimiento para revitalizar la vida cultural, especialmente la fomentación de libros y poesía. Murió en circunstancias aún no aclaradas poco después del golpe. Su muerte y las de Horman y Teruggi se produjeron con pocos días de diferencia.
***
La América del Sur de los años setenta, al igual que la Europa de los años treinta, fue uno de los teatros de lucha de las grandes potencias. El principal conflicto durante esta época fue la guerra de Vietnam, en la que Estados Unidos y la Unión Soviética apoyaron a ejércitos opuestos en una mortífera guerra civil en la que murieron más de 58.000 soldados estadounidenses y más de un millón de vietnamitas. Tras la sorprendente victoria electoral de Allende, Chile también estuvo muy presente en la agenda de la Guerra Fría del presidente estadounidense Richard Nixon. Su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, que orquestaba la estrategia estadounidense en Vietnam, consideraba a Allende y a su democrática coalición de partidos comunistas e izquierdistas aún más peligrosos que los brotes de actividad guerrillera en otros países latinoamericanos. Para Kissinger, Chile no sólo se había convertido en una apertura a la influencia soviética y cubana. Lo que Kissinger más temía era que el modelo de socialismo y democracia se extendiera como alternativa viable de desarrollo.
La mayoría de los estadounidenses que llegaron en solidaridad con Chile habían participado en el movimiento contra la guerra de Estados Unidos en Vietnam, y su recién descubierta adhesión política al experimento chileno amplió aún más la brecha respecto a su propio gobierno. Habían traído de Estados Unidos una visión política forjada en los movimientos universitarios por los derechos civiles y contra la guerra. En la medida en que definían su política, tendían a autodenominarse “radicales” o miembros de la Nueva Izquierda. El marxismo y el comunismo formaban parte de la conversación, sin formar un alineamiento ideológico. Veían con ira a la administración Nixon mientras la guerra de Vietnam se prolongaba a pesar de años de protestas.
El año de la elección de Allende, 1970, fue uno de los más oscuros y violentos en Estados Unidos. Una oleada de atentados de protesta asoló el país, incluidos tres en Des Moines, Iowa, donde yo trabajaba como periodista. Las protestas estallaron en más de 800 campus universitarios después de que Estados Unidos lanzara una invasión de Camboya. Las tropas de la Guardia Nacional abrieron fuego contra los manifestantes en la Universidad Estatal de Kent, en Ohio. Cuatro estudiantes blancos murieron allí y varios estudiantes negros en otros lugares.
Las elecciones en pequeños países sudamericanos no suelen ser grandes noticias en Estados Unidos, pero ésta parecía ser diferente. Una noticia sobre la victoria de Allende ocupó la primera página de la edición del 5 de septiembre de 1970 del Des Moines Tribune, del estado agrícola de Iowa. “Vencedor marxista” rezaba el titular. Salvador Allende y su coalición Unidad Popular habían ganado por una estrecha pluralidad, y se esperaba que Allende fuera confirmado como presidente en una segunda vuelta en el Congreso de Chile.
Kissinger no tardó en señalar la hostilidad del gobierno estadounidense. En una reunión con periodistas en Chicago, advirtió de las terribles consecuencias que tendría la confirmación de Allende. Significaría nada menos que un “gobierno comunista” en un importante país latinoamericano. “No debemos engañarnos”, dijo. “Una toma de posesión de Allende en Chile… presentaría enormes problemas para nosotros, y para las fuerzas democráticas y para las fuerzas pro-Estados Unidos en América Latina y, de hecho, para todo el hemisferio occidental”.
Los comentarios públicos de Kissinger no hacían justicia a la furiosa actividad contra Chile que se desarrollaba entre bastidores en la Casa Blanca. En reuniones secretas que salieron a la luz años después, Nixon y Kissinger ordenaron a la CIA que impidiera la toma de posesión de Allende, utilizando una “solución militar” si fuera necesario. Cuando eso fracasó, el gobierno estadounidense se embarcó en una campaña encubierta bien financiada para asegurar el fracaso del gobierno de Allende.
