Venta de derechos para (re)reproducir teleseries chilenas: lecciones de la industria turca de televisión
05.02.2025
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05.02.2025
Los autores de esta columna escrita para CIPER analizan la estrategia del Estado turco que potenció su industria de producción de teleseries y la asoció a la imagen país con el turismo y el patrimonio cultural. Sostienen que es buen ejemplo de lo que debiera hacer Chile y que “es de esperar que las nuevas adaptaciones de teleseries históricas chilenas sirvan para contrastar lo hecho, narrar nuevos fenómenos emergentes e imaginar nuevas fronteras televisivas que circulen la producción local por el mundo”.
A inicios del año pasado, Televisión Nacional de Chile vendió los derechos de reproducción de tres exitosas teleseries a un canal privado de su competencia directa. Luego de meses de esa negociación inédita en la historia de la industria televisiva local, hemos podido ver los resultados dispares en términos de rating de la adaptación contemporánea de “Amores de mercado” y “El Señor de la Querencia”. Si a inicios de la década del 2000 las teleseries nacionales jugaron un papel clave tanto en la discusión sobre nuestra identidad como en la sostenibilidad económica del mercado televisivo, hoy nos hallamos en un fenómeno interesante de reapropiación y actualización temática de telenovelas históricas, pero bajo un modelo “hacia dentro”. Se ha producido, al parecer, un encapsulamiento local creativo y productivo, generando así una interrogante legítima sobre la dificultad de la industria local por producir nuevas ofertas creativas de teleseries que logren el éxito nacional e internacional alcanzado hace dos décadas. En el contexto actual, caracterizado por profundas crisis económicas de los canales de televisión local, resulta importante revisar experiencias internacionales que nos ayuden a vislumbrar caminos posibles de desarrollo e innovación creativa en el campo de las teleseries chilenas.
Uno de los casos exitosos es, sin duda, el de Turquía. Mientras a inicios del siglo XXI la producción y visualización de teleseries locales era imbatible, la década siguiente experimentó un interés inédito por producciones televisivas del país transcontinental. Luego que Mega programara «Las mil y una noches» en 2014, los nombres de Onur y Sherezade han compartido reconocimiento emotivo con “El Peyuco” o “La Fiera”. Hasta la fecha, las teleseries turcas siguen ofreciendo nuevas y renovadas ofertas programáticas. A pesar de la incursión de series coreanas, la industria turca no decae: ¿Cómo ha sido posible su expansión y sostenibilidad comercial y creativa diez años después de su llegada a Chile y América Latina? ¿Qué planes y programas tanto públicos como privados se implementaron en Turquía para lograr aquello? ¿Qué nos pueden decir las políticas culturales turcas para pensar el caso chileno y su futuro?
En la década de los noventa Turquía vibraba con las teleseries latinoamericanas. A pesar de las evidentes diferencias culturales, los dramas y (des)amores de nuestro continente contaban con un alto rating y valoración emotiva de las audiencias turcas. En ese entonces, Turquía contaba con una industria televisiva enfocada al mercado local y era, básicamente, importadora de productos occidentales. Sin embargo, al inicio de la década del 2000 —e inspirada por los melodramas latinoamericanos y su formato (duración, episodios breves, resúmenes al inicio de cada capítulo, música ad hoc, etc.)—, el país decidió desarrollar un esquema de inversión pública y privada para el fomento del campo televisivo local, dando paso al denominado dizi: la industria de telenovelas turcas. Desde entonces, la industria comenzó a desarrollar series de alta calidad técnica y con historias cargadas de romance, traición, lucha de clases, familia e injusticias sociales. El éxito de ventas de estas producciones comenzó en el este europeo y el oriente medio y, posteriormente, al resto del mundo. Diez años después, Turquía se convirtió en el segundo mayor exportador de series de televisión a nivel global, solo superado por Estados Unidos. Hasta la fecha, sus teleseries han sido traducidas a más de 150 idiomas y gran parte de ellas están disponibles en plataformas de streaming.
Una de las características principales del éxito del dizi turco fue la combinación de temáticas globales con elementos propios de la tradición y herencia turco-otomana. Los guiones de las teleseries no solo narraban dramas familiares y amores no correspondidos, sino también introdujeron estratégicamente la imagen de una Turquía moderna y occidental, caracterizada por equilibrar paisajes turísticos patrimoniales con escenarios urbanos de la Estambul contemporánea. En esa dirección, el Estado turco incentivó el desarrollo de sus industrias culturales —incluyendo el cine, la televisión y la música— y el turismo, con el objetivo de establecer una estrategia global de crecimiento económico.
