De cómo el ascenso de las ultraderechas profundizará la crisis climática global
19.02.2025
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19.02.2025
Desde 2012, al menos, la comunidad científica internacional viene elaborando modelos que proyectan el futuro del planeta según los caminos que adoptemos como humanidad. Esta metodología de escenarios es utilizada en la planificación a múltiples escalas (regional, nacional, global) y sectores (energía, agua). El autor de esta columna escrita para CIPER releva en el riesgo que revisten las ideologías más conservadoras que incluso niegan el cambio climático, y señala que “Donald Trump, en Estados Unidos, es el buque insignia de esta mirada. Aunque con contradicciones en términos de libre mercado, ante las últimas decisiones de desconocer sus acuerdos comerciales internacionales”.
En lugar común ha devenido la idea de que el cambio climático no tiene ideología. Que sus impactos en las sociedades, y los medios de adaptación y resiliencia, trascienden las opiniones personales. Que todos somos responsables. Y, a la vez, todos afectados.
El segundo cliché es similar: la naturaleza no abraza bandera, color político ni militancia.
A ras de suelo podemos concordar con ambas frases. Cuando reaccionan, la biología, la física y la química no distinguen insignia. Actúan independientemente de los procesos culturales, sociales y políticos. Cuando llueve, todos nos mojamos.
Pero elevémonos para más perspectiva. Trepemos al origen.
La crisis climática (concepto que refuerza el sentido político del dilema) es parte de la triple crisis planetaria: la climática, pero también de pérdida de biodiversidad y de contaminación, la que interpela nuestra relación con los ecosistemas. Podemos seguir múltiples caminos para intentar superarla, de los cuales hemos escogido uno en particular.
El problema es antropogénico porque se sustenta en el actuar humano. En genérico, porque tales comportamientos están ligados a visiones de mundo específicas de individuos y las sociedades que estos conforman.
El Antropoceno no se calcula desde los 200 mil años que llevamos recorriendo el planeta como especie. Su nacimiento se inscribe el día que comenzamos a generar cambios globales, más allá de procesos que cambian el clima y que no son atribuibles al ser humano, como el sol o las fuerzas volcánicas. Transformación que seguirá en aumento, mientras no cambiemos nuestro proceder. Y percibir.
Esta crónica aborda el cruce entre ideología y ese mañana que se aproxima.
En 2012 un grupo multidisciplinario de investigadores del calentamiento global acuñó un nuevo concepto en los intentos por detener el avance del cambio climático: trayectorias socioeconómicas compartidas. Las SSP (por Shared Socioeconomic Pathways) evalúan el desempeño de la sociedad global en base a determinados criterios que proyectan escenarios al año 2100.
Este marco de análisis fue desarrollado en el artículo “La necesidad y el uso de escenarios socioeconómicos para el análisis del cambio climático: un nuevo enfoque basado en trayectorias socioeconómicas compartidas” (publicado ese mismo año en el volumen 22 de la revista Global Environmental Change). La tesis es obvia: El futuro se va dibujando según las decisiones que vayamos adoptando colectivamente.
La proyección de escenarios es una herramienta que se utiliza desde hace décadas en las ciencias física y sociales como soporte de la planificación. En Chile se ha aplicado en energía, agua y en varias estrategias de desarrollo regional, como la de Aysén. También en la Política Energética Regional 2050 lanzada en 2018.
Previo a los SSP, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), constituido en 1988, se había enfocado en los escenarios para proyectar los niveles de concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, dependiendo de la población, las economías y las estructuras políticas de las próximas décadas.
En el caso de las SSP, los ejes fundamentales son los esfuerzos globales que se requerirán en términos de adaptación y mitigación.
Los “Shared Socioeconomic Pathways” fueron incluidos por primera vez en el Sexto Informe de Evaluación (AR6, 2023). Estos bosquejan cinco escenarios evaluando aspectos cualitativos y cuantitativos vinculados a los modelos de desarrollo de los países, relacionados con población, educación, urbanización, producto interno bruto y tecnología.
“Las Trayectorias Socioeconómicas Compartidas describen tendencias alternativas y plausibles de la evolución de la sociedad y de los sistemas naturales a lo largo del siglo XXI a nivel del planeta y en las grandes regiones del mundo. Consisten en dos elementos: un argumento narrativo y un conjunto de medidas cuantificadas de desarrollo” se explica en el Capítulo 6 “Escenarios de Cambio” del documento “Perspectiva Global de la Tierra” liberado en 2017 por la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. A esa fecha, era una propuesta que aún no se incluía en los reportes oficiales del IPCC.
El primer escenario, el más deseable, es el SSP1: “Sostenibilidad-Tomando el Camino Verde”. Se basa en la cooperación global, rápido desarrollo tecnológico, políticas ambientales sólidas, bajo crecimiento poblacional, disminución de la inequidad, foco en energías renovables y eficiencia, cambios en la dieta y protección de los bosques. Todo esto acompañado de inversiones en salud y educación, con énfasis en el bien común. La desigualdad se reduce a nivel global pero también dentro de los propios países y el consumo está orientado a un bajo crecimiento material y de menor intensidad en uso de recursos y energía.
La premisa es “un mundo de Naciones Unidas” y es un escenario que requerirá menos esfuerzos en mitigación y adaptación.