Militares estadounidenses y agentes de la CIA mantuvieron contactos a medida que los conspiradores militares contra Allende ganaban fuerza, pero evitaron implicarse directamente. La CIA aportó millones de dólares a los partidos de la oposición y a su principal periódico, El Mercurio, para apoyar una campaña de propaganda negra. El 11 de septiembre de 1973, el comandante del Ejército, general Augusto Pinochet, considerado leal hasta entonces, lanzó uno de los golpes más sangrientos de la historia latinoamericana. La Fuerza Aérea bombardeó el palacio presidencial, La Moneda, y las tropas arrasaron zonas de fábricas y poblaciones obreras. Cualquier resistencia fue rápidamente aplastada. Al final del día, Allende yacía muerto, el movimiento popular quedaba diezmado y empezaron a aparecer cadáveres en el río Mapocho.
Los asesinatos de Horman y Teruggi, ocurridos a pocos días del golpe, contribuyeron a cristalizar la alarma internacional por las violaciones de los derechos humanos en Chile. Para el gobierno de Estados Unidos, el golpe fue visto como una victoria, y los asesinatos como un coste inevitable, ya que la política estadounidense se había alejado de las democracias para apoyar en su lugar a los regímenes militares que llegaron a gobernar la mayor parte de Sudamérica.
***
Charles y Frank fueron sólo dos de las miles de víctimas de la represión desatada por el nuevo régimen militar chileno. Pero sus casos tuvieron una enorme repercusión en Estados Unidos y centraron la opinión pública en la vergonzosa defensa del régimen militar por parte del gobierno estadounidense, incluso cuando los cadáveres acribillados a balazos llenaban los pasillos de la morgue de Santiago. Un libro sobre el caso de Horman y una película de 1983, Missing, dirigida por Costa-Gavras, lo retrataron como apolítico pero como “el hombre que sabía demasiado”, que se había topado con información sobre la implicación directa de Estados Unidos en el golpe. Los relatos respaldaron la teoría de que funcionarios de la embajada de Estados Unidos aprobaron su asesinato e incluso podrían haber ordenado su detención por los militares chilenos.
Veremos cómo esta teoría adquirió amplia verosimilitud a la luz de otros esfuerzos de Estados Unidos por subvertir el experimento chileno. Pero que en última instancia la teoría se apoyaba exclusivamente en las declaraciones inventadas de un agente chileno que posteriormente se retractó de sus acusaciones. Sin embargo la versión ganó amplia aceptación en el momento. Las investigaciones del Congreso revelaron una larga lista de acciones encubiertas de la CIA en la desestabilización del experimento izquierdista de Allende. La sospecha de complicidad estadounidense en la destrucción de la democracia chilena era grande. Que la colaboración de Estados Unidos con una dictadura brutal se extendiera al asesinato por encargo de un ciudadano estadounidense no parecía fuera de lugar. El asesinato de Teruggi, aunque independiente y sin conexión evidente con el de Horman, estaba unido en la percepción popular a la acusación de que funcionarios estadounidenses eran responsables.
El apoyo a esta teoría era comprensible en el contexto del golpe. Se decía que la prueba elusiva se encontraba en documentos secretos de la embajada que el gobierno estadounidense se negaba a publicar o desclasificaba sólo parcialmente. La disputa se desarrolló en dos juicios civiles. En 1979, la familia Horman acusó a Henry Kissinger y a otra docena de funcionarios estadounidenses de estar implicados en la muerte de Horman. Luego, a raíz de la película Missing -una de las más exitosas del año-, el ex embajador de EE.UU. en Chile y otros ex funcionarios de la embajada presentaron una demanda por difamación alegando que el libro y la película les habían difamado. Ambas demandas terminaron sin resolución.
Empecé a investigar el caso a principios de la década de 2000. Decenas de miles de nuevos documentos estadounidenses sobre la dictadura chilena habían sido desclasificados en una publicación masiva, incluyendo una colección específicamente vinculada a los asesinatos de Horman y Teruggi. Hacía tiempo que pensaba que la teoría de la película sobre el caso era muy probable, y me propuse encontrar las pruebas para demostrarlo.
Mi motivación era en parte personal. Había vivido en Chile en la época del golpe y durante cinco años después. Era periodista, pero compartía el entusiasmo por el experimento chileno y formaba parte de la comunidad informal de extranjeros pro-Allende. Fui uno de los pocos estadounidenses que se quedaron después del golpe. Conseguí un trabajo como profesor de inglés en la Universidad Católica y, con el tiempo, conseguí trabajo como “stringer” -corresponsal freelance – para la revista Time y el Washington Post, entre otros medios. Al principio escribía con un seudónimo para protegerme y me propuse documentar el mundo oculto de prisiones, desapariciones y torturas del régimen.