En concreto, a finales de la década pasada, el gobierno turco promovió fuertes incentivos fiscales y subsidios a la industria local de televisión y cine, así como también redujo la carga impositiva hasta en un 30% a productoras de cine que filmaran en el país. Al mismo tiempo, su Ministerio de Cultura y Turismo dispuso de un monto de entre 5 y 6 millones de dólares para financiar proyectos locales de cine y televisión. A la vez, el Estado turco financia la traducción de sus teleseries y películas, y ha desarrollado planes de apoyo para la formación de talentos jóvenes emergentes de cine y televisión. En este escenario, además, se fundaron BluTv, PuhutV, Tabii y Exxen, todas plataformas de streaming para la circulación de producciones turcas a nivel global. Con todo ello, en el año 2020 la Corporación Turca de Radio y Televisión (Türkiye Radyo Televizyon Kurumu TRT) logró vender más de 500 millones de dólares en derechos de autor en MIPCOM Cannes y el objetivo a corto plazo es doblar esa cantidad.
Estas inversiones en cine y televisión han tenido efectos beneficiosos en el turismo local de Turquía. El hecho de televisar el patrimonio histórico y contemporáneo del imperio turco-otomano ha generado un alto interés global por conocer sus paisajes, comidas y cultura. El Estado turco diseñó, además, una estrategia nacional de turismo en colaboración con la industria audiovisual local, al implementar, por ejemplo, el International Antalya Golden Orange Film Festival y el Istambul Film Festival. Sumado a ello, se han fundado más de 60 Yunus Emre Enstitüsü a lo largo del mundo, que consisten en centros culturales que fomentan la cultura e idioma turco.
Todas estas iniciativas están enmarcadas, ciertamente, en un plan mayor de diplomacia cultural y, por ende, de fortalecimiento de su soft power. El lucrativo negocio de la televisión y las series turcas ha producido un círculo virtuoso que se mide más allá de los ingresos económicos. En efecto, el gobierno turco ha reconocido que su apoyo a las industrias culturales locales ha sido una decisión estratégica de Estado que le ha ayudado a reforzar su propia identidad nacional, así como también su presencia a nivel mundial. Junto con el apoyo económico, legal, político-cultural y tributario, la triada estratégica entre televisión, cine y turismo ha generado una “imagen país” favorable al gobierno turco, lo que no está exento de críticas internas, sobre todo al fuerte control que el Estado ejerce sobre el cuidado de las tradiciones del país por medio del Radyo ve Televizyon Üst Kurulu (Consejo Supremo de Radio y Televisión).
El Estado ha jugado un papel estratégico en el éxito cultural y comercial del dizi turco, y de esta experiencia Chile puede aprender mucho. En primer lugar, es clave reconocer y apropiarse de su propia historia y patrimonio cultural. Tanto los acontecimientos duros como emotivos vividos en Chile son fuente de inspiración para la creación televisiva. Además, su diversidad cultural actual es un insumo fundamental para desarrollar nuevos guiones y temáticas de interés tanto local como internacional. La expansión internacional bajo esquemas de coproducción es otra línea de trabajo estratégica: los mercados internacionales y la industria del streaming es un futuro-presente que debe ser promovido desde el Estado por medio de alianzas duraderas, no “por goteo”. En tercer lugar, la producción profesional y de alta calidad técnica es un estándar mínimo. Para competir en un nivel global, la inversión tecnológica y el respeto de los derechos laborales es un piso incuestionable. Esto significa promover seriamente la formación técnico-profesional, así como también la de escritoras/es, guionistas y actrices/actores. Reforzar e implementar una fuerte diplomacia cultural —soft power— es un cuarto eje estratégico. Más allá de ganar premios Oscar o reconocimientos en festivales, el Estado debe actuar con mayor presencia cultural en el mundo y, en especial, en América Latina. Esto nos lleva, en quinto lugar, a diversificar las temáticas y géneros de contenido de las series y telenovelas, ampliando así su mercado y potencial ámbito de ventas de derechos de reproducción. Una alianza estratégica, en esta dirección, es explorar vínculos entre series, literatura y música: Mistral, Neruda, Jara, Parra, Ruiz y Guzmán, entre otros grandes artistas de reconocimiento mundial, son un piso cultural que ha forjado una tierra fértil de potencial colaboración generacional.
Todas estas sugerencias deben ser lideradas por el Estado, pero implementadas estratégicamente con los diversos agentes privados involucrados en la producción televisiva y audiovisual local. Pero también más allá. Como se ha demostrado, Turquía ha desarrollado una estrategia país que relaciona cine con turismo, teleseries con historia cultural y series con patrimonio social. En su conjunto, una mirada a mediano y largo plazo, donde las políticas culturales se piensan en un plano de desarrollo integrado e internacional. Es de esperar que las nuevas adaptaciones de teleseries históricas chilenas sirvan para contrastar lo hecho, narrar nuevos fenómenos emergentes e imaginar nuevas fronteras televisivas que circulen la producción local por el mundo. Si en la década del noventa el éxito de las teleseries generó interrogantes culturales e identitarias clave para Chile, hoy más que nunca es importante retomarlas para pensarnos glocalmente.