Chilotes fusilados en la Patagonia argentina: más de un siglo sin verdad ni justicia
07.02.2025
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07.02.2025
A fines del año pasado comenzó en Argentina un juicio que busca determinar la verdad histórica que dignifique la memoria de 1.500 obreros rurales fusilados ilegalmente en la Patagonia argentina en 1921 por el Ejército de ese país. Entre los muertos hay chilotes, y según escribe el autor de esta columna, “parece que los chilotes fusilados en la Patagonia argentina están condenados a otros cien años de olvido, sin justicia ni verdad”.
Imagen de portada: El capitán Pedro Viñas Ibarra frente a una de las filas de obreros prisioneros en la estancia La Anita. Fotografía cedida por Luis Milton Ibarra Filemón. Archivo Histórico El Calafate.
A fines de septiembre recién pasado nietos y bisnietos de los obreros fusilados por el ejército argentino entre 1921 y 1922 en el territorio de Santa Cruz, Argentina, comenzaron a declarar ante la Fiscalía Federal de Caleta Olivia. Es el inicio de un juicio por la verdad para dignificar la memoria de los 1.500 obreros rurales víctimas de la represión ordenada por el gobierno de Hipólito Yrigoyen a solicitud de los latifundistas propietarios de las grandes estancias ovejeras en la Patagonia austral. Un acontecimiento silenciado durante 103 años.
Fue el periodista e historiador argentino Osvaldo Bayer quien investigó estas matanzas y publicó un libro de cuatro tomos que después fue una película titulada “La Patagonia rebelde”, que le costó el exilio durante la dictadura de Videla en Argentina. En Chile, mucho antes que Bayer, dos Premios Nacionales de Literatura conocían estas matanzas. Francisco Coloane que escribió varios relatos con esa temática y es el cuento “De cómo murió el chilote Otey” donde describe los fusilamientos ocurridos en la estancia La Anita en los días 7, 8 y 9 de diciembre; también algo recordaba de estas matanzas el poeta Juan Guzmán Cruchaga que siendo cónsul de Chile en Río Gallegos jamás ayudó a sus compatriotas y en sus memorias, “Recuerdos entreabiertos”, quiso justificar su complicidad en esos crímenes.
Cuando el 9 de noviembre de 1921 el teniente coronel Héctor Benigno Varela llegó por segunda vez a la Patagonia ya no vino con ánimo mediador, trae dos capitanes y 173 soldados, desembarca cerca de Río Gallegos y divide a su tropa en dos destacamentos. Envía al capitán Pedro Viñas Ibarra a perseguir a las columnas de obreros que recorren la zona cordillerana, y con el capitán Pedro Campos parte de la tropa se va a la estancia Bremen de los Schroeder, en El Cifre, donde ordena el fusilamiento del chilote Roberto Triviño Cárcamo. El primero de los fusilados sin ninguna formalidad judicial, sólo porque lo ordena el teniente coronel. El 25 de noviembre le llegan refuerzos, 68 soldados que al mando del capitán Elbio Anaya desembarcan en Puerto San Julián.
Según Bayer hubo tres categorías de huelguistas, los malos, que “murieron en los combates” o sea fusilados; los sospechosos, que fueron trasladados a la cárcel de Río Gallegos, y los buenos que fueron salvados por los patrones. Pero olvida Bayer una cuarta categoría, los indígenas chilotes quienes fueron apartados del resto y nadie anotó sus nombres y, después de fusilados, los hicieron desaparecer mal enterrados en tumbas masivas por el único delito de andar por las estancias mendigando el trabajo que en sus islas no existía.
Más del 80% de los fusilados por el ejército, la policía y los gendarmes argentinos con la complicidad y ayuda de capataces, administradores y dueños de estancias agrupados en la Liga Patriótica Argentina; fueron chilotes mestizos de ascendencia española que eran delegados en las estancias y que durante la huelga integraban y guiaban las comisiones que iban por los establecimientos ganaderos llamando a los obreros a plegarse a la huelga, y los chilotes huilliches que por andar mendigando trabajo ensuciaban la Patagonia que debía ser blanca y argentina; discriminación y racismo motivaron esta matanza.
