El problema no es Adriana Delpiano
13.03.2025
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13.03.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza el arribo de Adriana Delpiano al ministerio de Defensa en reemplazo de Maya Fernández y concluye que es la demostración de la carencia de renovación en los cuadros de gobierno. Sostiene que “el problema es una coalición que llegó al poder bajo la promesa de renovación y que hoy se aferra a los mismos rostros de siempre para evitar que su barco se hunda. Y eso, más que ironía, es una tragedia política. Quizás la pregunta no es si Delpiano era la mejor opción, sino si en el fondo quedaban otras”.
Créditos imagen portada: Ministerio de Defensa
Al parecer, la gestión actual del gobierno seguirá teniendo cambios y contratiempos hasta el último año de mandato. La salida de Miguel Crispi como jefe de asesores del segundo piso y la salida de la ministra Maya Fernández de la cartera de Defensa son antecedentes claros de que los coletazos de los errores de autoridades políticas del gobierno no cesan, incluso a estas alturas del partido. Estas dos figuras políticas, que salen por conflictos conocidos en la opinión pública (por el caso convenios y la fracasada venta de la casa de la familia Allende, respectivamente), han sido dolores constantes desde el primer año del gobierno del presidente Boric.
Mientras en el Ministerio del Interior sale la flamante candidata presidencial del Partido por la Democracia, Carolina Tohá, entra en su reemplazo el expresidente del Partido Socialista y ministro Segpres del mismo gobierno, Álvaro Elizalde. La ecuación hasta aquí no calza: el reemplazo natural según la cuota política en el gobierno margina -al igual que en su momento con el Partido Liberal en el Ministerio de Obras Públicas- al cupo de una cartera ministerial al PPD. Sin embargo, la salida de Maya Fernández, del Partido Socialista, equilibra la balanza, dejando el ministerio, de forma “natural», a la entrada del PPD en Defensa, de la mano de Adriana Delpiano, figura con bagaje político comprobable y alta valoración política y técnica en toda su trayectoria.
Pero aquí está el verdadero problema: no es culpa de Adriana Delpiano asumir un cargo en condiciones complejas y con desafíos que trascienden cualquier currículum. El verdadero dilema está en un partido político que parece haber extraviado la brújula en la generación de nuevos liderazgos. ¿Dónde están las figuras jóvenes y renovadoras del PPD? ¿Qué ha pasado con la capacidad de construir cuadros técnicos y políticos capaces de asumir carteras estratégicas? El vacío es evidente, y el costo lo paga el gobierno con nombramientos que, aunque intenten justificarse por experiencia, parecen más un manotazo de ahogado para mantener a flote la estructura política.
La crisis de liderazgos dentro del PPD no es nueva. Si bien en las elecciones de 2021 el partido logró mantener una representación relevante, obteniendo siete diputados, dos senadores y 19 consejeros regionales, estos resultados reflejan una tendencia a la baja respecto a su influencia histórica. La dificultad para posicionar nuevos liderazgos y el desgaste político acumulado son señales de una estructura que necesita renovación. Esto plantea una pregunta incómoda: ¿cómo puede un partido en crisis ofrecer liderazgos sólidos para carteras ministeriales claves? El nombramiento de Delpiano, lejos de ser una elección estratégica, parece ser la constatación de esa falta de alternativas.
Por otra parte, el Frente Amplio, abanderado de la renovación política, tampoco ha estado exento de contradicciones. Su narrativa de cambio y recambio generacional ha chocado con la realidad de la gestión. La falta de cuadros técnicos y políticos con experiencia en temas estratégicos como Defensa ha llevado a la coalición a recurrir a figuras del pasado para asegurar gobernabilidad. La pregunta es evidente: ¿dónde está la generación que iba a cambiar las lógicas de poder? ¿Qué ha sido de la promesa de terminar con las cuotas políticas y la “vieja política”? La respuesta parece encontrarse en la falta de preparación y en la dificultad para construir nuevos liderazgos en tiempo récord.
