ENTREVISTA A MAURO BASAURE, INVESTIGADOR PRINCIPAL DEL NÚCLEO MILENIO SOBRE CRISIS POLÍTICAS EN AMÉRICA LATINA
“Las ideas de libertad, de democracia están siendo resignificadas en los términos de la nueva derecha”
30.01.2025
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ENTREVISTA A MAURO BASAURE, INVESTIGADOR PRINCIPAL DEL NÚCLEO MILENIO SOBRE CRISIS POLÍTICAS EN AMÉRICA LATINA
30.01.2025
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca y varias de sus primeras medidas abrieron nuevamente el debate sobre la denominada “batalla cultural”, en la que el líder republicano es un ícono del mundo conservador. El sociólogo Mauro Basaure desmenuza en esta entrevista el fenómeno que él denomina “dramatización de la política”, donde los datos y el debate racional de ideas tienen poco valor y lo que importa es la puesta en escena de una batalla contra un enemigo poderoso, omnipresente y omnipotente, que está a punto de ganar, que representa al mal y que es enfrentado por un héroe defensor de la tradición. Lo que consigue ese discurso es involucrar emocionalmente al ciudadano, como si fuese el espectador de una obra de teatro.
Minutos después de asumir por segunda vez como presidente de Estados Unidos, Donald Trump empezó a firmar en vivo y en directo 26 “órdenes ejecutivas”, decretos que no requieren de la aprobación del Congreso, con las que comenzó a cumplir su promesa de “acabar con la ideología woke”, término que se utiliza de manera peyorativa para referirse a la cultura progresista. Entre las medidas que ordenó, incluyó que en los documentos federales solo se va a considerar el sexo masculino y femenino, el fin de “todos los programas discriminatorios” que reconocen la diversidad de género, el indulto a 1.500 simpatizantes suyos que asaltaron el Capitolio hace cuatro años y la salida de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras medidas.
Este Trump “recargado” encarna el pensamiento de muchos sectores políticos del mundo que son contrarios a los avances en políticas como el aborto, el respeto al medio ambiente y a la diversidad sexual, la globalización y mucho más, siempre acompañado de una retórica cargada de descalificaciones hacia sus rivales o hacia quienes no piensan igual que él. Para Mauro Basaure, sociólogo e investigador principal del Núcleo Milenio sobre Crisis Políticas de América Latina, esta explosiva reaparición de Trump representa fielmente la estrategia de la “batalla cultural” del mundo ultraconservador.
El concepto de “batalla cultura”, dice Basaure, “se reconoce para una nueva forma de hacer política que está usando fundamentalmente una nueva derecha que conocemos con Milei, Trump, y en Chile con los hermanos Kaiser (el diputado Johanes y Axel, presidente de la Fundación para el Progreso). Sin duda, Trump y muchos como él en Austria, Francia, Italia, entienden que en la economía la cuestión técnica no es suficiente. En ese sentido, se separan del neoliberalismo. Hay una crítica al neoliberalismo como pura técnica económica. Y se entiende que la dimensión moral, afectiva, simbólica, que se resume en la idea de una batalla cultural, es más que una batalla por ideas.
– Pero, ese no es un concepto nuevo.
– Se asocia desde hace varios años con lo que se llama el gramscismo de derecha. (Antonio) Gramsci (intelectual comunista italiano, 1891-1937) hace ese movimiento al interior del marxismo, donde dice que la discusión sobre la lucha de clases en términos puramente económicos no basta, que las contradicciones del capitalismo no van llevar a una nueva sociedad, por lo que hay que manejarse a nivel de la superestructura: la cultura, las ideas, la religión, el arte, los medios de comunicación, hoy día extendidos en las redes [sociales]. Es ahí donde hay que dar una batalla por la hegemonía de las ideas, una hegemonía del “sentido común”. Eso también lo entiende muy bien la nueva derecha y desplaza el discurso de lo puramente económico, en equivalencia a lo que hizo el marxismo hace muchos años. Pero, y aquí está mi aporte, yo identifico que no es solo una batalla por las ideas, porque en realidad es una teatralización de la política. Hay algo nuevo que no se ha dicho: no se trata solamente de la pelea de una idea racional contra otra, porque eso sería como el debate democrático. Aquí hay algo más: una teatralización de la política, que más que a la cuestión racional, apela a la cuestión afectiva, a involucrar emocionalmente al público, que es una especie de espectador de lo que ocurre en este teatro.