Antes del golpe, conocía a muchos de los estadounidenses en Chile y estaba familiarizado con la publicación FIN, editada por el grupo que incluía a Horman y Teruggi. Tenía amistad con Teruggi porque compartíamos clase en la Universidad Católica. El 10 de septiembre, la víspera del golpe, me encontré a Teruggi en el patio de la universidad, y charlamos sobre la creciente tensión, pero éramos optimistas respecto a que Allende podría sobrevivir a ella. En los aterradores días y semanas posteriores al golpe, supe que Frank había sido ejecutado y que Charlie Horman estaba desaparecido. Carabineros ya había allanado dos veces mi propia casa en la calle Julio Prado en Ñuñoa, donde vivía con un grupo de extranjeros y chilenos.
Aquellos años fueron los más violentos de los 17 que duró la dictadura. Informé desde Chile sobre el asesinato en Washington, DC, en 1976, de Orlando Letelier, ex ministro de Asuntos Exteriores de Allende y embajador en Estados Unidos. Una mujer estadounidense, Ronni Moffitt, que viajaba con su marido en el coche de Letelier, también fue asesinada, la tercera víctima estadounidense de la dictadura chilena. Tras regresar a Washington en 1978, trabajé en el Post y escribí el libro Asesinato en Washington, con el colega de Letelier Saul Landau, sobre el atentado con coche bomba y la consiguiente investigación del FBI.
Cuando apareció Missing, escribí una crítica. Señalé que la película no debía confundirse con la verdad documental: “Sin embargo, (Missing) transmite una imagen poderosa, y esencialmente exacta, de la tragedia chilena y del rol en ella de los Estados Unidos. Para quienes estuvieron en Chile durante el golpe, la película es como una serie de flashbacks devastadores de la vida real, del terror real”. Yo escribía a partir de mi experiencia personal en Chile, que aún estaba fresca. Cuando 20 años después me embarqué en la investigación de los casos de Horman y Teruggi, esperaba poner fin a la cuestión más crítica: ¿supo el gobierno de Estados Unidos de antemano o aprobó el asesinato de dos ciudadanos estadounidenses a manos de su aliado, el ejército chileno? Esperaba plenamente poder probar que la hipótesis era afirmativa. En 1999 y 2000 se desclasificó una gran cantidad de nuevos documentos estadounidenses sobre Chile, y algunos parecían proporcionar pistas prometedoras sobre los casos Horman-Teruggi. Un memorándum del Departamento de Estado en particular ha sido citado con frecuencia en libros y artículos en apoyo de la acusación de implicación estadounidense. “Hay algunas pruebas circunstanciales que sugieren”, decía el llamado memorándum Fimbres, que “la inteligencia estadounidense puede haber desempeñado un papel desafortunado en la muerte de Horman”. Otro conjunto de documentos mostraba que el FBI había llevado a cabo una investigación sobre la participación de Frank Teruggi en un grupo antiguerra en Alemania.
No solo se disponía de los nuevos documentos estadounidenses como punto de partida de mi investigación, sino que un juez chileno Jorge Zepeda había abierto un caso formal de asesinato investigando tanto la muerte de Horman como la de Teruggi. El veredicto de 2016 también parecía ratificar las acusaciones contra los funcionarios estadounidenses. Obtuve acceso exclusivo al expediente oficial del tribunal, incluidos los 17 volúmenes de pruebas y archivos. Este libro se basa en una lectura cuidadosa de esa voluminosa documentación y en más de 100 entrevistas a los chilenos y estadounidenses afectados, incluidos funcionarios de Estados Unidos.
Las evidencias que encontré me llevaron a conclusiones que no esperaba, especialmente sobre el papel de Estados Unidos. Para mi sorpresa, descubrí graves errores y un uso defectuoso de las pruebas en el proceso judicial chileno, presidido por el juez Jorge Zepeda. Los hechos que salieron a la luz contradijeron el retrato ampliamente aceptado de Horman como el “hombre que sabía demasiado” y desacreditaron la idea de que fue asesinado con la aprobación de Estados Unidos. Un examen minucioso de los documentos estadounidenses y de los expedientes judiciales chilenos no demostró ninguna implicación de Estados Unidos en la muerte de los dos estadounidenses. Sin embargo, lejos de exonerar al gobierno de Estados Unidos, las pruebas demuestran definitivamente que la embajada y el Departamento de Estado de Estados Unidos protegieron al régimen de Pinochet ocultando la verdad, llevando a cabo una investigación falsa y aprobando el encubrimiento oficial de los asesinatos por parte de Chile.