Pese a todas las críticas a esta elección, cuestionando su currículum y su expertise en temas de defensa, los cuestionamientos se han limitado a cuestiones más bien mundanas, como la edad de la nueva ministra. No obstante, todavía no se hace hincapié en algo fundamental: ¿Acaso el Partido por la Democracia no tiene nuevos liderazgos con los cuales competir por un cupo en el gobierno? ¿La renovación política que planteaba el Frente Amplio al llegar al poder se trataba solo de un eslogan político que funcionaba para ser opción, pero no para gobernar? ¿La experticia en temas de defensa no es una cuestión que hoy importe para asumir una cartera donde se requiere precisamente de eso?
El reciente estudio «Del dicho al hecho» de Ciudadanía Inteligente, donde se mide el porcentaje de cumplimiento de las promesas de gobierno, destaca que en materia de defensa, el gobierno ha avanzado un 0% en su gestión. De las siete promesas del programa, ninguna hasta ahora ha ingresado un proyecto de ley en la Cámara de Diputadas y Diputados para subsanar cuestiones como la vigilancia civil sobre las Fuerzas Armadas, las restricciones de la justicia militar en temáticas de DD.HH., entre otros. Este antecedente no es menor, porque indica la necesidad de gestionar la agenda política del Ministerio de Defensa en materia legislativa, y por supuesto, de la capacidad de incidir en el debate para que, al menos, se haya ingresado un proyecto que pueda concretar las propias propuestas del gobierno.
Es aquí donde la experiencia de Adriana Delpiano se hace relevante. Aunque la carrera está en su última vuelta, su llegada cobra sentido cuando se trata de plasmar aunque sea algo de legado del presidente Boric en materias de Defensa, o derechamente, pasar sin pena ni gloria en estos temas. Pero seamos honestos: su nombramiento es más síntoma que solución. No es responsabilidad suya que el gobierno carezca de figuras nuevas y frescas en su coalición. Su designación es una consecuencia, no una causa, del deterioro político de los partidos tradicionales y de las malas decisiones del Ejecutivo, que parece más enfocado en equilibrar cuotas que en avanzar reformas.
Cuesta encontrar un fondo político para sustentar su elección, cuando un partido con nueve diputados, seis senadores y tres subsecretarios, sin contar a quien ofició como vicepresidenta cuando Gabriel Boric no estaba en el país, tiene que recurrir a una figura política que no tiene mucho que entregar en cuanto a renovación y familiaridad con temas de defensa. Esto hace cuestionable hasta qué punto el propio “monstruo” que alguna vez juró destruir el Frente Amplio -ese de “siempre los mismos” y “las cuotas deben acabarse”- es ahora el “unicornio” que mantiene con vida la alianza de gobierno. La paradoja es evidente: la supuesta «nueva política» termina recurriendo a las viejas prácticas para sostenerse.
El tránsito del actual gobierno entre ser fiel a su promoción de la renovación política y la necesidad de sobrevivir ha incurrido en cuestiones que sobrepasan al propio Ejecutivo, y salpican en los partidos que conforman gobierno, como es el caso del PPD. Este partido, que en teoría debería prepararse para comandar una elección presidencial con la ventaja que le otorga la figura de Carolina Tohá en su sector, hoy enfrenta serias dudas sobre su capacidad para asumir dicho liderazgo. La urgencia del gobierno por sostenerse ha llevado a decisiones que podrían entorpecer los intereses electorales de sus aliados hacia fin de año, debilitando posiciones y erosionando confianzas.
En este escenario, la lógica de “resistencia política” a la que ha recurrido el gobierno parece ser un arma de doble filo: lo que puede funcionar para evitar el naufragio institucional, podría terminar sacrificando las posibilidades electorales de sus socios. La supervivencia, aunque urgente, podría ser costosa a largo plazo. La pregunta es si la apuesta por nombres conocidos y trayectorias seguras es una medida temporal o una muestra del agotamiento de una coalición que ya no logra proyectar un futuro cercano, como son las elecciones de fin de año.
En definitiva, el problema no es Adriana Delpiano. El problema es una coalición que llegó al poder bajo la promesa de renovación y que hoy se aferra a los mismos rostros de siempre para evitar que su barco se hunda. Y eso, más que ironía, es una tragedia política. Quizás la pregunta no es si Delpiano era la mejor opción, sino si en el fondo quedaban otras. Porque cuando el problema es más profundo que un simple nombramiento, el verdadero desafío es reconstruir la confianza en la capacidad de gobernar y renovar. De lo contrario, más que un relevo, tendremos sólo una pausa antes de la próxima crisis.