– De ahí, entonces, que aparezcan estos personajes que parecen telepredicadores…
– Estos héroes que tienen ellos son guerreros culturales. Apelan a este público para involucrarlo emocionalmente y no solamente convencerlo, sino llamarlo a la acción. Por eso, es interesante esta analogía con el género de lo dramático, del teatro, donde la épica es tan importante. No es solamente una batalla por las ideas, por la cultura. Eso se queda corto, porque en realidad esto se trata de dramatizar la política, al punto de generar una emocionalidad fuerte en el espectador, convencerlo y movilizarlo a la participación en marchas, boicots, la participación en las redes. Convertir a sus seguidores en pequeños guerreros, soldados de batallas en el colegio, en la universidad, en los medios, en las iglesias…
– Tal vez la novedad esté en la agresividad de la retórica, de descalificación permanente del oponente.
– Les funcionó. De hecho, todos estamos hablando de ellos, de algo que hace rato se viene fraguando en los términos de una distinción entre el mal y el bien. Es en ese sentido también una moralización de la política. El mal es, sin duda, el otro; el bien, nosotros. Entonces, parte de esta dramatización es hacer una especie de bolsa con todo lo que es el mal y ahí se unen cosas muy diversas. Y lo mismo [pasa] en el grupo que constituye el bien, que también integra cosas muy diversas, desde neoliberales más clásicos hasta determinadas iglesias, que pueden tener muy poco en común, pero que se unen en torno a esta batalla cultural. Son distintos ejércitos, por decirlo de alguna manera, distintas huestes que de pronto se ven unidas. Y ahí está el trabajo de los líderes, de unir diferentes discursos en torno a una misma batalla (…). Esta idea de que tiene que generarse un “ellos” y un “nosotros”. Hoy día en el gobierno hay hasta grupos feministas por el aborto, que no necesariamente están unidos entre ellos, pero los configuran como un “ellos” y todo eso se moraliza en términos del mal. Eso es parte constitutiva de esta batalla, tienes que configurar ese ejército enemigo y el ejército propio. Y hay un elemento que yo agrego a esta discusión, que es lo que no se ha dicho, que la dramatización a la que hago referencia supone siempre que el enemigo es enorme, es grande y poderoso, es omnipotente y omnipresente, está en todas partes, está en la iglesia progresista, está en el colegio, está en la profesora, está en los medios, los medios están financiados por grandes organizaciones globalistas. Entonces, parte de la dramatización es constituir una figura monstruosa del otro que es ambivalente, porque por un lado te dicen que es todopoderosa, que ha ocupado todos los espacios y, sin embargo, es débil. Y como es débil, nosotros, el bien, podemos derrotarla. Por eso, mientras más grande es el enemigo, el mal, más heroica es tu batalla.
– Se transforma entonces en una batalla de tintes épicos…
– Claro, tú ensalzas a figuras como líderes y ahí, entonces, te entroncas con la religión directamente: esta tarea mesiánica, religiosa, teológica casi, de enfrentarte al mal. Entonces la estructura finalmente se vuelve teológica. Eso no se ha dicho hasta ahora. La estructura teológica es producto de este engrandecimiento de la monstruosificación y demonización del adversario. Si uno deja los contenidos de lado y se centra solamente en este punto y analiza desde esta perspectiva estos discursos de batalla cultural de la nueva derecha, es impresionante. O sea, ellos se auto escenifican como héroes o guerreros en una batalla que es desigual, aunque tengan a Elon Musk (el hombre más rico del mundo, dueño de X), a Apple, a Google. Aunque tengan a todos los gigantes tecnológicos de parte de Trump, todos ahí celebrando su asunción a la presidencia, igual necesitan que el “otro” sea extremadamente poderoso, aunque ellos tengan el poder. La batalla cultural supone eso, si no, no funciona, no tiene poder de apelación afectiva. Eso yo creo que es lo novedoso, lo constitutivo, aunque tampoco es tan nuevo porque es una parte de lo que se llama el uso político de la psicología social. Yo no quiero ocupar el nombre “fascista” para estos grupos, porque creo que el concepto fascista es un movimiento de una época determinada. Pero, cuando en los años 40 se analizó el tipo de propaganda fascista por parte de autores de la escuela de Frankfurt, ya se usaban estas ideas. No quiero decir que esto es fascismo, porque soy bien preciso con los conceptos, pero el mecanismo psicológico sí me parece que es el ya estudiado. Me parece extremadamente importante develar cómo funciona internamente, más allá de los contenidos.