También me esforcé por explorar las ricas historias personales de Charles Horman y Frank Teruggi y los viajes ideológicos que ambos emprendieron en Chile. La película Missing retrató engañosamente a Horman como apolítico, y pasó por alto en gran medida a Frank Teruggi. Mi investigación se centró en sus asociaciones políticas y actividades potencialmente peligrosas que bien podrían estar relacionadas con sus muertes. En resumen: ¿quiénes eran estos dos jóvenes estadounidenses, cómo fueron asesinados y por qué? El libro es el primer relato completo de los viajes personales y políticos de Frank Teruggi y Charles Horman, dos estadounidenses de orígenes muy diferentes cuya curiosidad y compromiso les llevaron a Chile. Sus estancias se prolongaron durante casi dos años en el caso de Teruggi y 15 meses en el de Horman, a medida que se enamoraban del país y de su gente y se sumergían en el drama político que marcó la historia de Chile. Su reacción ante ese drama, sus decisiones, sus amistades y la evolución de sus carreras convergieron en la tragedia de sus muertes, y proporcionan pistas sobre lo que ocurrió.
¿Por qué deberíamos volver a tratar estos hechos que ocurrieron hace medio siglo? La respuesta corta es que la historia merece la verdad, especialmente en lo que respecta a las acciones del gobierno estadounidense que allanaron el camino a las dictaduras anticomunistas en Sudamérica y cambiaron la vida de millones de personas. Desde un punto de vista moral e histórico, Estados Unidos tiene una responsabilidad indiscutible en allanar el camino a la dictadura de Pinochet y apoyarla sin tener en cuenta los crímenes masivos contra los derechos humanos que cometió. Sin embargo, el argumento de la indignación no debe inducirnos a asumir sin evidencias que funcionarios estadounidenses fueron culpables de asesinar a los dos estadounidenses de izquierdas. En una investigación seria, es necesario presentar pruebas concluyentes para resolver las cuestiones clave en uno u otro sentido. Ese es el reto que he aceptado en este libro.
Esta es una obra de periodismo de investigación, con los límites del género. Yo y otras personas hemos llamado al gobierno de Estados Unidos que permita las investigaciones más amplias de organismos oficialmente autorizados, como las comisiones de la verdad y la reconciliación de Chile, Sudáfrica y Argentina. De hecho, nunca se ha llevado a cabo ninguna investigación oficial en Estados Unidos sobre las acciones de su gobierno en el oscuro periodo de los años setenta y ochenta en Sudamérica y Centroamérica. El Departamento de Justicia tampoco dio nunca el paso obvio de encargar al FBI una investigación sobre las muertes de Horman y Teruggi, como se hizo con gran éxito en el caso Letelier-Moffitt. Así pues, las investigaciones periodísticas como este libro son, en efecto, el único camino para obtener un relato verdadero de lo ocurrido.
Es lamentable que se haya tardado tanto en descubrir la verdad del Caso Missing. Hay que decir que el retraso de 24 años del gobierno estadounidense en desclasificar información clave permitió que las pruebas se enfriaran, los recuerdos se desvanecieran y los testigos murieran. La investigación deficiente y parcial del tribunal chileno duró muchos años, pero no siguió las pistas obvias para identificar a los secuestradores y verdugos chilenos a tiempo para llevarlos a juicio. Se empeñó infructuosamente en replicar la versión de la película de Hollywood, pero hizo caso omiso a otras pruebas que apuntaban en otra dirección. Los autores chilenos, nombrados en este libro, podrían haber sido juzgados en la década de 1990, cuando se restauró la democracia en Chile y aún estaban vivos. No obstante, las conclusiones que aquí se presentan, basadas en las mejores prácticas del periodismo de investigación, ofrecen la medida de justicia que puede aportar la revelación de la verdad, aunque ya no sea posible condenas y castigos.
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