El clima nos define: la urgencia de educar para enfrentar la crisis climática
26.03.2025
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26.03.2025
Los autores de esta nota aprovechan la efemérides del Día Mundial del Clima para unir sus disciplinas con el fin de destacar la trascendencia que tiene la educación en la concientización de la ciudadanía para que esta pueda enfrentar los desafíos que implica el cambio climático. Sostienen que “no basta con comprender el problema; es necesario formar generaciones capaces de imaginar y construir nuevos escenarios de futuro”.
Cada 26 de marzo, el Día Mundial del Clima nos recuerda la urgencia de enfrentar la crisis climática con acciones concretas. Antes de profundizar en la situación de Chile, es fundamental precisar qué entendemos por clima. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, 2021), el clima es el promedio de las condiciones meteorológicas en una región durante un período prolongado, generalmente de 30 años o más, incluyendo temperatura, precipitación, humedad y vientos. Es un sistema complejo influenciado por factores naturales y antropogénicos que determinan las variaciones climáticas a escala local y global.
En Chile, el clima no solo define nuestros paisajes y ecosistemas, sino que también moldea nuestras formas de vida, nuestra cultura e identidad como país. La diversidad climática ha influido en las tradiciones agrícolas y costeras, en la manera en que las comunidades se organizan y en las estrategias de adaptación que han desarrollado a lo largo de la historia. Desde la cosmovisión de los pueblos originarios, como los aymaras y mapuches, que conciben los ciclos naturales como parte esencial de su relación con la tierra, hasta las prácticas económicas y sociales condicionadas por el clima, este se erige como un elemento fundamental de nuestra identidad como territorio y país.
La aridez extrema del norte ha forjado comunidades resilientes que optimizan el uso del agua, mientras que las lluvias persistentes del sur han dado forma a un estilo de vida ligado a los bosques y ríos. En las zonas costeras, el clima ha determinado actividades fundamentales como la pesca y la recolección de mariscos, mientras que en los sectores urbanos, las temperaturas extremas y los eventos climáticos adversos afectan la calidad de vida y la planificación territorial. Sin embargo, el cambio climático está alterando estos equilibrios y formas de vida, poniendo en riesgo los ecosistemas, las formas de subsistencia y la identidad cultural de cada territorio. Reconocer el clima como un elemento central en nuestra identidad no solo implica comprender su influencia en el pasado y el presente, sino también asumir la responsabilidad de protegerlo mediante acciones concretas y políticas que garanticen la sostenibilidad para las generaciones futuras.
Chile es reconocido a nivel mundial como uno de los territorios más vulnerables al cambio climático debido a su extensa diversidad climática y geografía longitudinal (René Garreaud y otros autores, 2017). El país alberga al menos siete de los principales tipos de clima del mundo, desde el desierto de Atacama en el norte, uno de los más áridos del planeta, hasta el clima templado lluvioso del sur y los climas fríos de la Patagonia y la Antártica (Dirección Meteorológica de Chile (DMC), 2023).
En términos de impacto climático, los principales desafíos incluyen:
A lo anterior se suma una condición de riesgo de la biodiversidad, la seguridad alimentaria y el bienestar de la población.
Considerando la gravedad de los efectos del cambio climático, diversas instancias sociocientíficas no solo han identificado sus impactos, sino que también han impulsado acciones para mitigarlos y adaptarse a ellos. Más allá del invaluable trabajo que realizan centros de investigación, entidades gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil, el factor clave y determinante radica en la Educación Ambiental para el cambio climático. Si bien la actualización curricular ha incorporado contenidos sobre este fenómeno, su tratamiento sigue siendo fragmentado y carente de un enfoque transversal que lo conecte con otras disciplinas y con la vida cotidiana. La educación ambiental no solo debe sustentarse en evidencia científica rigurosa, sino que también debe ser entendida como un acto político y ético, clave para fortalecer la toma de decisiones informadas y la participación ciudadana. Solo a través de un enfoque crítico y transformador, que fomente la ética ambiental y el compromiso con la sostenibilidad, será posible formar una ciudadanía capaz de enfrentar los desafíos climáticos con responsabilidad y acción concreta.
El cambio climático no es solo un problema científico, sino también un desafío ético y educativo. En un país donde los conflictos socioambientales son cada vez más frecuentes—desde la crisis hídrica en Petorca hasta la resistencia a proyectos mineros en la Patagonia—es urgente fortalecer la educación ambiental para formar ciudadanos con conciencia crítica, valores éticos sólidos y capacidad de acción. Si bien las soluciones tecnológicas y las políticas públicas son fundamentales, sin una ciudadanía informada y comprometida, cualquier avance es infructuoso.
Este Día Mundial del Clima debe recordarnos que Chile tiene la oportunidad de liderar en educación ambiental una propuesta concreta para enfrentar la crisis climática, pero para ello es imprescindible impulsar cambios estructurales en el sistema educativo. En este contexto, el profesorado actual y los futuros docentes desempeñan un papel clave, pues son ellas y ellos quienes pueden integrar la educación ambiental en el aula, promoviendo un enfoque interdisciplinario y transformador. No basta con comprender el problema; es necesario formar generaciones capaces de imaginar y construir nuevos escenarios de futuro.