El SSP2 es el “El camino intermedio”: Es lo que se conoce como “business as usual” (BAU, o seguir haciendo lo mismo) y proyecta un futuro que se funda en los patrones históricos de las tendencias socioeconómicas. No se vislumbran cambios drásticos ni avances significativos hacia la sostenibilidad o la desigualdad. El desarrollo y el crecimiento en los ingresos avanzan de manera desigual, con algunos países logrando un progreso relativamente positivo mientras otros no. Los ecosistemas sufren degradación, aunque hay algunas mejoras y, en general, la intensidad del uso de recursos y energía disminuye. El crecimiento de la población mundial es moderado y se estabiliza en la segunda mitad del siglo.
La máxima es “la mitad del camino”, requiriendo esfuerzos moderados en mitigación y adaptación.
“Desigualdad creciente: El camino de la división” es el nombre del escenario SSP4. En éste, la desigualdad socioeconómica aumenta considerablemente, con crecimiento económico impulsado por una élite adinerada, mientras la mayoría de la población experimenta estancamiento o incluso retroceso en términos de bienestar. Los países profundizan sus diferencias sociales y económicas tanto entre ellos como internamente, así como la brecha entre quienes están conectados a nivel global en conocimiento y capital, y quienes viven en sociedades de bajos ingresos y con poca educación, que trabajan en economías intensivas en mano de obra y baja tecnología. La cohesión social se degrada y los conflictos y disturbios se vuelven cada vez más comunes. El sector energético se enfoca tanto en combustibles con alto contenido de carbono como en renovables. Las políticas ambientales se centran en cuestiones locales, alrededor de las áreas de ingresos medios y altos. El comercio es limitado.
La premisa es la separación entre “los que tienen y los que no”, siendo una proyección que requerirá bajos esfuerzos en mitigación pero altos en adaptación.
Este es, en alguna forma, el camino que está recorriendo Chile con políticas públicas asociadas a la utopía full electric, donde bajo la bandera de la crisis climática se entregan los recursos naturales a grandes consorcios nacionales y extranjeros, afectando la capacidad de resiliencia de las comunidades.
El SSP5 ha sido denominado “Desarrollo impulsado por combustibles fósiles: Por la autopista” y apunta a un mundo de rápido crecimiento económico y desarrollo tecnológico. Se caracteriza por un aumento significativo en el consumo de energía y recursos, lo que conlleva desafíos considerables en términos de sostenibilidad ambiental y desigualdad social. Es una sociedad global con confianza creciente en los mercados competitivos, la innovación y las sociedades participativas para producir un rápido progreso tecnológico y desarrollo del capital humano como el camino hacia el desarrollo sostenible. El impulso por el desarrollo económico y social se combina con la explotación de abundantes recursos de combustibles fósiles y la adopción de estilos de vida intensivos en recursos y energía en todo el mundo. Estos factores conducen a un rápido crecimiento de la economía global, mientras la población global alcanza su pico y disminuye en el siglo XXI. Los problemas ambientales locales, como la contaminación del aire, se gestionan con éxito. Hay confianza en la capacidad de gestionar eficazmente los sistemas sociales y ecológicos, recurriendo a la geoingeniería si es necesario.
La máxima es “el mercado primero”, y requiere amplios esfuerzos en mitigación pero bajos en adaptación.
Para el final hemos dejado el SSP3, el escenario menos deseable. Se le ha llamado “Rivalidad regional: El camino pedregoso”:
Es un mundo caracterizado por un aumento del nacionalismo, con fragmentación de la cooperación internacional y falta de acción concertada para abordar problemas globales, lo que resulta en desafíos significativos en términos de desigualdad y sostenibilidad. Involucra competencia entre regiones como premisa, bajo desarrollo tecnológico, donde los objetivos medioambientales y sociales no son una prioridad, centrándose en la gestión de los recursos internos. Existe alto crecimiento demográfico y lento crecimiento económico en los países desarrollados.
La máxima es “choque de civilizaciones”, donde los esfuerzos en mitigación y adaptación serán elevados.
Es, en el fondo, la agenda de las ultraderechas reemergentes. Con sus cuestionamientos a la Agenda de Sostenibilidad 2030 de las Naciones Unidas, nacionalismos desbocados y negación de la crisis climática. Se resisten a la globalización en lo que compete a la universalización de los derechos humanos en clave indígena, ambiental y reproductiva, pero aplauden los avances tecnológicos a todo evento (el así llamado tecno optimismo) y la desregulación del mercado. Todo en nombre de la libertad.
Donald Trump, en Estados Unidos, es su buque insignia. Con contradicciones en términos de libre mercado, ante las últimas decisiones de desconocer acuerdos comerciales internacionales.
Una idea puntal es el individualismo, en oposición a una mirada más colectiva. Se desconoce así que las actuales sociedades no se han cimentado en los esfuerzos aislados del individuo, sino mediante acciones conjuntas para enfrentar desafíos comunes. Desde el Empire State hasta la pequeña escuelita de Puerto Guadal, en la Patagonia, se requirió de la confluencia de voluntades, el acuerdo, la colaboración.
Desconocer esto no sólo representa un retroceso civilizatorio. También devela ignorancia sobre la historia de la humanidad, en paso firme hacia la profundización de la crisis climática global.