– ¿No importan los datos objetivos en esta batalla?
-El dato no importa. Hace un tiempo escribí una columna en la que me refería al ministro (Luis) Caputo, de Argentina. ¿Quién es Caputo? Es un técnico. Sí, es un economista reputado que ha trabajado en las instituciones más prestigiosas del mundo de las finanzas capitalistas contemporáneas y, sin embargo, él recurre a esto, se sale del mundo técnico, del mundo de los datos, entonces inscribe a (Gabriel) Boric como parte de este comunismo que destruye América Latina, que destruye Chile. No hay discusión técnica, no da ningún dato, es el mal que está destruyéndolo todo, que atrapó a Chile y ellos están comparándose: el bien ahora es Argentina y el mal es Chile. Tú vas configurando este orden de las cosas y Caputo es buen ejemplo de esto. En realidad, se está inscribiendo dentro de una lógica del mal y el bien: ellos son los valores de la destrucción, del mal, y nosotros representamos una lista de los valores, del mérito, la familia, el esfuerzo, la disciplina. Al mal se le inscriben desde los proabortos hasta Mario Marcel (ministro de Hacienda), da lo mismo, todos están destruyendo.
– Pero, parece ser un discurso efectivo. Trump vuelve al poder con más votos e, incluso, imponiéndose en el Congreso.
– El mensaje que estamos recibiendo con el fenómeno Trump es la forma más radical. Es posible, y esta es una hipótesis, no lo podría asegurar, que posiblemente sea un experimento para demostrar que la política no se juega en la cuestión de la verdad, de la razón, de la racionalidad, de la justicia, en el sentido tanto de lo legal como de lo justo, sino más bien en una lógica del más fuerte, de la dramatización de esta lucha, como si en realidad lo afectivo fuera mucho más importante que lo racional. Trump junta toda esa parte negativa dentro de un relato de salvación, y logra apelar al espíritu religioso muy fuerte en Estados Unidos, a la tradición, a la historia, a la memoria de una grandeza que en algún momento tuvo Estados Unidos y que la ha ido perdiendo. Si logras inscribir ese discurso dentro de esa lógica global que reúne teología, memoria, futuro, enemigo, entonces, parece ser que eso es lo más relevante en política hoy. Y la gran pregunta para el mundo progresista es qué se hace respecto de esto. ¿Cómo se va a dar la batalla? ¿Se va a dar en los mismos términos? ¿Conociendo el mecanismo psicológico social, pueden apelar a él y usarlo, pero en el sentido progresista? ¿O deben volver a defender la racionalidad, la justicia, poner el control de las fake news? Es un dilema.
– De hacerlo así estaríamos en la misma lógica de la batalla.
– De hecho, este dilema aparece muy temprano cuando en la escuela de Frankfurt, que investiga los modos de propaganda fascista, se dan cuenta que en realidad con Freud pueden entender mucho de los mecanismos que estaban operando en el apoyo masivo a Hitler. Y se dan cuenta que, en realidad, estas cosas tenían que ver con [algo] que Freud había visto muchos años antes del nazismo, que era que el vínculo era afectivo, era libidinal, la figura del líder tenía que ver con un padre amado y odiado al mismo tiempo, que ahí se estaban fraguando todas las frustraciones y que ahí había un modo de escape, que hoy se ha reproducido en el tema del populismo. El gran dilema de esa época era: ¿Para hacer política progresista vamos a usar los mismos conceptos? ¿Vamos a usar los mismos términos?
– La última encuesta Cadem reveló un amplísimo apoyo de los chilenos a varias de las medidas de Trump. Es un discurso que está calando hondo en la ciudadanía.
