Trump y Putin: el nuevo orden oligarca a tres años del inicio de la guerra Ucrania-Rusia
24.02.2025
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24.02.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER hace un análisis de la intervención de Estados Unidos en la guerra entre Ucrania y Rusia, que este lunes 24 de febrero cumple tres años. Sostiene que “Trump y Putin consideran, contrariamente al orden internacional instaurado desde la Paz de Westfalia y que ha ido siendo mejorado desde entonces, que las grandes potencias pueden dictar el destino de otros países abiertamente y que las fronteras de estos pueden ser modificadas según los deseos de los poderes hegemónicos”.
Créditos imagen portada: Agencia Uno
Platón en La República escribe que existe una diferencia fundamental entre una banda de piratas y una comunidad política. Mientras la primera organización existe por y para el egoísmo de sus miembros, que solo buscan aumentar sus bienes materiales, la segunda busca en cambio alcanzar una vida buena en una ciudad justa. De esta forma, Platón subraya la incompatibilidad entre el egoísmo y la buena política, señalando, con una lucidez que a menudo se pierde en las discusiones modernas, que una sociedad que se basa en el egoísmo no permite la buena vida, por más que este egoísmo esté distribuido entre todos sus miembros. Ya que algo malo, por más ampliamente distribuido que esté, no deja de serlo.
Los piratas ya casi no existen, pero lo que los define sí. ¿Qué otra cosa es la oligarquía si no es el régimen del egoísmo? En la oligarquía unos pocos gobiernan buscando aumentar su riqueza. Como escribe Aristóteles en Política, este régimen es el segundo más perverso de todos, solo superado por la tiranía, aunque es mucho más común que esta última. La mayor parte de la humanidad, no solo en el pasado, sino también en el presente, vive bajo este régimen. También como lo indicó Aristóteles, es la democracia, el gobierno de los muchos, el mejor régimen para hacerle frente, pese a todos sus vicios posibles y sus múltiples errores.
Hasta la actualidad, el análisis de Aristóteles sigue siendo válido. Hoy en día, la mayor parte de los habitantes del planeta no participa realmente en el poder. Ya sea porque están completamente excluidos—como en Corea del Norte, China o Arabia Saudita—, porque su participación no es más que un simulacro—como en Rusia o Venezuela—, o porque, aunque pueden participar parcialmente, el centro real del poder sigue en manos de unos pocos.
Simplificando burdamente, y retomando el análisis propuesto, por ejemplo, por Castoriadis, los países occidentales pueden describirse como oligarquías liberales parciales. En otros términos, retomando a Aristóteles, se trata de regímenes mixtos (y, por lo tanto, también democracias parciales), donde los elementos oligárquicos y democráticos se entrelazan en una lucha constante por redefinir y reinstituir la comprensión de lo político.
A esto se suman una serie de movimientos, como la lucha por la igualdad racial y de género, los movimientos medioambientales y muchos otros, que buscan profundizar y ampliar la democracia. El hecho de que durante la Guerra Fría estos movimientos lograran avances políticos y sociales dentro de los Estados occidentales—mientras que al otro lado del Telón de Acero eran sistemáticamente reprimidos—muestra la naturaleza oligárquica de los regímenes comunistas, donde tales luchas eran sofocadas por el aparato estatal.
Tras el fin de la Guerra Fría, la idea de una convergencia de valores y de sistemas democráticos, fue rápidamente desmentida. Por un lado, la consolidación de oligarquías que reemplazaron las anteriores, como en Rusia, donde tuvo lugar un cambio de sus integrantes, manteniendo sin embargo una fuerte presencia, como en la URSS, de las agencias de inteligencia, y del otro la continuidad de gobiernos oligárquicos como en China, y posteriormente su extensión a otros países.
En estas últimas semanas el país donde la oligarquía más ha avanzado ha sido en Estados Unidos. Trump, Musk y su grupo conciben el poder como un derecho de los ricos para, al igual que los piratas, enriquecerse. Como no tienen noción del bien común, ni de la igualdad que supone la democracia, construyen una propaganda que parece sacada de una versión absurda de Corea del Norte, como son por ejemplo los libros para niños de Kash Patel, quien fue nombrado por Trump para dirigir el FBI. Otro ejemplo es la reciente propuesta de establecer como feriado el cumpleaños de Trump.