Esta afirmación se confirma cuando sabemos que en la estancia La Anita, cerca del Lago Argentino, después que el capitán Viñas Ibarra fusila a los dirigentes, aparta a los sospechosos y libera a los trabajadores elegidos por los patrones, únicamente quedan los vagabundos, “tumberos atorrantes”, que recorrían la Patagonia mendigando trabajo, “[…] Entre esos prisioneros no requeridos por los estancieros se hizo una selección muy apresurada. Chilote que tenía alguna prenda nueva se lo acusaba de robo y sin más vuelta se lo ejecutaba. Por supuesto esas pilchas nuevas tenían que dejarlas antes de ir a lavar sus culpas con plomo argentino. Tanto ellos como los otros, los chilotes demasiado rotosos, tomados ya como escoria, morralla. Para qué podía servir esa gente de mal aspecto, mal entrazados, de mirada torva; evidentemente no era necesario dejarles la vida, era como limpiar la tierra argentina. Esos tal vez fueron los que más sufrieron porque se los dejó para lo último, como quien hace un barrido para juntar todo el descarte después de una selección. O no sufrieron, porque acaso se pueda admitir que a una cochambre humana así Dios ni siquiera le haya dado capacidad de sufrimiento. Parecían budas mugrientos esperando pacientemente su muerte o un latigazo, o unos cuantos palos por el lomo. Tal vez para ellos todo fuera lo mismo”. (La Patagonia Rebelde, Tomo II, La Masacre. Osvaldo Bayer. Pág. 328).
Esta descripción, como un violento temporal barriendo la hojarasca de las arboledas en invierno, borra todas las cualidades de esa gente simple que andaba por la Patagonia mendigando trabajo. Para el estanciero y el militar aquellos migrantes era gente sin valor; únicamente por racismo se desprecia su existencia. “Y estamos seguros que Varela si hubiera tenido una manguera, los habría bañado y rapado antes de mandar al hoyo a tanto chilote para que se sacaran los piojos traídos del otro lado de la cordillera”. (Bayer. Tomo II, pág. 233).
El 16 de noviembre de 1921 en Corrales Viejos, estancia Punta Alta, cerca de la frontera el destacamento del capitán Pedro Viñas Ibarra, con unos 50 soldados, ayudados por la Guardia Blanca de la Liga Patriótica Argentina y algunos policías, sorprende a una columna de más de un centenar de obreros que se rinde sin combatir. En ese lugar son fusilados más de 20 obreros, de seis de ellos se conoce el nombre porque lo publica el periódico de la FOM cuando denuncia esta matanza. El pequeño ejército al mando del teniente coronel Varela y los capitanes Pedro Viñas Ibarra, Pedro Campos y Elbio Anaya con la ayuda de la policía, los gendarmes y la guardia blanca pagada por los estancieros; entre noviembre de 1921 y enero de 1922 anduvieron fusilando obreros en Paso Ibáñez, en Charles Fuhr, en El Cerrito, en Fuentes de Koyle, en la estancia La Anita, en el Cañadón de los Muertos, en Tehuelches, en Cañadón León, en Tapera de Casteran, en la estancia Bella Vista, en Charles Fuhr, en Río La Leona y otros lugares por donde pasó la muerte vestida con uniforme militar defendiendo la avaricia de los estancieros. Nunca se podrá saber la cantidad de obreros fusilados la único cierto es que la gran mayoría de los huelguistas eran campesinos chilotes; basta leer las listas de prisioneros para darnos cuenta, por los apellidos, que esos chilenos, habían llegado desde Chiloé. Mientras en Argentina se fusilaba a obreros chilenos, en Chile, los periódicos informan que “la región de Aysén es invadida por más de mil bandoleros procedentes de la Argentina que forman un verdadero cuerpo de ejército con tropas de las tres armas. Traen 60 automóviles, ametralladoras, fusiles y abundante munición”. Esta falsa noticia creada por los estancieros, en Santiago durante todo el enero de 1922, la publica el diario La Nación con el título “Los sucesos del Aysén”.
El miércoles 24 de noviembre de 2021 en el Congreso argentino se presentó un proyecto de ley para investigar los fusilamientos que realizó el ejército argentino, se buscaba fueran declarados crímenes de lesa humanidad las matanzas que entre noviembre de 1921 y enero de 1922 ejecutó el ejército con la complicidad del estado argentino; hoy ese proyecto permanece olvidado. Si la investigación que ha iniciado la Fiscalía Federal de Caleta Olivia establece la verdad de los fusilamientos y desapariciones forzadas, no sólo será un gran avance simbólico de recuperación de la memoria y búsqueda de justicia para un acontecimiento que se quiso borrar de la historia argentina y que, en Chiloé, cuando se cumplieron cien años de ese olvido nadie promovió actividades de conmemoración y dignificación de la memoria de los obreros chilotes fusilados en la Patagonia argentina. Una matanza que no tiene una fecha que la vuelva estática e inolvidable en el calendario de las conmemoraciones. Ni un lugar geográfico tuvo esta matanza, fueron varios lugares, y fue en otro país. En un territorio lejano y ajeno, y eso desestructura uno de los cánones de toda conmemoración, un espacio donde recordar el pasado. A los chilotes fusilados sin que nadie se molestara en preguntar sus nombres hoy no tienen familiares que representen su memoria en el juicio por la verdad que se realiza en Caleta Olivia. Parece que los chilotes fusilados en la Patagonia argentina están condenados a otros cien años de olvido, sin justicia ni verdad.