– Sin duda. Si uno mira las encuestas desde hace ya tiempo, después de la pandemia se instala la delincuencia y la migración como los dos grandes problemas de Chile. Y lo digo así, porque antes del estallido estaban arriba educación, salud, pensiones… Cuando tú tienes un país con esas preocupaciones y tienes por un lado el sistema político que parece no dar respuesta concreta, entonces aparece la pregunta obvia “bueno, y ¿quién nos va a defender?”, como en el Chapulín Colorado… Lo que viene a mostrar Trump es que solo se puede hacer si hay mano dura, si se tiene la voluntad política. Y la pregunta en Chile va a ser “bueno, y quién va a ser el representante de esa mano dura, de esa ejecución. Ya se sabe cuál es la solución, no hay discusión sobre cuál es la vía, la vía es expulsión, es deportación, la construcción de megacárceles que parecen campos de concentración. ¿Quién va a hacer eso? ¿Quién va a ser ese Bukele o ese Trump?”. Tengo la impresión de que el gobierno actual no tiene ninguna credibilidad frente a eso. Y creo que (Evelyn) Matthei, tampoco. Esa credibilidad la perdió también (José Antonio) Kast y la está representando cada vez más (Johannes) Kaiser, que viene desde antes con el estilo de la nueva derecha. Kast nunca logró meterse muy bien en ese discurso, un poco también yo creo que por sus raíces socialcristianas. Aquí en el mundo de la nueva derecha hay un uso de la religión, pero es un uso muy instrumental. No es del domingo en la misa. Es un uso instrumental, casi como en las cruzadas. Kast tiene todavía ese lastre, digámoslo así, que Kaiser no tiene. En la medida que eso se va radicalizando tengo la impresión de que estas figuras van creciendo en efectividad. Incluso si uno no está de acuerdo en muchas cosas con él, cuando prometes resolver los problemas fundamentales, seguridad y migración, racionalmente haces un trade off y, por último, dices “qué tan importante es que perdamos el matrimonio igualitario si nos van a solucionar estos problemas”.
– Hay un riesgo inminente de que, con estos personajes, se pierdan derechos.
– Aquí hay una cuestión que viene y que en Chile no se ha tocado con la gravedad y seriedad que supone. En Estados Unidos hubo una batalla anterior que no se llamó batalla cultural y que fue clave por ocupar los espacios del sistema judicial. En Estados Unidos mucho antes se empezaron a llenar los puestos de la Suprema con personas que habían sido educadas en Yale y Chicago, bajo una determinada doctrina, con financiamiento, reclutando jóvenes conservadores que lentamente durante muchos años empezaron a ocupar ese espacio. No hay nada muy casual en esto, porque Trump pudo llegar al Ejecutivo, pero se podía pillar con una tremenda muralla en el sistema judicial, y ahora no la tiene. Esa batalla la dieron hace rato, fueron preparando el terreno. Entonces, este Trump energizado o musculoso lo es no solamente porque venga con nuevas ideas y con más fuerza y más ímpetu, sino porque tiene preparado un escenario donde se diluye el control entre los sistemas. La vieja democracia liberal, el aspecto fundamental de control entre poderes, está debilitado completamente. Porque tiene gente a favor en el Congreso y en la Suprema. Va a arrasar. Y en Chile yo no sé si las cosas han sido así o un poco a la chilena, pero con todos los escándalos que conocemos, se ha mostrado cómo se han ido configurando los grandes puestos en el sistema judicial chileno. Hay instalado un cierto ethos conservador. No ha habido, creo yo, capaz que me equivoque, un esfuerzo desde fundaciones con dinero para poner ahí a personas que después sean las que van a visar políticas de este tipo en Chile. Ese esquema global, complejo, que está ocurriendo en Estados Unidos, no lo veo en Chile todavía. Pero, bueno, no quiero darles buenas ideas tampoco.
– ¿No le parece que caer en el juego de la “batalla cultural” finalmente es una derrota de la democracia”? No hay consensos, no hay acuerdos, hay un ganador y un perdedor…
– Sin duda. Agregaría que, finalmente, uno de los grandes peligros de esto es que se han ido apropiando mediante esta lógica de “batalla cultural” de conceptos claves, como democracia. Toda esta gente llegó por vía electoral al poder, todos llegan limpiamente a través del sistema electoral a esos lugares de poder. En este sentido, no es una derecha extrema, pero sí radical. Reducen al mínimo la democracia, la reducen a lo electoral, pero irrespetan el control entre poderes, el respeto por las minorías, que también es fundamental en la democracia. El exponer las propias ideas al diálogo. Las ideas de libertad, de democracia, están siendo resignificadas en los términos de la nueva derecha. “Viva la libertad, carajo” es una cuestión que apela fundamentalmente a jóvenes. Este es un discurso de la batalla cultural, muy pensado en jóvenes, es decir, en el futuro.
– ¿Cómo se enfrenta esto?
– Yo sigo creyendo que finalmente nuestra alternativa va a ser denunciar fake news, oponer racionalidad y, sin duda, trabajar con los afectos, pero, no en el sentido de la dramatización de una lucha con un enemigo todopoderoso que está a punto de ganar. La épica de David contra Goliat.