De esta forma no era más que esperable, como desde hace meses venía advirtiendo Timothy Snyder, que se produjera una convergencia de intereses entre los oligarcas contra la democracias imperfectas europeas. Trump y Putin consideran, contrariamente al orden internacional instaurado desde la Paz de Westfalia y que ha ido siendo mejorado desde entonces, que las grandes potencias pueden dictar el destino de otros países abiertamente y que las fronteras de estos pueden ser modificadas según los deseos de los poderes hegemónicos, que forman una especie de internacional oligarca que se reparte el pastel. En otras palabras, en vez de estados soberanos consideran que casi todos los estados establecidos no son más que colonias.
La guerra de la oligarquía de Rusia contra Ucrania, que cumple tres años, tiene todas las características de una guerra colonial y la forma en que Putin y Trump proponen negociar su fin, repartiéndose este país y sus recursos recuerda otros episodios históricos similares. También los propósitos de Trump respecto a Gaza, Groenlandia y renombrar el Golfo de México, siguen esta lógica.
Esta convergencia ocurre en un momento en que la economía rusa atraviesa una situación delicada: donde todos los sectores, salvo el militar, están en recesión y las sanciones internacionales tienen un impacto cada vez mayor y más profundo, sumiendo al país en una estanflación. A esto se suma que, pese a la constante propaganda sobre una supuesta victoria del ejército ruso, la guerra permanece en un punto muerto. Un ejército victorioso no necesitaría, por ejemplo, recurrir a burros para transportar pertrechos al frente. Por ello, en las recientes negociaciones en Arabia Saudita, el régimen de Putin dejó en claro que su prioridad es el levantamiento de las sanciones y la delegación de Trump accedió, ofreciéndole un salvavidas para evitar su colapso.
El cambio de alianza que propone el gobierno de Trump tiene también su lógica bajo este punto de vista, ya que su visión del mundo es de unas pocas oligarquías que se reparten el mundo entre ellas. La destrucción de la Ucrania democrática —uno de los pocos países que en las últimas décadas ha avanzado hacia una democracia, en contraste con la tendencia global en sentido contrario— sella este pacto y explica la animadversión de Trump hacia este país.
Sin embargo, esta victoria oligarca no es una fatalidad. El ejército ucraniano sigue combatiendo y obteniendo resultados en su lucha para mantener la independencia de su país. La Unión Europea, junto a Canadá y el Reino Unido, —cuyas economías combinadas superan en más de diez veces el PIB de Rusia— pueden suplir materialmente la falta de apoyo estadounidense a mediano y largo plazo, siempre que adopten un programa ambicioso para ello. En este caso, el obstáculo es político, no económico ni logístico. Además, en caso de un cese al fuego, estos actores podrían ayudar a evitar que Ucrania se convierta en una colonia repartida entre los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin, dándole la ayuda militar y económica necesaria para mantener su independencia, como lo indica Slavok Žižek. Y por supuesto, las llamadas democracias latinoamericanas -o lo que queda de ellas- también pueden jugar un rol en esto tomando acciones que vayan más allá de los necesarios y justos discursos de condena a Putin y a Trump.
Hace tres años, cuando muchos —incluyéndome— pensaban que la desaparición de la Ucrania independiente era cuestión de semanas, fueron los propios ucranianos quienes, con una resistencia heroica, defendieron su país y expulsaron a los invasores de gran parte de su territorio. Las próximas semanas serán igualmente decisivas. El resultado aún no está definido; dependerá de la acción de millones de hombres y mujeres, algunos conocidos, la mayoría anónimos, cuyas decisiones —y las nuestras— marcarán el desenlace.
Como escribió Cornelius Castoriadis en 1981, tras el golpe de Estado en Polonia: “El fascismo no pasará, se gritaba antes de la guerra, la otra. Pero pasa todo el tiempo —y de forma todavía más fácil, ya que ahora se presenta como antifascismo. (…) ¿Podrá Polonia, para ella y para nosotros, recordarnos ser nosotros mismos? Recordarnos que la vida es infinitamente seria, que nada nos es dado por nacimiento o por la promesa de los dioses, que lo poco que tenemos puede perderse en cualquier momento” (Domaines de l’homme, 1999, p. 82, mi traducción).
Basta con sustituir Polonia por Ucrania, y estas palabras mantienen todo su significado.