Refugiándose en las polleras de Bachelet
19.02.2025
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19.02.2025
Señor Director:
La centroizquierda observa con atención y expectativa la posible reaparición de Michelle Bachelet en el escenario presidencial. Su figura emerge como la única capaz de unir a todas las tribus de este sector, desde el Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana, e incluso más allá, incluyendo a movimientos como Amarillos y Demócratas. En política, el poder es un bien demasiado valioso como para ser desperdiciado cuando existen reales posibilidades de alcanzarlo.
Bachelet evalúa los pros y los contras de asumir un tercer mandato, lo que la convertiría en la primera presidenta en gobernar en tres periodos no consecutivos. Su trayectoria ya es histórica: fue la primera mujer en llegar a La Moneda y la primera en repetir el cargo desde Carlos Ibáñez del Campo en 1952. Sin embargo, el Chile de hoy es radicalmente distinto al de sus administraciones anteriores.
Su popularidad, que en 2002 la mostraba sobre un tanque evaluando daños tras un temporal en Santiago y en 2013 la convertía en la gran esperanza para impulsar reformas estructurales, ha menguado. Su capital político no es el mismo, y la implementación del voto obligatorio introduce nuevas incertidumbres sobre la composición del electorado. En 2005, obtuvo un 53,5% en segunda vuelta; en 2013, aunque se esperaba una victoria en primera, solo alcanzó un 46,7%, logrando posteriormente un sólido 62% en el balotaje. Cifras como estas parecen hoy inalcanzables para cualquier candidato en el mediano plazo.
La derecha no dudará en recriminarle las sombras de su segundo gobierno, así como antes lo hizo con su gestión del 27-F en la campaña de 2013. Si bien Bachelet fue responsable de ciertas decisiones, gobernó con un equipo y un Congreso que, en su segunda administración, le fue ampliamente favorable. Gracias a ello, impulsó avances significativos como la Ley de Aborto en Tres Causales, la Ley de Inclusión Laboral, la Ley de Identidad de Género y la gratuidad en la educación superior. Sin embargo, replicar esa mayoría parlamentaria hoy sería casi imposible, considerando la fragmentación actual del sistema de partidos.
Los flancos débiles de su gestión incluyen una reforma tributaria que no recaudó lo esperado y un crecimiento económico mediocre, con un promedio del 1,8% anual. El caso Caval aún podría ser utilizado en su contra, aunque parece menor en comparación con los recientes escándalos de corrupción que han sacudido al país. Aun así, el mayor desafío sigue siendo el desarrollo económico: Chile necesita crecer a un ritmo superior al 4% anual para superar el umbral del subdesarrollo. Desde el año 2000, se ha postergado la meta de ser un país desarrollado, primero para 2010, luego para 2020, y ahora 2030 parece cada vez más lejano. Si la tendencia persiste, el problema no será «30 pesos», sino 30 años de promesas incumplidas.
Paradójicamente, la misma generación que criticó con vehemencia a los gobiernos de la Concertación terminó recurriendo a sus figuras para evitar el naufragio de su propia administración. Ahora, la posta podría ser tomada por la última representante de aquella era de estabilidad y crecimiento. Si Bachelet decide asumir este desafío, deberá rodearse de un equipo dispuesto a generar acuerdos, construir un nuevo contrato social y diseñar un plan estratégico que conduzca a Chile al desarrollo real. Su liderazgo deberá ir más allá de sus históricos colaboradores y sumar a quienes compartan un objetivo común: no acabar con los ricos, sino con la pobreza. De lo contrario, la centroizquierda solo estará refugiándose, una vez más, en las polleras de la ex presidenta.